Mi muy querida Humanidad:
He de confesar que estoy empezando
seriamente a dejar de creer en ti.
Tal vez veas esta confesión como una
rabieta de las que suelo tener, pero antes de escribir estas líneas he
recapacitado mucho sobre nuestra situación y te puedo argumentar cada uno de
los puntos que me han hecho sentirme como me siento.
Para empezar, no confías en nadie, y
piensas que todo el mundo quiere hacerte daño o si es amable y agradable
contigo algo buscan.
Es deber señalar también que el odio
está muchas veces en ti, ese defecto tan feo que no te lleva a ningún lugar
salvo a sentirte tú mal, y todo porque
uno dice azul y el otro rojo. ¿Dónde quedaba eso que me decías de respetar lo
que los demás piensan y sienten? ¿O acaso eso sirve hoy día para ti?
Algo que me asombra de ti, Humanidad, es con qué facilidad perviertes eso llamado
amistad cuando amas locamente y le pones a esa amistad y a ese amor loco y sin
medidas el apelativo para siempre para, no mucho más tarde,
despellejar a aquel que antes con tanto boato y pompa amabas como si fuera parte
de ti mismo y en un cambio de jugada que de veras me desconcierta en ti.
No me olvido tampoco de las veces que
has dicho defender a los demás de las injusticias que este mundo, que hemos
cimentado con cariño y tesón, tiene sin remedio alguno, para luego no tener ni
un ápice de piedad ni de tolerancia con aquellos que con el mismo esmero y
pasión han luchado por ser sabios y porque el tiempo vuelven débiles, tú atacas
y emponzoñas, cubierta además con las banderas e insignias de las minorías y de
los supuestos desvalidos.
¡Por Dios santo! ¿Dónde está tu misericordia
y tu piedad? ¿Dónde guardabas aquella
pasión por ser ecuánime y por respetar a los que te ganan en cosas como el
saber o la edad?
Sé que son tiempos difíciles los que
ahora pasamos, Humanidad, pero te recuerdo que cuando tú y yo nos conocimos
tampoco el mundo era perfecto y la vida nunca dejó de ser cruel, pero no
perdiste los valores y sabías que ligadas a nuestras diversas libertades y
derechos estaban nuestros deberes y obligaciones para que fuéramos mejores de
lo que ayer éramos.
Y también te recuerdo que pese a todo,
yo creí en ti, pero de un tiempo a esta parte es insoportable convivir así
contigo y callarme ante todo lo que haces, al igual que tú nunca te has querido
callar ante lo que te molesta y te duele. Y te juro que eso lo comprendo aunque
no me oigas darte la razón o me ponga junto a otros a aplaudirte, pues siempre
pediste de mí algo vital y es que te respetase y te ayudase cuando tropezabas.
Lo he hecho y lo sigo haciendo pero te aseguro que últimamente veo que soy solo
yo el que da y nunca soy el que recibe una caricia ni una palabra de aliento de
tu parte. Si a eso le sumamos lo arriba dicho, entenderás que te escriba todo
esto.
Espero que esta carta sea el último
clavo del ataúd de nuestra relación, pues aunque estoy tremendamente dolido y
durante estos últimos años esté algo más apático contigo, pues te reconozco que
no estoy pasando uno de mis mejores momentos, cosa que no me parece que deba
recordarte siempre, aunque creo que si ponemos de nuestra parte, podemos
reflexionar y aprender de los errores, pues no llueve eternamente y tú mejor
que nadie lo sabe.
Aun con todo eso, la verdad es que, al
final de la historia, hoy no creo en ti.
Siempre tuyo:
Gonzalo Álvarez-Alija García
Uf, yo hace mucho que dejé de creer en la Humanidad, es más, siempre he pensado que el ser humano será el culpable de extinción de este planeta.
ResponderEliminarEn fin... creo que nosotros no vamos a verlo, así que tampoco me voy a preocupar mucho XD
Un beso!