El cuarto en tenue penumbra. Echo la
cabeza atrás y me reclino en mi silla. Miro el techo y desde esa posición
contemplo el cuarto. Es un curioso lugar para escribir, con muebles que simulan
un camarote. Muebles de color cálido, de marrón pardo, con libros dejados en
los estantes… No tengo yo uno de esos estudios que tanto me gustaría y que
siempre se dicen que posee un buen
escritor.
No es como aquel despacho que visité trabajando como
informático/ chico de los recados. Ese despacho en el piso en plena calle
Princesa, con portero de esos que a la noche sacan los cubos de basura con paso
pausado y ascensor viejo y elegante.
-Es el despacho de un cardiólogo.-Me
explicó Pepón, aquel conductor de autobuses convertido en repartidor para la
empresa.- Y es un cardiólogo de los buenos, con consulta en Arturo Soria.
No. Yo no tengo uno de esos despachos,
pero al menos no es como el de otra gente que tiene esos muebles blancos que
hacen que te sientas en una consultora. Si a ellos les sirve…
Debería escribir algo, pero de un tiempo
a esta parte, no escribo nada y lo achaco al calor, pero no sé hasta qué punto
es verdad.
Tengo desgana y parece que no llego a
empatizar con nadie. Sin ir más lejos, ayer visité a mi amigo Héctor. Me contó
que hoy venían unos amigos de Barcelona a estar con él y con su novia. Lo decía
con cierta pesadez, como con la sensación de que aquello era un incordio ¿De
verdad era feliz así? ¿Acatando las cosas que no le placen? Dice que se casará
pronto y el pronto dio paso al año, y
luego ese año a otro… Y también lo dice con pesadez.
Apuro el vaso de refresco y me pongo
frente al cuaderno pues hoy no me apetece ni usar el PC.
Me paro ante la hoja en blanco y
resoplo. ¿Y se me rompió la imaginación? Imposible.
Siempre que no sé qué escribir y me da
por pensar que hay veces que parece que ni siento ni padezco, recuerdo a mi
compañero David, quien busca el no sentir para escribir con objetividad. Lee,
lee y lee pesados tomos y parece que esté buscando el modo de no sentir nada al
escribir. Solamente exactitudes, solamente verdades… ¡Escribir no es decir la
verdad! ¡Escribir es relatar, es crear! Si uno crea sin sentir nada lo que hace
es tratados huecos sobre como se ve la calle en agosto a las siete de la tarde
en un pueblecito donde a nadie se le ha perdido nada.
Creo que las musas están de cañas hoy. Seguro
que es eso.
Cuando pasa eso, también divago. Miro a
un punto y, de pronto, estoy en algún lugar del pasado próximo o lejano. Hay
veces que recuerdo el viaje en tren de hace dos días a Getafe. Una hora y media
de viaje para ver ancianos pasear y encontrarse con sus nietos, o los policías que
vigilan el paseo peatonal con `paraguas a modo de techo.
Y vuelvo a mi cuarto y ya no oigo, en mi
recuerdo, las risas animadas de los niños ni los gritos de la gente.
La última vez que me animé a escribir en
un cuaderno fue por consejo médico.
-Deberías escribir tu día a día. Me
vendría bien ver lo que piensas y sientes.
A las dos páginas, el psicólogo deshecho
esa medida y dijo que todos mis males eran culpa mía.
¿De verdad no comprendió nada? ¿Tan mal
escribía entonces?
Siempre hay alguien que no te comprende
y que ve el mal en todo gesto. Siempre hay quien se viste de blanca armadura y
no se llega a percatar que el blanco termina por ensuciarse, por eso es blanco.
Luces y sombras. Luces y sombras en cada
personaje. Esa es una de mis claves al escribir. Puedo crear personajes y
darles forma, pero si ni ellos saben que me quieren contar ni yo a ellos…
Hace poco escribía hojas y más hojas. Me
levantaba con ganas de escribir temprano, aunque solo fuera para escribir
bobadas… y que ahora no pueda escribir…
Seguro que muchos de mis iguales
escriben todos los días y muchas de sus páginas y cuartillas están salpicadas
de reflexiones tan interesantes, tan eruditas, tan bellas… y que ahora no pueda
escribir…
No
os muestro mis páginas, pues os llegaríais a enamorar.
Me digo que esa frase es obra de la
edad, como la de Yo sé que viviré de la
literatura. Yo a esas edades era igual que ellos. Creía, al principio, que
lo que yo hacía podía hacerlo cualquiera, pero luego pensé que cuando escribía
creaba arte. Ni lo uno ni lo otro son cierto. Escribo porque algo me lo exige.
Yo por los demás no lo hago, pero si gusta, bien está.
…os
llegaríais a enamorar.
¡Ojala! El amor instantáneo es lo que
es. Hoy sí, mañana puede, la semana siguiente no sé y el mes que viene, nada de
nada. Muchos parecen no entender que Siempre
se va y que Te quiero y eres mi alma
gemela lleva años de forjado. Mañana aquella persona que estaba sentada en
el césped, o montando una tienda de campaña o tomando un tren para visitarte y
darse un baño en tu piscina puede volver a ser un extraño… y no pasa nada porque
así sea. Los amores instantáneos, instantáneamente se disuelven.
Y que ahora no pueda escribir…
No sería mala idea quitarme el tedio dándome un
paseo. Sí, pasear, caminar sin prisa y con cierto rumbo esbozado a lápiz en mi
mente. Tal vez a la noche pueda escribir… ¿a quién quiero engañar? No tengo
ganas de escribir ni de contar nada. Ya conozco todos mis trucos y por mucho
que ponga un cuaderno, no logro escribir porque nada interesante pasa en
agosto, a las siete de la tarde, en un pueblecito donde a nadie se le ha
perdido nada.
Lo mejor es hacer como mis musas y marcharme de
cañas (o de refrescos, que el alcohol y yo no somos viejos amigos y no me
interesa a estas alturas que lo seamos)
Y que ahora no pueda escribir…
No hay comentarios:
Publicar un comentario