miércoles, 28 de mayo de 2014

Tres ideas que escapan



De mi mente salieron tres ideas que me encantan
pero escapan, se pierden, se esfuman, se van
Le grito a la que más me hace falta, otra canta,
la última no debió ser ni siquiera inventada.

Siluetas a la que les vienen las historias anchas.
Manchas en mi estampa que no son ya nada más.
Letras que no fueron ni ilusorias ni trazadas.

Aquí siempre es domingo y pienso en lo mismo
Escuchando las calles que musitan sus doctrinas
Soplan aires que afilan los pinceles de artistas
que tienen excursiones por los bordes del abismo

Pintar a todos y a nadie, ensayos de quimeras
Preparar las pieles que cambiar por plumas
Rebelar el miedo que está en mi resaca de tristezas.

Todo el mundo escucha antes a los muertos
que a aquel que busca las ideas y  palabras
en las estampas de nubes que nunca escapan
¿Por qué te escondes tan blanca en mis escritos?  

miércoles, 21 de mayo de 2014

El cuento infantil, Calleja, las adaptaciones y yo



 No creo que pueda considerarse, de modo ciertamente despectivo, literatura infantil al cuento, puesto que en su origen nunca estuvo enfocada exclusivamente a los niños. Sus lazos se unen a los grandes temas de la literatura universal y a su pensamiento mítico. Cierto es que la lectura del cuento puede fomentar en la juventud el hábito de la lectura e invitar a proseguir con él, pero me temo que la cuestión está mal planteado desde la propia raíz.

Es un error, a muchos niveles, pensar que los cuentos fantásticos son cosas de niños, al igual que considerar que porque en la etapa que siguió a la Segunda Guerra Mundial, el comic en EEUU enfocaba temas más superfluos que antes,  ya era cosas de niños. La raíz de este hecho, del que los comics en EEUU se volvieran tan infantiles, parte del estudio del doctor en psiquiatría Fredric Wertham sobre el fenómeno de la delincuencia juvenil en EEUU. Todos esos jóvenes delincuentes leían o habían leído comics en su infancia, luego eran esos comics los causantes de esas actitudes, obligando a que se instaurará un código que regulase los contenidos de los comics que terminara por  hacerlos más manidos e infantiloides.

A otro nivel, se puede ver que en sus orígenes, el cuento tradicional que recogieron figuras como Charles Perrault o los hermanos Grimm, nos mostraba un aspecto nada amable del ser humano. Tal vez existan pocos que sepan que el cuento piel de asno (Peau d'Âne) escondía en su origen un incesto, o que el terrible ogro de Pulgarcito (Daumesdick) devoró por error a sus hijas creyéndolas los niños que eran Pulgarcito y sus hermanos. El cuento tradicional daba una lección a los niños sobre lo que debían o no hacer en el día a día, creándoles, en ocasiones, algo de miedo para endurecer su ánimo y, posiblemente, su corazón.

No es descabellado apuntar que muchas de las arreglos que  muchos hemos conocido de lo que Perrault, los Hermanos Grimm, Christian Andersen y otros realizaron, se suavizaron para adaptarse a los tiempos que, como Cervantes bien dijo, mutan las cosas.

Hoy día los padres verían terrible y censurable que a sus hijos se les pueda hablar de un lobo que devora a una niña desobediente sin posibilidad de la redención en forma de un simpático leñador (¿O era cazador?) que no tenía nada que hacer entre la merienda y la cena,  y rescataba a la niña y a su pobre abuela, cuyo único pecado era ser confiada con un extraño.

No entienda nadie en mis palabras que estoy en contra de las adaptaciones de los cuentos de estos grandes escritores que recorrieron diversos lugares preguntando a los lugareños que cuentos conocían. Al contrario, yo crecí como muchos otros niños devorando muchas de esas adaptaciones y memorizando cada dibujo e ilustración que los acompañaban, y hoy día, admiro a aquellos que hacen fácil la difusión de estos cuentos que otros recopilaron. Al fin y al cabo, ¿Cómo se distribuía el saber en nuestro país hasta hace muy poco? Con la adaptación y difusión de dichos saberes para ser útiles en el día al día. ¿Cuántos pastores habrán aprendido que no deben fiarse de los lobos? ¿Cuántas niñitas habrán comprendido que no es bueno dejarse convencer por desconocidos? ¿Cuántos muchachos inquietos habrán vislumbrado que no es una buena idea ir solos a los bosques que poco o nada conocen?

En ese lugar podemos ver a Saturnino Calleja, hombre que tuvo la importancia y el éxito en su labor en la publicación de grandes tiradas de los libros y cuentos con poco margen de beneficio, con los que abarató mucho los precios, así como en la abundancia de ilustraciones de los mejores artistas, con lo que logró unos cuentos atractivos y al alcance de los bolsillos de aquellos que tenían menor poder adquisitivo, acostumbrando a leer a varias generaciones de niños.

Mas, no nos engañemos ninguno, este último hecho lo debió ver Calleja en las ediciones que se hicieron de los cuentos de C. Perrault, acompañados por los inquietante grabados que hiciera Gustave Doré, aunque esto solo es una conjetura.

¿Era Calleja el Perrault, C. Andersen o el Grimm de nuestro país? Obviamente, Saturnino Calleja está más cerca, si se me permite, de la figura de Wilhelm y Jacob Grimm, pues con ellos comparte su amor por el saber enfocado a los niños. Calleja editaba historias de España, diccionarios y libros para uso escolar, años después de que los dos hermanos alemanes  fueron célebres también por su Diccionario alemán, su Gramática alemana y su  Mitología alemana.

Al igual que los autores arriba mencionados, Saturnino Calleja realizó cuentos de su puño y letra y fomentó a otros los hicieran, llegando al punto en el que se viera la influencia por la tradición anterior y los autores de otros países y épocas, haciendo que en un país como el nuestro, atrasado a la hora de mirar al exterior y por ello desconocedores de muchos prismas culturales, pudiera acceder a un imaginario común con culturas dispares a la nuestra haciéndolo de modo que lo que allí se nos muestra no sea nada ajeno a nuestra cultura y costumbres, con lo que fue más fácil la aceptación y sirvió como precedente para que nacieran otras colecciones de cuentos y para que los conocimientos sobre literatura universal se asentaran en diversas generaciones.

Ejemplo de esto último sería lo que Fernando Savater expone en su artículo la evasión del narrador, donde con claridad y cariño habla del modo en que las lecturas de la juventud marcan la visión de las personas, creándose lazos afectivos con dichas lecturas

No obstante, si algo malo se le puede achacar a la labor de Calleja es la de haber creado, él y otros editores, una imagen errónea de diversas obras cuya intención estaba, y aun está, alejada sobremanera del ámbito infantil.

Como bien explica Carlos Díaz Maroto a la hora de hablar del contexto de muchas de las películas que realizara Ray Harryhausen, técnico en efectos especiales y productor cinematográfico estadounidense, a la hora de hablar de los viajes de Gulliver, no se ha hecho justicia a la mayor obra de Jonathan Swift en nuestro país:

Los viajes de Gulliver (Gulliver’s Travels, 1726) es una novela de Jonathan Swift […] muy conocida por todo el mundo, pero que pocos habrán leído, y menos aún en su versión original sin manipular. Se trata de una sátira social en forma de fábula aventurera, que parodia la novela de viajes […], pero que es popular sobre todo por sus versiones infantilizadas, en muchos casos separando como historias independientes dos de los capítulos del libro, “Gulliver en Lilliput” y “Gulliver en el país de los gigantes”, obviando el resto.

Obviamente, la intención de J. Swift al escribir su obra no era ser interpretado para disfrute de los niños, no obstante la clave se da en fábula aventurera. A fin de cuentas, una de las normas por las que se rigen muchos de los cuentos y fábulas, desde la época de las 1001 noches con los relatos de Simbad u Homero y su Odisea, está en el viaje o peregrinaje del héroe, que en la cultura clásica entraña una tragedia y que muchas veces es así en los cuentos de Perrault o los hermanos Grimm.[1]

Es posible que el hecho de ver como cosas fantasiosas las obras de aquellos autores que recrean un universo poco veraz en busca de crear un fin más intelectual del que se les atribuye a primera vista, parta del tremendo extravío que se tiene a la hora de ligar la imaginación no la niñez y la juventud.
El ser humano se mueve gracias a la imaginación y la creatividad se alimenta de ella. Es el juguete que no se debe abandonar en un rincón pues nos sirve para combatir el tedio de la normalidad. El hecho de que alguien censure que un adulto lea Peter Pan de J. M Barrie o Alicia en el país de las maravillas de L. Carroll es tan descabellado como obligar a un niño a leerse el Quijote, puesto que el chaval aun no aprecia del todo la ironía y el sentido que posee la gran novela española. Se debe educar a ese niño para que pueda lograrlo.   

Eso llevaría a otra clave que se olvida siempre a la hora de moverse en el terreno de los cuentos infantiles, y es la de nunca considerar a los niños como seres inferiores. Este hecho es el que motivó a Roald Dahl, novelista y autor británico de cuentos, a defender su trabajo literario argumentando que la sociedad de finales de Siglo XX infravaloraba la inteligencia de los niños y que estos debían ser considerados como seres pensantes e inteligente que aun están en desarrollo. Al igual que él, en esa corriente estuvo también Mary Norton, compatriota de Dahl y autora de la serie de novelas de los Incursores (the Borrowers)

A mi juicio, Saturnino Calleja tuvo un parecer muy cercano al de Dahl y Norton, puesto que los cuentos que se intuye que son obra suya, reflejan una consciencia y una fe en el desarrollo correcto y equilibrado del intelecto los niños, no parece errado afirmar que  les llegó a considerar capaces de comprender la moraleja y la lección detrás de sus amenos relatos.

Por tanto, debe considerarse que el papel del cuento en la infancia es vital, aunque puede que esté sustentado en pilares erróneos que llevan a hacer pensar que es un género menor dentro de un, ya por si, género no tan bien visto cómo sería la novela, y que este cuento le debe mucho a la figura de Saturnino Calleja.  





[1] En el caso de H.C. Andersen, esa tragedia es mitigada en muchos cuentos creando un sabor  agridulce al final de la historia, como así se puede ver en la sirenita (Den lille Havfrue; literalmente: la muchacha del mar) o en el soldadito de plomo(Den standhaftige Tinsoldat)