No creo que
pueda considerarse, de modo ciertamente despectivo, literatura infantil al
cuento, puesto que en su origen nunca estuvo
enfocada exclusivamente a los niños. Sus lazos se unen a los grandes temas de
la literatura universal y a su pensamiento mítico. Cierto es que la lectura del
cuento puede fomentar en la juventud el hábito de la lectura e invitar a proseguir
con él, pero me temo que la cuestión está mal planteado desde la propia raíz.
Es un error, a
muchos niveles, pensar que los cuentos fantásticos son cosas de niños, al igual
que considerar que porque en la etapa que siguió a la Segunda Guerra Mundial,
el comic en EEUU enfocaba temas más superfluos
que antes, ya era cosas de
niños. La raíz de este hecho, del que los comics en EEUU se volvieran tan
infantiles, parte del estudio del doctor en psiquiatría Fredric Wertham sobre
el fenómeno de la delincuencia juvenil en EEUU. Todos esos jóvenes delincuentes
leían o habían leído comics en su infancia, luego eran esos comics los
causantes de esas actitudes, obligando a que se instaurará un código que regulase
los contenidos de los comics que terminara por
hacerlos más manidos e infantiloides.
A otro nivel,
se puede ver que en sus orígenes, el cuento tradicional que recogieron figuras
como Charles Perrault o los hermanos Grimm, nos mostraba un aspecto nada amable
del ser humano. Tal vez existan pocos que sepan que el cuento piel de asno (Peau d'Âne) escondía en su origen un incesto, o que el terrible
ogro de Pulgarcito (Daumesdick)
devoró por error a sus hijas creyéndolas los niños que eran Pulgarcito y sus
hermanos. El cuento tradicional daba una lección a los niños sobre lo que
debían o no hacer en el día a día, creándoles, en ocasiones, algo de miedo para
endurecer su ánimo y, posiblemente, su corazón.
No es
descabellado apuntar que muchas de las arreglos que muchos hemos conocido de lo que Perrault, los
Hermanos Grimm, Christian Andersen y otros realizaron, se suavizaron para
adaptarse a los tiempos que, como Cervantes bien dijo, mutan las cosas.
Hoy día los
padres verían terrible y censurable que a sus hijos se les pueda hablar de un
lobo que devora a una niña desobediente sin posibilidad de la redención en
forma de un simpático leñador (¿O era cazador?) que no tenía nada que hacer
entre la merienda y la cena, y rescataba
a la niña y a su pobre abuela, cuyo único pecado era ser confiada con un
extraño.
No entienda
nadie en mis palabras que estoy en contra de las adaptaciones de los cuentos de
estos grandes escritores que recorrieron diversos lugares preguntando a los
lugareños que cuentos conocían. Al contrario, yo crecí como muchos otros niños
devorando muchas de esas adaptaciones y memorizando cada dibujo e ilustración que
los acompañaban, y hoy día, admiro a aquellos que hacen fácil la difusión de
estos cuentos que otros recopilaron. Al fin y al cabo, ¿Cómo se distribuía el
saber en nuestro país hasta hace muy poco? Con la adaptación y difusión de
dichos saberes para ser útiles en el día al día. ¿Cuántos pastores habrán
aprendido que no deben fiarse de los lobos? ¿Cuántas niñitas habrán comprendido
que no es bueno dejarse convencer por desconocidos? ¿Cuántos muchachos
inquietos habrán vislumbrado que no es una buena idea ir solos a los bosques
que poco o nada conocen?
En ese lugar
podemos ver a Saturnino Calleja, hombre que tuvo la importancia y el éxito en
su labor en la publicación de grandes tiradas de los libros y cuentos con poco
margen de beneficio, con los que abarató mucho los precios, así como en la
abundancia de ilustraciones de los mejores artistas, con lo que logró unos
cuentos atractivos y al alcance de los bolsillos de aquellos que tenían menor
poder adquisitivo, acostumbrando a leer a varias generaciones de niños.
Mas, no nos
engañemos ninguno, este último hecho lo debió ver Calleja en las ediciones que
se hicieron de los cuentos de C. Perrault, acompañados por los inquietante
grabados que hiciera Gustave Doré, aunque esto solo es una conjetura.
¿Era Calleja el
Perrault, C. Andersen o el Grimm de nuestro país? Obviamente, Saturnino Calleja
está más cerca, si se me permite, de la figura de Wilhelm y Jacob Grimm, pues
con ellos comparte su amor por el saber enfocado a los niños. Calleja editaba
historias de España, diccionarios y libros para uso escolar, años después de
que los dos hermanos alemanes fueron
célebres también por su Diccionario alemán, su Gramática alemana y su Mitología alemana.
Al igual que
los autores arriba mencionados, Saturnino Calleja realizó cuentos de su puño y
letra y fomentó a otros los hicieran, llegando al punto en el que se viera la
influencia por la tradición anterior y los autores de otros países y épocas,
haciendo que en un país como el nuestro, atrasado a la hora de mirar al
exterior y por ello desconocedores de muchos prismas culturales, pudiera
acceder a un imaginario común con culturas dispares a la nuestra haciéndolo de
modo que lo que allí se nos muestra no sea nada ajeno a nuestra cultura y
costumbres, con lo que fue más fácil la aceptación y sirvió como precedente
para que nacieran otras colecciones de cuentos y para que los conocimientos
sobre literatura universal se asentaran en diversas generaciones.
Ejemplo de
esto último sería lo que Fernando Savater expone en su artículo la evasión del narrador, donde con
claridad y cariño habla del modo en que las lecturas de la juventud marcan la
visión de las personas, creándose lazos afectivos con dichas lecturas
No obstante,
si algo malo se le puede achacar a la labor de Calleja es la de haber creado,
él y otros editores, una imagen errónea de diversas obras cuya intención
estaba, y aun está, alejada sobremanera del ámbito infantil.
Como bien explica
Carlos Díaz Maroto a la hora de hablar del contexto de muchas de las películas
que realizara Ray Harryhausen, técnico en efectos especiales y productor
cinematográfico estadounidense, a la hora de hablar de los viajes de Gulliver, no se ha hecho justicia a la mayor obra de
Jonathan Swift en nuestro país:
Los
viajes de Gulliver (Gulliver’s Travels, 1726) es una novela de Jonathan Swift […] muy conocida por todo el mundo,
pero que pocos habrán leído, y menos aún en su versión original sin manipular.
Se trata de una sátira social en forma de fábula aventurera, que parodia la
novela de viajes […], pero que es popular sobre todo por sus versiones
infantilizadas, en muchos casos separando como historias independientes dos de
los capítulos del libro, “Gulliver en Lilliput” y “Gulliver en el país de los
gigantes”, obviando el resto.
Obviamente, la
intención de J. Swift al escribir su obra no era ser interpretado para disfrute
de los niños, no obstante la clave se da en fábula
aventurera. A fin de cuentas, una de las normas por las que se rigen muchos
de los cuentos y fábulas, desde la época de las
1001 noches con los relatos de Simbad u Homero y su Odisea, está en el viaje o peregrinaje del héroe, que en la cultura
clásica entraña una tragedia y que muchas veces es así en los cuentos de
Perrault o los hermanos Grimm.
Es posible que
el hecho de ver como cosas fantasiosas las obras de aquellos autores que
recrean un universo poco veraz en busca de crear un fin más intelectual del que
se les atribuye a primera vista, parta del tremendo extravío que se tiene a la
hora de ligar la imaginación no la niñez y la juventud.
El ser humano
se mueve gracias a la imaginación y la creatividad se alimenta de ella. Es el
juguete que no se debe abandonar en un rincón pues nos sirve para combatir el
tedio de la normalidad. El hecho de que alguien censure que un adulto lea Peter Pan de J. M Barrie o Alicia en el país de las maravillas de
L. Carroll es tan descabellado como obligar a un niño a leerse el Quijote, puesto que el chaval aun no
aprecia del todo la ironía y el sentido que posee la gran novela española. Se
debe educar a ese niño para que pueda lograrlo.
Eso llevaría a
otra clave que se olvida siempre a la hora de moverse en el terreno de los
cuentos infantiles, y es la de nunca considerar a los niños como seres
inferiores. Este hecho es el que motivó a Roald Dahl, novelista
y autor británico de cuentos, a defender su trabajo literario argumentando que
la sociedad de finales de Siglo XX infravaloraba la inteligencia de los niños y
que estos debían ser considerados como seres pensantes e inteligente que aun
están en desarrollo. Al igual que él, en esa corriente estuvo también Mary
Norton, compatriota de Dahl y autora de la serie de novelas de los Incursores (the Borrowers)
A mi juicio,
Saturnino Calleja tuvo un parecer muy cercano al de Dahl y Norton, puesto que
los cuentos que se intuye que son obra suya, reflejan una consciencia y una fe
en el desarrollo correcto y equilibrado del intelecto los niños, no parece
errado afirmar que les llegó a
considerar capaces de comprender la moraleja y la lección detrás de sus amenos
relatos.
Por tanto,
debe considerarse que el papel del cuento en la infancia es vital, aunque puede
que esté sustentado en pilares erróneos que llevan a hacer pensar que es un
género menor dentro de un, ya por si, género no tan bien visto cómo sería la
novela, y que este cuento le debe mucho a la figura de Saturnino
Calleja.