Querida
Gloria, Clara, Maite, Inés, Lorena, Joana, Marina, Helena, Lola y Laura
tú:
No
me conoces, pero quiero pensar que yo algo te conozco, pero a decir verdad,
conforme pasa el tiempo, menos conozco a nadie.
Puede
que te preguntes porque te escribo justo a ti… Y es que he visto tu foto varias
veces en el día de hoy y he pensado que tal vez tú me fueras a entender un
poco, aunque, cada vez que he escrito una carta a alguien no he recibido la respuesta
deseada… y hay veces que ninguna respuesta posible.
Hoy
he sido víctima de esa sensación que sé que es pasajera. Es como una especie de
fiebre que nace como una alegría desmedida, un ímpetu de felicidad, un
sentimiento de poder desbordado, de creatividad brutal, de planes, de ideas, de
potenciales modos de demostrarme y demostrar a los demás que valgo algo.
Luego
se me pasa… en unas horas a decir verdad y empiezan a venir los fantasmas de
navidades pasadas a susurrarme cosas.
No vales ni para dar
por culo.
No llegarás a esas
cosas pues son absurdas.
¡Eres un caradura!
¡Te aprovechas del trabajo de los demás compañeros!
Y
desde dentro grito NO. No. Esto no me pasaría si alguien me dijera una sola
palabra: Lánzate.
Aquí
puede que te encuentres perdida y ese, en el fondo, es uno de los diversos
motivos por los que creo que la gente no me llega a entender cuando reciben
cartas mías y ya va siendo hora de hacer caso a ese grito. Me debo lanzar.
Primero a decirte a ti quien soy.
Una
vez fui el futuro de un país que aplaudía el descaro y la genialidad. Nací en
1983 y me críe con hombres disfrazados de mujeres, de creaciones e ideas estrambóticas,
con que la realidad era solo una voluta de humo que mis tíos cuando venían de
visita a nuestra casa echaban al fumar y al reírse. Yo una vez fui el futuro… y
ahora mírame.
Reconozco
que hay momentos, años de mi vida que no recuerdo nada más que como una
película de esas que pasan por la televisión y ves sin mucho interés. Recuerdo
que, desde niño, no era un alumno muy aplicado. Tenía carencias. No era rápido
ni con los pies no con las manos, no era hábil y de pronto mis padres hablaban
sobre mí cuando traía un dictado con un montón de correcciones en rojo y
palabras descorazonadoras que presagiaban lo que pudo ser.
-Ay,
Jose… el niño tiene sus límites.
-No,
lo que pasa es que le mimamos demasiado. Si fueras más dura con él. Si no le
mimases tanto.
¿Cómo
no hacerlo? Era el futuro. El futuro debe ser siempre cuidado.
Al
final, enfadados todos porque no tuviera algún tipo de retraso, me exigieron el
doble de lo que podía y sabía. Los malos hábitos no se van.
Tal
vez las lagunas en mis recuerdos sean un modo de protegerme, como cuando
alguien fallecido desaparece, sin quererlo, de los recuerdos que has compartido
con esa persona.
El
futuro… entonces de niño, el futuro era tener éxito, ser feliz, tener hijos… y
no tengo ya nada de eso y voy a cumplir un año más. El futuro. Me rio yo de
eso.
Pero en este viaje hasta aquí, he hecho muchas
cosas. Tú seguramente más, muchas más y más reseñables. Cuando uno es torpe, o
con problemas de coordinación, pues se basta con poco.
Siempre
me gustó el mito de Ícaro. Lo conoces, ¿Verdad? Pues hay gente, yo entre ellos,
que lo veía como una lección de humildad: uno vuela hasta donde puede y debe.
Pero no. No. La moraleja no es esa. La moraleja es Chaval, no vueles o te quemarás. Volar. Ícaro voló y se rompió
todos los huesos en la caída, pero lo logró. Voló. ¿Es por eso que tengo miedo?
Una vez me rompieron todos los huesos. No. Una vez no. Muchas. Los huesos y el
corazón.
Dicen
que los huesos, una vez rotos, se sanan pero los músculos se llegan a entumecer
un poco. Con el corazón, ay, es otra cosa. Hace unos pocos años se me hizo una
masa de sangre y dolor. Un dolor como una punzada sorda y que te cambia. Ese
día, Dios, ¡Qué orgulloso estaría mi padre! Ese día solo lloré una vez y con
permiso.
La
mujer que más amé. La mujer del chubasquero rojo, la mujer que hacía que la
realidad fuera un invento de los mayores, también se rompió. Una y otra vez. Una
y otra vez… hasta que no se pudo romper más. Ese día no lloré. La vi convertida
en un trozo amarillento de carne, con la lengua fuera como un perro apaleado… y
no lloré.
Leí
unas palabras y me atropellé, pero… no lloré. Mis hermanos estaban asombrados,
puede que asustados, pero estaba frío. Inerte ante los envites de ese día. Ni
el nudo de la corbata me molestaba. Solo ante su ataúd, cuando deposité un beso
en su helada frente… pude pedir permiso.
-Voy
a llorar. Llevo esperando este momento y espero que me lo permitáis.
-Hazlo.
No pidas permiso.
Y
lloré. Lloré sin poder desfogarme. No como esa vez que lloré de rodillas en la
nieve ¿Sabes qué es eso? No lo creo. Lloré… y no tenía motivo real. Y cuando lo
tenía… no pude.
Pero,
como te dije, me rompieron los huesos muchas veces y con ellos, algunas veces,
el alma. No pude recuperarme mucho de eso. Aun hoy renqueo y me doy cuenta que
de mí se hizo una mentira. Solamente sé que veré pasar el cadáver de mis
enemigos ante mi puerta y entonces, como cuando deposité ese beso en la frente
de la mujer que era mi todo, pediré permiso para alegrarme… pero no me lograré
desfogar.
¿Es
eso? ¿Es el miedo a caer, a que se me vuelvan a romper los huesos y el alma, lo
que me impide lanzarme? ¿Es, por otro lado, que no hay nadie que sepa fehacientemente
que me ayudará a levantarme y me diga, con la misma sonrisa que he visto hoy en
una de tus fotos, No salió como pensamos.
Lo volverás a intentar mañana? ¿Qué es?
Porque,
posiblemente, pido entelequias, pero creo que es tan humano como intentar volar.
Querer llegar a cotas donde antes no estuvieron… pero me da miedo la caída. Sé
que es un riesgo que se debe correr… y es duro. Me llevo cayendo mucho…
¿Conoces
esa historia de un escritor que le dijo a su mujer que estaba cansado de hacer
lo que otros esperaban de él y que su mujer le dijo ¿Vas a dejar que los demás decidan? ¡Lánzate!? Por hacer caso a su mujer, el mundo cambió y
nacieron el primer comic de héroes que marcaría un antes y un después: Fantastic Four. Sí, los mismos de esas
terribles y absurdas películas. Ese hombre era Stan Lee.
Tal
vez es sólo eso. Necesito alguien a quien contarle todo lo que pienso y siento…
-¡Quiero
hacer una nueva novela en donde...!
-¡Lánzate!
-He
pensado en escribir y dibujar un comic de…
-¡Lánzate!
Aunque…
no te conté algo más. Te dije que pasa cuando uno se sana los huesos pero
cuando a uno le licuan el corazón, ese corazón se recubre de un callo extraño,
de una coraza, de una armadura. Tanto dolor puede volver loco a alguien ¿Sabes?
Aquí estoy, aparentando ser normal cuando desearía gritar al mundo que yo era
el futuro, que yo pude volar, que no es
una pose ser como soy, tan despegado, tan frío, tan indiferente, tan tosco, tan
crítico, pues tengo miedo a que me
rompan otra vez el corazón pese a que esa coraza callosa está ahí… y, quizás
por eso, renuncié a escribir un tiempo porque me creía incapaz de poder
escribir con coherencia y algo de acierto… y casi pierdo esto. La capacidad, la
fuerza y el arrojo de escribir. Que, como dije una vez, no seré el mejor, pero
si el más trabajador. Pero tengo miedo y no tengo ese empuje. Ese empuje de un ¡Lánzate! dicho con el cariño justo y
necesario, con la sonrisa, con el cariño, sin pedirme que sea así o asá. Sé
bien quien no me dará eso. De ellos no espero nada, pero he cerrado la puerta a
muchos para decirme eso. Para decirme ese ¡Lánzate!
que necesito que me digan cuando me vean.
¿Pido
un imposible? Porque, entre nosotros, odio sentirme muchas veces como lo hago y
cuando hoy vi tu foto, ahí, sonriente pensé, necio de mí, Es preciosa. Ojala pudiera conocerla y demostrarle de lo que soy capaz.
Y entonces aparece ese miedo, esos fantasmas que te dije. Todo lo que oí
sobre mi persona y mis capacidades. Siempre estoy equivocado, pensando que
mañana… mañana algo hará que todo cambie… y los cambios son lentos. Solo los
necios creen que los cambios son instantáneos.
Y
ahora me paro a pensar que no sé porque te escribí a ti todo esto. Lo
necesitaba. Eso lo sé. Lo necesitaba.
Aun
así, gracias. Gracias por tu tiempo.
Recibe
mi cariño, aunque no te conozca bien:
Querido tú:
¡Lánzate!
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