miércoles, 24 de junio de 2015

Un discurso perdido

Este viaje que hoy termina, nos ha permitido ser testigos de muchas cosas.

Cuando el Cid Campeador Con sus ojos  muy grandemente llorando, en silencio por ser un curtido guerrero que no debía mostrar su debilidad,  tornaba la cabeza, nosotros estuvimos allí.

Cuando Lázaro daba noticia de su vida y de los amos a los que tuvo que servir, nosotros estuvimos allí.

Cuando Jorge Manrique se animó a tomar la pluma para escribir Recuerde el alma dormida,/ avive el seso e despierte/contemplando/cómo se passa la vida,/cómo se viene la muerte/tan callando, nosotros estuvimos allí.

Cuando Fray Bartolomé de las Casas pensó siquiera en la situación de los Indios y que de este hecho debía quedar constancia, nosotros estuvimos allí.

Cuando en el Corral del Príncipe se estrenaron las obras de Lope de Vega y la gente se reunía para ver lo que el fénix de los ingenios les tenía preparado, nosotros estuvimos allí.

Cuando Cervantes ideó, sin saberlo, la obra que marcaría un antes y un después en las letras castellanas, nosotros estuvimos allí.

Cuando Feijoo reflexionó sobre la España y el siglo que le tocaban vivir, nosotros estuvimos allí.

Cuando Pérez Galdós leyó la novela que su amigo Leopoldo García-Alas le envió para que le diera su opinión, nosotros estuvimos allí.

Cuando todo esto y muchas otras cosas sucedieron, todos nosotros estuvimos allí. Y estuvimos juntos.

Pero el final de este trayecto ha llegado.

Me encantaría mencionar a cada uno de vosotros, pero el tiempo que me han otorgado es un tiempo prestado, como lo son todos. Muchos habéis sido aliados y rivales en diversos momentos de estos cuatro años que ha durado este viaje y, seáis de unos o de los otros, tenéis mi aprecio por haber estado ahí, pues soy lo que hoy soy gracias a vosotros, y en definitiva vosotros sois hoy lo que sois porque cada uno ha desempeñado un papel en vuestras vidas.

Cuando llegué a esta universidad era un aprendiz y ahora… soy dos aprendices.

El primero aprendió que si cuatro niños se comen tres bollos, o uno de ellos se queda sin bollo o los cuatro se han comido en total doce, que la g es una consonante oclusiva velar sonora y que la literatura es todo aquello que los lectores, en su conjunto, determinan como tal. Estas cosas y otras fueron las que ese aprendiz asimiló.

El otro aprendiz supo quién era en verdad, tras años de estar perdido. Aprendió a miraros, como ahora yo lo hago, y ver al próximo Ignacio Bosque, al próximo Dámaso Alonso, al próximo Goytisolo, al próximo Adolfo Marshillach, o tal vez  estemos aquí ante los nuevos nombres que harán que este país pueda tener esperanza, alejándonos de la selva y de la jauría. También ve a aquellos que han soñado con algo que les aleja de este sendero y a los que respeto y quiero por eso mismo, porque saben que existen otros caminos donde pueden ser felices y dar a conocerse como son a través de distintas manifestaciones del arte, de los sentidos, de la cotidianidad que se puede rasgar como un papel.

 Han sido años duros dentro y fuera de estos muros. Años de barricadas de fuego. Años de cuervos negros que nos graznaban furiosos. Años de incomprensión, de miedo, de ausencias y de pérdidas. En este camino hemos perdido mucho y hemos ganado bastante, hemos llorado en los hombros de los que nos han querido escuchar, hemos reído ante lo absurda que han sido nuestras vidas muchas veces, hemos reflexionado sobre nuestro papel como individuos en este mundo que se nos abre ante nuestros ojos y en el que, en mayor o menor medida, vamos a estar a la deriva, pero como dice una canción, hay esperanza en la deriva. 

Hace años, alguien escribió el siguiente poema:

He visto como crece tu mirada
Abriéndose camino al horizonte.
Oía tantas veces tus palabras
Que he levantado claustro para su onda.
Hoy me paro y contemplo tu carrera:
Veloz, henchida de aire,
anhelante, gozosa,
única.


Eso han sido estos cuatro años. Se abren camino al horizonte, un horizonte en el que se nos espera y que esperamos, pues muchas de nuestras palabras se oirán en los claustros que hoy han empezado a edificarse con este último gesto de nuestra carrera, de nuestro caminar. Y aquí congregados, mi pecho se llena de gozo, porque puedo deciros hoy lo que llevo tiempo queriendo decir. Por fin puedo gritaros:


Buenos días, jóvenes filólogos.