martes, 30 de diciembre de 2014

Las mujeres según Lucas

Dos de las muchachas de aquel hostal de señoritas rieron discretamente, algo que incomodó aún más a Lucas.

-Muchacho, hoy va a ser uno de los mejores días de tu vida.- El capitán Hugo Toledano dio una palmada en la espalda de su grumete.-Ya lo verás.
-No sé si es una buena idea, capitán. El señor Pratt dijo que debería perder mi virginidad con una novia o una chica que me guste, no con una meretriz.
-Pratt se ha vuelto de un beato que marea.-Gruñó Toledano.-Bien que hace cuatro o cinco años no le hacía ascos a visitar este lugar.

Una mujer de unos cuarenta y tres años, de cabello largo y rojizo, que no pelirrojo, ojos negros, nariz y labios finos, pálida, menuda y de senos prominentes se acercó al grupo que formaban Toledano, Lucas, Aníbal, Rupérez y los mellizos Merchán.

-Hugo, cariño, me alegra verte.
-Y yo a ti, Olvido.
-¿Vienes por mí?- Olvido acarició el pecho del capitán.
-Me temo que hoy no. Venimos por mi grumete.

Olvido dedicó una ladina sonrisa a Lucas.

-¿Su primera vez?
-Así es.
-Chico con suerte. La primera vez suele ser desastrosa, ¿sabes? Pero no con alguien experimentado. ¿Cómo te gustan las mujeres, amor?
-Pues… que huela bien…- Tartamudeó Lucas.
-Por supuesto.-Rio Olvido.-Eres tan mono… ¡Chicas!

Seis de aquellas mujeres se acercaron y se pusieron en una extraña formación, frente al grupo de recién llegados.

-¿Cómo te llamas?
-Lucas, señora Olvido, señora, Lucas Hernando.
-Lucas, te presento a  Elisa, Candela, Clara, Julia, Lucía y Paula. Ninguna de ellas llega a los treinta. Como ves la gama es cuanto menos atrayente.

Y así era. Elisa era bajita, cabello castaño corto, y de mirada dulce. Candela era de largo cabello negro, cara redonda y sonrisa amplia. Clara era pecosa, ojos color café y de cabello castaño oscuro y rizado. Julia tenía unos grandes ojos azules, nariz respingona y cabello ondulado y color oro viejo. Lucía era esbelta, pálida y de cabello castaño claro. Paula era la más alta, con ojos verdes y cabello negro hasta los hombros.

-Todas ellas harán lo que les pidas, cualquier fantasía. ¿Un tailandés? Sin problemas. ¿Dominación? Cualquiera puede ser la mejor dominatriz que te puedas imaginar. ¿Prefieres que sean dulces y amorosas? Sus caricias harán que te sientas el único hombre del mundo que merece tenerlas. Elige y te prometo que no te arrepentirás.

Lucas observó a cada una de esas mujeres. La vergüenza hacía que notase su corazón latir fuertemente.

-Muchacho, es para hoy.-Instigó Aníbal.-Los demás también queremos escoger alguna.
-Pero esas os las pagáis vosotros.-Aclaró Toledano.

-Pues… en fin… Creo que… Candela
-¡Perfecto! Candela, por favor, trata bien a nuestro intrépido grumete.
-Claro, Olvido. Sí él así lo quiere, seré como la miel.    

Candela tomó a Lucas de la mano. Lucas nunca había tocado una mano tan suave y bella como aquella.
Le condujo a una de las habitaciones, con paredes rojas, techo blanco con moldura, alumbrado por una tenue luz de un par de lamparitas que descansaban en dos mesillas de noche, escoltando una gran cama de matrimonio con sábanas blancas de reborde de hilo dorado y colcha roja carmesí.

-Te noto algo cortado, cielo.
-No, es que es mi primera vez y no pensé que sería con una… con una…
-¿Con una prostituta?

Lucas asintió con la cabeza muy deprisa.

-¿Qué años tienes?
-Dieciocho para diecinueve.
-Pues cálmate, lo que vamos a hacer va a ser muy natural… a no ser que quieras alguna rareza. Aviso que no deseo hacer nada escatológico ni que me lo hagas.
-No, si a mí eso no me atrae… y me agrada como hueles a vainilla y a moras.
-Eres un amor. Vete desvistiéndote en el baño si quieres.

Lucas no dijo nada y se dirigió a aquel baño tan limpio y amplio, con bañera, bidet y un espejo similar al de algunos camerinos de los teatros.

Se quitó la camiseta e instintivamente se contempló en el espejo. Siempre le dijeron que era bien parecido, con su cabello castaño oscuro corto, sus cejas finas, sus ojos marrones y expresivos, su nariz romana, sus labios finos, su barbilla redonda… También le dijeron que si hiciera pesas y abdominales, llegaría a ser mucho más atrayente para las mujeres, pero… ¿Qué hombre joven en su sano juicio se quitaría la camiseta para seducir a las mujeres?

Oyó las carcajadas fanfarronas y graves de Rupérez, el estampado,  que venían de la habitación continua, así como palabras sueltas que se dedicaban la mujer escogida por el tatuado marinero.

-Vueltita… Verde… que seguro que te gusta… Distancia corta… visual para…
-Yegua…Tentación…Chillar como una autentica…Ya lo vas a ver… mejor del mundo…

-Si ellos pueden, yo no voy a ser menos.-Se dijo en voz baja él.-Se acabó ser el niño de la tripulación.

Lucas salió del cuarto de baño desnudo de cintura para arriba. Candela estaba tumbada bocabajo en la cama, totalmente desnuda, con los pies moviendo lentamente en el aire. Miraba a Lucas con una mezcla de incertidumbre e ilusión. Definitivamente era preciosa.

-Veo que me has salido tímido. Si quieres apago las luces.
-No, no.

-¡Sí! ¡Venga, mi salvaje bucanero!-Gritó una voz femenina al otro lado de la pared.
-¡Dios! Elisa es tan escandalosa…- Se quejó Candela.-Espero que eso no te distraiga.
-No, claro que no… voy a ser un hombre, ya lo verás.
-Que poco te pega hacerte el duro. Prefiero al chico dulce.

Lucas se acercó a la cama y besó en la boca a Candela.

-¿Hay… hay reglas sobre besos? Ya sabes, como en Pretty Woman
-No si lo haces así. Besas muy bien.
-Lo dices por complacerme.
-No creo que lo sepas.
-Candela… yo… yo… creo que no… creo que no puedo…
-Acabamos de empezar… seguro que la cosa se vendrá arriba enseguida, en varios sentidos…
-¿Te importa sí… sí no lo hacemos?

Lucas estaba cabizbajo al formular esa pregunta.

-Mira, sé que no te importa una mierda, pero… no soy bueno con las mujeres. Siempre estropeo todo y me enamoro de cualquiera que me hace caso… ¡No es tu situación! Quiero decir que, en fin… eres guapa y… ¡Dios! Tienes unos pechos perfectos, de verdad…. Pero eres solo… quiero decir, está mal que me enamore de ti y por eso creo que el señor Pratt tenía razón.

Candela acarició los hombros de Lucas tras sentarse ella en la cama.

-No pasa nada por sentirte así, Lucas.
-Ojala fuera un hombre rudo y pudiera hacerlo contigo, pero no lo soy. Soy un cobarde, un crio estúpido sin padres y sin que nadie le importe. Seguramente el capitán Toledano prescindirá de mí cuando vea que no soy lo que esperaba. Soy un estorbo.

Candela sonrió.

-¡Ah! ¡Lucas, por Dios! ¡Sí, sí! ¡Menuda verga la tuya, cielo! ¡Ah! ¡Ah, Por favor, con cuidado, no me hagas daño! ¡Ah! ¡Sí! ¡Sí! ¡Ah!

El grumete no salía de su asombro.

-Ahora tu hombría está a salvo delante de tus compañeros ¿Algo más?
-Bueno… no me vendría mal que hablásemos ¿Te molesta eso?
-Toda la noche si es lo que quieres.

Cuatro horas después, y tras varios gritos y gemidos fingidos por ambos y alguna risa sincera al contarse sus respectivas vidas, Lucas y Candela volvieron a la sala donde se conocieron, donde en una mesa de comedor, Olvido y el Capitán Toledano jugaban al póker, y al parecer Olvido iba ganando.

-¿Y bien?-Preguntó Hugo al verlos.
-Pues… verá, capitán, yo no…

Hugo se levantó de su asiento y abrazó a Lucas.

-¡Ya eres todo un hombre, Lucas, muchacho!
-Pero si yo…
-Lo sé. No te preocupes. Lo veo en tu cara.

Lucas sonrió.

-Ten, bombón.-Candela le entregó un papel blanco con un número de teléfono, un correo electrónico y una dirección física.-Siempre que quieras y cuando quieras. No lo pierdas ¿estamos?
-Estamos.
-Y cuando tengas tu propio barco, ven a buscarme, claro está si me aceptas.
-Sí, lo haré.
-Ah, y esto no es ni por asomo amor.
-Claro.
-¡Escalera de color!-Clamó Olvido.
-¡Qué suerte la tuya, mujer!


domingo, 14 de diciembre de 2014

Ese día que nació Eugenio Prado

I

Ese día, un novio, estando en el altar, llamaba Laura a su novia Cristina.

Fue el día en el que un hombre que se creía por encima del bien y del mal planificaba mentalmente un golpe de estado.

También fue el día en que aquel señor tan amable, con bigote frondoso, cabello blanco, gafas de cristal grueso y que siempre cantaba una copla a la hora de afeitarse, moría en su cama a los ochenta y cuatro años.

El día en cuestión en que Álvaro González Yepes se sentaba a escribir el primer capítulo de su nueva novela, sentado en su despacho en la parte baja de su chalet independiente.

Tal vez fue el día en que Beatriz colgó el cartel de Cerrado por jubilación en su quiosco de prensa.

Y el día en que Valentín, quien llevaba más de treinta años como peluquero, llegó a realizar el corte de pelo número cuatro millones y aun no lo sabía.

Pues ese mismo día, me desperté y, sentado en mi cama, lloré durante cinco minutos. Normalmente no era así. Normalmente lloraba en la ducha unos diez minutos.

Se podía decir, equivocadamente o no, que estaba deprimido pero no soy yo especialista en el campo de la psiquiatría. Por intentar huir muchas veces de mi tristeza, me voy hundiendo  de un modo similar a cuando uno está en un foso de arenas movedizas.

Entro en el baño y, sin mirar mi reflejo en el espejo, me lavo la cara. Hay momentos en que evito mirarme, otras que me mantengo la mirada y me reconozco claramente en cada rasgo y gesto.

Seguramente hoy sea el día.

II

-Sí todo va como debe, voy a ser padre.
-Ajá.
-¿Cómo que ajá?

Mi amigo me mira. Yo me entretengo en mirar los libros de la estantería de su cuarto de trabajo. Su mirada azul me examina y me encojo de hombros.

-Repite lo que me has dicho…
-Sí todo va como debe…
-Pues eso, ¿No lo estáis intentando?
-No. Ella está embarazada.

Le doy de un modio maquinal la enhorabuena y el abrazo que esperaba. El único y último amigo, el más antiguo, va a ser padre. Se acabó que me dedique tiempo. Otro abandono de la propia vida, del moverse de los ríos.

Le acompaño a hacer la compra y me noto extraño. No es pena. No es desanimo. Es apatía.

-¡Cómo extraño las paellas de tu padre!-Me confiesa mientras conduce hasta mi casa para dejarme.

Sé que antes le hice un par de bromas sobre su nueva situación, sobre el abandono de hijos, sobre el modelo desastroso que puede ser para su criatura.

-Sí, y hoy tengo pollo asado para comer.
-¡Debe estar de vicio!

Para cerca de mi casa y me vuelve a observar con su mirada celeste.

-Anímate.
-No, sí estoy cansado. Duermo mal, ¿sabes?
-Igualmente anímate.
-Sí. Bueno, ha sido un placer verte.

Ríe. Cree que es una de mis bromas y me dice que igualmente.

Hoy tengo pollo asado para comer y hoy va a ser el día.

III

Para variar, discuto con mi padre. Dice que no se expresarme, que no construyo bien las oraciones. Le digo lo de la futura paternidad de mi amigo y no sé si al explicárselo, me atropello o no. No me importa.

Mientras comemos me dice como ha hecho el pollo. Está bueno, más que bueno, no lo niego.

Al buscar la servilleta para limpiarme la boca oigo un ruido, como un golpe de algo hueco y pesado contra metal y cristales.

-¿Qué ha sido eso?
-¿El qué?
-Ese ruido tan estruendoso.
-No lo oí.

¿Solamente lo he oído yo?

Cuando terminamos de comer él tiene la lengua de trapo a causa del vino. Se traba al hablarme. Sé bien que terminará por dormirse. Mejor. Cuando despierte tal vez yo ya habré hecho lo que tengo en mente.

-Me voy.
-Vale, diviértete.

Le doy un beso en la frente. No es un beso frio e inerte como el último que le di a mi madre cuando la metieron en el incinerador del tanatorio. Doy gracias porque no esté viva para ver lo que hoy haré.

Salgo y el aire es frío pero lo noto como cuando era niño. Lo noto en los huesos y tiemblo pero seguramente se debe a los nervios del momento, puesto que hoy es el día.

IV

  

Llegar hasta aquí no ha sido tan difícil. Un autobús, un viaje de veinticinco minutos, un metro que me ha dejado justo enfrente del edificio España y nadie me ha frenado para llegar hasta la azotea.

Es una altura increíble. Miro abajo y ya no noto ese vértigo de hace unos días, ni la sensación de empacho permanente, de asco por todo.

He llorado, he comido bien y ahora toca decidirse.

Podía haber elegido cortarme las venas en la bañera, pero temía que me acobardase ante la idea de ver mi propia sangre.
Podía haber elegido tomarme algún medicamento pero no me apetecía que la posibilidad de sobrevivir y me lavasen el estómago fuera tan grande.
Podía haber sido más visceral y tirarme frente al metro que me trajo aquí pero… ¿Quién soy yo para hacer que miles de personas lleguen tarde a sus citas mientras me recogen en bolsas de plástico y me arman de nuevo como un rompecabezas macabro?

No. Este es el modo. Y tiene gracia. Me viene a la mente ese nefasto relato que escribió un viejo amigo de la adolescencia sobre un tipo que se va a tirar al final y nunca lo hace y al final, pues lo hace. Nefasto es un término suave.

¿Y cómo se hace esto? ¿Tomo impulso y me tiro con los brazos extendidos? ¿Tomo carrerilla y salto y así vemos donde caigo? No. No lo voy a ver. Cerraré los ojos mientras caigo, eso seguro.

Puede que el ruido que oyera en la cocina fuera el sonido que haré al caer que me llegó en ese momento, anunciando el que pueden ser mi último momento de vida.  

-Hola.- Oigo tras de mí, me giro y veo a una mujer de cabello pelirrojo, pecosa, no muy alta, de unos treinta y pocos años.

Le hago un gesto de saludo con la mano.

-¿Te vas a tirar?
-Sí, eso voy a hacer.
-¿Y por qué?
-Porque no entiendo este mundo.
-¿Y quién puede hacerlo? Nadie lo hace, sin embargo, aquí estamos.
-Aún me levanto y me pregunto que soy. Me siento un fracaso. Como persona lo soy. La gente ha ido creciendo y evolucionando y yo sigo sólo. Lo más cercano a una relación amorosa que tengo es cuando una chica que ni siquiera sé cómo es o si lo es, aparece de vez en cuando y hablamos hasta las tantas. Es para morirse de risa. Y mientras, mi amigo va a ser padre.
-Bien por él.
-Sí, bien por él. No le reconozco ¿Sabes? No sé quién es, ni a él ni a nadie. ¿Cuándo han cambiado las reglas del juego?
-No lo sé… Tal vez es hora de jugar a otra cosa y ver que cartas tienes a favor.
-O terminar con la partida. El cementerio está lleno de gente que se creyó alguien y no lo era. Ya me lo dijo Alicia y no la escuché…
-No sé quién es Alicia pero me da que te conoce tan poco como yo.
-No te diré lo contrario. Ojala no la hubiera conocido nunca. Ojala no hubiera conocido a tanta gente que se ha ido de mi lado.
-El caso es que aquí estamos, hablando, si no llega a ser por esa gente…
-Siempre que pasaba por aquí pensaba que sería un sitio estupendo donde morir.
-Pues las vistas son preciosas, la verdad. Muy buen gusto.
-Gracias… creo. En fin… creo que toca que salte.
-Sería una pena que lo hicieras. Tienes tantas cosas buenas.
-Dime una. Solo una que me haga cambiar de opinión.
-Eugenio Prado.

V

Eugenio Prado nació en Córdoba, Argentina el 30 de noviembre de 1883. Hijo de médico Español y madre Argentina. 

Durante su niñez, viajó a España y a Inglaterra. Es entonces cuando entró en contacto con las obras de autores como Larra o Jonathan Swift. A su regreso a Hispanoamérica, estudió en la Universidad Nacional de La Plata.

Concluidos sus estudios, se trasladó a Buenos Aires. Pronto se le presentó la oportunidad de trabajar como secretario de Constancio Cecilio Vigil. En 1901, tras obtener su doctorado,  recibió y aceptó una catedra en su vieja universidad. En mayo de 1912, Prado escribió su primera obra, El arte de los bufones.

Entre 1912 y 1915 trabajó para la revista Mundo argentino, que fundó Cecilio Vigil, a la par que escribió relatos y ensayos para diversas publicaciones de la época. En 1919 se trasladó definitivamente a Córdoba, donde vivió junto a su esposa, Inés Gago.

En 1930, al morir su esposa, Eugenio Prado sufrió una severa depresión que le impidió escribir. Murió en 1948, en su Córdoba natal a los pocos meses de terminar la recopilación de sus cuentos con el título de Una tarde dorada.

Sus obras son las siguientes:

1912

·        El arte de los bufones (Novela)
·         Los héroes en riesgo (Cuento)
·         Algunos decretos perdidos (Ensayo)
·         El oro de la princesa (Cuento infantil)
·         Cuatro cuadros sobre la vida (Cuento)

1913

·        Isabel de la vida lujosa (Cuento infantil)
·        Los vikingos (Cuento)
·        ¿Qué es la ficción y la imaginación? (Ensayo)
·         Los papeles del enamorado (Cuento)
·        Sopa de cordero (Cuento infantil)
·        La llanura (Cuento)
·        Tú y yo no siempre fuimos dos (Cuento)

1914

·        Verano de caballeros (Cuento)
·        El precio de la esencia (Ensayo)
·        El pirata (Cuento)
·        Cuadrado, el valiente (Cuento infantil)
·        Demonios y Ángeles en Ovejuna (Ensayo)
·        Tortugas de caramelo (Cuento infantil)
·        Labores del hogar (Cuento)
·        Mitos y leyendas en extinción (Ensayo)
·        Una vez loco, loco siempre (Cuento)

1915

·        Puertas y viajes (Ensayo)
·         Lo que ya fue… (Cuento)
·        Sigfrido y el dragón (Cuento infantil)
·        La huella  de la mujer gigante (Novela)
·        Estudio enfocado al humor (Ensayo)

1916

·        Canción en las sombras (Novela)
·        Terrazas del exterior (Cuento)
·        El enemigo a abatir (Cuento)
·        Cabezas (Cuento)
·        La historia secreta de un viajero (Ensayo)

1918

·        Hirviendo la sangre (Cuento)
·        La familia inmortal (Novela)
·        Una ciudad que nunca estuvo (Cuento)
·        Autopsia de una onomatopeya (Ensayo)


1923

·        El verdadero juego (Cuento)
·        La mirada del mono (Cuento)
·        Las luengas peregrinaciones (Ensayo)
·        El superviviente (Cuento)

1927

·        Don Fernando (Cuento)
·        Literatura de lo oscuro (Ensayo)
·        El rugido (Novela)
·        Los muchachos y algo más (Cuento)

1929

·        El autor de esta vida (Novela)
·        Lluvia pesada para días bobos (Cuento)
·        El testamento del Rey (Ensayo)

VI

Tal vez su cuento más famoso (y el más breve) sea el titulado La mirada del mono, que dice así:

Soy del mar. Del agua, de mi madre, de mis hermanos y hermanas.

Hay veces que es bonito estar arriba, aunque me resulta pesado, difícil. Es bonito tocar el cielo y dejar que la bola brillante luzca sobre mí hasta sentir la brisa que juega en mi pelo.

A veces es bonito tumbarme y mirar a los nadadores del cielo, del viento, de las nubes. Es bonito subir aquí.
Me pregunto cómo será nadar en el cielo y si el cielo les canta a esos nadadores como el mar nos canta a nosotros.

Les veo nadar en el cielo con sus hermanos y hermanas, a veces, como cuando floto hasta besar el mar y sacar peces con mi boca.
Deben tener buenos ojos para ver dónde el mar esconde a los peces. Creo que hay veces que el mar se los enseña y puede que escupa peces hacia ellos, porque no es tan fácil atrapar peces… ¡van tan rápidos! Pero mi madre me dijo que no. Ellos ven a través del cielo, del agua. Me pregunto si los peces les ven a través del agua, del cielo.

Una vez mantuve un pez fuera del agua, sólo para que viera el viento antes de que me lo tragara. Pobres pece, siempre, al ver el cielo, se ponen tiesos y mueren, flotan, un ojo blanco mirando al mar, el otro al cielo.  Tal vez el pez sueñe con nadar por el cielo… tal vez…

Un trueno resuena. Hombres. El nadador del cielo cae en picado, un ojo mira al cielo, otro a la tierra.

-¡Ese pájaro tenía un buen tiro!
-Tal vez sea buena idea asarlo.
-Casi se pueden oler las plumas quemadas.

Hombres. Llevan armas de truenos. Ríen como caballos. Gritan como elefantes furiosos. Están lejos de la ciudad, quien les alimenta, les viste y cura sus heridas. Para ellos hace tiempo que el exterior de la ciudad debió desaparecer, pero aquí están. 

-¡Mira ahí!
-Fijaos en esto. ¿Qué me decís si dejamos de hacer tiro al blanco con las aves y empezamos con ese mono de mar?
-¡Sin piedad!

Chillo y salto al agua, a mi madre, a mis hermanos y hermanas.

-¿Sabéis lo que podemos sacar por su piel?
-¡Sí pudieras darle a algo con ese arma, ya lo tendríamos!
-¡Callad ya! Está claro que voy a tener que cazar yo a ese mono.

Uno de ellos no tarda en zambullirse en el agua, con un cuchillo en la boca, bucea y me busca. No son muy distintos los hombres de los peces. Esta vez me toca a mí conducir a los peces que no son buena comida, mientras mis hermanos me ayudan.

-Amigo… ¡No me gusta esto!
-¿Qué olor es ese?

Mis hermanos y yo, juntos, estamos arriba una vez más, aunque nos resulte pesado, difícil. Aquí era bonito tocar el cielo, dejar que la bola brillante luzca sobre nosotros.

-¡Maldición!
-¿Has visto su tamaño? ¿Cuántos son?

Somos del mar y ellos no. Ellos necesitan armas de trueno y nosotros nos bastamos con nuestras bocas para tragar. Ellos tienen una ira primitiva que les traiciona y sale con un grito de rabia. Rugen y espumean, y nosotros reprimimos nuestras fuerzas mientras nuestra madre mira cómo mis hermanos y yo acabamos el juego.


Se ponen tiesos y mueren, flotan, con los ojos cerrados que no miran ni al mar, ni al cielo ni a la tierra. 

VII

La gracia está en que Eugenio Prado no existe. Lo creé yo para una exposición donde quise  demostrar que  al final la literatura se basa en las obras y no tanto en los autores.

Usé fotos de Enrico Caruso, alegando que ese era Eugenio Prado, nombre que tomé prestado y transmuté de Hugo Pratt. Hugo Eugenio Pratt. Pratt, Prad, Prado.  

-Si has podido hacer algo así es porque aun crees en alguien: en ti. Dan lo mismo los demás. Quien te quiere y te conozca de verdad, verá lo bueno que tienes. Sí, sé bien que no te das a conocer mucho, pues estás en horas bajas, pero solo pasas una pésima racha. La grandeza está en que si has podido inventar un autor ficticio en un momento tan difícil para ti, puedes inventarte una solución más ingeniosa que convertirte en una mancha en el suelo. Vive y demuestra de qué material estás hecho.

Miro al horizonte y cuando busco a la mujer para preguntarle como sabe eso, ya no está. La busco por todos lados, incluso abajo ¿Se habrá tirado y me habrá quitado mi momento de gloria? No, sí cuando dicen que soy gilipollas…


Hace más frío ahora. Me abrocho más mi abrigo y me decido al fin a tomar las escaleras. Me acuerdo de la anécdota de Peter Sellers. Cuando su primera mujer iba a abandonarlo, él se subió al balcón de su casa y amenazó con saltar. Ella solo le respondió te veo abajo y se marchó del piso. Finalmente, Peter Sellers no saltó y años después hizo la Pantera rosa, Doctor Strangelove o Bienvenido, Míster Chance. Es un modo de verlo, sí. 

domingo, 2 de noviembre de 2014

Un recuerdo


Me ronda un recuerdo borroso. Es como un par de fotogramas donde las caras están confusas. Sé que estuve en esa escena, no es ajena a mí y me preocupa el que no pueda recordar esto como me pasa con todo lo importante. De pronto, me asalta esta escena vista desde detrás de una mampara.

Soy capaz de recordar el primer jardín que tuve y el olor de las rosas en una infancia donde el techo era de parras, conviviendo a cuatro pasos con una calle donde uno podía tomar esos magníficos autobuses rojos. Subiendo por aquella calle estaban las grises y frías calles que llevan a un colegio de monjas donde mi madre me dejaba a aprender a pintar, escribir y leer. ¿No lo sabéis? La a era una reina y su esposo era la u, cuyos hijos eran el príncipe e, la llorona princesa i y la simpática princesa o.

Soy capaz de recordar a un niño delgado con una gorra con la visera subida y una sonrisa pícara que preguntó si quería salir a jugar con él y el sabor de los refrescos sin burbujas y los bocadillos bien hechos y de tardes donde rara vez dejaba de brillar el sol mientras la gente cantaba canciones de Pop español. Madrugaba entonces y me lamentaba de que la tarde estuviera tan lejos de las seis de la mañana. ¿Cómo se llamaban mis compañeros? Daniel, Javier, Raquel, Federico, Alberto, Sandra, Marta, Silvia, Luis, Marina… ¡Cuantas chicas tenía yo en clase!

Soy capaz de recordar el trayecto de una excursión metropolitana, ya fuera a una gran superficie o al cine y las imágenes de aquellas películas que no importaba las veces que viera. En un cajón de mi cuarto tenía el primer álbum que leí de Mafalda y no lo entendí hasta pasados los años. Nadé en una piscina pública de una urbanización. Nunca era tarde o eso me quiero decir. ¿Qué te parece? Viajé a Estados Unidos cuando era un niño y no sé si volvería a repetirlo.

Soy capaz de recordar el nombre de cada chica que me robó un trocito del corazón y oír cada frase que fue casi una pedrada en plena cabeza mientras creo mentalmente una galería de la fama de paredes de luz apagada. No volví a verme nunca en un escenario teatral como en esos momentos y sin embargo le debo tanto a un hombre con chalecos de vestir y cabello color humo y como humo se fue pronto. ¿Quién me lo iba a decir? De no saber hacer bien un simple dictado a empezar a gatear a la hora de crear historias y escenas.

Soy capaz de recordar momentos terribles, graciosos, de pérdidas que dejan cicatriz y el suave cosquilleo de unos labios, de una caricia, de una mano que encaja en otra. Tuve ilusiones que fueron como el hielo en un día de verano y di pasos en la soledad de la multitud. Hay tantas despedidas sordas que me da un poco igual si vuelvo a ver a cada persona que alguna vez recuerdo. ¿Cuál era el detonante? El recuerdo borroso… sí.

Soy capaz de recordar un recuerdo para ese recuerdo, y sé que tal vez mañana mi cerebro deseche la molesta sensación que hoy tuve como sé que recordaré el día que conoceré a mi esposa, a la que va a ser la mejor amiga de mi hija mayor, el número de mi despacho, a qué hora saldrá el avión que me lleve por primera vez a Argentina…

Posiblemente si no tuviera tanto corazón sería muy fácil olvidar todo, el jardín, las letras monárquicas, el muchacho delgado con gorra, los compañeros, Estados Unidos, las chicas con un trocito de mi corazón, el escenario… ¿Y Por qué tanto problema? Si ese recuerdo está borroso, por algo será.


sábado, 18 de octubre de 2014

Un caso de más

Al detective James Weber no le entusiasmaba hacerse cargo de un caso de asesinato como en el que se veía envuelto. Admiraba a otros compañeros que tenían una tremenda pasión cuando se les presentaba una oportunidad como aquella, pero él no era los demás. Él era un hombre rechoncho, de pelo corto y oscuro, ojos color alquitrán, mandíbula cuadrada y rasurada, además de tener de principios sencillos.

Incansable y vehementemente, observaba a los sospechosos de haber asesinado a la señora Agatha Monroe, viuda de Charles L. Monroe, hombre que hizo su fortuna en África. Agatha fue la tercera esposa de Charles y le dejo al morir este, una enorme y bien cuidada fortuna, motivo más que suficiente para que alguien le asestase a la pobre mujer diecisiete puñaladas de las que solo las últimas cinco eran mortales.

Como ya se dijo, James entró en el gran salón donde los cinco sospechosos estaban presentes. Allí estaba el Coronel Albert Anderson, héroe de guerra en oriente y hombre fornido, de grandes bigotes grises,  cabeza exenta de pelo, Constanza Campbell, sobrina de la víctima y de belleza helénica y cabello oscuro, Lord Rupert Richards, joven, bien parecido y esbelto esposo de Constanza, el ama de llaves Margaret Miller, mujer enjuta y poco agraciada, y Stephan Swift, mayordomo de la casa y hombre repeinado y entrado en años. Todos miraban al Detective como quien veía una representación callejera, o así se sintió por un instante el policía.

-¿Y bien?-Preguntó Constanza.- ¿Por qué nos ha reunido aquí?
-Pues… creo que ya sé quién mató a la señora Monroe.
-Será interesante oírlo.-Sonrió el Coronel mientras daba una calada a su cigarro habano.
-Uno de ustedes asesino vilmente a la señora Monroe aquí presente… 

El detective sintió una gran desazón al ver que nadie, desde que encontraron el cuerpo de la víctima, nadie se molestó en moverlo. Agatha Monroe estaba allí, con sus sesenta y seis años, tendida en el suelo y con el gesto de asombro, los ojos fijos en la puerta de la estancia y la boca entreabierta. Sí se molestaron en limpiar la sangre, pero nada más.

-¿Y es…?-El ama de llaves parecía inquieta por la parsimonia del detective.
-Paso a paso. Lo primero es señalar que el asesino esperó en esta estancia a la señora Monroe a partir de las doce de la noche, puesto que no hay en el mercado nada que marque mejor el estilo y la hora como los relojes Eternity.

Los presentes se sintieron extrañados ante las palabras del investigador. James se paró en seco y simplemente carraspeó.

-Lo que quiero decir es que el asesino fue una persona que conocía bien esta casa y las costumbres de la víctima, luego debía ser alguien familiarizado con este entorno y, por tanto, estar informado del viaje que hacía cinco días hizo la señora Monroe, ya que disfrutó de los Cruceros de Holiday group desde 324 libras, tasas de embarque, vuelo y todo incluido gratis, reservables hasta el 30 de noviembre…

Weber se tapó la boca de golpe y sus ojos miraban nerviosamente todo. No entendía lo que le sucedía. Era algo involuntario lo que iba diciendo ¿serían los nervios?

-Mire, detective, si se está quedando con nosotros le aseguro que…-Amenazó Lord Richards.
-No, no, discúlpenme. Debí comer algo en mal estado… ¿Por dónde iba? Sí, ya, ya… El asesino… ¡El asesino no era ajeno a esta casa, luego debía ser alguien que además, odiase profundamente a la señora Monroe! ¡Usted, Coronel, era amigo de su esposo desde hacía más de 30 años de garantía en la compra de las nuevas lavadoras Crystal Washer…! ¡30 años! ¡30 años!... ¡Y ustedes, señora Campbell y Lord Richards, ansiaban su fortuna y un sueño único que se convierte en un gran perfume. Arc’ en’ ciel ¡No! ¡Solo su fortuna! ¡Y la señora Miller y el señor Swift tampoco están libres de sospecha! No soportaban el trato despótico que recibían de su señora puesto que debían encontrar su propia libertad con el nuevo Overlord B3, equipado al más alto nivel, máxima seguridad y un consumo extraordinariamente bajo con ABS, 6 airbags y control de tracción SWD… Eh… quiero decir, que… En fin… que tras analizar todo esto descubrí que nada refresca más que los Minty extra fresh... ¡Diablos! ¡Que el móvil del asesino era el nuevo HeavySoul  42D con su pantalla de ángulo variable y sus funciones Cosmic+!  Comunicación y entretenimiento lleno de vida- ¡Ah! ¡No lo entiendo! perdónenme pero…

-¡Bueno, basta ya!-Clamó una voz de mujer.

Ante el asombro de los presentes, Agatha Monroe, viuda de Charles L. Monroe, se levantó del suelo donde estaba. Ciertamente pálida, pero en mejor forma de lo que nunca les pareció a los cinco sospechosos, se acercó a aquel agente de la ley.

-Pe… pero… ¿¡Señora Monroe!?
-¡Joven, es usted un desastre! ¡No soporto más cuñas de ningún tipo! ¡Que aburre usted a los muertos y una pierde el hilo de quien me mató!
-No… verá… es que su caso…
-¿Mi caso? Mi caso es que si lo sé no me caso, con tal, para el caso… ¡y ahora, cada cual a sus cosas! ¡Que nadie se queda hoy con mi herencia y  yo no pienso estar más tiempo sin cenar! ¡Ale! ¡Ale! ¡Stephan, vaya a la cocina de una santa vez y hágame aunque sea un sándwich de pepino y un té! ¡Venga!
-Enseguida, señora. Como usted mande, señora.  

Y aquella difunta que no lo estaba ya, caminó detrás de su mayordomo hasta la cocina como aquellos cowboys de los que alguna vez el detective Weber oyó hablar.


Al detective James Weber no le entusiasmaba hacerse cargo de un caso de asesinato como en el que se veía envuelto y, con cosas como aquella, estaba más convencido.