lunes, 28 de abril de 2014

En esta orilla



Pontevedra, 28 de Febrero de 2007

-Mi jefe estará muy contento con esta pieza de arte.-Indicó Casandra Llanos.

Era una mujer alta, espectacular, de formas sugerentes bajo su chaqueta color gris perla, su camisa blanca y su corbata roja, y su falda oscura y corta. Usaba medias y tacones negros.

Su cabello oscuro y ondulado caía por sus hombros, su mirada era don agujeros negros que devoraban cada detalle y sus labios finos y rosados no parecían esconder una sonrisa.

Sujetaba aquella llave dorada, grande y de estilo renacentista.

Inés Molina apuraba un cigarro y miraba a una gaviota que con su vuelo bailaba con el aire marítimo de aquel puerto.

-¿Y el resto de mi pasta?

Casandra entregó una bolsa de cuero marrón a la capitana Molina.

-Lo acordado más un pequeño extra. Mi jefe paga generosamente el trabajo hecho con eficacia. Y ahora, si me disculpa, tengo que tomar un avión a Madrid. Llevo un ritmo frenético de vida.
-Dígale a su patrón que es un gusto hacer negocios con él, pero… tengo una pregunta.
-Pregunte, capitana.
-Es la quinta vez que hago negocios con él y… siempre hago los tratos con usted… ¿puede saberse qué o quién es?

Por fin, Casandra dejó escapar esa sonrisa de sus labios. Sincera, amplía y algo irónica.

-Digamos que si le conociera, se llevaría muy bien con él. Ambos tienen intereses comunes.
-No me va a decir nada más, ¿Me equivoco?
-No se equivoca ni lo más mínimo. Si la necesitásemos sabemos cómo dar con usted.
-Nunca lo he dudado. Tenga buen viaje, señorita Llanos.

Madrid, 28 de Febrero de 2007

Anochecía cuando Casandra entró en el lujoso despacho de su jefe, de paredes blancas y un gran ventanal desde se veía casi todo Madrid en la zona oeste. La planta veintitrés de un gran edificio tenía esos pequeños placeres. Un cuadro de una mujer saltando al mar desnuda adornaba una de las paredes, justo a la derecha de un gran televisor de plasma. En el centro de la estancia había un gran sofá blanco de escay y una mesa de cristal con un mueble bar adosado a ella. En la zona este, al fondo, había una gran mesa de despacho de cristal, escoltada por una librería de grandes tomos ya viejos y, tal vez, únicos.      

-¿Todo en orden?-Preguntó la voz masculina y grave de un hombre sentado en aquel increíble sofá, de espaldas a Casandra. Sujetaba en su mano izquierda un vaso de whisky con dos cubitos de hielo a medio consumir. Un anillo con una letra T de oro adornaba el dedo índice de esa mano. Vestía un traje blanco y una camisa negra y se notaba como el cabello oscuro, que ya se encanecía, empezaba a escasear en la coronilla    

-Todo en orden, señor. La capitana Molina ha cumplido como de costumbre. Me contó que apareció en escena quien usted esperaba.
-¡Perfecto!- Rio la figura y extendió su otra mano.-La llave, por favor, Casandra.

Casandra obedeció y depositó la pieza dorada. El hombre la cerró su mano en un fuerte puño alrededor y la miró con cierto detalle.

-¿No es curioso?
-¿El qué, señor?
- Desde un tiempo me he dado cuenta de algo. Detrás de la aventura siempre hay algo de conciencia.
-Me temo que es el único de los implicados con esta llave que lo ven así.
-La llave solo es la meta y, en verdad, la meta me aburre.
-“Yo no quiero una cabeza en mi pared, quiero disfrutar con la caza”
-Correcto.-La figura dio un trago de su vaso.-Puede irse a casa, señorita Llano. Descanse y disfrute.
-Gracias, señor.
-Ah, una cosa más.
-¿Sí?
-¿Sospechan mi hermano o Inés quién es el jefe detrás de la eficiente Casandra Llanos?
-No. Inés me preguntó pero no se huele nada y su hermano… con su permiso, señor, ese hombre es un necio y un loco.
-Nunca subestimes a un loco, pues habrá otros que le sigan, como así es. Buenas noches.
-Buenas noches.

La oscuridad de la noche fue posándose poco a poco en aquella sala. Un chasquido de un encendedor, el resplandor de un habano al encenderse y una risa apagada.

-La vida en esta orilla es preciosa.


lunes, 14 de abril de 2014

Un cómico vestido de gris


 
Fíjense en ese hombre que sale de su piso. ¿No les suena? ¿Tal vez debería hacerlo? Si mirásemos su concepto de sí mismo estaríamos observando al mayor inútil del mundo. El mayor inútil del mundo que cruza ahora un paso de cebra y abandona la calle de la Princesa. Antes todo el mundo acababa en Madrid y más cuando se dedicaba a lo que nuestro inútil se dedica.
Nuestro hombre es cómico, humorista si lo prefieren, y como todo actor que se precie, ya sea en el humor, ya sea en la tragedia, debía aterrizar en Madrid. Hoy día no. Hoy día es hoy día y no es como en el año 1984, cuando él comenzó a hacer sus pinitos.

No era uno de esos cómicos que hoy se estilan tanto. De esos que imitan cien voces, de esos que son abanderados del absurdo más cerebral, de esos que revindican el que no hay barreras, pues todo es objeto de mofa y burla. Es más, si cualquiera que le conozca de sus números, de sus programas de televisión, de sus espectáculos en teatros, se acercase a él diría la tan manida frase de ¡Vaya un tío rancio! ¡Se lo tiene muy creído!

Y todo porque aun siendo un buen humorista, que lo es, no es un hombre feliz. Es como ese chiste que les habrán contado, ese relato que tiene ese poso irónico de un hombre que va a ver al psiquiatra porque está deprimido y el doctor le recomienda ir a ver a un magnifico payaso. ¿Saben que chiste les digo? ¡Justo ese!

La verdad es que no es de esos hombres que se rían a carcajadas nueve de cada diez veces. Es más, difícil es hacerle reírse a carcajadas.

Empezó su carrera en los 80 del siglo XX, vestido con una chaqueta gris y es curioso esto. Llevaba gris la chaqueta y aquel que ha leído esto hasta este punto y no ha tirado este relato a un rincón, diría que el gris lo llevaba él en su espíritu y… se equivocaría.

Se creó un personaje estrambótico, alocado, deslenguado y con cierto encanto. Un modo de no dejar que el tedio, de color gris plomizo, se le metiera en los huesos, en el tuétano. Es un hombre que vio como muchos amigos y colegas dejaron que les llegase la muerte en vida. No por casarse, no por tener hijos, si no por dejarse rendir por lo que la vida les deparaba. ¿Dónde estaba el factor sorpresa en ellos?

Y aun así, era un inútil. Era torpe desde niño. La primera vez que hizo reír a una relativa multitud era cuando en clase de gimnasia debía saltar un potro.

-No creo que…
-¡Salta!

Salto erróneo, caída y risas. Dolían esas risas más que el golpe. Dolía que uno de sus mejores amigos se riera con esa multitud de seres crueles y en vías de desarrollo. Luego ese dolor se mitiga con el paso de los años. Menos mal.

Ahora que nos hemos quedado sin lectores que solo busquen un momento de diversión fatua y de poder criticar como están escogidas estas palabras y realizadas estas frases, sé que mis lectores entienden bien que no es único el caso de nuestro cómico inútil, que no se ríe con facilidad, que llevaba una chaqueta gris, que creó un personaje estrambótico y que la primera vez que  se ganó un puñado de carcajadas fue por error.

Aplicó esa torpeza en sus espectáculos. ¡Cuánta gente se parte de risa al ver a alguien ser menos hábil que él! Supera ese espejo de errores al mejor humor inteligente, pensaba nuestro amigo que ahora ya ha llegado a Callao andando. ¡Cómo le encanta andar!  

Los ochenta dieron paso a los noventa. El declive de un humor que él había forjado desde su esencia de autor. Empezaba a ver que nunca dejaba de recibir alabanzas, pero ya no era lo mismo. Madrid se teñía de colores chillones que sabía que, como las revistas que pasan meses y años al sol en los quioscos, serían algo que nadie compraría. Así era el humor de esos años y los humoristas de esa época. Razón no les faltó. Dúos que se separaban tras años, muertes de maestros, los teléfonos que suenan menos… La soledad y el ego estrellado.

Siempre recordaba algo que contabas de Chaplin. Charles Chaplin tenía en su vejez una pesadilla que años antes tuvo el padre de este: oír las carcajadas del público tras actuar y al salir a saludar… el teatro estaba vacío.

Chaplin era un gigante del humor pero su ego se alimentaba de sus inseguridades. Así le pasaba a nuestro cómico que entra ahora a un teatro cercano a Opera.

¡Cómo he podido tener un hijo tan incompetente como tú! ¡Haz algo medianamente bien, imbécil!

Todas esas puñadas de su padre quedaban olvidadas cuando su madre se reía. Una multitud de una sola mujer que al reírse, encendía el corazón de aquel muchacho que vestiría una chaqueta gris para actuar en pubs, teatros, platós de televisión… Nunca fue tan feliz como cuando hacía reír a su madre y, eventualmente, a su padre.  Más que hacer reír a miles de desconocidos.

Diez minutos para subir a escena. Se enfunda su chaqueta gris y se mira al espejo.

Soy el mejor bueno para nada del mundo. Subo, comienzo el espectáculo, se irán los que no importan, seguiré haciendo lo que mejor sé e incluso les haré que piensen en lo bueno que puedo ser, aunque solo sea durante cinco o diez minutos. Termino y me voy a casa. Fácil.

Se aclara la garganta, toma un trago de agua se mira fijamente en el espejo, se arregla las solapas de su chaqueta y sonríe.

¡Vamos allá! Que venga otro a hacerlo mejor que yo.