sábado, 3 de marzo de 2012

Flor de un día

RELATO GANADOR DEL CONCURSO LITERARIO DEL IES LAZARO CARDENAS DEL 2008

Toda gran obra, alguna vez, fue inspirada por alguien. Parece una bobada esta frase, pero es la pura verdad.

El escritor siempre, desde mi modesto punto de vista, ha sido un animal (y perdón por la expresión) de y para su obra.
Hay un punto en su vida en el que sus trabajos, sus escritos, como si de un extraño Mr. Hyde se tratase, domina, come, esclaviza al autor. El dueño hecho siervo. Un siervo recompensado con el mayor de los laureles, que no es otro que la gloria, la fama, el que su obra le haga inmortal, merecedor de estar en las enciclopedias y los libros de historia y lengua.

Pues bien, yo soy un escritor, pero no uno bueno, solo soy una flor de un día.
¿Qué que es eso? ¡Oh, fácil! Se distinguen los buenos escritores de los que son flor de un día en la dedicación para con su obra, porque, por si no lo saben ustedes, el escritor que dedica toda su vida a su obra, termina por quedarse solo con ella. No familia. No amigos. Sólo obra y obra. Sólo el dueño del esclavo.

No aburriré al lector con mi historia previa. Nos llevaría a ambos a interminables folios con descripciones y palabrería boba, y no es de mi agrado.

Sólo decir esto: Soy de Madrid, ciudad que amo y amaré siempre, pero que abandoné por buscar fortuna o que sé yo.
Llevo los últimos más de veinte años en Buenos Aires. Mentiría si dijese que no fue duro adaptarse a esta bella ciudad, pero, aquí estamos, en un piso a las afueras del centro, casado y dedicándome a escribir novelas más bien insulsas sobre un muchachito de dieciséis años que quería ser un gran aventurero. Son insulsas, pero gustan, que puede ser una contradicción pero, si uno lo piensa bien, no lo es.

Me resulta gracioso que pase horas escribiendo diálogos algo ingeniosos y por ello me den plata.

-¿Qué hacés, papá?- Me pregunta mi hija mayor, Nuria.
-Escribir, mi vida, escribir.-
-¡¿Nuevas aventuras de Astro?!-Me pregunta de nuevo, entusiasmada y se abraza a mi cuello. Adora esos libros. Incluso la novia de Astro lleva el nombre de mi hija mayor.
-Sí, nuevas aventuras de Astro.-Sonrío.

¿Saben? He pensado muchas veces en dejarlo. Sí, en dejar de escribir y dedicarme a lo que sea… pero es mirar la sonrisa de mi hija al leer algunos de mis párrafos en el portátil, abrazada a mi cuello, y pensar que merece de veras la pena.
Además, no me come tanto tiempo el escribir, un capítulo diario. Solo eso.

Claro que podría ser un Shakespeare, un Quevedo, un Dumas, o un Oscar Wilde, pero, si se molestan en leer sus biografías, verán que fueron dueños hechos siervos.
De este modo, siendo un escritor más, puedo dedicarme a mi mujer, a mis hijas Nuria y Jimena, a pasear con Aramis, mi perro, a ver buen o mal cine…

Soy dueño de mis esclavos tiránicos. Escribir sobre Astro, no es malo.

-¿Por qué ser un Don nadie, señor?-Me preguntó un admirador en mi última firma de libros.-Usted podría ser un genio.-
-Solo quiero ser un hombre, joven.-Respondí.-Solo eso.-

Mi historia cotidiana no daría ni para envolver pescado con ella, pero para mis hijas, mi mujer, mis amigos, soy alguien. Para el mundo de afuera, que me lee, me admira, me felicita, tal vez un día me esfume. Sea sólo un truco de magia, que cuando ya no se diviertan, ya nadie se acuerde ni de como diablos me llamo.

Soy una flor de un día por convicción ¿Tan malo es eso?

Ah, y a mi frase inicial, bueno, podría decirse que, en parte, siempre quise ser el temerario Astro.. Aunque tal vez me anime a escribir sobre otros temas…

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