domingo, 14 de diciembre de 2014

Ese día que nació Eugenio Prado

I

Ese día, un novio, estando en el altar, llamaba Laura a su novia Cristina.

Fue el día en el que un hombre que se creía por encima del bien y del mal planificaba mentalmente un golpe de estado.

También fue el día en que aquel señor tan amable, con bigote frondoso, cabello blanco, gafas de cristal grueso y que siempre cantaba una copla a la hora de afeitarse, moría en su cama a los ochenta y cuatro años.

El día en cuestión en que Álvaro González Yepes se sentaba a escribir el primer capítulo de su nueva novela, sentado en su despacho en la parte baja de su chalet independiente.

Tal vez fue el día en que Beatriz colgó el cartel de Cerrado por jubilación en su quiosco de prensa.

Y el día en que Valentín, quien llevaba más de treinta años como peluquero, llegó a realizar el corte de pelo número cuatro millones y aun no lo sabía.

Pues ese mismo día, me desperté y, sentado en mi cama, lloré durante cinco minutos. Normalmente no era así. Normalmente lloraba en la ducha unos diez minutos.

Se podía decir, equivocadamente o no, que estaba deprimido pero no soy yo especialista en el campo de la psiquiatría. Por intentar huir muchas veces de mi tristeza, me voy hundiendo  de un modo similar a cuando uno está en un foso de arenas movedizas.

Entro en el baño y, sin mirar mi reflejo en el espejo, me lavo la cara. Hay momentos en que evito mirarme, otras que me mantengo la mirada y me reconozco claramente en cada rasgo y gesto.

Seguramente hoy sea el día.

II

-Sí todo va como debe, voy a ser padre.
-Ajá.
-¿Cómo que ajá?

Mi amigo me mira. Yo me entretengo en mirar los libros de la estantería de su cuarto de trabajo. Su mirada azul me examina y me encojo de hombros.

-Repite lo que me has dicho…
-Sí todo va como debe…
-Pues eso, ¿No lo estáis intentando?
-No. Ella está embarazada.

Le doy de un modio maquinal la enhorabuena y el abrazo que esperaba. El único y último amigo, el más antiguo, va a ser padre. Se acabó que me dedique tiempo. Otro abandono de la propia vida, del moverse de los ríos.

Le acompaño a hacer la compra y me noto extraño. No es pena. No es desanimo. Es apatía.

-¡Cómo extraño las paellas de tu padre!-Me confiesa mientras conduce hasta mi casa para dejarme.

Sé que antes le hice un par de bromas sobre su nueva situación, sobre el abandono de hijos, sobre el modelo desastroso que puede ser para su criatura.

-Sí, y hoy tengo pollo asado para comer.
-¡Debe estar de vicio!

Para cerca de mi casa y me vuelve a observar con su mirada celeste.

-Anímate.
-No, sí estoy cansado. Duermo mal, ¿sabes?
-Igualmente anímate.
-Sí. Bueno, ha sido un placer verte.

Ríe. Cree que es una de mis bromas y me dice que igualmente.

Hoy tengo pollo asado para comer y hoy va a ser el día.

III

Para variar, discuto con mi padre. Dice que no se expresarme, que no construyo bien las oraciones. Le digo lo de la futura paternidad de mi amigo y no sé si al explicárselo, me atropello o no. No me importa.

Mientras comemos me dice como ha hecho el pollo. Está bueno, más que bueno, no lo niego.

Al buscar la servilleta para limpiarme la boca oigo un ruido, como un golpe de algo hueco y pesado contra metal y cristales.

-¿Qué ha sido eso?
-¿El qué?
-Ese ruido tan estruendoso.
-No lo oí.

¿Solamente lo he oído yo?

Cuando terminamos de comer él tiene la lengua de trapo a causa del vino. Se traba al hablarme. Sé bien que terminará por dormirse. Mejor. Cuando despierte tal vez yo ya habré hecho lo que tengo en mente.

-Me voy.
-Vale, diviértete.

Le doy un beso en la frente. No es un beso frio e inerte como el último que le di a mi madre cuando la metieron en el incinerador del tanatorio. Doy gracias porque no esté viva para ver lo que hoy haré.

Salgo y el aire es frío pero lo noto como cuando era niño. Lo noto en los huesos y tiemblo pero seguramente se debe a los nervios del momento, puesto que hoy es el día.

IV

  

Llegar hasta aquí no ha sido tan difícil. Un autobús, un viaje de veinticinco minutos, un metro que me ha dejado justo enfrente del edificio España y nadie me ha frenado para llegar hasta la azotea.

Es una altura increíble. Miro abajo y ya no noto ese vértigo de hace unos días, ni la sensación de empacho permanente, de asco por todo.

He llorado, he comido bien y ahora toca decidirse.

Podía haber elegido cortarme las venas en la bañera, pero temía que me acobardase ante la idea de ver mi propia sangre.
Podía haber elegido tomarme algún medicamento pero no me apetecía que la posibilidad de sobrevivir y me lavasen el estómago fuera tan grande.
Podía haber sido más visceral y tirarme frente al metro que me trajo aquí pero… ¿Quién soy yo para hacer que miles de personas lleguen tarde a sus citas mientras me recogen en bolsas de plástico y me arman de nuevo como un rompecabezas macabro?

No. Este es el modo. Y tiene gracia. Me viene a la mente ese nefasto relato que escribió un viejo amigo de la adolescencia sobre un tipo que se va a tirar al final y nunca lo hace y al final, pues lo hace. Nefasto es un término suave.

¿Y cómo se hace esto? ¿Tomo impulso y me tiro con los brazos extendidos? ¿Tomo carrerilla y salto y así vemos donde caigo? No. No lo voy a ver. Cerraré los ojos mientras caigo, eso seguro.

Puede que el ruido que oyera en la cocina fuera el sonido que haré al caer que me llegó en ese momento, anunciando el que pueden ser mi último momento de vida.  

-Hola.- Oigo tras de mí, me giro y veo a una mujer de cabello pelirrojo, pecosa, no muy alta, de unos treinta y pocos años.

Le hago un gesto de saludo con la mano.

-¿Te vas a tirar?
-Sí, eso voy a hacer.
-¿Y por qué?
-Porque no entiendo este mundo.
-¿Y quién puede hacerlo? Nadie lo hace, sin embargo, aquí estamos.
-Aún me levanto y me pregunto que soy. Me siento un fracaso. Como persona lo soy. La gente ha ido creciendo y evolucionando y yo sigo sólo. Lo más cercano a una relación amorosa que tengo es cuando una chica que ni siquiera sé cómo es o si lo es, aparece de vez en cuando y hablamos hasta las tantas. Es para morirse de risa. Y mientras, mi amigo va a ser padre.
-Bien por él.
-Sí, bien por él. No le reconozco ¿Sabes? No sé quién es, ni a él ni a nadie. ¿Cuándo han cambiado las reglas del juego?
-No lo sé… Tal vez es hora de jugar a otra cosa y ver que cartas tienes a favor.
-O terminar con la partida. El cementerio está lleno de gente que se creyó alguien y no lo era. Ya me lo dijo Alicia y no la escuché…
-No sé quién es Alicia pero me da que te conoce tan poco como yo.
-No te diré lo contrario. Ojala no la hubiera conocido nunca. Ojala no hubiera conocido a tanta gente que se ha ido de mi lado.
-El caso es que aquí estamos, hablando, si no llega a ser por esa gente…
-Siempre que pasaba por aquí pensaba que sería un sitio estupendo donde morir.
-Pues las vistas son preciosas, la verdad. Muy buen gusto.
-Gracias… creo. En fin… creo que toca que salte.
-Sería una pena que lo hicieras. Tienes tantas cosas buenas.
-Dime una. Solo una que me haga cambiar de opinión.
-Eugenio Prado.

V

Eugenio Prado nació en Córdoba, Argentina el 30 de noviembre de 1883. Hijo de médico Español y madre Argentina. 

Durante su niñez, viajó a España y a Inglaterra. Es entonces cuando entró en contacto con las obras de autores como Larra o Jonathan Swift. A su regreso a Hispanoamérica, estudió en la Universidad Nacional de La Plata.

Concluidos sus estudios, se trasladó a Buenos Aires. Pronto se le presentó la oportunidad de trabajar como secretario de Constancio Cecilio Vigil. En 1901, tras obtener su doctorado,  recibió y aceptó una catedra en su vieja universidad. En mayo de 1912, Prado escribió su primera obra, El arte de los bufones.

Entre 1912 y 1915 trabajó para la revista Mundo argentino, que fundó Cecilio Vigil, a la par que escribió relatos y ensayos para diversas publicaciones de la época. En 1919 se trasladó definitivamente a Córdoba, donde vivió junto a su esposa, Inés Gago.

En 1930, al morir su esposa, Eugenio Prado sufrió una severa depresión que le impidió escribir. Murió en 1948, en su Córdoba natal a los pocos meses de terminar la recopilación de sus cuentos con el título de Una tarde dorada.

Sus obras son las siguientes:

1912

·        El arte de los bufones (Novela)
·         Los héroes en riesgo (Cuento)
·         Algunos decretos perdidos (Ensayo)
·         El oro de la princesa (Cuento infantil)
·         Cuatro cuadros sobre la vida (Cuento)

1913

·        Isabel de la vida lujosa (Cuento infantil)
·        Los vikingos (Cuento)
·        ¿Qué es la ficción y la imaginación? (Ensayo)
·         Los papeles del enamorado (Cuento)
·        Sopa de cordero (Cuento infantil)
·        La llanura (Cuento)
·        Tú y yo no siempre fuimos dos (Cuento)

1914

·        Verano de caballeros (Cuento)
·        El precio de la esencia (Ensayo)
·        El pirata (Cuento)
·        Cuadrado, el valiente (Cuento infantil)
·        Demonios y Ángeles en Ovejuna (Ensayo)
·        Tortugas de caramelo (Cuento infantil)
·        Labores del hogar (Cuento)
·        Mitos y leyendas en extinción (Ensayo)
·        Una vez loco, loco siempre (Cuento)

1915

·        Puertas y viajes (Ensayo)
·         Lo que ya fue… (Cuento)
·        Sigfrido y el dragón (Cuento infantil)
·        La huella  de la mujer gigante (Novela)
·        Estudio enfocado al humor (Ensayo)

1916

·        Canción en las sombras (Novela)
·        Terrazas del exterior (Cuento)
·        El enemigo a abatir (Cuento)
·        Cabezas (Cuento)
·        La historia secreta de un viajero (Ensayo)

1918

·        Hirviendo la sangre (Cuento)
·        La familia inmortal (Novela)
·        Una ciudad que nunca estuvo (Cuento)
·        Autopsia de una onomatopeya (Ensayo)


1923

·        El verdadero juego (Cuento)
·        La mirada del mono (Cuento)
·        Las luengas peregrinaciones (Ensayo)
·        El superviviente (Cuento)

1927

·        Don Fernando (Cuento)
·        Literatura de lo oscuro (Ensayo)
·        El rugido (Novela)
·        Los muchachos y algo más (Cuento)

1929

·        El autor de esta vida (Novela)
·        Lluvia pesada para días bobos (Cuento)
·        El testamento del Rey (Ensayo)

VI

Tal vez su cuento más famoso (y el más breve) sea el titulado La mirada del mono, que dice así:

Soy del mar. Del agua, de mi madre, de mis hermanos y hermanas.

Hay veces que es bonito estar arriba, aunque me resulta pesado, difícil. Es bonito tocar el cielo y dejar que la bola brillante luzca sobre mí hasta sentir la brisa que juega en mi pelo.

A veces es bonito tumbarme y mirar a los nadadores del cielo, del viento, de las nubes. Es bonito subir aquí.
Me pregunto cómo será nadar en el cielo y si el cielo les canta a esos nadadores como el mar nos canta a nosotros.

Les veo nadar en el cielo con sus hermanos y hermanas, a veces, como cuando floto hasta besar el mar y sacar peces con mi boca.
Deben tener buenos ojos para ver dónde el mar esconde a los peces. Creo que hay veces que el mar se los enseña y puede que escupa peces hacia ellos, porque no es tan fácil atrapar peces… ¡van tan rápidos! Pero mi madre me dijo que no. Ellos ven a través del cielo, del agua. Me pregunto si los peces les ven a través del agua, del cielo.

Una vez mantuve un pez fuera del agua, sólo para que viera el viento antes de que me lo tragara. Pobres pece, siempre, al ver el cielo, se ponen tiesos y mueren, flotan, un ojo blanco mirando al mar, el otro al cielo.  Tal vez el pez sueñe con nadar por el cielo… tal vez…

Un trueno resuena. Hombres. El nadador del cielo cae en picado, un ojo mira al cielo, otro a la tierra.

-¡Ese pájaro tenía un buen tiro!
-Tal vez sea buena idea asarlo.
-Casi se pueden oler las plumas quemadas.

Hombres. Llevan armas de truenos. Ríen como caballos. Gritan como elefantes furiosos. Están lejos de la ciudad, quien les alimenta, les viste y cura sus heridas. Para ellos hace tiempo que el exterior de la ciudad debió desaparecer, pero aquí están. 

-¡Mira ahí!
-Fijaos en esto. ¿Qué me decís si dejamos de hacer tiro al blanco con las aves y empezamos con ese mono de mar?
-¡Sin piedad!

Chillo y salto al agua, a mi madre, a mis hermanos y hermanas.

-¿Sabéis lo que podemos sacar por su piel?
-¡Sí pudieras darle a algo con ese arma, ya lo tendríamos!
-¡Callad ya! Está claro que voy a tener que cazar yo a ese mono.

Uno de ellos no tarda en zambullirse en el agua, con un cuchillo en la boca, bucea y me busca. No son muy distintos los hombres de los peces. Esta vez me toca a mí conducir a los peces que no son buena comida, mientras mis hermanos me ayudan.

-Amigo… ¡No me gusta esto!
-¿Qué olor es ese?

Mis hermanos y yo, juntos, estamos arriba una vez más, aunque nos resulte pesado, difícil. Aquí era bonito tocar el cielo, dejar que la bola brillante luzca sobre nosotros.

-¡Maldición!
-¿Has visto su tamaño? ¿Cuántos son?

Somos del mar y ellos no. Ellos necesitan armas de trueno y nosotros nos bastamos con nuestras bocas para tragar. Ellos tienen una ira primitiva que les traiciona y sale con un grito de rabia. Rugen y espumean, y nosotros reprimimos nuestras fuerzas mientras nuestra madre mira cómo mis hermanos y yo acabamos el juego.


Se ponen tiesos y mueren, flotan, con los ojos cerrados que no miran ni al mar, ni al cielo ni a la tierra. 

VII

La gracia está en que Eugenio Prado no existe. Lo creé yo para una exposición donde quise  demostrar que  al final la literatura se basa en las obras y no tanto en los autores.

Usé fotos de Enrico Caruso, alegando que ese era Eugenio Prado, nombre que tomé prestado y transmuté de Hugo Pratt. Hugo Eugenio Pratt. Pratt, Prad, Prado.  

-Si has podido hacer algo así es porque aun crees en alguien: en ti. Dan lo mismo los demás. Quien te quiere y te conozca de verdad, verá lo bueno que tienes. Sí, sé bien que no te das a conocer mucho, pues estás en horas bajas, pero solo pasas una pésima racha. La grandeza está en que si has podido inventar un autor ficticio en un momento tan difícil para ti, puedes inventarte una solución más ingeniosa que convertirte en una mancha en el suelo. Vive y demuestra de qué material estás hecho.

Miro al horizonte y cuando busco a la mujer para preguntarle como sabe eso, ya no está. La busco por todos lados, incluso abajo ¿Se habrá tirado y me habrá quitado mi momento de gloria? No, sí cuando dicen que soy gilipollas…


Hace más frío ahora. Me abrocho más mi abrigo y me decido al fin a tomar las escaleras. Me acuerdo de la anécdota de Peter Sellers. Cuando su primera mujer iba a abandonarlo, él se subió al balcón de su casa y amenazó con saltar. Ella solo le respondió te veo abajo y se marchó del piso. Finalmente, Peter Sellers no saltó y años después hizo la Pantera rosa, Doctor Strangelove o Bienvenido, Míster Chance. Es un modo de verlo, sí. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario