Venecia, 31 de Diciembre de 2006
El capitán Hugo Toledano mascaba
su puro habano mientras observaba aquella escena con su mirada de ojos glaucos.
Era un hombre de cabello negro,
aunque entrecano en las sienes y barba arreglada. Debía de rondar los cuarenta
y muchos o cincuenta y pocos.
El cuello de su chaqueta de
capitán con anclas doradas en las solapas, estaba subido y su mano izquierda
apretaba su bastón, pues cojeaba de la pierna izquierda, mientras analizaba
todo aquello.
-¿Y bien, capitán?-Preguntó con
voz tenue Gustavo Pratt, su contramaestre. Un hombre nervudo, de mirada nítida,
mandíbula cuadrada, cabello negro revuelto y un frondoso mostacho perfilado
como aquellos forzudos de antaño. Su mano izquierda había sido sustituida por
una de madera, similar a la de algunos maniquíes de los escaparates de las
tiendas o de las que se usan de modelo para dibujar.
La verdad es que no esperaba
encontrarse tanta seguridad alrededor de Adamo Sanguinetti. Empresario conocido
en Venecia, coleccionista de antigüedades, dueño de la llave que Toledano y sus
hombres deseaban.
-Podríamos asaltarles y llevarnos
la llave.-Propuso Lucas, el grumete de diecisiete años.
-Imposible. Antes de poder si
quiera pensar en echarle el guante a ese objeto, estaríamos muertos.-Sentenció
el capitán.-Habrá que trazar un plan que…
Toledano y sus tres hombres se
quedaron expectantes ante el hecho de ver salir de la gran casa a Sanguinetti y
a sus tres guardaespaldas. Adamo iba de esmoquin. Iba a una fiesta privada, lo más seguro. Y la llave colgaba de su
cuello como adorno.
-¿Ve? El muchacho tiene
razón.-Indicó Rupérez, un hombre grandote y calvo tatuado de cabeza a pies. No
en balde le apodaban el estampado.-Les
ganamos en número.
-¡He dicho que no!-Gruñó
Toledano.-No vamos a entablar un combate físico con esos gorilas. Tal vez si
nos hiciéramos con disfraces y les siguiéramos…
-Buona sera, signori.-Dijo una melosa voz femenina abordando a
Sanguinetti y su sequito. Seis mujeres aparecieron de un callejón cercano.
Toledano reconoció claramente la figura femenina, esbelta, de busto menudo,
cabello liso, corto y castaño oscuro. Esa sonrisa grande y traviesa…
-¿¡Qué **ño hace ella aquí!?
-Imagino que irán tras la llave.
Y es que, si Hugo Toledano era
persistente, más lo era Inés Molina, a sus treinta y dos, y su correspondiente tripulación.
-A lo mejor ve algo que le
agrade. Mi sbaglio? Hai capito mio maldestro italiano?
Inés se acercó al empresario,
quien mantenía una sonrisa boba en sus labios. Acarició su pecho con la punta
de los dedos, rozando la llave dorada y menuda.
-Mis chicas y yo estamos a su
disposición.
-La verità es que las mujeres spagnole me encantan.
-Ah, veo que es un hombre culto que
conoce lenguas. Fascinante.
-¡Maldita mujer!
Toledano se acercó a Inés y a su
numerito de fingidas meretrices. Había
entregado su abrigo a Pratt y ahora llevaba una sucia gabardina que había
salido de no se sabía bien dónde. Sujetaba una botella vacía de licor en su
mano derecha.
-Llevo esperándote en el piso
desde hace horas. ¿Dónde está mi recaudación del día?
-¡Hugo!-Rio Inés fingiendo que la
inoportuna aparición de Toledano le molestaba menos de lo esperado.- ¡Cariño! ¿Por qué has venido a
verme? Sabes que volveré a casa contigo en unas horas.
Ella sujetó por el brazo a
Toledano y apretó los dientes fingiendo una sonrisa.
-¿Qué **ño haces aquí?
-Eso mismo me preguntaba yo,
mujer. Te imaginé en Berlín.
-Eso es lo que me gusta de ti:Tienes una gran imaginación.
-Un minuto! Mia chiave. Dov'è la mia chiave?... si!
-¡**erda!-Exclamó Inés con cierto
gesto de pánico.
-Atrapad esso! per lei, il resto delle puttane ed è cojo ubriaco!
-Sé que esto sonará mal, pero
puedo explicárselo.
Los guardaespaldas hicieron el
amago de sacar sus pistolas.
-Alba, Carla, Sezar, Lola.
cuatro mujeres de las que
acompañaban a Inés golpearon con gran rapidez y certeramente a aquellos
hombres, incluido Sanguinetti, dejándoles sin sentido.
-No me podrás decir que mis chicas
no son útiles, Hugo.
-No lo niego. Ahora, la llave.
-¿La llave? ¿Qué llave?
-Mujer, tengo tres razones para
convencerte.
Los hombres de Toledano se acercaron
a su capitán.
-Ah, ya veo… Hola, Pratt, ¿aun
sigues soportando las locuras y manías de Hugo?
-Rendíos ahora, por favor.-Pidió
el contramaestre.
-¿Rendirnos? Creo que no.
Inés golpeó con una potente
patada el bastón de Toledano, haciéndole caer. Los hombres de Toledano se abalanzaron
sobre Inés, quien logró huir de ellos saltando sobre ellos y corriendo por una
calle cercana.
-Chicas, nos vamos ya.
Recogiendo.
Las seis mujeres siguieron el
ejemplo de su capitana. Treparon por el muro cercano y recorrieron los tejados
de las casas.
-Capitán, ¿está bien?-Preguntó
Pratt ayudando a Toledano a levarse.
-¡Atrapadlas! ¡No pueden huir!
-Lucas, atrapa a Inés y trae la
llave.
-Sí, señor Pratt. Lleven al
capitán al barco y en un periquete estoy allí con la llave.
Lucas trepó y las siguió apresurado.
Y en efecto, Lucas llegó al barco
en un periquete, pero amordazado y atado de pies y manos.
-Lo intenté, capitán. Juro que lo
intenté.- Fue lo primero que el joven dijo al quitársele la mordaza.
Toledano arrancó una nota que
estaba pegada a la espalda de Lucas:
La próxima
vez envíame alguien más curtido o voy a pensar que no me tomas enserio.
Me
quedaría ver como la desilusión te
domina hasta los huesos, pero tengo sitios a los que ir.
Nos
veremos cuando quieras perder contra mí:
Inés
Molina
P.D: Feliz año,
Hugo
-Odio a esa mujer, señor Pratt.
De veras que la odio con todo mi ser.