sábado, 30 de agosto de 2014

La foto



Aun guardo esa foto ¿No la recuerdas? Sí, esa en la que tú estás mirándome anonadada y yo te sujeto por la cintura ¿Te acuerdas ahora? No hace tanto… ¿O sí?

Muchos dicen que no eras la más guapa pero a mí me atraías. ¡Cuántas veces nos hemos pateado Madrid! Aun, cuando paso por el Intercambiador de Moncloa, veo escuetamente aquella cafetería. Aún recuerdo el ruido hueco de la gente y las tazas y como llorabas en silencio cerca de mí. No sabes cuantas veces he lamentado que te sintieras así.

Si te sirve de algo, aún recuerdo como sabían tus labios y resuena en mi cabeza tu voz musitándome Eres un cobarde. No te atreves a buscar una habitación y a que lo hagamos. Cobarde.
Y no era cobardía, era un vano respeto a ti. Un saber esperar y disfrutar el viaje. La meta estaba si uno la quiere, pero hoy muchos parecen olvidar el viaje.

Observo la foto y aun creo que estoy recibiendo esa mirada oscura, brillante, pulida, bella, inocente… Tu mirada. No me mirabas a mí. Intentabas mirar en mí.
Aun no sé porque me abrazabas y me decías que detestabas no estar a mi altura. ¡Dios del Cielo! ¡Hasta descalza llegabas a mi altura! ¿No lo veías? Con esa mirada tuya, ¿no eras conocedora de lo asustado que estaba? ¿De cómo me sudaban las manos? Me parecía tan obvio.

Y esa gran sonrisa que gastabas entonces dio paso a los ojos rojos de llorar, a la mueca de dolor, a la rabia descontrolada…

-¡Tú no quieres a nadie! ¡Me has utilizado! ¡Daba la vida por ti, cabrón! ¡Te quería y tú me has utilizado!

Y yo no quise ni pude reaccionar. Me gustabas. Eso no lo podía negar. Me gustabas aunque no estuviera enamorado de ti. Por eso llorabas tantas veces delante de mí. Pocas veces reías conmigo. Sonreír siempre lo hacías.

Llegamos a un punto muerto. Sentías que te había utilizado y yo me sentía difamado, dolido, asqueado por no sentirme como tú.

Y hoy me paro en tu mano que, como muchas veces, toma la mía. Te mofabas de las chicas que habían quedado conmigo y no me volvían a llamar. Pensaba y aun pienso que el problema era yo. Podía echar balones fuera pero cuando te vi ahogar los gritos de rabia, con los ojos enjuagados en lágrimas, me convencí.

Tú te ilusionabas cuando yo lo hacía y tardé en entender que solo querías verme sonreír y que por fin me diera cuenta que eras la mujer de mi vida. No lo eras. No lo ibas a ser y, aunque me lo negase, nunca pasaría nada distinto a lo que al final sucedió.

Si tumbase la foto que tengo en un marco, en mi estantería, dejaría de ver tu mirada anonadada y mi sonrisa forzada, pero seguiría oyendo tu voz susurrando que te llevase a la cama, vería tu rabia, tu llanto, tu suave y menuda mano entrelazando los dedos con la mía, tus intenciones… y lamento aun el daño que te hice pues nadie lo merece. Aun con todo y eso, no puedo ni sé entender tu dolor hoy, solo puedo entender que tengo esa foto que tal vez recuerdes. Eso y que no pude ni supe cambiar lo que al final nos pasó.

Solo perdóname.   

martes, 19 de agosto de 2014

Y que ahora no pueda escribir…

El cuarto en tenue penumbra. Echo la cabeza atrás y me reclino en mi silla. Miro el techo y desde esa posición contemplo el cuarto. Es un curioso lugar para escribir, con muebles que simulan un camarote. Muebles de color cálido, de marrón pardo, con libros dejados en los estantes… No tengo yo uno de esos estudios que tanto me gustaría y que siempre se dicen que posee un buen escritor.
No es como aquel  despacho que visité trabajando como informático/ chico de los recados. Ese despacho en el piso en plena calle Princesa, con portero de esos que a la noche sacan los cubos de basura con paso pausado y ascensor viejo y elegante.

-Es el despacho de un cardiólogo.-Me explicó Pepón, aquel conductor de autobuses convertido en repartidor para la empresa.- Y es un cardiólogo de los buenos, con consulta en Arturo Soria.

No. Yo no tengo uno de esos despachos, pero al menos no es como el de otra gente que tiene esos muebles blancos que hacen que te sientas en una consultora. Si a ellos les sirve…

Debería escribir algo, pero de un tiempo a esta parte, no escribo nada y lo achaco al calor, pero no sé hasta qué punto es verdad.

Tengo desgana y parece que no llego a empatizar con nadie. Sin ir más lejos, ayer visité a mi amigo Héctor. Me contó que hoy venían unos amigos de Barcelona a estar con él y con su novia. Lo decía con cierta pesadez, como con la sensación de que aquello era un incordio ¿De verdad era feliz así? ¿Acatando las cosas que no le placen? Dice que se casará pronto y el pronto dio paso al año, y luego ese año a otro… Y también lo dice con pesadez.

Apuro el vaso de refresco y me pongo frente al cuaderno pues hoy no me apetece ni usar el PC.
Me paro ante la hoja en blanco y resoplo. ¿Y se me rompió la imaginación? Imposible.

Siempre que no sé qué escribir y me da por pensar que hay veces que parece que ni siento ni padezco, recuerdo a mi compañero David, quien busca el no sentir para escribir con objetividad. Lee, lee y lee pesados tomos y parece que esté buscando el modo de no sentir nada al escribir. Solamente exactitudes, solamente verdades… ¡Escribir no es decir la verdad! ¡Escribir es relatar, es crear! Si uno crea sin sentir nada lo que hace es tratados huecos sobre como se ve la calle en agosto a las siete de la tarde en un pueblecito donde a nadie se le ha perdido nada.

Creo que las musas están de cañas hoy. Seguro que es eso.

Cuando pasa eso, también divago. Miro a un punto y, de pronto, estoy en algún lugar del pasado próximo o lejano. Hay veces que recuerdo el viaje en tren de hace dos días a Getafe. Una hora y media de viaje para ver ancianos pasear y encontrarse con sus nietos, o los policías que vigilan el paseo peatonal con `paraguas a modo de techo.

Y vuelvo a mi cuarto y ya no oigo, en mi recuerdo, las risas animadas de los niños ni los gritos de la gente.

La última vez que me animé a escribir en un cuaderno  fue por consejo médico.

-Deberías escribir tu día a día. Me vendría bien ver lo que piensas y sientes.

A las dos páginas, el psicólogo deshecho esa medida y dijo que todos mis males eran culpa mía.

¿De verdad no comprendió nada? ¿Tan mal escribía entonces?

Siempre hay alguien que no te comprende y que ve el mal en todo gesto. Siempre hay quien se viste de blanca armadura y no se llega a percatar que el blanco termina por ensuciarse, por eso es blanco.

Luces y sombras. Luces y sombras en cada personaje. Esa es una de mis claves al escribir. Puedo crear personajes y darles forma, pero si ni ellos saben que me quieren contar ni yo a ellos…

Hace poco escribía hojas y más hojas. Me levantaba con ganas de escribir temprano, aunque solo fuera para escribir bobadas… y que ahora no pueda escribir…

Seguro que muchos de mis iguales escriben todos los días y muchas de sus páginas y cuartillas están salpicadas de reflexiones tan interesantes, tan eruditas, tan bellas… y que ahora no pueda escribir…

No os muestro mis páginas, pues os llegaríais a enamorar.

Me digo que esa frase es obra de la edad, como la de Yo sé que viviré de la literatura. Yo a esas edades era igual que ellos. Creía, al principio, que lo que yo hacía podía hacerlo cualquiera, pero luego pensé que cuando escribía creaba arte. Ni lo uno ni lo otro son cierto. Escribo porque algo me lo exige. Yo por los demás no lo hago, pero si gusta, bien está.

…os llegaríais a enamorar.

¡Ojala! El amor instantáneo es lo que es. Hoy sí, mañana puede, la semana siguiente no sé y el mes que viene, nada de nada. Muchos parecen no entender que Siempre se va y que Te quiero y eres mi alma gemela lleva años de forjado. Mañana aquella persona que estaba sentada en el césped, o montando una tienda de campaña o tomando un tren para visitarte y darse un baño en tu piscina puede volver a ser un extraño… y no pasa nada porque así sea. Los amores instantáneos, instantáneamente se disuelven.

Y que ahora no pueda escribir…

No sería mala idea quitarme el tedio dándome un paseo. Sí, pasear, caminar sin prisa y con cierto rumbo esbozado a lápiz en mi mente. Tal vez a la noche pueda escribir… ¿a quién quiero engañar? No tengo ganas de escribir ni de contar nada. Ya conozco todos mis trucos y por mucho que ponga un cuaderno, no logro escribir porque nada interesante pasa en agosto, a las siete de la tarde, en un pueblecito donde a nadie se le ha perdido nada.
Lo mejor es hacer como mis musas y marcharme de cañas (o de refrescos, que el alcohol y yo no somos viejos amigos y no me interesa a estas alturas que lo seamos)


Y que ahora no pueda escribir…