lunes, 15 de julio de 2013

Mi muy querida Humanidad


Mi muy querida Humanidad:

He de confesar que estoy empezando seriamente a dejar de creer en ti.  

Tal vez veas esta confesión como una rabieta de las que suelo tener, pero antes de escribir estas líneas he recapacitado mucho sobre nuestra situación y te puedo argumentar cada uno de los puntos que me han hecho sentirme como me siento.  

Para empezar, no confías en nadie, y piensas que todo el mundo quiere hacerte daño o si es amable y agradable contigo algo buscan.   

Es deber señalar también que el odio está muchas veces en ti, ese defecto tan feo que no te lleva a ningún lugar salvo a sentirte tú mal, y todo  porque uno dice azul y el otro rojo. ¿Dónde quedaba eso que me decías de respetar lo que los demás piensan y sienten? ¿O acaso eso sirve hoy día para ti?

Algo que me asombra de ti, Humanidad,  es con qué facilidad perviertes eso llamado amistad cuando amas locamente y le pones a esa amistad y a ese amor loco y sin medidas  el apelativo para siempre para, no mucho más tarde, despellejar a aquel que antes con tanto boato y pompa amabas como si fuera parte de ti mismo y en un cambio de jugada que de veras me desconcierta en ti.

No me olvido tampoco de las veces que has dicho defender a los demás de las injusticias que este mundo, que hemos cimentado con cariño y tesón, tiene sin remedio alguno, para luego no tener ni un ápice de piedad ni de tolerancia con aquellos que con el mismo esmero y pasión han luchado por ser sabios y porque el tiempo vuelven débiles, tú atacas y emponzoñas, cubierta además con las banderas e insignias de las minorías y de los supuestos desvalidos.
¡Por Dios santo! ¿Dónde está tu misericordia y tu piedad? ¿Dónde  guardabas aquella pasión por ser ecuánime y por respetar a los que te ganan en cosas como el saber o la edad?    

Sé que son tiempos difíciles los que ahora pasamos, Humanidad, pero te recuerdo que cuando tú y yo nos conocimos tampoco el mundo era perfecto y la vida nunca dejó de ser cruel, pero no perdiste los valores y sabías que ligadas a nuestras diversas libertades y derechos estaban nuestros deberes y obligaciones para que fuéramos mejores de lo que ayer éramos.

Y también te recuerdo que pese a todo, yo creí en ti, pero de un tiempo a esta parte es insoportable convivir así contigo y callarme ante todo lo que haces, al igual que tú nunca te has querido callar ante lo que te molesta y te duele. Y te juro que eso lo comprendo aunque no me oigas darte la razón o me ponga junto a otros a aplaudirte, pues siempre pediste de mí algo vital y es que te respetase y te ayudase cuando tropezabas. Lo he hecho y lo sigo haciendo pero te aseguro que últimamente veo que soy solo yo el que da y nunca soy el que recibe una caricia ni una palabra de aliento de tu parte. Si a eso le sumamos lo arriba dicho, entenderás que te escriba todo esto.

Espero que esta carta sea el último clavo del ataúd de nuestra relación, pues aunque estoy tremendamente dolido y durante estos últimos años esté algo más apático contigo, pues te reconozco que no estoy pasando uno de mis mejores momentos, cosa que no me parece que deba recordarte siempre, aunque creo que si ponemos de nuestra parte, podemos reflexionar y aprender de los errores, pues no llueve eternamente y tú mejor que nadie lo sabe.

Aun con todo eso, la verdad es que, al final de la historia, hoy no creo en ti.

Siempre tuyo:

Gonzalo Álvarez-Alija García