Este
viaje que hoy termina, nos ha permitido ser testigos de muchas cosas.
Cuando
el Cid Campeador Con sus ojos muy grandemente llorando, en silencio por
ser un curtido guerrero que no debía mostrar su debilidad, tornaba
la cabeza, nosotros estuvimos allí.
Cuando
Lázaro daba noticia de su vida y de los amos a los que tuvo que servir,
nosotros estuvimos allí.
Cuando
Jorge Manrique se animó a tomar la pluma para escribir Recuerde el alma dormida,/ avive el seso e despierte/contemplando/cómo
se passa la vida,/cómo se viene la muerte/tan callando, nosotros estuvimos
allí.
Cuando
Fray Bartolomé de las Casas pensó siquiera en la situación de los Indios y que
de este hecho debía quedar constancia, nosotros estuvimos allí.
Cuando
en el Corral del Príncipe se estrenaron las obras de Lope de Vega y la gente se
reunía para ver lo que el fénix de los ingenios les tenía preparado, nosotros
estuvimos allí.
Cuando
Cervantes ideó, sin saberlo, la obra que marcaría un antes y un después en las
letras castellanas, nosotros estuvimos allí.
Cuando
Feijoo reflexionó sobre la España y el siglo que le tocaban vivir, nosotros
estuvimos allí.
Cuando
Pérez Galdós leyó la novela que su amigo Leopoldo García-Alas le envió para que
le diera su opinión, nosotros estuvimos allí.
Cuando
todo esto y muchas otras cosas sucedieron, todos nosotros estuvimos allí. Y
estuvimos juntos.
Pero
el final de este trayecto ha llegado.
Me
encantaría mencionar a cada uno de vosotros, pero el tiempo que me han otorgado
es un tiempo prestado, como lo son todos. Muchos habéis sido aliados y rivales
en diversos momentos de estos cuatro años que ha durado este viaje y, seáis de
unos o de los otros, tenéis mi aprecio por haber estado ahí, pues soy lo que
hoy soy gracias a vosotros, y en definitiva vosotros sois hoy lo que sois
porque cada uno ha desempeñado un papel en vuestras vidas.
Cuando
llegué a esta universidad era un aprendiz y ahora… soy dos aprendices.
El
primero aprendió que si cuatro niños se comen tres bollos, o uno de ellos se
queda sin bollo o los cuatro se han comido en total doce, que la g es una consonante oclusiva velar
sonora y que la literatura es todo aquello que los lectores, en su conjunto,
determinan como tal. Estas cosas y otras fueron las que ese aprendiz asimiló.
El
otro aprendiz supo quién era en verdad, tras años de estar perdido. Aprendió a
miraros, como ahora yo lo hago, y ver al próximo Ignacio Bosque, al próximo
Dámaso Alonso, al próximo Goytisolo, al próximo Adolfo Marshillach, o tal
vez estemos aquí ante los nuevos nombres
que harán que este país pueda tener esperanza, alejándonos de la selva y de la
jauría. También ve a aquellos que han soñado con algo que les aleja de este
sendero y a los que respeto y quiero por eso mismo, porque saben que existen
otros caminos donde pueden ser felices y dar a conocerse como son a través de distintas
manifestaciones del arte, de los sentidos, de la cotidianidad que se puede
rasgar como un papel.
Han sido años duros dentro y fuera de estos
muros. Años de barricadas de fuego. Años de cuervos negros que nos graznaban
furiosos. Años de incomprensión, de miedo, de ausencias y de pérdidas. En este
camino hemos perdido mucho y hemos ganado bastante, hemos llorado en los
hombros de los que nos han querido escuchar, hemos reído ante lo absurda que
han sido nuestras vidas
muchas veces, hemos reflexionado sobre nuestro papel como individuos en este
mundo que se nos abre ante nuestros ojos y en el que, en mayor o menor medida,
vamos a estar a la deriva, pero como dice una canción, hay esperanza en la
deriva.
Hace
años, alguien escribió el siguiente poema:
He
visto como crece tu mirada
Abriéndose
camino al horizonte.
Oía
tantas veces tus palabras
Que
he levantado claustro para su onda.
Hoy
me paro y contemplo tu carrera:
Veloz,
henchida de aire,
anhelante,
gozosa,
única.
Eso
han sido estos cuatro años. Se abren camino al horizonte, un horizonte en el
que se nos espera y que esperamos, pues muchas de nuestras palabras se oirán en
los claustros que hoy han empezado a edificarse con este último gesto de
nuestra carrera, de nuestro caminar. Y aquí congregados, mi pecho se llena de
gozo, porque puedo deciros hoy lo que llevo tiempo queriendo decir. Por fin
puedo gritaros:
Buenos
días, jóvenes filólogos.
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