miércoles, 18 de noviembre de 2015

EL HÉROE

“Malo, bueno o mediano, escribiré de hoy en adelante lo que me gusta”
Orlando, Virginia Woolf

A quien me lee ahora mismo
Capítulo 1: Un hombre


Volvamos a esos días felices en los que había héroes.

Bette Davids, Actriz estadounidense.

Hubo una vez un hombre que quiso marcar un antes y un después. Un hombre que era capaz de discutir con los dioses y debilitar a los demonios. Un hombre que era único en todos sentidos y maneras, y ante todo, en el corazón y en el alma.

Pero ese hombre hoy es un desconocido, como el mundo lo era actualmente para él. Perdió muchas cosas en su camino, entre ellas la esperanza. Aunque eso se abordará con más calma, pero, ¿Importa mucho si se mira un poco tras el telón de esta curiosa opereta?

El caso es que, ese hombre había pensado muchas veces en los buenos tiempos, que no estaban tan lejanos como creía. La ciudad le parecía entonces llena de magia, como si estuviera atestada de maravillas y posibilidades, no solamente de gente que iba de allí a allá sin detenerse ni mirar si tropezaban o no con los demás. Su vida parecía ser perfecta, pues él se veía inteligente y capaz. Podía ser el hombre perfecto y no se iba a conformar con menos…

Y cerca de todo hombre que se precie, siempre había una mujer, aunque suene a tópico, que lo es. Una mujer que estaba mucho antes de que él se plantease ser el hombre que deseaba ser. Antes de aquellos montones de teorías sobre el accidente. Ese accidente lo marcó todo. Una furgoneta, un joven despistado, un renacimiento… El caso es que allí estaba. Fue un héroe desde ese mismo momento. No todos sobreviven a un accidente casi sin secuelas…

No se detuvo después de salvarse. Se podía decir que esa fue su primera proeza. Si así fuera, la segunda hubiera sigo seguir adelante.

Nunca olvidó el preciso minuto en que llegó ese instante, cuando la miró a los ojos y ella le pidió que no se fuera. Él no lo hizo.

-¿Por qué haces lo que haces?
-No lo sé… es lo que se espera de mí, lo que sale de mí, lo que deseo de mí.

Anteriormente, responder a esas preguntas era tan sencillo, pese a que, algunas veces, todo pareciera tan enorme y tan confuso. Ella le dijo que eso también les sucedía a los demás.

-Imagino que… necesitas que alguien te ayude, que alguien responda tus preguntas, que alguien te muestre cómo…

Esa noche pasaron horas hablando.

Después de esa noche… todo parecía tan luminoso.

Es posible que en este apartado esperases que te hablase de planetas moribundos, de jóvenes marginados con un poder y una responsabilidad mayor de lo que sería deseable para ellos, de tragedias, muertes, luchas de índole maniqueo y demás cosas de ese estilo. No te culparía, pero creo que era Mark Waid quien decía… Espera, voy a mirar que decía… justo aquí tengo ese libro… No, no era Waid, si no C. Stephen Layman… ¡Aja!… 280… 286… 290… ¡Aquí es!… A la mayoría nos encantaría sorprender a nuestros amigos, cazar a unos cuantos tipos malos, convertir este mundo en algo un poco más seguro y, de paso, hacernos famosos, pero es fácil que una reacción apresurada tienda a ser superficial.  Es decir, es divertido, en todo esto, lo superficial de ser un héroe, pero, si miramos tras el telón, tras la máscara si lo preferís, es con el fin de saber lo que otros no saben… pero bueno, tiempo al tiempo. Vuelvo a lo que estaba contando ¿Os parece?

El caso es que… ambos eran un gran equipo. Un gran equipo… y algo más, pero nunca hablaban de lo que ambos sentían.

-Estaba pensando… que me gustas y creo que lo sabes, pero vivo una vida nada normal, una vida peligrosa. La persona con la que decida vivir debe aceptarlo. Debe afrontar eso.

En los ojos de él había un cierto brillo y ella comprendió que no era rechazo, sino un reto. Un modo de demostrar lo que valía. Para ella… eso era lo decía aquel brillo…

Pero eran otros tiempos. Eran el final de los noventa. Era una época que parecía no tener fin. Ni los triunfos, ni los egos… Él aun recordaba como ella reía y saltaba en la cama diciendo, con un gesto travieso, que también podía volar. Recordaba lo bien que le quedaban las trenzas, su risa y como su pequeña nariz roncaba tras la sexta carcajada.

La voz de ella se quebró un poco al preguntarle qué se sentía al volar. Él se ofreció a mostrárselo.

-¿Lista?
-Lista.
-Tú no mires abajo…

Empezaron a levitar. Ella, cada vez con más miedo y más fuerza, se abrazaba más a la cintura de él… hasta que el miedo se evaporó, tal vez en el cuarto vuelo que realizaron, y reía con cierta timidez, con cierta ilusión de niña pequeña antes de abrir los regalos de Navidad.

Y ahora, él se tenía que conformar con andar entre la gente, esquivarla, soportar algún empujón, algún gruñido de molestia. Los triunfos, los saltos, los gestos traviesos, las trenzas bien hechas… todo eso había acabado. No así los egos, que se enquistaron y engendraron algo que él denominó mala educación.

Siempre se creyó en las soluciones fáciles. La gente no se diferencia mucho de la de los buenos tiempos, cuando gritaban pidiendo ayuda y alguien acudía al rescate. La única diferencia, si de verdad se le puede llamar así, era que ahora ya no se grita ni se pide, se exige. Eso era lo que concluyó él hacía meses.

¿Era por qué antes estaba ella? ¿Ella le salvaba a él, aunque no gritase pidiendo que se quedase y solo le abrazase diciéndole Mañana el mundo seguirá allí?

Antes parecía fácil. Antes bastaba con bailar a varios metros del suelo. Literalmente. Antes bastaba con llevar un traje ridículo y hacer lo correcto.

Antes era esa tarde de inicios del siglo veintiuno. Aquella tarde de diciembre de dos mil, con el cielo encapotado de blanco nuclear y esa sonrisa que ya entonces era tenue. El cabello suelto. La risa ausente… y sus pasos, los pasos de aquellos pies menudos y de apariencia tierna, resonando entre esa multitud que él recordaba como si fuera de cartón piedra, como si la hubieran pintado en las fachadas de los rascacielos, en las baldosas de las calles, en la tarde de color polvo. Ella se perdía y él… él no gritaba que le salvasen. El ego seguía ahí. El ego y el orgullo de opereta que no dejaban decir lo que muchos esperarían. Si fuera él otro, la hubiera abrazado y dicho lo que sentía y hasta puede que lo que pensaba.

Pero él no era otro y esos eran otros tiempos… Y estos son estos.

        
Capítulo 2: Una vida

Un hombre aislado se siente débil, y lo es.

Concepción Arenal, Escritora y socióloga española.


Despertó tarde aquella mañana. Tarde para ser él, pues  solía madrugar. Eran ya las diez de la mañana y sí, eso era tarde para él.

Le despertó el ruido de una obra en un local cercano, de los albañiles gritándose, de la radio enmudecida por la distancia y por las paredes a medio derruir.

-Una obra.-Pensó.-Otra vez el mundo cambiando a mi alrededor.

Lo que más odiaba era que las cosas cambiasen, ya fuera a mejor o a peor. Tal vez era por eso que luchaba porque su Status quo siguiera como estaba. Era un acto de cobardía, si se quiere pensar de ese modo… y ahí, sí, ahí entraría Mark Waid, que hablaba de que Superman hacía lo que creía porque los demás le tuvieran en consideración y se sintiera valido e integrado, así como por un sentimiento egoísta pues, y cito aquí:

Sin duda, Superman ayuda a lo que están en peligro porque siente que es su obligación moral superior y, sin duda, lo hace porque sus instintos naturales y la educación recibida en el Medio Oeste lo empujan a realizar actos de moralidad, pero junto con este altruismo genuino hay un importante y sano elemento de conciencia de sí mismo y una capacidad envidiable y sorprendente, por su parte, de equilibrar las necesidades internas propias con las necesidades ajenas, y ello de un modo que beneficia a todo el mundo.

¿Se ve lo que decía? Pues nuestro héroe, porque lo es, también “peca” de ese mal. Tal vez no parezca tan altruista como lo sería Superman, pero tampoco pretendía serlo.

La verdad es que, cuando salió de casa, vio a aquella mujer delgada y vestida con chándal descolorido que, con pose extrañamente marcial-Brazos a la espalda, los puños apoyados en los riñones, la cabeza alta.-, contemplaba los bloques de edificios de esa urbanización que estaba despertando a un nuevo día. Era el almirante, la guardesa, la reina de todo eso, pues eso era su buque, su finca, su universo… Si supiera que había más vida tras las verjas verdes de aquella urbanización… pero ella era feliz con aquello. No obstante, esto no va de esa mujer delgada y con chándal. Ella no importa en lo que estoy contando. Sin embargo, él la observó y no pudo evitar tener una sensación agridulce ante aquella escena cotidiana y preguntarse si por esa gente deseaba mantener las cosas como estaban.

En su caminar, pensó en sus rivales… en los que calzaban zapatillas de deporte y los que vestían mallas.

¿Quién era en verdad el enemigo? Porque hoy día, pensamos en Gengis Kan y podemos pensar en el unificador de las tribus nómadas del norte de Mongolia, fundando el primer Imperio mongol, que, según algunos, fue el imperio contiguo más extenso de la Historia. Pero… ¿Y qué pensarían de él los campesinos de China que contemplaron las oleadas de guerreros que pretendían conquistarlos? ¿Conquistarlos? ¿A ellos que se dedicaban a sus quehaceres? ¿Por qué?

-Hola, que venimos en nombre de Chinghis Jaan (que así conocían a Gengis Kan) desde Mongolia para conquistar todo esto.
-Pues pásese usted más tarde, que estamos recogiendo el arroz y se nos va a pasar si no lo hacemos a su tiempo, haga el favor.

O ya puestos, ¿Y si preguntásemos a Jamukha cómo veía a Gengis Kan? Porque, seamos sinceros, aun habiendo sido considerado un traidor a Gengis Kan en las luchas contra los pueblos Tártaros, a Jamukha, según la Historia Secreta de los Mongoles, se le ofreció una renovación de hermandad, pero Jamukha pidió una muerte noble, sin derramamiento de sangre.

Y era posible que, en alguna casa de la antigua Polonia, se acordasen con cariño del bueno de Jamukha, cuyo único error posible era el de ser menos efectivo en la construcción de alianzas.

Es complejo esto… pues todos alguna vez somos amigos y otras veces enemigos, incluso los mejores amigos se convierten en peores enemigos sin quererlo ni pretenderlo… y otras veces, sí lo pretenden y sí lo quieren.

Podréis imaginar que este hombre tenía su galería de villanos, por así decirlo, surgida de las envidias, de los celos, de los odios, de los miles y miles de defectos que desees poner en la mesa de juego.

Es más, hoy día, en la sombra, alguno de sus enemigos estará maldiciéndole al igual que algún campesino chino o algún partidario de Jamukha lo hizo sobre Chinghis Jaan.

Pero tampoco eso importa mucho, puesto que el odio solo afecta a una persona y es al que lo siente pues nuestro héroe no va a estar duchándose un día y notar entre sus costillas una punzada hecha del odio de un pobre enemigo que no llegó a cumplir su terrible venganza, al igual que es un error pensar que ninguno de nuestros rivales, en las diversas parcelas de la vida, ha sentido lo mismo que hemos sentido nosotros alguna veces.

¿Y cómo es que hemos llegado a hablar de mongoles, chinos y traiciones?  Para ensalzar al rival, al enemigo, al antagonista, al contrincante, al competidor… y darle su lugar. Su lugar es que… no hay ya lucha. Es un invento eso de las rivalidades, pues hasta las buenas personas hacen cosas que no están bien. Así, la gente, para justificar algunos de sus actos, que no son tan malos ni tan buenos como algunos pueden creer, hace diferencias y distinciones. O eres de tacón alto o de tacón bajo, de los que cascan el huevo por la parte ancha o por la estrecha, y dentro de estos, o eres de los que se comen primero la clara o primero la yema. Distinguir entre unos u otros por el simple hecho de no afrontar que, como este héroe, somos seres con pies de barro, que de eso, además, dijeron antaño que estamos hecho. De barro y no de diamantes, cobre u oro.

Pues todo eso quedó en otros tiempos para nuestro héroe. La única rivalidad que le quedaba era la de él consigo mismo y con sus diversos demonios y prejuicios.

¿Dónde estaría hoy ella?

Eso le importaba más que si aquel amigo, que luego no lo fue, iba diciendo de él que era mala persona o había perdido el poco juicio que tenía, o si el llamado Doctor Funesto seguía entre rejas o urdía un temible plan contra la ciudad tras seis años sin saberse nada de él.

¿Seguiría saltando sobre las camas? ¿Seguiría con aquella risa que a la sexta carcajada hacía que su nariz roncase? ¿Seguiría diciéndole a alguien Mañana el mundo seguirá allí? ¿Seguiría acordándose de él?

Tantas preguntas que hacerse… pero no creía que encontrase respuesta a ninguna. Ni de ella, ni de mucha gente. Cuando ella se perdió entre la multitud, parecía que muchos otros también lo hicieran… y no había respuestas de ningún tipo. Ni a las llamadas, ni a las preguntas.

Hasta aquí, uno puede pensar ¡Qué nostálgico es todo esto! No, es la vida. Son los ciclos. Es el no aceptar que los ríos dan a la mar, pero que las nieves serán otros ríos mañana, sin embargo no es mañana, es hoy cuando se tiene sed. Porque es fácil decir Tú lo que necesitas es hablar de lo que sientes con alguien de confianza y no encontrar a ese alguien. La frustración da paso a la dejadez y la dejadez a la soledad…

Había una canción que decía miento menos, pero antes me querían más. Pues por ahí va todo.

Las calles otra vez escupían ruidos, luces, música prefabricada y escogida con un fin. Cada vez que oía la música de las tiendas de ropa, se acordaba la de veces que había montado y desmontado aquellos aparatos RM5. Eran simple y llanamente ordenadores pero solo tenían una función: cargar y reproducir la música que previamente escogían. Aun se acordaba de cómo montar y desmontar aquellas maquinas… como también se acordaba de cómo era volar… Todo eso, los RM5 y el querer volar, era poco después de perderse ella entre la multitud, poco después de mandar su vida de héroe a vivir en un armario y oler a apolillado, a antiguo, a polvo y a madera, y poco después dejar de ver el gusto a ponerse una máscara y hacer chistes ante los momentos de tensión, como un modo de reírse ante el peligro, pues es bien sabido que es en los peores momentos cuando es fácil que brote la risa, pese a que muchas veces no es algo sencillo de lograr.

Entonces… la vio. No a ella. No. Esto no va de reencuentros tras años, de volver a empezar donde lo dejamos. No. De eso ya se habló tantas veces… Se encontró con una gran foto de ella en un escaparate de una gran superficie dedicada al ocio en general. Un libro. Había escrito un libro. Siempre tuvo talento, se decía él mientras apretaba instintivamente los dientes tras la sorpresa, tras sentir como si su estómago cayese a sus pies. Aún conservaba algunos poemas de ella, aunque no sabía bien dónde y muchas veces se prometió buscarlos, aunque luego se ponía a pensar en otras cosas y se olvidaba.

CUANDO SEAS UN HÉROE
La gran sensación de la temporada.

Eso rezaba el texto que acompañaba la foto de ella y la de la portada del libro, que parecía hecho a tinta, simulando la cara de asombro de una chica, de cabello ondulado y ojos pardos, al mirar al cielo.

Oyó el murmullo a su alrededor y comprendió, tras volver de sus reflexiones y sensaciones varias, el motivo de ese ruido y esas miradas entre burlescas y extrañas. Estaba levitando. Sus pies estaban a diez centímetros del suelo. Algunos lo tomaron como un reclamo publicitario para vender más libros, otros se preguntaban como lo hacía y una señora, pensando que era un truco de un artista callejero, tiró cuarenta céntimos en dos monedas de veinte. 

Esto último, lejos de ser algo que cause una sonrisa, le recordó a nuestro héroe lo que una vez le dijo a un artista callejero, vecino suyo, que iba a tomar un autobús disfrazado de Michael Jackson.

-Un héroe y un artista callejero no se diferencian mucho. Los dos van disfrazados, a nadie le importa quién ni como lo hace, solo quieren que les saquen de su monotonía.

Cerró los ojos y se siguió elevando. Más, más y más,  hasta que se perdió entre los altos edificios.

Capítulo 3: Un final

Debemos vivir con los finales que nos dan

Carmen Martín Gaite, escritora española.


El ocaso se iba acercando y los tonos violetas y naranjas en ese momento eran únicos, según decían muchos que parecían entender de eso.

La noticia de un hombre volador en el centro de la ciudad había corrido como un secreto que se contaba entre cafés y encuentros de conocidos.

-¡Qué bien que nos vemos, chica! Porque de verdad que… ¿Te has enterado de ese hombre que voló esta mañana? Volar como un pájaro, pero sin mover los brazos, que eso es un punto a tener muy en cuenta.
-Pues eso me suena a un estado de éxtasis, como Santa Nuria. ¡No me mires así, mujer, que parece que te dijera una majadería! Hay cosas que la lógica no puede explicar ¿es o no es?   

-…Mi hermano dijo que su mujer lo vio, ahí, enfrente de un escaparate de… que yo ya ves, ni me lo creo ni me lo dejo de creer, pero era para verlo cuanto menos.
-¡No seas simple! ¡Seguro que es un truco para vender más libros de esa chavalita! ¿Qué no? Si es que ya no se lee como antes. Antes al lector se le trataba con mayor dignidad y se le daba de leer cosas interesantes. ¿Te acuerdas cuando de niños leíamos el Pulgarcito? Ahora los niños de hoy van todo embobados con los aparatos esos… ¿Ese móvil es nuevo?

Y, efectivamente, las ventas de Cuando seas un héroe aumentaron en aquel día en el doble de ejemplares que hacía dos semanas… Pero ella solo se paraba a pensar en esa noticia del vuelo de un hombre. Había visto el vídeo que su amiga le había enviado. Lo había visto unas veinte o veintidós veces y en todas, como es normal, reconoció a aquel hombre volador… y no fue la única, pues mucha gente ató cabos y dedujo que ese hombre era el héroe que llevaba más de diez años desaparecido.

La tarde dio paso a la noche. Un perro, a lo lejos, ladraba y en las calles ya no quedaba mucha gente. Ella se pasó horas escribiendo y su pareja, porque tenía pareja, le dijo que si se venía con él a la cama, que era ya tarde.

-Aún no. Debo terminar este capítulo. La editorial desea una segunda novela y más con lo que ha sucedido hoy…
-Bien, pues te espero en la cama. No te quedes hasta muy tarde, por favor.
-Descuida.

Allí estaba ella, buscando un buen principio para su nuevo capítulo.

Empezó como un trabajo más, lo reconozco… No, muy visto…
¿Por dónde empezar? Llegados a este punto se impone un gran dilema… Ya… ¡Diles algo que no sepan ya!
Esta es una historia de amor. No entre un hombre y una mujer. Sino entre un hombre y una ciudad… Ay… no sé… algo falla…
En mis sueños, vuelo. Planeo libre y serena. Riéndome de la gravedad… No. No. No… ¿Qué me pasa?

Oyó un golpe en la terraza. Un golpe hueco y tenue, como cuando un gato salta de una rama a un tejado.

Se levantó de su silla y abrió la puerta que daba a la terraza. Allí estaba él. Tenía el cabello revuelto y ese brillo en los ojos. Su abrigo largo, oscuro, abierto y algo ajado casi le recordó al movimiento de una capa. 

-Hola. Menuda has montado hoy.
-Ya… Algo he oído.
-¿Cómo me has encontrado?
-Si tienes que preguntarme eso, es que no me conoces bien.-Sonrió con cierta inocencia.
-Cierto. ¿Quieres pasar?
-Mejor no… Creo que no me gustaría ver esas fotos de la mesilla del salón tan cerca.
-Ah…
-¿Eres feliz?
-Sí, mucho.
-Eso es lo que de verdad me importa.

Si él hubiera sido otro… hubiera notado ese latido, ese gesto, esa mirada esquiva… hubiera entregado su mano para que ella la tomase… hubiera decidido llevarla, como antes, a volar…

Pero él no era otro…

-Me da a mí que no viniste a ver cómo me encuentro.
-No. Esta mañana tenía muchas preguntas que hacerte… pero tras el incidente, tras ver que habías escrito un libro, tuve tiempo para reflexionar mucho.
-¿No sabías que había escrito un libro? Lleva cuatro meses en la calle. Tienes sentidos increíbles, poderes asombrosos…
-Tal vez quisiera ser ciego a algunas cosas y, entre otras cosas, por eso no te vine a ver antes.

Ella lo entendió. Miedo. Lo malinterpretó. El brillo… no era un reto, era miedo. Miedo de un mundo que él no terminaba de comprender, que aún no podía comprender. Quería que alguien le ayudase. Que lo apreciasen y amasen. Que le enseñasen.

-Vine a decirte que… no supe explicarme… No pude explicártelo.
-¿El qué?
-Que… que si alguna vez había alguien serías tú… pero ya no sé nada… No sé si quiero esto. He perdido mucho y no me he dado por vencido. Era fácil rendirse ¿Sabes? Y se supone que nos dicen que el bien prevalece… Pero ni siquiera sé que es el bien…
-A eso no sé yo si tengo una respuesta… no una que sirva para ti.
-¿Cuándo todo se fue a la mierda?  La gente… no sé… antes me sentía útil… y podía sentirme vivo… y podía entender hasta el funcionamiento de cada cosa en el mundo…
-Y el mundo ha cambiado.
-No… se supone que era como tú decías… Mañana el mundo seguirá allí.
-Y sigue… pero debe seguir con o sin nosotros. Es ley de vida. Siempre temí que cargases con una responsabilidad que no es tuya… y no… no puedes cargar con el dolor de los demás. Aprendí eso cuando me alejé de ti. Me fui de tu lado porque yo también me sentía como tú. No sabía el papel que debía desempeñar en el mundo.
-Sé que no ayuda mucho ahora, pero… Te quiero mucho. Siempre te quise y nunca te di las gracias como merecías.
-Son nuestros actos quienes hablan a los demás. Aun así, de nada.
-¿Recuerdas el chiste que me contabas cuando estaba triste?
-Ah, sí… ¿Qué hace un pájaro de ochenta kilos en una rama?... PIO-PIO.

Él sonrió con cierta amargura, formándose así una sonrisa cercana a esas de las estatuas etruscas que uno puede ver en los museos. Una sonrisa sin mucho más que un intento de parecer digno y alegre sin lograr del todo ambas cosas. Dos grandes lágrimas resbalaron con discreción por sus mejillas. Deslizó su mano en el amplio bolsillo interior de su abrigo y sujetó con ambas manos el libro de ella.

-¿Me… me lo firmarías?
-Claro… pero, entre nosotros, no es tan bueno como la gente llega a creer.
-No importa.

Ella entró en casa un momento, con el libro que él le entregó y, tomando un bolígrafo negro de punta fina, escribió una dedicatoria, para luego regresar y dárselo. Él leyó por encima aquella caligrafía que tantas veces extrañó.

Con mi eterno cariño que solamente  puede tener alguien que intenta alejarse de lo injusto de lo que es vivir.
No olvides que el verdadero héroe no salva vidas, las mejora y las da mayor valor.

-Gracias… Ahora creo que es momento de despedirme.
-¿Despedirte?
-Sí. Volveré a empezar de cero, o al menos, todo lo de cero que se pueda.
-De ser así… te deseo lo mejor.
-Y yo a ti.
-¿A dónde irás?
-No lo sé… y eso es lo divertido ¿No?
-Claro.-Asintió y volvió esa sonrisa que él recordaba.

Se alzó cada vez más en el cielo nocturno. Y… desapareció. Ella se quedó mirando el cielo un buen rato y regresó adentro. Se acostó en silencio y abrazó a su pareja.

El caso es que las cosas no mejoraron inmediatamente pero sí con el tiempo.

Dos meses después de aquella charla en la terraza, nadie se acordaba de aquel hombre que levitó en pleno centro de la ciudad, sin embargo, sí se habló de que Una especie de borrón oscuro había detenido un atraco a un banco, rescatando a seis rehenes y atando con la manguera de incendios del edificio a los tres atracadores.

Ella, al leer la noticia, se reía con cierta mesura y comentó muy bajito algo sobre las cebras y sus rayas, cosa que su pareja no entendió ni quiso tampoco entender porque sabía que ella, muchas veces, pensaba en voz alta. 

Y si ella hubiera sido otra, pensaría que hoy en día, se inventaban nuevos pasos, pero el baile siempre nos atrapaba. Se tienen rituales, creencias, rarezas… que, en muchos casos, son insignificantes, aunque había casos en los que no lo eran tanto. Es importante eso bailar y levitar, pues muchas veces se nos dice categóricamente que no podemos volar, pero nadie nos habla de la importancia de levitar. Bailar y lograr levitar todos los días, pues es importante eso de intentar mantener el equilibrio pese a lo difícil que es tener nuestro lugar…


Pero ella no era otra…




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