El
tiempo es el mejor autor: siempre encuentra un final perfecto.
Charles
Chaplin, actor y director de cine.
Todas las obras de arte deben empezar por el final.
Edgar Allan Poe, escritor.
La luz entra dorada en mi estudio. Mi
mesa donde ahora escribo está frente a un gran ventanal donde el sol invade
cada rincón de la estancia, mi santa sanctórum o, simple y llanamente, mi gruta
donde tenía recluido mi mundo de ideas y mi tiempo, junto a ese cactus en esa
maceta de barro, las estanterías llenas de libros de distinta edad, saber y
gobierno de las vidas de quien a ellos se asomase, con aquel poster enmarcado
de una de las películas que me dieron la bendición de volver a poder escribir,
fotos de todo tipo y momento a recordar…
Mirad donde empecé y mirad donde estoy
hoy. Con más de cincuenta años, con escaso pelo en mi cabeza y con barba
canosa, gafas de montura dorada y redondas,
cojo de la pierna izquierda[…], retirado del mundo que muchas veces no
entendí del todo y aun no entiendo, casado desde hace treinta y dos años, con
tres hijos: dos hijas y un hijo.
Aun veo a aquel niño con peto vaquero,
con cabello abundante, con mirada tierna y me pregunto cómo ha pasado tanto
tiempo entre parpadeos. Me pregunto sobre cuánto de cierto y cuánto de
invención tiene mi infancia, época de inconsciencia voluntaria y de anhelos
infantiles.
[…]Vine de un próspero barrio de Madrid
para llegar a un lugar donde la palabra paz era muda. Donde un niño escuálido,
pequeño y descarado preguntaba a la enorme figura de mi padre que si su hijo
menor podía salir para jugar con él.
Ese niño, como nos pasa a muchos cuando
vamos mutando en la adolescencia que nos enfila hacia la adultez, fue esclavo
de las drogas. Me distancié de él cuando pasé la noche más terrorífica de mi
vida por culpa de sus vicios, no de los
míos. Mi regreso a la zona que fue parte de mi infancia no era ya nada más que
un espejo roto y deslucido.
No sé si leí que murió hace años, pero
no tengo yo la certeza.
Mi único problema con él alcohol es que
nunca me gustó su sabor, con el tabaco que nunca lo caté y con otras
sustancias, que nunca supe donde conseguirlas. Mi mujer y mis hijos saben que
detesto los vicios que hacen perder lo que de creativo tiene el ser humano, no
obstante, bebo bastantes refrescos de cola. No sé hasta qué punto eso es peor.
Yo no tonteé con drogas, tonteé con el
hurto en grandes superficies. No me siento orgulloso de ello, pero lo hice.
Muchos alegan que fue influjo de las malas compañías, pero no he oído yo de un
influenciado que incitará a otros a ayudarle con los pequeños robos que él
quería hacer. Me pillaron, como no, y acabé yendo a psiquiatras y psicólogos
que determinarán que me incitó a hacer aquello. Nadie dio con la clave de ese
mal y terminé por crecer y seguir mi vida.
Quería ser un gran dibujante, un
ilustrador de relatos que gustase a otros, pero cuando uno llega al instituto
ve que no tiene tantas dotes para ello. Mi padre siempre dijo que no tenía el
don de la geometría y de la perspectiva. Tenía razón. Tenía el don de la imaginación
y de la escritura que debían ser ejercitados como si de un musculo se tratase.
Y entonces, apareció el maestro que todo
discípulo pide a gritos y que solo se deja ver cuando ese aprendiz está
preparado. […] Me dio clases de teatro cuando cursaba por segunda vez uno de
los múltiples cursos en los que calentaba silla y hacía lo justo y poco más. Él
me enseñó que tal vez estaba hecho para escribir. No lo sé, pero así fue. Con
la perspectiva de los años que he vivido, creo haber dado con una posible respuesta
a todo aquello. Tal vez ese profesor sabía que tenía inventiva, tal vez solo
quise ver que él lo sabía y, siempre y llanamente, me quise demostrar que era
medianamente bueno en algo o tal vez plantearse esas preguntas es innecesario.
Puede que necesitase escribir para relatarle
al mundo que me pasaba por la cabeza y por el corazón. No dejaba de dibujar
aunque no fuera ese el candidato a ser mi oficio y tenía la mala costumbre de
dibujar a las mujeres que me habían tocado el alma o que yo quería que lo
hicieran y, para más inri, yo era un joven enamoradizo.
Mi hija pequeña, cuando
solo tenía seis años, me preguntó cuántas novias tuve.
-Ninguna aparte de tu madre, corazón
mío.
No la mentí. No tuve ninguna novia y no
sé hasta qué punto mi mujer lo fue. Pero si tuve musas, como soñador que era.
La primera fue Alicia […]. Cabello ondulado
y moreno, voz aguda, seriedad fingida y desinterés patente por un joven
atolondrado e inocentón. Era de Málaga y a Málaga volvió cuando acabó ese
primer curso.
-Iré a buscarla y me deberá amar.
¿Ven por dónde voy? […]
Nunca cumplí esa promesa que me hice y
me cansé de mandarle cartas, pues eso de chatear y mandarse mail aun no cuajó
en la época que les relato y ¡Demonios! ¿No dije que era un romántico? ¿Qué
romántico manda mails a su amada?
Yo no cumplí esa promesa, me enamoré de
la Alicia del señor Lewis Carroll, luego conocí a mi mentor y… pasó. No tan
rápido pero no me quiero recrear en alguien que no era ni de lejos lo que yo
pensé. Extrañamente un compañero de nuestra clase, […], el que luego fue
entrenador del Betis, la volvió a ver, entablaron un romance y terminaron por
casarse. Me alegro por ellos.
Tras eso vino […], una chica de armas
tomar. La conocí en una función de teatro de fin de curso, ya pasados dos o
tres años. ¡Dios como me gustó! Me enamoré como un tonto y un loco juntos de
esa preciosa chica de cabello negro, piel pálida, carácter endiablado… ¡Me
había enamorado de la chica que puteaba a otras chicas! Eso lo supe años
después y cuando ella me lo confesó mucho tiempo después, cuando ya era una prometedora
relaciones públicas y yo un pobre diablo que acalló su vocación por ser informático.
Fue esa noche que nos reencontramos cuando se lo confesé […] Meses o un año
después se marchó a Francia. No la volví a ver más. Casi mejor.
También estuvo […] Sí, la misma
presentadora de esos horrendos programas de repostería que echaban a mediados
de los años diez del siglo XXI. ¿Qué cómo la conocí? Bueno, actuando juntos […] Se ve que el teatro siempre tuvo una vital
importancia en mi adolescencia y en especial el escenario del instituto […].
Ella me dejó de hablar cuando le dije que me gustaba y sospecho que ella solo
tenía el 89 % de la culpa de eso, yo el 1% y el 10% […], pero ya no importa.
Durante años aborrecí las magdalenas por
culpa de esos programas, libros y demás patochadas. Por suerte no era el único
que tenía esa sensación y como vino se fue. […]
Y ya llegamos a Alicia […], de la que
podría hablar largo y tendido, pero me parece que quien me conoce bien y quien
no, ha oído o leído de como ella me influyó a la hora de escribir. […] Y le doy
las gracias si llega a leer esto, cosa que no es imposible.
[…]
Como dice una canción de Quique González,
quise mucho a esas chicas pero espero que no vuelvan nunca más.
Es de recibo y justicia dedicar un
apartado especial a mi Amor, al ángel de mi guarda, a la que mantiene el
control de mis alas de cera. […]
Me hubiera gustado decir que cuando la
vi por primera vez dije eso tan manido de Esa
será mi mujer, pero la verdad es que yo tenía ya el corazón hueco, por así
decirlo, tras la muerte de mi madre y tras mi última seudorelación romántica.
Estaba desengañado con la humanidad, con
mis compañeros de carrera, pues sí, soy doctor en Lengua y literatura española
y profesor en la universidad […], pero sería mentir a los que me leen si no
dijera que cursé mi carrera cuando estuve a punto de dejar atrás la veintena. […]
También era verdad que entonces no me
planteaba que era estar enamorado. Explicar que es el Amor es como intentar
explicar que es tener hambre o tener sueño. Es algo intrínseco a nuestra
condición. […]
Desde siempre tuve la costumbre de dar
largos paseos por Madrid los fines de semana. Los viernes o sábados, por la
tarde, por Callao, Opera, Lavapiés, O’Donell… Y los domingos, al Rastro, a la zona
cercana a puerta de Toledo. […] Ese viernes de primavera, en aquella gran
superficie que en mi época y en la de muchos que me leen, tenía un prestigio
para los intelectuales prefabricados […] Ella estaba allí, mirando si le merecía
la pena comprar ese DVD.
-La verdad, es una de sus mejores
películas.
-Sí, leí en algún sitio que era bueno,
pero… no sé.
-Sin dudas, ya que es […]
-Parece que sabes bastante de cine.
-Sí, puede ser. Intenté escribir críticas
de cine pero vi que mi gusto es muy extraño.
-¿Cómo te llamas?
-[…] ¿Y tú?
-[…] Un momento… ¿Eres […]? ¡Yo leo tu blog!
-¿Lees mi blog?
-Sí, yo soy Dama blanca, la que siempre escribe cuando actualizas.
-Ah, ¿Así que eres tú?
-¡Sí, soy yo!
Nos reímos como dos tonto. Recuerdo que
más de uno se giró a vernos y comentó por lo bajo alguna impertinencia sobre
nosotros.
-Ten.- Tomó un bolígrafo y un trozo de
papel que debió ser una hoja de una agenda. Me apuntó su dirección de correo
mail.- Quiero que me envíes, si no es pedirte mucho, lo que vayas escribiendo. Quiero leerlo yo
antes.
-Bueno, si eres mi seguidora fiel, no te voy a decir que no.
A estas alturas alguno pensará Sí, ya, un mail para mandarle lo que escribe…
esta quiere tema.
No sé si tema o no, pero eso hizo que empezáramos
una relación amistosa, que luego mutó en algo sentimental. Nada de glamour,
nada de flechazos, nada de historias para recordar… solo vulgaridad.
[…]
Fueron años de susurrar canciones al
oído, de gritar en plena plaza de España un te quiero como si mañana me fueran
a cortar la lengua, de bailar en la cocina y partirnos de risa, de besos
furtivos, de discutir por bobadas, de reconciliarnos al día siguiente
admitiendo la parte de culpa que nos tocaba. Era una bocanada de aire frente a
las otras relaciones que tuve, algunas venenosas, otras inexistentes y
obsesivas, y otras aburridas y monótonas.
Tenía claro algo. Con […] quería una
relación donde no viviéramos juntos hasta que no nos casásemos, no quería
cometer el error de gente como […] que posponer su boda y vivir con su pareja,
acabó siendo un hombre gris y monótono y yo no deseaba eso en mi vida. Ya
bastante monótono era ser filólogo y que mi lema fuera como el de un monje: Ora et labora.
Y así fue hasta que me armé del valor de
cien hombres, compré un anillo de pedida perfecto según mi torpe gusto […] y
volví a usar el teatro a mi favor. […] Haber sido la mascota de varios profesores
y expertos en diversos aspectos de nuestra lengua es una carta a mi favor.
La llevé al teatro del Canal. Nada como
los clásicos para decir lo que es amor, pues quien lo probó lo sabe. […] Tras
la función, los actores salieron a saludar y uno de ellos […], que además le
conocí cuando ni él ni yo era nadie,
recitó un texto sobre el matrimonio que Lope de Vega escribió y entonces, me
puse de rodillas e hice lo que se puede imaginar. Antes si quiera de que
dijera nada, dijo que sí.
[…]
Juntos hemos intentado dar una buena
educación a nuestros hijos. Además, en mi caso, me debo a unos principios
básicos que hay veces que no sé si hago honor: Ser íntegro y justo. Como como
profesor hay veces que eso es una labor casi imposible y como escritor, creo
que es fácil, puesto creo que hay que ver que el público un día está contigo,
al otro está con otros tan prometedores o mejores que yo. Doy fe de ello. Las
próximas generaciones de autores, aunque escasas, pueden hacer mucho por la
literatura, no por los lectores pues hay una de las lecciones más importantes
que aprendí de una de mis colegas y maestras en la Universidad, la doctora […],
que me enseñó que cuando uno escribe no tiene que enseñar nada, solo hacer que
se disfrute con la labor.
Posiblemente, en el otoño de mi vida,
uno se vuelve más un nostálgico que un innovador, ya que el mundo donde se crióestá casi extinto, de ahí que me anime a redactar
estas memorias.
En unos meses me jubilaré y dejaré libre
mi despacho para que otro joven colega lo ocupe. Solo me dedicaré a la vida
tranquila con la gente que quiero y tal vez escribir uno o dos libros más. Ya
saben: ora et labora.
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