domingo, 2 de noviembre de 2014

Un recuerdo


Me ronda un recuerdo borroso. Es como un par de fotogramas donde las caras están confusas. Sé que estuve en esa escena, no es ajena a mí y me preocupa el que no pueda recordar esto como me pasa con todo lo importante. De pronto, me asalta esta escena vista desde detrás de una mampara.

Soy capaz de recordar el primer jardín que tuve y el olor de las rosas en una infancia donde el techo era de parras, conviviendo a cuatro pasos con una calle donde uno podía tomar esos magníficos autobuses rojos. Subiendo por aquella calle estaban las grises y frías calles que llevan a un colegio de monjas donde mi madre me dejaba a aprender a pintar, escribir y leer. ¿No lo sabéis? La a era una reina y su esposo era la u, cuyos hijos eran el príncipe e, la llorona princesa i y la simpática princesa o.

Soy capaz de recordar a un niño delgado con una gorra con la visera subida y una sonrisa pícara que preguntó si quería salir a jugar con él y el sabor de los refrescos sin burbujas y los bocadillos bien hechos y de tardes donde rara vez dejaba de brillar el sol mientras la gente cantaba canciones de Pop español. Madrugaba entonces y me lamentaba de que la tarde estuviera tan lejos de las seis de la mañana. ¿Cómo se llamaban mis compañeros? Daniel, Javier, Raquel, Federico, Alberto, Sandra, Marta, Silvia, Luis, Marina… ¡Cuantas chicas tenía yo en clase!

Soy capaz de recordar el trayecto de una excursión metropolitana, ya fuera a una gran superficie o al cine y las imágenes de aquellas películas que no importaba las veces que viera. En un cajón de mi cuarto tenía el primer álbum que leí de Mafalda y no lo entendí hasta pasados los años. Nadé en una piscina pública de una urbanización. Nunca era tarde o eso me quiero decir. ¿Qué te parece? Viajé a Estados Unidos cuando era un niño y no sé si volvería a repetirlo.

Soy capaz de recordar el nombre de cada chica que me robó un trocito del corazón y oír cada frase que fue casi una pedrada en plena cabeza mientras creo mentalmente una galería de la fama de paredes de luz apagada. No volví a verme nunca en un escenario teatral como en esos momentos y sin embargo le debo tanto a un hombre con chalecos de vestir y cabello color humo y como humo se fue pronto. ¿Quién me lo iba a decir? De no saber hacer bien un simple dictado a empezar a gatear a la hora de crear historias y escenas.

Soy capaz de recordar momentos terribles, graciosos, de pérdidas que dejan cicatriz y el suave cosquilleo de unos labios, de una caricia, de una mano que encaja en otra. Tuve ilusiones que fueron como el hielo en un día de verano y di pasos en la soledad de la multitud. Hay tantas despedidas sordas que me da un poco igual si vuelvo a ver a cada persona que alguna vez recuerdo. ¿Cuál era el detonante? El recuerdo borroso… sí.

Soy capaz de recordar un recuerdo para ese recuerdo, y sé que tal vez mañana mi cerebro deseche la molesta sensación que hoy tuve como sé que recordaré el día que conoceré a mi esposa, a la que va a ser la mejor amiga de mi hija mayor, el número de mi despacho, a qué hora saldrá el avión que me lleve por primera vez a Argentina…

Posiblemente si no tuviera tanto corazón sería muy fácil olvidar todo, el jardín, las letras monárquicas, el muchacho delgado con gorra, los compañeros, Estados Unidos, las chicas con un trocito de mi corazón, el escenario… ¿Y Por qué tanto problema? Si ese recuerdo está borroso, por algo será.