viernes, 30 de diciembre de 2016

EL IDIOTA QUE SE PUSO A ESCRIBIR ESTO

QUERIDA TÚ:

No espero que esta carta te llegue, puesto que ni te la estoy mandando en verdad. Es un vomito en un papel. Eso es.

Hace mucho que no sé nada de ti y la verdad es que eso es así porque pusiste muros alrededor de lo que es tu propia vida, tu ciudad de esmeraldas.

Yo por mi parte, aquí estoy. Me sigo preguntando muchas cosas, no como antes. No con un tono de deseo de ser aceptado por alguien que ya ni conozco. Es así. Antes te conocí un poco, solo un poco y ahora somos las sombras de dos extraños.

Quise por todos los medios enamorarme de ti y logre enemistarme contigo. Enemistarme no por mi parte, porque ya ves tú… no te deseo mal alguno, ni propio ni ajeno. Enemistados porque es lo que pensaste que podía salvarte de mí y de mis sobrecargados actos de cariño. Sí, fui cargante y ahora soy lo que hoy soy.

No me extraña el hecho de que nos hubiéramos visto en algún lugar. Yo no paro quieto de un punto a otro de Madrid explorando, viendo, conociendo. Seguro que o bien me has visto y me has evitado y yo no te he visto porque estaba en mi proceso eterno de reconstruirme después de los golpes recibidos por eso o aquello, o bien ni te has percatado que debajo de esa gorra de color verde amarronado (Pongamos que ese color existe), no me has reconocido. En ambos casos, mejor es, pues lo violento que sería darme cuenta de tu presencia sería como perderme en dos aguas: la del yo pasado que deseaba hablar siempre que podía contigo, y la del yo actual que no desea mucho de nadie porque no desea mucho de sí mismo.

Sé bastante bien (o lo quiero creer así) que tuviste hartazgo de mí y no te culpo. Era muy cargante siempre y a todas horas y más contigo que venías de paso. No hice bien nada en lo que se refería a tratarte adecuadamente. Sí te apoyé, sí creí en ti, pero ya eso lo pueden hacer y lo hacen otros.

Me hubiera gustado que las cosas no hubieran terminado así, te lo juro. Que hubiera sido menos inteligente y más listo, que hoy vieras lo que estoy creando y fueras mi fan incondicional con tus propias condiciones al respecto, como sólo tú sabes hacerlo.

¿Y por qué te escribo esto? Porque no te lo puedo hacer llegar y no quiero que ahora, en este momento en que no hay ni un puto puente de cristal que pueda atravesar, lo leas y pienses que otra vez he regresado a ser tu incordio de costumbre.

He cimentado muchas cosas en mentiras burdas y satisfactorias para un ego de juguete que era el que tengo, pero bueno, hecho lo hecho, echemos las redes y veamos que sale de todo esta verborrea escrita que se asemeja cada vez más a cuando uno prueba un bolígrafo nuevo para saber cómo escribe o uno viejo para ver si escribe algo más.

En esta soledad en la que me estoy recomponiendo me doy cuenta que el horizonte que mirábamos era este y no otro. Que sí, que te he dedicado páginas y páginas de amor, alegría, sueños y fantasías, ¿pero para qué? Era un Quijote sin caballo ni lanza. Esto es lo que yo era y ni así logré enfrentar a los molinos de tu indiferencia, porque ni los vi ni los esperaba.

En fin… divago y no quiero.

Sólo quiero que esto conste en el acta de mis gestos perdidos y me sienta mañana un nuevo hombre, cosa que entre nosotros, no es cierto ni lo será. Sólo decirte, para acabar, que tenías razón, no conmigo, conmigo no acertaste ya que una vez me dijiste que no era tan especial y eso, a las pruebas me remito, es un hecho que, para bien y para mal, lo soy.
Tenías razón, querida mía, en que de algún modo somos y seremos el día y la noche pero si Dios o la Fortuna, nos hacen cruzarnos en algún momento, deseo de corazón que no me veas como antes ni yo como después, porque si ahora somos extraños, de la extrañeza puede surgir un conocimiento moderado, pero de lo otro, de lo otro poco surge ni resurge.

Tuyo siempre:


El idiota que se puso a escribir esto.  

sábado, 13 de agosto de 2016

Quiero verte más

Sé que cuesta mucho trabajo pasar así los veranos.
Pongamos que lo imposible llamará a este amor
cuando surcaba ese abismo musitando con temor
como si tu oído fuera la negrura de los mundanos

Quiero verte más, pero no me dejas.
Quiero verte más, pero tú te alejas.
Quiero verte más, pero sin quejas.

Por eso estoy escribiendo algo que sea probable
a ver si algún día de estos te puedo sorprender    
y es cierto que no siempre te puedo entender.
¿O tal vez estoy siendo todavía muy amable?

Quiero verte más, pero no me dejas.
Quiero verte más, pero tú te alejas.
Quiero verte más, pero sin quejas.

¿Recuerdas hace cinco años cuando nos sentamos a hablar
 y dijiste que no te casarías por miedo a estar tan desolada?
Lo vi divertido y quise ver si este tren iba a aquella morada
donde los locos pudieran volver a aprender lo que es soñar

Quiero verte más, pero no me dejas.
Quiero verte más, pero tú te alejas.
Quiero verte más, pero sin quejas.

A los demás no les puedo perdonar hoy los errores ejecutados
pues piensan que en el firmamento trajeron ellos la única estela.
¡Qué ilusos! No vieron que la única forma que dejó una huella  
en mi brava imaginación era la de tus pies desnudos y adorados.

Quiero verte más, pero no me dejas.
Quiero verte más, pero tú te alejas.
Quiero verte más, pero sin quejas.

Tal vez sí y me vea pronto y con cierto placer haciendo los fardos
dejando este círculo sin fin de recuerdos con tanto polvo y carcoma.
Tal vez no y me quede con la nariz entre los libros que leí en broma
extrañándote sin querer extrañarte, que es el eterno mal de los bardos.    

jueves, 28 de julio de 2016

Globo sonda: El primer capítulo de mi (eterna) novela

Nosotros no somos más que náufragos
que buscan su lugar.
Flotando en la dirección del viento
y quemados por el sol.
Nosotros no somos más que islas
rodeadas por el mar.
Perdiendo la percepción del tiempo
que llevamos sin timón.


Náufragos, Niños Mutantes

Capítulo 1:
Bien... ¡Empecemos!

La verdad es que, aquel veinte de febrero del dos mil cinco, fue un día que Guillermo Belmonte no olvidaría fácilmente en su vida. A decir verdad, ese día, su vida cambió para siempre, pero lo mejor es empezar por el principio.

Comencemos por él. Cuando era niño, sus compañeros le pegaban y se burlaban de él (lo que hoy día, con mucha alarma, se llama Acoso escolar) Y todo por ser un niño bueno. Tal era así, que le trataban mal, que un compañero le puso la zancadilla para que se diera con un radiador y le pusiera un ojo morado. Su primer y, hasta la fecha, último ojo morado.

Ese niño bueno se convirtió al cabo de los años en un adolescente algo engreído porque sabía juntar palabras y conoció a un profesor como ningún otro que le dijo que valía para eso de la escritura. En el primer año de su bachiller, ese profesor murió de cáncer de garganta. Demasiados cigarrillos.

Y así, el adolescente dio paso a lo que, en el momento que nos atañe, se convirtió. Era escritor, o de eso presumía. Dedicó su vida al saber y al placer de la escritura, y, ciertamente, a sus veintidós años era un buen escritor. Él nunca lo terminó de creer, la verdad.
 Cualquiera se extrañaría del hecho de que accediera a navegar en el Grifo dorado, y más sabiendo que detestaba el mar, pero uno debe hacer lo que debe hacer y ese era el único medio que tenía a su alcance para que pudiera llegar a donde quería: Junto a su amada Gloria. Aunque, no era ese el único motivo, pues también le hizo tomar un barco el hecho de querer darle a su peripecia, por así llamarla, un toque de romanticismo y de aventuras, ese de los libros de Salgari o Verne. 

 Gloria y él se conocieron hacía un año, un seis de septiembre de dos mil cuatro,  viendo una película algo mala, de cuyo nombre no merece la pena acordarse.

-¡Oh, por Dios! ¿Quién se cree eso?- Exclamó ella.
-Yo no.- Respondió él.
-¡Exacto! Nadie en su sano juicio vería esto normal…
-Sssssh- Chistó una señora.
-Seguro que yo sería capaz de escribir un guión mucho mejor… Y he escrito historias que al lado de esto, son joyas literarias…-Comentó él lleno de orgullo.
-¿Eres guionista?- Preguntó Gloria.
-No, escritor.
-Por favor… Silencio.
-Perdone.- Se disculpó él.
-¿Eres escritor?
-Sí… pero uno no muy bueno.
-Tal vez he leído algo tuyo… ¿Cómo te llamas?
-Guillermo Belmonte.
-¡¿Estás de broma?!
-¡Que se callen los de la fila de atrás!
-No, soy Guillermo Belmonte. De veras que sí.
-Me encantó tu última novela. Desperté de la realidad. Me la leí en dos días ¿Qué digo leer? La devoré. Ay, perdona mis modales. Me llamo Gloria. Gloria Ballesteros.
-Encantado. Óyeme, ni tú ni yo parecemos muy interesados en esta burda película ¿Qué te parece que nos vayamos de la sala y charlemos un poco?
-Sería una gran idea.

Así que allí estaban, al cabo de veinte minutos, tomando un café en un lugar cercano.

-Aun no me lo creo. De veras eres Guillermo Belmonte. Lástima que no tenga aquí mi ejemplar de la novela.
-Da lo mismo… Gloria era tu nombre ¿No?
-Sí, Gloria.
-Tenía una profesora de latín que se llamaba como tú. Siempre me decía que buscase una buena chica.
-¿Y lo hiciste?
-No. Todas han tenido algún pero.
-Con lo que estás soltero.- Reflexionó Gloria en voz alta.
-Pues sí.
-Perdona, no quería…
-No, tranquila. Está bien.

Él sonrió de ese modo que alguien catalogó como una sonrisa encantadora de niño pequeño, tan discreta, tan sincera, tan involuntaria, que era parte de aquel escritor.

-En fin… es tarde.-Sentenció él tras mirar su reloj.-Tal vez deberíamos dejar esta charla para otro momento.
-Espera. A lo mejor soy una atrevida o una admiradora muy pesada, y no te culparía si lo pensases,  pero si no tienes ninguna cita previa, tal vez quisieras cenar conmigo.
-Me encantaría. Así podré firmarte la novela.
-Sí, claro.

Había conocido en esa tarde a la chica que haría que se enamorase como nunca lo hizo antes. Era su mayor golpe de suerte. Una chica guapa, inteligente, segura… Nunca antes pensó que conseguiría tener a su lado nadie mejor. Según su juicio, era más de lo que podía aspirar.

Parecía que todo iba sobre ruedas entre ellos hasta aquel sábado que prometía ser otro día más.

Se levantó de su cama de un saltó y se dirigió a la ducha. Hay que estar limpios para afrontar un nuevo día, pensaba.

Tomó sus ropas del suelo del dormitorio. Olió su camisa del día anterior. Aún estaba limpia, eso seguro.
Una vez vestido, metió sus últimos cincuenta euros en la cartera. Sería un escritor de éxito, pero varios días viviendo como un tipo ocioso pasan una factura al bolsillo.

Miró el móvil. Un mensaje SMS. Era de Gloria y decía algo así:

Esta tarde. A las 18.00. En el sitio de costumbre.

Te quiero contar una cosa muy importante.

Besos.

GLORIA

Tomó sus llaves, su móvil y su cartera para luego salir del piso en la calle Guzmán el Bueno en el centro de la enorme mole que es Madrid. Además de Gloria, estaba enamorado de esa ciudad, pero hay amores difíciles.

-Belmonte.- Le llamó la voz de la señora Matarrisas (no es broma, se apellidaba así esa buena mujer)

Era su casera. Estaba esperando justo en el rellano a que él saliera. Vestía con su bata de paño y con ese cabello cardado. Debió de haber ido a la peluquería el día antes, pues normalmente aparecía con rulos. Sí, la verdad es que era el vivo retrato de la arquetípica maruja, una especie que no se extingue nunca.
La comunidad de vecinos la temía, pues, a sus setenta y dos años, tenía más ardor guerrero que todos ellos, además de un carácter endiablado. No se entendía como su marido la soportaba, pero la teoría más extendida era que aquel hombre, calvo, enjuto,  con gafas redondas y pasadas de moda, era un santo varón o un estúpido integral.         

-Buenos días, señora Matarrisas. Bonito día ¿No?
-Déjese de buenos días, señora Matarrisas. ¿Dónde está el dinero que me debe?
-Aún no he logrado reunir todo lo que le debo de estos dos meses, pero le juro por lo más sagrado que estoy en ello.
-No me engaña ni una pizca. Le advierto: como mañana no tenga mi dinero listo, dormirá en un banco del parque.
-Descuide, señora Matarrisas.-Le sonrió con todo el encanto que podía dedicar a esa mujer.-No le voy a fallar.

Guillermo recorría esas calles casi todos los días. Lo hacía por instinto. Las mismas paradas de siempre.

Primero tomó el metro hasta Arguelles, para ir a la panadería cercana al Corte Inglés de Princesa: Un croissant, dos Donuts y dos cafés con leche para llevar. Pagó su compra.

Paró donde estaba aquel mendigo que se encontraba cerca de la Plaza de los cubos, apostado en un banco, con su fiel perro a sus pies.

-Ten.- Le dijo.- Tus dos donuts y tu café.
-Gracias.- Le sonrió cuando se los dio.- Te prometo que cuando pase esta mala época y logre ser alguien importante, te lo pagaré todo.
-Con que compres mis obras literarias, me doy por satisfecho.- Le respondió.

Así, tras todo esto, esperó a Gloria enfrente del teatro-cine Avenida. Ahí se conocieron hace más de un año.

Allí llegó ella. Un beso cariñoso de saludo. Él la notó fría.

-¿Pasa algo?- Preguntó él.
-Bueno, es que… creo que no nos vamos a volver a ver.
-¿Me estás dejando?
-No, te aseguro que no…O sí, aunque sé que me vas a odiar por esto, pero es solo que mis padres se van Sudamérica y debo ir con ellos. Entiéndelo.
-¿Qué? Perdona, pero no. No lo entiendo. ¿Cómo quieres que entienda que te vas así como así?-
-No es así como así.
-¿Desde cuándo lo sabes?
-Ese no es el tema.
-Gloria, ¿Desde cuándo lo sabes?
-Desde hace unos cuatro días, pero no encontraba el momento adecuado para poder contártelo.
-Muy bonito. ¡Esto es genial!
-Me estás gritando.
-¿Y qué quieres que haga? ¿Eh? ¡Dime!
-Te aseguro que no es lo que piensas. Te quiero y mucho, pero la distancia es muy mala y necesito el dinero que me proporciona mi padre. No me puedo negar. No sé vivir como una pobre como… tú.
-Eso, tú echa más leña al fuego, muchas gracias.
-Es la verdad y lo sabes.
-Pues si ese es el problema, podríamos irnos a vivir juntos. Sería sencillo. Buscamos un piso para ambos. Y yo puedo vender alguna de mis viejas historias a alguna editorial.
-Eres un encanto.- Le acarició las mejillas, dedicándole una sonrisa.-Pero no tenemos donde caernos muertos y, seamos sinceros, seré más una carga para ti que una ayuda.
-Da lo mismo. Te quiero a mi lado.
-No insistas más. Debo irme con mis padres. Además, es muy tarde para hacer planes, porque me marcho mañana.
-¡¿Mañana?! Y me lo dices así ¿No?
-Ya te lo dije, no sabía cómo...
-¡Eso es una gilipollez, Gloria! ¡Es una idiotez! ¡Si quisieras te quedabas conmigo! ¡Joder! ¿Es que no lo ves? Me importas más de lo que te puedes imaginar.
-¡¿Y qué esperas?! ¡¿Qué te diga que prefiero la vida que se me ofrece en otro país que a ti?! ¡Pues sí! Ahora mismo, la prefiero y no voy a renunciar a ello, porque, aunque no te lo creas, no eres tan especial.
-¿Tú te oyes? Soy yo, joder, soy Guillermo. Nos queremos, o eso es lo que me hacías creer. No puedes decirme que todo esto, todo lo que hemos vivido, nuestros planes de futuro, no valen más que tu forma de vida y tus lujos. Gloria, por Dios, eso no. Eres todo ahora mismo para mí.
-Tal vez el problema es que no soy ni tan fuerte, ni tan valiente como creías. En realidad solo soy una niña mimada y cobarde que se vende por no perder su modo de vida. Me duele decirlo en voz alta pero es lo que hay. Y antes de que esto se estropeé más, me voy.- Le dio un beso en la mejilla.- Espero que sepas perdonarme.
-No. No puedes dejarme. Te acabo de abrir mi corazón, Gloria. Te he dicho cosas muy importantes para mí ¿Y aun así te vas sin más?- Preguntó pero ella se perdió entre la gente.

Y dos horas después, tras sentarse en un banco cercano y ver a la gente ir y venir, Guillermo Belmonte tomó una decisión. Sabía que, aunque las esperanzas parecieran nulas y se dijeran tantas cosas tan duras, aun la amaba. La amaba tanto como para cometer una locura o una idiotez, según se mire.

-Puede que Madrid se me haya quedado pequeña.

Se plantó en su piso, recogió un par de cosas decidiendo liar sus pocos bártulos para irse a la búsqueda de Gloria y salió corriendo.

-¡Mi dinero!- Gritó desde el descansillo la señora Matarrisas viendo que su inquilino había tomado la decisión de abandonar el piso apresuradamente.
-¡Qué la den, bruja!

Reunió dinero suficiente para un billete de tren a Málaga  y de allí tomar un barco rumbo a Sudamérica.

Y se sentía más idiota, si cabe, cuando decidió tomar el único barco mercante ruinoso comandado por un capitán medio loco (o loco y medio, aún tenía serias dudas sobre ello), pero, tal vez, eso es lo que él buscaba. Un barco que no se pareciera a ningún otro.

El capitán Hugo Toledano era un hombre de cabello negro, aunque entrecano en las sienes, barba extrañamente bien arreglada y ojos azules
El buen capitán debía de rondar los cuarenta y muchos o cincuenta y pocos. Su indumentaria era muy peculiar: Chaqueta de capitán con anclas doradas en las solapas, jersey de cuello vuelto, un par de anillos en ambas manos, pantalones anchos de color azul oscuro, botas envejecidas, que antes  debieron ser de un negro muy lustrado, y un bastón con una empuñadura que tenía un grabado de un barco surcando un mar embravecido. El bastón no era un adorno, pues Hugo Toledano cojeaba de la pierna izquierda.

Lo más curioso de este viaje es que el capitán accedió a llevar al joven escritor al contarle sus motivos.

-Señor mío, creo que no miento si digo que cualquier causa es injusta comparada con el Amor. Así pues, suba a mi barco. Bienvenido al Grifo dorado, caballero.

Era un tipo agradable, si llegabas a ver la gracia en alguien que no dejaba de ser un anacronismo, como si el tiempo en él pasase a otro ritmo. El caso es que accedió a llevar a Guillermo en su embarcación y proporcionarle un lugar tranquilo entre la tripulación, tan atípica como lo era su capitán.

La noche en la que habían zarpado, Guillermo decidió pasear por la cubierta y encontró al capitán Toledano mirando al cielo. Musitaba algo.

-Buenas noches.- Saludó el joven.
-¡Buenas noches, amigo mío!- Le respondió efusivamente.- ¿Disfrutando de la brisa marítima?
-Algo así…
-En poco tiempo, llegaremos a nuestro destino.
-Me alegra oírlo.
-¡Ah, el Amor! Es aquello que vuelve loco a unos y esclavo a otros.-Reflexionó con voz profunda.-Una vez yo fui como usted... en tiempo que parecieron más fáciles. Antes del naufragio en el que mi menisco se hizo añicos.
-¿Naufragó?-Guillermo se inquietó
-Sí, amigo. Hace veinticinco años. Pero hay una ley en la marinería bien clara: Un capitán solo puede naufragar una vez en su vida.
-No sé yo si eso me deja muy tranquilo.
-Confíe en mí. Sé de lo que le hablo, llevo muchos más años de los que usted puede tener siendo capitán.

No quiso discutir con Toledano, pero le daba la extraña impresión de que estaba muy lejos de poder definirse como buen capitán.

Por desgracia, no fue un viaje de placer, ni mucho menos.

Primero, el escritor enamorado tuvo que compartir camarote con tres de aquellos lobos de mar que formaban parte de la pintoresca tripulación, algo poco agradable, para su gusto. Uno de ellos era un hombre grandote, calvo y tatuado de cabeza a pies. No en balde le apodaban el estampado. Los otros eran los mellizos Merchán, de cabello oscuro, ojos azules y rostro afilado. Uno de ellos, Julio, tenía una fina barba oscura. Este trio tan distintivo no era muy comunicativo con Guillermo.

Además, debió de ser que, por el balanceo de la nave,  Guillermo se mareó y echó por la borda hasta la primera papilla. Pero no una vez, sino hasta cuatro veces en los dos días de viaje. No supo muy bien el motivo exacto, pero los marineros se mofaban del pomposo de tierra firme, que fue como algunos le apodaron.

-Caballeros, no está bien reírse de un pobre diablo que sufre.- Indicó el capitán a sus hombres.- Y menos cuando está echando hasta el hígado por la borda de nuestro barco. No querrán parecer unos insensibles.

Más risas, a las que se unieron las carcajadas de Hugo Toledano. Era algo muy humillante.

Se podría decir que Guillermo encontró un aliado en ese barco, aparte de su, a ratos,  cordial relación con Toledano. El contramaestre Gustavo Pratt. Un hombre nervudo, de mirada nítida, mandíbula cuadrada, cabello negro peinado para atrás y un frondoso mostacho perfilado como aquellos forzudos de antaño. Su mano izquierda había sido sustituida por una de madera, similar a la de algunos maniquíes de los escaparates de las tiendas o de las que se usan de modelo para dibujar. Había nacido en Torredembarra hace cuarenta y dos años y se hizo marinero por el mismo motivo que su padre se hizo marinero: Por herencia familiar.

Guillermo no supo nunca porque se dignó a enseñarle al contramaestre aquella foto que tenía como recuerdo. Era una fotografía de él abrazaba por la cintura a Gloria, quien  estaba mirándole anonadada. Guillermo no era muy dado a hacerse fotos. Decía que era poco fotogénico, no así Gloria. 

-Tal vez le hablo de todo esto porque necesitaba a alguien que no me juzgase.
-¿Por qué dice eso?
-Nada. Bobadas mías. Olvídelo.
-No creo que sean bobadas. ¿Sabes qué creo? Que temes equivocarte. Es normal, pues todos nos equivocamos. Es decir, todos no. Los cautos rara vez se equivocan, pero ¿Quién demonios quiere ser cauto?  

Tras varios días de navegación sucedió lo peor.   

Una tempestad, un brutal temporal que creó destrucción a su paso, sorprendió a todos en aquel barco. Hasta que finalmente… un golpe de las enormes olas desequilibro la embarcación y el escritor cayó al agua, víctima de la furia del mar que, al final, le dejó sin sentido al golpearle con violencia.

Recordaba que antes de caer a las bravas aguas, le pareció soñar algo al estar sin sentido, flotando. Vio, en una especie de bruma, imágenes de diversos instantes de su vida, para casi al final ver la silueta de Gloria, o eso creía él. La silueta femenina entrecortada por una cetrina luz, acercó su rostro en tinieblas al de Guillermo y le besó en la frente. Fue entonces cuando volvió en sí.

Se encontraba en una playa. Debió de ser un milagro. Estaba sano y salvo, pero no sabía muy bien dónde.

Su primer pensamiento al ver esa situación, y tras vomitar el agua que pudo haber tragado, era que esperaba no encontrarse en una isla desierta.

miércoles, 29 de junio de 2016

Aquel lugar que llaman Conciencia.

Tu silueta está fundida en la oscuridad del balcón de noche, con un perfil fino recortado por las furtivas luces de alguna casa y el resplandor de la llama de tu cigarrillo. Sientes una tristeza grande.

Ahora no puedes dejar de pensar en que tenías deudas pendientes con Ana, con esa ex novia que te hizo perder el norte en tu adolescencia, con la que habías hecho el amor en cada rincón de la casa de tus padres. Era muy tierno y sensual a su manera. Por eso cuando la volviste a ver, años después, decidiste remediar como acabaron las cosas. Ella te dejó por un cantante de un grupo amateur de música rock y acabasteis muy mal.
Era mejor perjudicar tu presente por arreglar un pasado al que solo querías regresar tú, no Ana. Dejaste a tu novia en casa y te decidiste a acompañar a Ana a su casa solo por el egoísta regocijo de pedirle perdón, pero Ana ya no era Ana. No era tú Ana.

Esa noche al volver a casa, tu novia te dijo que tú dormías en el sofá. Nunca la viste tan enfadada. Pensaste que era una rabieta estúpida que se arreglaría con un ramo de flores y un peluche. Nunca tuviste mucha clase, pero ¿Qué esperaban? Tú siempre viste eso de la familia, de la lealtad a los hermanos y a los padres como algo cercano a una secta y así, delante de la prima de tu novia, le soltaste eso a tu mejor amigo.

-Deberías desprenderte de esa secta que te chupa el seso, Álvaro.

Cecilia, la prima de tu novia, miró a tu amigo con una mezcla de compasión y lástima y a ti, aunque no te diste cuenta, con odio y asco. No entendías porque, desde ese día, Cecilia fue más distante contigo y nadie se molestó en explicártelo.

Exhalas el humo de tu cigarro y notas un extraño picor en la garganta. Intentas reprimir ese recuerdo que muchas veces te vuelve a visitar. Lara. Lara era la mujer de tu vida. Lara cometió el insultante atrevimiento de casarse con un joven informático francés. Aun te duele eso. No porque se casase, sino porque no se casó contigo, que hubieras dado todo por ella. De eso se aprovechó Claudia, la hermana de Lara. La llevabas a todos sitios y le prestabas dinero porque ella fuera tu alcahueta y creías ciegamente que Lara volvería a ti, pensando que esa estúpida filosofía sobre la lealtad familiar que tenías y que hacía que te ganases el odio y el desprecio, germinaría en Claudia. Pero no. ¡Qué sandez! ¿Qué era la familia, los lazos de sangre, frente a tus sentimientos?

Y ya puestos, ¿Dónde estaban los sentimientos de las diversas chicas a las que prometiste fidelidad para poder saciar tus instintos físicos? ¿Dónde quedan las artimañas para ligar que leíste en una revista? Pues donde deben estar, en tu historial personal, mordiéndote el trasero como un sabueso sin dientes. Tú lo hacías porque estaba en tu naturaleza. Siempre te quisiste asemejar a un lobo, a un depredador, a un cazador… y lo eras. Pero para combatir a los lobos la gente usó cepos. Cepos que cuando tú los veías, huías. ¡Ah, qué malos cazadores son los demás! Solo buscan una presa y cuando la tienen no la sueltan en busca de otra como tú hacías.

De pronto recuerdas a Blanca, esa chica con la que saliste solo cuatro meses y que tú, por todos los medios, querías que te presentase a sus padres y ella se negaba. Se negaba porque presentarte a sus padres significaba algo distinto al miedo al compromiso que tú concluiste. Era porque nadie mete a un lobo en un corral, ni presenta a alguien como tú a sus padres y familiares. Las sectas tienen normas bastante estrictas ¿No lo sabías? Al final Blanca te dejó por un neo nazi, o eso es lo que te dices y les dices a quien se molesta a oírte. No era un neo nazi, era un chico formal y que nunca se quiso comparar con un depredador con mala fama.

¡Ah, la fama! La tuya era de un conquistador, de un hombre que deseaba tocar cuantos más palos mejor y nunca te paraste en ninguno el tiempo suficiente para llamarte aprendiz de… Otros objetivos, otras presas, otros palos que tocar. Quisiste ser músico porque Ana amó a uno, quisiste ser poeta, porque el actual marido francés de Lara escribía poesía, querías ser actor, porque… porque alguien en algún momento lo quiso ser. Olvidaste que uno en la vida debe ser maestro de algo y no puede ser eternamente aprendiz momentáneo de todo, pero claro, no entendiste de qué iba eso de la constancia.

Oyes un perro ladrar a lo lejos y apuras tu cigarrillo. ¿Dónde se torció la cosa? Todos debían adorarte, pero es todo lo contrario. Eras simpático, pero cometiste el terrible error de olvidarte del nombre de la gente que mostraba un repentino interés en ti. Ellos no son tú, claro. Tú puedes llamar a la familia secta, catalogar a las chicas por el culo y las tetas que tienen y como has encontrado a Santiago que actúa como tú…

-¡Mira que culos!
-Yo el otro día soñé que me lo montaba con la vecina de mi bloque, la del 2ºE.
-No me extraña, está que se rompe por los cuatro costados. Como en el País Vasco, que las tías están buenísimas. Estuve los ocho días de un salido…
-¿Qué tal tu novia, Santiago?
-¡Joder, que corta rollos eres, Álvaro!

 Sí, es así como un hombre sano actúa, los demás están errados. Santiago y tú, por lo tanto, sois unos tipos que sabéis disfrutar de la vida.

Y sin embargo, Ana ya no está, ni Lara, ni Blanca… ni ya puestos la vecina del 2ºE. Tu novia sí, o mejor dicho, aún está, pero no sabes ni quieres saber hasta cuándo, porque eso te agobia y te hace pensar en todos tus verdaderos fallos. ¿Importa mucho? No la quieres pero eso solo lo ves tú, los demás no poseen esa intuición que les dice que las cosas no fluyen como deben, pero claro, nadie pensaría eso de un hombre sano como tú.


Notas un escalofrío y decides meterte ya en casa. No sabes porque pero sientes una tristeza grande. ¿O solamente es que estás cansado? No te vas a parar a averiguarlo.                      

martes, 31 de mayo de 2016

¿Y ahora qué te cuento?

Bien, prepárate…

Venga, dale

*Carraspeo* Mira la ciudad por la ventana de la cafetería y sonríe.

Entre la primera y la última vez que la vi llorar parece que…

Eso ya lo has contado.

¿De verdad?

Sí, de verdad.

Vale, vale, espera, ahora sí que sí… *Suspiro*

Mírame, fíjate, obsérvame en silencio
Esta vez te voy a abrir la puerta
Cálmate, pues tú también…

Perdona. ¡Eh! ¡Oye, para!

¿Qué?

Poesía no que eres muy mal poeta.

Va, como quieras… Es cierto que no soy un gran bailarín. Bailo igual que vivo: Improviso.

Soy de los que bailan en bodas, como creo que muchos, no obstante creo que bailar es un modo más de estar en armonía con otros.

Eh… Eso ya me lo dijiste hace un par de años.

Pues me estoy quedando sin ideas ¿Y una nueva aventura de Inés Molina?

Paso.

¿Súper héroes?

No, me aburren mucho. Tenían su gracia cuando lo de El otro traje. Eso fue muy divertido. Desnúdate.

¿Qué me desnude?

Claro. Cuéntame algo que nadie sepa.

¿Es acaso una entrevista?

Todos tus relatos lo son en algún momento y más tú, que llegas a ser un poco exhibicionista.

No sé cómo tomarme eso.

Como quieras, pero venga, que se nos hace tarde ya.

¿Tienes prisa?

Sí y no.

Pues, en fin… yo de pequeño quería ser policía.

Seguro que la gente hubiera pensado que querías ser dibujante.

Sí, y mira que me pasé mi adolescencia haciendo comics y ya ves donde están. Ahí, abandonados.

Ah, sí, leí esos de una chica rebelde de una sola página. No estaban del todo mal.

Pero un día perdí el interés y la ilusión por crear cómics. Ahora los veo y pienso en que ese era otro. Otro que tomaba una regla, hacía márgenes, viñetas, bocetaba… y ahora me da una pereza el solo pensar en hacer una sola página de un cómic...

Pero ilustraciones y dibujos sí que haces, que te vi hace poco hacer uno sobre… ¿Sobre qué era? ¡Ay, Dios! No lo recuerdo ahora.

Pues si no lo sabes tú, yo menos, que ya dibujo por dibujar, sobretodo garabatos y…

¡Ah, ya! ¡Un cowboy en una puesta de sol, era un dibujito pequeño, sin mucho misterio!

Así es como yo dibujo. Sin más. Cuando tengo el lápiz en la mano, pues me pongo a hacer monigotes, como cuando la gente habla por teléfono. ¿Aún hay gente que hace eso cuando habla por teléfono?

Yo creo que no. En los ochenta y en los noventa sí porque había libretas cerca de los teléfonos, pero ahora con los móviles y demás, somos más sosos, se nos seca la creatividad.

Cuando asimilé que no era buen dibujante, fue cuando conocí a Manuel. Hace poco analicé su poemario ¿sabes?

Ah, mira que bien. ¿Ese era el que te dio teatro en el instituto?

Pues sí, ese mismo. Yo creo que desde chaval escribí mucho, pero no lo reconocía o no lo vi como algo que se hace por necesidad ¿sabes cómo te digo?

Perfectamente.

Pues eso, que al final…

Sueles usar mucho la coletilla pues eso, pues sí, pues… mucho pues y poco contenido.

No me doy cuenta. Lo intentaré evitar. Antes era bueno o bien.

Tal vez bueno y bien sean cosas que involuntariamente estaban en ti. Te sobraba el bien y el bueno.

Es muy irónico eso.

Para nada. Pero prosigue, que te me dispersas, pierdes hilo y luego te queda todo sin explicar.

En fin… que al estar solo muchas veces, cultivé mi mundo personal, mi mundo interior. Por eso no comprendo a la gente que no sabe estar sola. ¡Estate sola y mira quién eres!

Ya, pero al final, aquí estás, hablando conmigo.

Tú no eres como los demás. Siempre, desde mi niñez y mi adolescencia, he intentado tener un igual. El otro día cuando salía a correr, hará cosa de un mes o así, me di cuenta que yo no tengo un igual. Siempre quise que mi mejor amigo se asemejase a mí, pero ahora ya tengo asumido que no iba a ser así. Me dejaron solo y ahora también lo estoy y… no pasa nada.

Y aún hay quien no te conoce y dice que eres un tipo duro y frío…

Yo antes no era así, bien lo sabes. Yo antes era cariñoso, pero se ve que, como a la gente que no tiene un bolígrafo y un block al lado del teléfono, se me seca algo, pero en mi caso no es la creatividad, si no el cariño. Antes me costaba mucho menos decir que quiero a la gente.  Es más, ahora que me distancio de la gente que antes me trataba a patadas, más me aprecian. Mundo de locos.

¿Por qué dejaste de querer ser policía?

Porque un vecino me dijo que a lo mejor algún maleante me pegaba un tiro y me mataba. Que podía pasar. Por eso desistí.

Preferí como dejaste de querer ser dibujante, la verdad.

Por eso no cuento estás cosas.

Pero oye, que es muy tierno eso, no te equivoques.

Hay gente que cuenta mejor las cosas que yo. Yo me bloqueo, me pongo nervioso y en vez de tartamudear, desordeno las palabras al hablar. Por eso casi no me dedico a hablar de verdad con nadie.

Y hay gente que es idiota perdida. Mucho contar cosas y no se creen ni quienes son ni lo que dicen. Llenan el aire de palabras pero no se las creen, no las asimilan. Leen y oyen sin saber nada.

Ahora te dispersas tú.

Puede ser. Venga, veamos, ¿Cómo ese poema que ibas a recitar?


No lo recuerdo, la verdad… creo que he perdido el hilo. 

miércoles, 27 de abril de 2016

La caja de cartón



-¿Qué sentido tiene la Vida? ¿Qué es de verdad la Vida?

-¿Para qué sirve una caja de cartón?

-No te entiendo…

-Una caja de cartón sirve para guardar cosas, con un cometido. Una mudanza, ordenar un cuarto, etc. Pero mira a los niños las usan para todo: Cascos espaciales, coches, bases secretas para sus figuras de acción, casas de sus muñecas… La caja de cartón funciona para lo que nosotros queramos. Claro que tiene sus límites: no puedes meterla en el agua, pues se deshace, no puede llevar mucho peso, no se debe comer…

La vida es eso.

Uno puede ser convencional y seguir lo marcado para una vida: Crecer, estudiar, trabajar en una oficina, tener una mujer, hijos, una casa… Si te vale con eso, bien. Tu caja guardará tus cosas.

Uno puede intentar desmarcarse de los demás y ser lo que le plazca: Actor, misionero, domesticador de perros, programador de videojuegos, escritor, médico, etc. Tu caja puede recrear ese casco espacial, esos coches, esa base o casa, etc.

Aunque los límites están. Uno no puede decidir que vivirá donde no está cómodo. Sería como meter esa caja en el agua, convirtiéndose en una pasta de cartón. No se puede vivir por los demás, porque entonces el peso de nuestra caja hará que se rompa.

Hoy día te van a decir mucho que la caja no sirve para ser casco espacial, coche o cama para tu gato. Esos te lo dirán porque creen que su caja funciona para lo que ellos han determinado. No les hagas caso. Tu vida, tu caja de cartón, es la tuya. Píntala de colores, ponle pegatinas, úsala hoy para guardar cosas y mañana como una carita sonriente para adornar tu cuarto o, si eres muy hábil, como marco de fotos, ¡para lo que se te ocurra! Es tu caja, no la de otros. Y si mañana puedes volverla a usar para guardar cosas, bien. Es tuya. No mía.

La Vida es como esa caja de cartón. No sabrás usarla como quieras o esperan otros, se terminará rompiendo y gastando, y, hasta que eso pase, es tu deber usarla. Es tu derecho equivocarte y acertar cuando la uses.



sábado, 2 de abril de 2016

Esta es mi verdad de hoy

¿Era epílogo o prólogo?

Estoy trabajando estos días sobre algo que no suelo contar a nadie, no por pudor, sino porque no encuentro el contexto en el que sea propio decirlo.

La reinterpretación de la viudedad.

Es un tema tabú cuanto menos. Nadie desea hablar de la muerte, porque se interpreta como la antítesis de la vida, cuando no se ve como la anulación de esta. Pero es que es necesario enfrentarlo, como lo hace Rosa Montero o como, en el momento que lo escribo, lo hace Joyce Carol Oates… o en ello está en mi lectura. 

Tal vez así sea el modo en que por fin, de una vez por todas, deje atrás esa sensación de alma que arrastra cadenas y se lamenta muchas veces, tanto oralmente como por escrito, por la pérdida de una persona que ha sido el centro de una vida.

Tal vez así pueda resolver, de una vez por todas, las grandes cuestiones de mi vida actual, porque sí, hay un antes y un después cuando la muerte susurra al oído y deja un agujero negro donde antes no lo hubo.

Tal vez…

Estoy bien dentro de mi gravedad

Tras la muerte de alguien que te ha enseñado a vivir, muchas son las cosas que te van pasando mientras sobrevives a los cambios.

Aprendes que el Odio solo afecta a una persona: al que lo siente.

Entiendes que los demás no están para entender esos cambios de humor o esa actitud taciturna tuya donde antes estaba la broma fácil y la actitud ingenua que raya hasta hacer sangre en la necedad inconsciente.

Descubres que el tiempo y el espacio ya no son lo que fueron, porque la historia ya no es la que era hace unos cuantos capítulos.

Abrazas la máscara que ahora se te ha pegado a tu piel y es difícil de quitarte como antes, pero es que es tu mejor papel, el mejor que interpretaste en tu vida, fruto de la bendita improvisación-¡Qué razón tenías Manuel Camarero! ¡Qué razón!-y es entonces cuando sale esa coletilla tan tuya y que algunos ya también repiten, porque es, con diferencia, tu mejor obra:

Estoy bien dentro de mi gravedad.

¡Sublime! Has logrado hacer de tu malestar, de tu reconstruirte cada día, de tu seguir adelante, una frase tan lapidaría y profética como el Cuan largo me lo fiais de Don Juan.

Pero, claro, vivimos tiempos de queja y re queja y esta frase se pierde entre el aluvión de malestares y descontentos de un tiempo extraño que, raudos y con cierto aire de sapiencia fatua, se han llamado un tiempo nuevo.

Sí, nueva es la situación en la que uno debe entonar esta coletilla. Un tiempo que promete acabarse, porque el tiempo de duelo, que lo es también y lo sé bien, dará paso a un horizonte de cosas por descubrir, puesto que no llueve eternamente… pero tampoco veo yo que escampe.

El sol de invierno

Hubo alguien- y si no lo hubo, seré yo.- que dijo que no te puedes fiar del sol de invierno, pues aunque la luz sea poderosa y las calles parezcan estar viviendo una preciosa primavera, el frío estará ahí.

Pues eso pasa con la gente. No puedes pretender que sean como esperas a simple vista, porque son de otro modo y es lo que debe ser.

El otro día, comiendo en la facultad con unas antiguas compañeras de carrera, una de ellas me dijo que no tenía claro si, unos dos o tres días después de morir mi madre, que es cuando regresé a mis clases tras el puente de mayo, me dio el pésame o no. En ese momento- y ahora mismo.-tuve la sensación de que así fue y no le di importancia a sí lo hizo o no. No obstante, tengo en mi mente a dos personas que no lo hicieron y tuvieron la oportunidad. Recuerdo eso y ahora pienso que quizás fueran ellos los primeros de muchos otros que me dieron la espalda, con o sin razón pues no voy a juzgar tal cosa.

En cierto modo, cuando mi madre murió viví por inercia y es ahora cuando comienzo a darme cuenta de muchas cosas. Era como estar anestesiado. Me movía- y todavía lo hago.- con cierta inercia, con cierta idea de que debo vivir y que es lo que toca ahora.

Un ser solitario

Cuando era niño, me pasaba mucho tiempo sólo en los recreos en el colegio, ese colegio donde muchos de mis compañeros me consideraban un retrasado. Eran niños y no entendían que retrasado no es en sí lo que yo era, pero, hará cosa de unos siete u ocho, en Facebook, apareció una foto de que guardaba un viejo amigo de la infancia y se me etiquetó en ella. La gente no paraba de comentar cosas y se hacían preguntas de si uno se acordaba de este o del otro…

Y alguien puso:

¿Y de Bubu? ¿Os acordáis de Bubu? Era retrasado ¿No?

Bien… Bubu era yo. Ese apodo me lo pusieron de niño y lo odié con todo mi ser. Y el que puso ese comentario era Daniel, el chico que más detestaba de todos. Éramos adultos ya y ahí seguía esa idea infantil.

Así que era obvio que muchas veces buscase la soledad y en esa soledad, empecé a leer y a inventar historias.

Así pues, el ser solitario fue la base del escritor que hoy intuyo que soy, porque, esa es otra, ¿Soy un escritor? ¿Escritor debe ser el que escribe o el que vive de escribir? Porque, sí, yo escribo pero no vivo de escribir, vivo para escribir, porque lo necesito, porque es simbiótico el vivir y el escribir.

Y hay gente que no entiende que uno es escritor por necesidad vital, no porque sea parte de su personalidad.

Siempre me encuentro con aquel que te dice: Eres escritor, deberían salirte las frases poéticas en fila.

El último que me hizo eso fue un antiguo amigo del que me he distanciado. Me soltó una patochada de ese calibre con una sonrisa de hiena estúpida y yo entonces saqué un trozo de papel y un portaminas que llevaba en mi bolsa de colgar.

-Eres dibujante. Pues hazme un dibujo. Debes hacerlo. Eres dibujante las veinticuatro horas del día ¿No?
-¿Aquí en la calle?
-Claro.
-No compares.
-Pues no me pidas a mí que sea escritor a tiempo completo igual que yo no te pido que seas dibujante a tiempo completo.

Hay veces que me hubiera gustado no ser un ser solitario, pero ahora es lo que soy, por encima de sí sé escribir o no.

Lo más importante de una vida

Hace unos meses, preguntaba a alguien porque pintaba cuadros tan oscuros, que sí eso tenía que ver, de algún modo, con su estado de ánimo.

El pintor se indignó un poco y me dijo que estaba equivocado.

Muchos pueden trasladar eso a mi escritura. ¿Por qué tanta muerte y ausencia de la madre? Y, la verdad, le dije hace un tiempo a una profesora de mi facultad que estaba harto de eso, que era un autor de principios, que si en principio algo me ronda la cabeza lo pongo siempre en el papel.

Ella me habló de un director de cine que siempre ponía una silla vacía en una escena de su película, que simbolizaba la conversación que siempre quedó pendiente entre su padre, ya difunto, y él.

Yo no quiero eso para mí y sin quererlo, me asustó una idea.

Mi padre tenía una tía que era muy desagradable conmigo, que era muy clasista y que me llamaba Gustavo pese a que la corrigiera. Siempre pensaba en la Guerra Civil. Cada vez que podía, sacaba el tema y su rostro tomaba un aspecto algo demente.

Mi madre y yo concluimos algo: La Guerra Civil fue lo más importante de su vida, y eso que llegó a vivir hasta los noventa y dos años.

¿Y si la muerte de mi madre era lo más importante de mi vida?

Lo es comparable, claro, pero ambas pueden marcar a una persona muy profundamente.

La diferencia más clara es que tras la Guerra Civil nadie dijo a la gente lo que mi madre me dijo muchos meses antes de morir.

Cuando yo me vaya, no quiero que te hundas.

No seré el mejor, pero sí el más constante

Dicen de los Capricornio que cuando se encuentran con un muro o lo logran tirar o se rompen la cabeza contra ese muro.

Mi filosofía es otra: rodear o saltar ese muro.

Así pues, saqué una conclusión:

No seré el mejor, pero sí el más constante.

Seguro que si preguntas a alguna gente, te dirá que miento. Que miento y que deberían quemarme en la hoguera. Que miento, que deberían quemarme en la hoguera y luego mearse en mis cenizas para que aprenda.

A lo mejor que me nieguen esta frase es por culpa de la máscara que llevo, puesto que soy un tremendo cobarde y veo que los demás leen y devoran pilares de libros y con aire de complacencia jactanciosa sacan conclusiones atrevidas y sentenciosas sobre autores, obras, movimientos y, si me apuran, pasos a seguir para realizar una correcta cocción al dente de morales y éticas.

Yo, por ende, soy un engreído de pantomima, puesto que aprendí una lección que aún hoy habita en mi mente-que muchos catalogarán de absoluto y tremendo caos no sin darle a ese juicio un valor de jurídico-humanístico-:

En la vida actúa de farol, como en el póker. Sonrisa de ganador pese a que pierdas.

Puede que no sea así la lección, pero sí hay un elemento que me ha salvado más de una vez. No caeré sin luchar. Mucho o poco, pero no caeré sin luchar.

Me vas a perdonar, pero me reclaman en otro sitio.

Esto es parte de mi leyenda y de la de Manuel Camarero, así que puedo ser como el dios Loki o como Salomón. Sea como fuere, esto es lo que digo yo que pasó:

Hacía un mes que Manuel Camarero había muerto y le di hace un año una copia de mi primera obra de teatro, pues mi carrera literaria comenzó con una burda e infantil obra teatral.

Olga, una de las profesoras del instituto María Guerrero- donde estudiaba y donde daba clases Manuel.-, me indicó que Manuel dejó algo en su mesa para mí.

Era la copia de mi obra de teatro en una carpetilla transparente y dentro una nota para mí, que por desgracia tiré a la basura pero que rezaba así:

Gonzalo:

Me vas a perdonar, pero me reclaman en otro sitio y no me va a ser posible dirigir tu obra de teatro.

Cuídate:

Manuel Camarero

Sonrisa de ganador pese a que pierdas. Hizo honor hasta el final a su lección.
Creo que fue entonces cuando entendí que la muerte es irse y no regresar. Irse y dimitir de ser mentor, maestro, amigo, padre, esposo, dueño del tiempo prestado…

Manuel dejó el primer vacío, más modesto que el que dejaría mi madre, y haría que yo intentase buscar un mentor cuando mi mentor al final debía ser yo, con mis fallos y aciertos, con mis triunfos y fracasos, pues hay que tratar a estos dos últimos como impostores, como dos buenos jugadores de póker de la vida.

Y entonces, te paras un momento a pensar y lo ves…


Esta es mi verdad de hoy, mañana será otra