lunes, 28 de octubre de 2013

Cuéntamelo otra vez



 
Te lo volveré a contar y después a dormir.

Esta es la historia de Greg Mandrake. Greg era un niño especial, pues cuando se disgustaba, se convertía en un pato. En serio. Es verdad. Se convertía en un pato.

Un día Greg le dijo a su padre:

-Papá, quiero que me compres un cohete.
-Pero, Greg, no es posible lo que me pides.-Respondió su padre.

Y Greg, disgustado, se convirtió en pato, algo que el señor Mandrake detestaba, pues uno no cría un niño para que se transforme en un pato.

-Muy bien, muy bien.- Accedió el padre de Greg.- ¡Tendrás tu cohete!

Al día siguiente, el padre de Greg llegó de trabajar y, mientras se quitaba su sombrero y lo colgaba en un pechero, su hijo corrió a su encuentro.

-¡Papá! ¡Papá! ¿Me has traído mi cohete?
-¡Aquí lo tienes!-Indicó el señor Mandrake, acompañando a su hijo a la entrada de la casa. Greg gritaba de alegría.

El niño montó en el cohete, que ascendió y ascendió como una centella. Al llegar al cielo estrellado, el cohete de Greg descendió y chocó sin remedio y de un modo aparatoso en el jardín de los Mandrake, pero, como Greg era un niño muy resistente, no se hizo nada más que unos rasguños y un par de chichones.

Molesto, que no disgustado, Greg entró en la casa y se acercó a su padre, quien leía el periódico en su gran butacón.

-¡Me mentiste, Papá!- Gritó Greg.- ¡Ese cohete que me trajiste era un fraude!

Apunto estuvo Greg de volverse a convertir en pato, cuando el señor Mandrake le dijo, con voz solemne lo siguiente:

-El cohete no era nada más que un trozo de cartón pintado. Si voló es porque todo estaba en tu imaginación y, tal vez, sea mejor pues solo así entenderás lo peligroso que es un cohete de verdad y la responsabilidad que eso conlleva.

Y Greg entendió que era mejor soñar con tener un cohete que tenerlo de verdad.

Y es por eso que tú, hija mía, no puedes tener un pony. Y ahora, a la cama.

 

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