-¿Qué es lo que recuerdas?
-Un cuarto a oscuras y una respiración
ahogada… una respiración que nunca antes oí.
-¿Eso es lo primero que recuerdas?
-No… Hay más.
-Bien, proyéctate allí. Es hora de
empezar.
-Listo cuando tú digas.
Primavera de 1991.
-Eres un idiota y un niñito de mamá.-Insultaba
aquel niño escuálido, de cabello castaño claro en forma de tazón a otro niño,
este de cabello castaño más oscuro, peinado con raya y con ojos de mirada
triste pero luminosa.
-¡No te metas con mi mamá!
-¿Por qué? ¿Eh? ¡Es la verdad! ¡No me
caes bien porque eres un llorón y todos los saben!
-Santiago
siempre fue un pequeño cabrón. No, nunca le caí especialmente bien. Por culpa
de él, mi madre dejó de acompañarme al autobús
de la ruta al colegio. Allí no estaba mucho mejor. Jugaba solo. Siempre lo
estaba, o al menos lo estaba cuando mi único amigo dejó de ir al cole y se
cambió a otro. Me consideraban retrasado. ¿No es extraño? Solo era un niño
ciertamente mimado, tímido y poco habilidoso. Eso significaba ser tonto para
los demás, pero era inteligente.
-No
todos somos hábiles en todo.
-Pero
aun entonces, era feliz. Mira, a pocos metros, ¿La ves?
-No,
¿Tú sí?
-Sí,
mira quien me vigila. Le dije que la gente se reía de mí, que no quería que me
acompañase y mírala. Escondida vigilándome.
-Te
quería mucho. Pero. ¿Por qué aquí?
-Porque
quería ver que tenía razón. Allí estaba. Tardaría años en saberlo y sería
porque me lo confesó ella.
-Bien.
¿Y ahora?
-Ahora
quiero hacer algo importante.
Verano de 1995.
-¿Un
hospital?
-Sí, el de Cristo Rey.
-Es de madrugada. ¿Por qué aquí?
-Ahora lo verás.
Un
niño permanecía en su cama. Era el niño que insultaba el otro. Ha crecido un
poco. La luz le golpea y le ve. Una silueta a contraluz. Un hombre con barba
recortada y escaso cabello oscuro.
-¿Quién
eres?
-Casi no lo cuentas.
-¿Es
un médico?
-No exactamente. Al parecer no era tu
hora. Tienes que vivir y hacer grandes cosas. Ahora, deberías dormir.
-Sí…
debería. Estoy cansado.
Cuando
volvió a mirar a la puerta del cuarto, ya no estaba.
Invierno de 2004.
-¿Madrid otra vez?
-Callao. Mira a esos dos.
-Increíble… ¿Ese no…?
-Sí. La chica es guapa ¿no?
-Bueno… no está nada mal.
Ella
era una chica de cabello negro, manos de violinista, ilusión loca… él el mayor
bobo enamorado. Ese cabello castaño oscuro, ese gesto de tristeza falsa… aunque
tal vez no lo era tanto ya.
Era
feliz.
-Me
debo ir. No quiero llegar tarde al trabajo.
-No,
eso no lo puedes permitir. Me gustó verte.
-Y
a mí. Espero que le guste ese DVD a tu madre.
-Seguro
que sí.
Ella
se perdía entre la multitud.
-Venga, bobo, te mueres por abrazarla y
darle un beso en la mejilla. Hazlo.
Un
empujón y se encontró dándole un beso y un abrazo en la mejilla. Se disculpó
tras pedirle ella que por favor la soltase.
-Se
fue molesta, pero no me importa. Seguro que la próxima vez que nos veamos ni se
acuerda.
-En algo si tienes razón. No se acordará
porque se irá olvidando de ti.
-¿Eh?
¿Pero…?
Cuando
volvió a mirar a su espalda, aquel que le
empujó y le habló ya no estaba.
Otoño de 2011.
-Esto es una casa.
-Sí. Quería despedirme de ella.
Él
se sentó en el sofá junto a aquella mujer rubia que veía la televisión con sus
gafas de ver de lejos. Tenía una manta a sus pies. Cuando él se sentó cerca de
ella, como de costumbre, ni le miró.
-¿Qué ves, mamá?
-Bones.
-Sí has visto ya este capítulo mil
veces.
-No lo recuerdo.
-Da lo mismo. Te quiero.
-Ya.
Y yo a ti… ¿Estás llorando?
-¿Eh? Sí, puede ser. Es que ya sabes,
tengo mis días tontos.
-Pues
reponte, hombre.
-Lo haré.
-¿Te
importa traerme un par de galletas?
-No, no, claro que no…
-Gracias,
hijo.
Le
dio un beso en la mejilla a la mujer y se levantó del sofá.
Cuando
el muchacho de cabello castaño oscuro, con esa fina perilla, apareció por salón,
oyó hablar a su madre y el que se sentó
a darle un beso a la mujer ya no estaba.
-¿Decías
algo, mami?
-Sí,
que me traigas dos galletas ¿es que no me oíste ya?
-No,
pero te las traigo.
-No lo entiendo aun… ¿Se puede saber
que has logrado cambiar recordando y reviviendo esos momentos de tu pasado?
-Nada. Solo hice lo correcto.
-¿Lo correcto? Tenías la oportunidad de
cambiarlo todo.
-¿Y de qué serviría? La imperfección ya
es por si perfecta.
-Nunca te entenderé.
-Ni yo, ni yo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario