QUERIDA
TÚ:
No
espero que esta carta te llegue, puesto que ni te la estoy mandando en verdad. Es
un vomito en un papel. Eso es.
Hace
mucho que no sé nada de ti y la verdad es que eso es así porque pusiste muros
alrededor de lo que es tu propia vida, tu ciudad de esmeraldas.
Yo por
mi parte, aquí estoy. Me sigo preguntando muchas cosas, no como antes. No con
un tono de deseo de ser aceptado por alguien que ya ni conozco. Es así. Antes
te conocí un poco, solo un poco y ahora somos las sombras de dos extraños.
Quise
por todos los medios enamorarme de ti y logre enemistarme contigo. Enemistarme
no por mi parte, porque ya ves tú… no te deseo mal alguno, ni propio ni ajeno.
Enemistados porque es lo que pensaste que podía salvarte de mí y de mis
sobrecargados actos de cariño. Sí, fui cargante y ahora soy lo que hoy soy.
No me
extraña el hecho de que nos hubiéramos visto en algún lugar. Yo no paro quieto
de un punto a otro de Madrid explorando, viendo, conociendo. Seguro que o bien
me has visto y me has evitado y yo no te he visto porque estaba en mi proceso
eterno de reconstruirme después de los golpes recibidos por eso o aquello, o
bien ni te has percatado que debajo de esa gorra de color verde amarronado (Pongamos
que ese color existe), no me has reconocido. En ambos casos, mejor es, pues lo
violento que sería darme cuenta de tu presencia sería como perderme en dos
aguas: la del yo pasado que deseaba hablar siempre que podía contigo, y la del
yo actual que no desea mucho de nadie porque no desea mucho de sí mismo.
Sé
bastante bien (o lo quiero creer así) que tuviste hartazgo de mí y no te culpo.
Era muy cargante siempre y a todas horas y más contigo que venías de paso. No
hice bien nada en lo que se refería a tratarte adecuadamente. Sí te apoyé, sí
creí en ti, pero ya eso lo pueden hacer y lo hacen otros.
Me
hubiera gustado que las cosas no hubieran terminado así, te lo juro. Que hubiera
sido menos inteligente y más listo, que hoy vieras lo que estoy creando y
fueras mi fan incondicional con tus propias condiciones al respecto, como sólo
tú sabes hacerlo.
¿Y por
qué te escribo esto? Porque no te lo puedo hacer llegar y no quiero que ahora,
en este momento en que no hay ni un puto puente de cristal que pueda atravesar,
lo leas y pienses que otra vez he regresado a ser tu incordio de costumbre.
He
cimentado muchas cosas en mentiras burdas y satisfactorias para un ego de
juguete que era el que tengo, pero bueno, hecho lo hecho, echemos las redes y
veamos que sale de todo esta verborrea escrita que se asemeja cada vez más a
cuando uno prueba un bolígrafo nuevo para saber cómo escribe o uno viejo para
ver si escribe algo más.
En esta
soledad en la que me estoy recomponiendo me doy cuenta que el horizonte que mirábamos
era este y no otro. Que sí, que te he dedicado páginas y páginas de amor, alegría,
sueños y fantasías, ¿pero para qué? Era un Quijote sin caballo ni lanza. Esto
es lo que yo era y ni así logré enfrentar a los molinos de tu indiferencia,
porque ni los vi ni los esperaba.
En fin…
divago y no quiero.
Sólo
quiero que esto conste en el acta de mis gestos perdidos y me sienta mañana un
nuevo hombre, cosa que entre nosotros, no es cierto ni lo será. Sólo decirte,
para acabar, que tenías razón, no conmigo, conmigo no acertaste ya que una vez me dijiste
que no era tan especial y eso, a las pruebas me remito, es un hecho que,
para bien y para mal, lo soy.
Tenías
razón, querida mía, en que de algún modo somos y seremos el día y la noche pero
si Dios o la Fortuna, nos hacen cruzarnos en algún momento, deseo de corazón
que no me veas como antes ni yo como después, porque si ahora somos extraños,
de la extrañeza puede surgir un conocimiento moderado, pero de lo otro, de lo
otro poco surge ni resurge.
Tuyo
siempre:
El
idiota que se puso a escribir esto.
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