sábado, 30 de noviembre de 2013

Y tú me preguntaste...



Me asaltas con una pregunta que me pilla fuera de situación
No sé exactamente  cuánto tiempo estuve mirando la ventana
Ausente de lo que para mí es únicamente simple quimera.

Bucles oscuros que mejor que el viejo oro bruñido te coronan
Grandes ojos que son pozos pardos del candor de la mañana
Pecas que enmarcan tu nítida sonrisa, luna de esa constelación.

No te importa mi actitud y no paras de hablarme sin dilación
¿Qué si yo te aprecio? ¿Es esa la pregunta que te desvela?   
Confieso que sonrío por no reír ante tu destello de ingenuidad.

Mi mente cruza las brumas de recuerdos que siempre manan
Si supieras que antes de ti vivía en una masa tan inhumana
Que mi generación se marchó dejándome atrás en la estación

Te atreviste a musitarme con ternura y con mucha piedad
Sin haberte dicho que aunque no fueras de todas la primera
Eras mejor que las que con las garras el ánimo me surcaron.

Pude responder como era lo habitual para el resto de la ciudad
No obstante te abracé en silencio y me dejé de tanta composición
Y entendiste que nada que sonsacases haría que te desmereciera.                

jueves, 21 de noviembre de 2013

La niña que se disfrazó de dinosaurio



Dios o quien estuviera al cargo de esos asuntos, me otorgó muchas cosas buenas, pero hay dos que me colman en muchos sentidos.

La primera fue una mujer que quería con todo mi ser y que, encima, ella me quisiera como yo era. Una mujer que me hiciera poder levantarme de la cama sabiendo que alguien soportase ecuánimemente cada bobada que se me pasaba por la cabeza.

La segunda fue que me diera a la segunda mujer que quería por ser solo ella. Cabello color trigo, ojos glaucos e inquietos, nariz respingona y pequeña, sonrisa enorme que le comía muchas veces su redonda carita. Decidimos llamarla Sarah, con h al final en honor de una de mis películas favoritas.

A los cuatro años, mi inteligente y bonita hija, tenía como costumbre bailar moviendo el culete cuando oía música, quería que la levantase e hiciera como si volase y se muriera de risa cada vez que pusiera voces distintas a los personajes de los cuentos que le leía.
Muchos dirán que no saben quién de los dos disfrutaba más de esas cosas.

A los seis años, dejó de bailar a cada hilo musical o canción que los anuncios de televisión soltaban, ya me cansaba de levantarla aunque lo hacía cada vez que ella me lo pedía y seguía riéndose con las voces que ponía a cada personaje de los cuentos, pero, además, se vistió de Dinosaurio.

En un paseo con mi mujer y mi hija, la pequeña Sarah se paró frente a un escaparate de una pequeña tienda de paredes azules, de cartel discreto y de luminosidad relativa. Se paró enfrente de ese escaparate y la curiosidad nos hizo detenernos a ver que era aquello que hizo que la pequeña soltase un gritito muy suyo de alegría.

Un disfraz de dinosaurio, verde oliva con unos parchecitos de color naranja claro a modo de manchitas, con una pequeña cola surcada por una crestita de color verde manzana que llegaba hasta esa capucha que simulaba la cabeza de aquel reptil extinguido, con unos ojos grandes de trapo.

Nunca pensé que el primer disfraz que le compraría a Sarah sería el de un animal prehistórico, más bien pensé que sería el de hada, el de princesa o incluso el de brujita, pero... ¿De Dinosaurio? Nunca lo hubiera adivinado. No.

Ni creo tampoco que pueda entender esa obsesión que todos los niños hemos tenido con los disfraces, o si lo entendí, lo olvidé en el mismo momento en que guardé mis juguetes en un baúl.

Sarah se ponía ese disfraz cada día. Estaba la mar de graciosa con él, imitando lo que en su inocente e imaginativa lógica era el andar de un tiranosaurio, rugiendo de ese modo tan tierno, acechándonos a su madre y a mí en los marcos de las puertas o en las esquinas de los cuartos ¿Se lo pueden imaginar? Espero que sí.

Nunca se lo quería quitar y era una odisea convencerla para que lo hiciera para lavarlo o para que fuera a clase y no llevase esas ropas, y cuando lo lavábamos, estaba sentada frente a la lavadora como muchos niños lo estarían frente la televisión.

-Estoy esperando a que termine.-Explicaba cuando iba a la cocina a por un refresco o a por otra cosa.

Y cuando no quisimos que se lo llevase a clase… ¡Ay, ya me hubiera gustado ver a otros en nuestro lugar! Era eso una lucha tremenda para hacerla ver que no podía y no debía llevárselo.

Hasta el día que nos dijimos que por ir al parque un día con el disfraz no importa.

Cuando accedimos, Sarah fue la niña más feliz del mundo. Pegaba brinquitos hasta llegar al parque. Allí había otros padres con sus hijos que nos miraban extrañados y algunos de esos críos se reían de mi hija.

Sarah volvió a casa de mi mano, pensativa y tras eso.

-¿Te pasa algo?
-No, solo que… me dan pena los niños del parque.
-¿Y eso?
-Se veía que tenían envidia por no tener un disfraz tan bonito como el mío.

¿Cómo era posible? ¿Dónde quedaba muchas veces la maldad de mi hija? ¿Era yo así a su edad? ¿Lo fue en algún momento mi mujer?

Pero hubo un día que, como a todos nos pasa, las cosas en nuestra vida tienen un momento y un lugar, y con Sarah y su disfraz de dinosaurio pasó.  

-¡Mira, corazón!-Le mostró mi esposa el traje.-Ya he lavado tu disfraz. Ahora ya puedes volver a ponértelo.
-No, mamá. Guárdalo.
-¿Y eso?-Me interesé yo.
-Pues… porque me queda incómodo.
-Bueno, cariño, te lo arreglamos.
-No, gracias.

Ninguno insistió más.

Colgamos en una percha de plástico blanco el disfraz de dinosaurio verde oliva con unos parchecitos de color naranja claro a modo de manchitas, con una pequeña cola surcada por una crestita de color verde manzana que llegaba hasta esa capucha que simulaba la cabeza con ojos grandes de trapo. Y ahí se quedó.

Pasaron los seis años de Sarah, luego los siete y nació Julia, de cabello oscuro, ojos color miel, sonrisa impertérrita; más tarde los ocho, luego los nueve y… el disfraz ahí se quedó colgado.

Curiosamente Sarah no volvió a disfrazarse más. Julia sí. Julia más tarde tuvo un disfraz de hada, como yo esperaba, de gatito negro y de pirata con parche y todo.

-¡Mirad!-Exclamó Sarah aquel día que hacía limpieza de su armario con mi mujer y conmigo. Ahí estaba. El disfraz en su percha.
-¿Qué es eso?-Preguntó Julia con ojos golositos.
-Esto es el mejor disfraz que nunca tuve.
-Nunca te lo quitabas.-Recordó mi esposa.
-Me daría pena deshacerme de él, pero ya no me vale.

Ese traje verde y que me resistía a comprarle a mi hija mayor fue la mejor lección que pudimos tener sobre que muchas veces, ser único, ser uno mismo,  tener valor para serlo, no era fácil.

Recuerdo bien como un compañero de mi colegio vino a clase disfrazado de Superman durante una semana. No entendíamos bien el motivo, pero nos pareció extraño… y creo que cuando ya fui más mayor lo llegué a entender. No era un disfraz, no era una capa con una S mal cosida, no era un pijama de un verde celeste y unos fingidos calzones de felpa roja. Era un escudo, un modo de poder hacer lo que de otro modo no se podía. Era crecer y afrontar que no se tiene siempre que ser una persona gris en un mundo que muchas veces asustaba.

Parecía lejano el momento aquel en que yo vi la película de Drácula con Bela Lugosi y tenía miedo. Hoy la veo y me burlo de lo melodramática y sobreactuada que era la interpretación de ese actor húngaro, pero entonces, con cinco años, esa mirada de Drácula era terrible y aterradora. Y para sentirme seguro yo no recurría un  disfraz, recurría al oso de peluche al que mi madre le hizo un jersey granate de punto. Recurría a un talismán para tener momentáneamente el valor que a tan tierna edad no se tenía, y que todos debíamos desarrollar al paso de los años.

-Quédatelo.-Solté a mi hija.-Guárdalo de nuevo en tu armario y cuando lo veas, acuérdate de lo mucho que te gustaba.

Ella asintió con una gran sonrisa y el disfraz de esa niña que esperaba a que terminase la lavadora, que andaba como debía hacerlo un tiranosaurio, que rugía de ese modo tan tierno y que daba brinquitos hasta el parque, volvió a su hogar.

Creo recordar que aún sigue ahí, y me alegra que así sea, porque no todos pueden tener un disfraz de dinosaurio tan bonito.