Muchas veces, como Jonás, nos hemos sentido solos y en el peor sitio del Mundo. Perdidos en una oscuridad enorme. Con mi madre, no pasaba eso. Ella era, y aún es, la luz que iluminaba nuestros senderos. De ella, no solo yo, muchos otros también, hemos aprendido su fortaleza, su bondad y su energía.
Ella no tuvo las cosas siempre a su favor, y aun así, ha sido la mujer más valiente y decidida que conozco. La tiraban al barro una y mil veces y seguía levantándose para continuar.
Su máxima siempre fue hacer bien a los que estaban cerca de ella y dormir tranquila cada noche, sabiendo que su conciencia estaba en paz. Su voz, uno de los primeros recuerdos que tengo, era sabiduría y bondad.
Vivía por y para su familia.
Vivía para enseñarnos y querernos a todos. Daba igual el fallo, el error o las consecuencias de nuestros actos, en ella solo había compresión y cariño.
Su amor, único, está en nuestras almas y las ha colmado. Nunca la perderemos, si recordamos su bondad, sus lecciones y su luz. Es así como nunca seremos Jonás. Seremos dichosos por haber compartido tanto con alguien que fue compañera, amiga, madre y maestra. Su luz va donde yo voy y por ello, vive en mí eternamente.
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