miércoles, 1 de julio de 2015

Verónica

VERÓNICA

Hoy es su cumpleaños. Hoy es el cumpleaños de Verónica.

Ahora mismo está difuso como la conocí. Yo tendría unos dieciocho o diecinueve años. Yo era un iluso y ella una… no sé lo que era. Han pasado unos trece años - ¡Qué mal número, por Dios!- y cada vez me importa menos, pero hoy es su cumpleaños. Solo a ella se le hubiera ocurrido nacer en Julio
Tenía el cabello negro más magnífico que he visto en mi vida y una sonrisa que me cautivó. Me pasaba las noches hablando con ella, y cuando no era así, habla de ella.  

Ahora pienso que tal vez la agobiase, me tomé licencias con ella, me equivoqué antes de enfilarme hacia un pequeño acierto y eso no va a cambiar.

Me pude dar por vencido. Había muchas señales que me lo indicaban. Huye. Salta y tira del paracaídas, pero ella fue como Circe y yo como Odiseo, salvo que nadie esperaba mi regreso.

-Ven, que toca que te folle.
-¿Eh?
-Sí, coño, hoy te voy a hacer un hombre.
-Para un momento, Verónica. ¿Te crees que me voy a acostar contigo tras cómo me has tratado en estos meses?

Esos ojos color café parecían hervir.

-¿Quieres o no?
-Sí, pero…
-Pues te vienes conmigo.

Ahí mi paracaídas solo fue una mochila llena de platos, cubiertos, un mantel… como esos dibujos animados de toda la vida, pero nadie soltaba carcajadas ante mi descenso.

-Creo que te puedo aprender a querer.-Me confesó unos días después de su arrebato.- A fin de cuentas, tú dices que no pasa nada por quererse y decirse lo que se siente. Ser libres para decir lo que queramos.

Y como no, me dejé engañar por las palabras bien adornadas, pues las llamadas sin responder a su móvil se multiplicaron, sus ausencias eran algo típico, y los paseos hasta su portal eran un trayecto cotidiano. Hasta aquel día que me soltó las diez palabras que equivalían a llegar al suelo y esparcirme en mil partes.

-Creo que me he enamorado de una compañera de mi clase.
-¿Bromeas?
-No, yo con el amor no bromeo.

No, claro, pero con mis sentimientos sí. ¡Valiente cobarde estaba hecha!

-Pero… ¿Es por qué no te gustó hacerlo conmigo?
-¡Ay, Dios! ¡Qué egocéntrico eres! No eres tan especial como te crees.

Va a ser verdad es que me decían: Te va que te den caña. Me atraían las chicas bordes, malvadas, con un punto de mujer fatal de andar por casa… ¡pobre muchacho con tan mal autoestima!

Y un día llegó el silencio.

Es irónico pero yo siempre preferí esa canción que decía:

Vámonos de una vez,
puede que sea el último tren.
Como Tintín, como Phileas Fogg,
una vuelta al mundo, tal vez dos.
Un gran viaje que nos haga aún más grandes,
una aventura inolvidable.[1]

Mientras Verónica cantaba claramente:

No va volver a pasarnos esto 
No quiero ya más de lo mismo 
Y tú eres más de lo que puedo aguantar 
No vas a volver a sentirte único 
Algo especial algo importante 
Búscate alguien que te pueda aguantar[2] 

Pero al final me dejó por un maldito informático. ¡Es de chiste! Soy de chiste.

Se marchó de mi vida antes de que el antiguo régimen de amistades de mi época de adolescencia se marchase o les despidiera sin finiquito, con cobardía, con hartazgo. Pasarían años para que comprendiera lo que era estar al otro lado, en el lado de Verónica y aprendes al final que todo termina por pasar y pocos se quedan, pero esa es otra melodía.

Hoy cumplirá treinta años y he pasado unos cinco o seis años persiguiendo su recuerdo, como Alicia perseguía al Conejo blanco, pero, al final uno debe despertar y dejarse de conejos y setas, de sueños, de maldecir la libertad que te da el curarse de algunas fiebres que te dejaban delirando y diciendo tonterías.  

Maldito calor que se me pega en los recuerdos. Malditos recuerdos que me calientan.







 



[1] Gran turismo de La Habitación Roja incluida en el álbum Nuevos tiempos.
[2] El eje del mal de La Habitación Roja incluida en el mismo álbum. 

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