Te lo volveré a contar y después a
dormir.
Esta es la historia de Greg
Mandrake. Greg era un niño especial, pues cuando se disgustaba, se convertía en
un pato. En serio. Es verdad. Se convertía en un pato.
Un día Greg le dijo a su padre:
-Papá, quiero que me compres un
cohete.
-Pero, Greg, no es posible lo que
me pides.-Respondió su padre.
Y Greg, disgustado, se convirtió
en pato, algo que el señor Mandrake detestaba, pues uno no cría un niño para
que se transforme en un pato.
-Muy bien, muy bien.- Accedió el
padre de Greg.- ¡Tendrás tu cohete!
Al día siguiente, el padre de
Greg llegó de trabajar y, mientras se quitaba su sombrero y lo colgaba en un
pechero, su hijo corrió a su encuentro.
-¡Papá! ¡Papá! ¿Me has traído mi
cohete?
-¡Aquí lo tienes!-Indicó el señor
Mandrake, acompañando a su hijo a la entrada de la casa. Greg gritaba de
alegría.
El niño montó en el cohete, que
ascendió y ascendió como una centella. Al llegar al cielo estrellado, el cohete
de Greg descendió y chocó sin remedio y de un modo aparatoso en el jardín de
los Mandrake, pero, como Greg era un niño muy resistente, no se hizo nada más
que unos rasguños y un par de chichones.
Molesto, que no disgustado, Greg
entró en la casa y se acercó a su padre, quien leía el periódico en su gran
butacón.
-¡Me mentiste, Papá!- Gritó
Greg.- ¡Ese cohete que me trajiste era un fraude!
Apunto estuvo Greg de volverse a
convertir en pato, cuando el señor Mandrake le dijo, con voz solemne lo siguiente:
-El cohete no era nada más que un
trozo de cartón pintado. Si voló es porque todo estaba en tu imaginación y, tal
vez, sea mejor pues solo así entenderás lo peligroso que es un cohete de verdad
y la responsabilidad que eso conlleva.
Y Greg entendió que era mejor
soñar con tener un cohete que tenerlo de verdad.
Y es por eso que tú, hija mía, no
puedes tener un pony. Y ahora, a la cama.
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