lunes, 31 de diciembre de 2012

¿Por qué tomar la pluma?


¡Me alegra que me lo preguntes!

Escribo porque el niño que aun habita en mi piel, aunque le duela algunas veces y tiemble ante la idea del adulto que acabó siendo, me lo pide. Ese niño que conoció a los hermanos Grimm, a Andersen, a Perrault, a Anónimo, gracias a esas ediciones adaptadas de su mente y su corazón. Ese monstruito que devoraba y cocinaba imaginación.   

Escribo porque así espanto mis penas, pues es muy perra la realidad que ayer, hoy y, tal vez, mañana me tocó en suerte.  Y no creas tú que no me duele vivir con creces, pero de algún modo debo tirar piedras contra las fronteras de la simpleza desde mi castillo en el cielo ¿No lo crees?

Escribo porque he conocido cosas, pocas o muchas, gente de corazón negro como el vacío que nos muerde, de almas transparentes y limpias, con nombres y apellidos que se graban en mi mente por motivos que desconozco, así como los momentos que me hacen sonreír o enjuagarme la frente en lágrimas.

Así que, sí, escribo por esa chica de cabello rizado que no era tan especial, pero me dejó persiguiendo conejos blancos, por esa muchacha que no sonreía por costumbre, pero que dio a la chaqueta blanca unas connotaciones etéreas en mí, por aquella violinista fotográfica que bebía té de vainilla, que me hizo naufragar en mil mares… Todas ellas me han hecho ver que querer es dolerse algunas veces, haciendo que apriete y evoque las letras

Escribo también por aquella mujer de los ojos grises y el encanto súbito de noches de brisa fresca, por esa muchacha de bucles oscuros que sirve de brújula cuando nadie más puede,  por esa pequeña hada amiga y cotidiana que deja rastros de colores y picapicas de fresa… Todas ellas me hicieron apreciar los instantes de un sincero cariño desde las trincheras de este gris horizonte.

Escribo porque me hace pensar que el aire de mis pulmones merece ser gastados en algo más o menos bien hecho, por algo que me lleva a ser cada día un poco menos necio, más loco, menos cuerdo y más experimentado. Ofrecer más de mí mismo cuando antes no pude.

Escribo porque soy hijo de mis padres, hermano de mis hermanos, tío de mis sobrinos, enemigo de mis miedos, amigo de pocos, derrochador de ilusiones y aprendiz de la genialidad con canas. Soy esto, no aquello. Soy lo que escribo y como yo lo quiero escribir, desmembrando así el anterior mal concepto que de mí tenía.   Así creo que debe ser, pues de lo contrario estaría solo y desnudo frente a los demás en muchos sentidos.  Soy alguien que el mundo necesita, como otros que pueden cambiar su mundo como mejor saben.

Es por ello que tomé, tomo y tomaré la pluma ¿He contestado a tu pregunta?   
               

jueves, 20 de diciembre de 2012

El joven molinero de papel


Había una vez un joven, ni muy pobre ni muy rico, que se dedicaba  a trabajar en un molino de papel. No tenía ni esposa ni hijas, ni grandes fortunas. Solo su discreta casa y un burro para ir de un pueblo a otro.

Un buen día, un mercader de especias llegó a su pueblo contando que había conocido a un anciano que vivía cerca de un bosque y tenía fantásticos poderes mágicos y que, a quien creía el anciano que era digno, le concedía lo que deseara.

El joven que deseaba sobre todas las cosas una esposa y una digna herencia que dejar a alguien, partió el día de descanso de su trabajo y llegó a la cueva donde aquel anciano vivía, quien le recibió sonriente.

-He oído que concedéis lo que desee a quien veías digno.-Así habló el muchacho.
-Puede ser, ¿Y que deseas tú?
-Veréis, estoy enamorado de la hija de un sastre desde hace años y ella no me hace caso alguno.
-¿Y que gano yo con ayudarte?
-Pedid lo que queráis.
-Eso haré. Un día iré a verte y no deberás rechazarme, si no darme lo que yo te pida.
-Así lo haré, prometido queda.
-Pues vete, que ya loca por ti esa chica está.

Y así fue. Nada más posar la hija de aquel sastre los ojos en el joven molinero de papel, se enamoró de él y a los pocos meses se casaron.

Una semana o dos después de casarse el joven, el viejo apareció en su puerta.

-¿Estás contento con lo que tienes?-Preguntó el anciano.
-Sí, más quisiera otra cosa.
- ¿Y que deseas tú?
- Veréis, al tener hermosa mujer temo que poco sea para ella la vida que le pueda dar un molinero de papel y quisiera una gran fortuna para que a ella no le falte lo necesario.
-¿Y que gano yo con ayudarte?
-Pedid lo que queráis.
-Eso haré. Un día iré a verte y no deberás rechazarme, si no darme lo que yo te pida.
-Así lo haré, prometido queda.
-Pues vete a tu casa, que riquezas ya tienes.

Al llegar a su hogar, la mujer le dijo al joven molinero que de los cajones de todos los muebles salieron a rebosar monedas de oro y plata y diamantes.
Gracias a ello, se compraron una casa más grande, el molino donde trabajaba como asalariado el joven, dos caballos, ropas bellas y elegantes…

El molinero de papel era feliz con su esposa y pronto tuvo dos hijas, tan hermosas y buenas como lo era la mujer.

Al séptimo día del nacimiento de la segunda hija, el anciano se presentó en la puerta de la casa del molinero de papel.  

-¿Estás contento con lo que tienes?
 -Sí, más quisiera otra cosa.
- ¿Y que deseas tú?
- Veréis, ahora que tengo hijas a las que puedo casar bien, me parece muy triste dejarles como dote y herencia un mísero molino y dos caballos. Tal vez si pudiera dejarle un título y tierras, sería mejor.
-¿Y que gano yo con ayudarte?
-Pedid lo que queráis.
-Eso haré. Un día iré a verte y no deberás rechazarme, si no darme lo que yo te pida.
-Así lo haré, prometido queda.
-Pues cuando despiertes mañana, título y tierras ya tendrás.

Y así sucedió. El molinero se despertó y vio que su casa ahora era mucho más grande y que al asomarse a la ventana de su dormitorio, los campos llenos de viñas y cebada que descubrió eran suyos.

El molinero era ya un hombre noble, con criados, siervos, carruajes y todo lo que deseara él y su familia.

A los tres días apareció en su puerta el anciano.

-¿Estás contento con lo que tienes?
 -Sí, más quisiera otra cosa.
-¿Y que deseas tú?
-Veréis, ahora que tengo tierras y nobleza, casar a mis hijas no cuesta mucho, más, quiero que mi dinastía sea recordada como ninguna otra y sé que siendo rey lo lograría.
-¿Y que gano yo con ayudarte?
-Pedid lo que queráis.
-Eso haré. Un día iré a verte y no deberás rechazarme, si no darme lo que yo te pida.
-Así lo haré, prometido queda.
-Pues cuando despiertes mañana, en rey te convertirás.

Y como no, así fue. Despertó el molinero en un lujoso castillo de torreones bellos y altos y alfombras y tapices, rodeados de diversos miembros que conformaban su corte y estuvo entonces pletórico y lleno de felicidad.

Fue entonces cuando el anciano apareció en la sala del trono.

-¿Estás contento con lo que tienes?-Preguntó el anciano.
-Sí, ya no querría nada más.
-Pues entonces, cumple tu palabra y dame lo que yo te pida.
-Veréis, ahora siendo rey, no tengo porque cumplir esa promesa.

El rey ordenó apresar al anciano para que le ejecutaran y al dar la tercera  palmada para llamar a sus guardias. Se encontró de nuevo frente la cueva. Era ni muy pobre ni muy rico y seguía con su burro y su paupérrima casa.

-Como ves, no eres digno.-Indicó el anciano, quien había hecho ver cómo serían las cosas si de verdad accediera a darle lo que pedía al joven.-Vuelve a tu casa, que en ella todo lo que te mereces tienes.

Y el joven molinero se quedó muy apenado. Ni mujer, ni riquezas, ni hijas, ni tierras, ni reino… nada.

Sin embargo, al llegar al pueblo, tuvo la firme convicción de intentar casarse con la hija del sastre y ser alguien mejor.

Tardó más que si el anciano le hubiera ayudado, pero os aseguro que se casó con la hija del sastre,  siguió con su trabajo, tuvo dos hijas y, a la muerte de su patrón, fue el heredero de aquel molino de papel.

Y fue entonces cuando no pudo pedir más.

MORALEJA

Lo que se consigue sin labor   
No tiene tan grato y dulce sabor
Pues cada uno en su destino
Debemos ver que ser mezquino
Es tan malo como la avaricia
Y cambia al que no tenía malicia

Que no tener riquezas, títulos, ni criados
Y sí administrar los dones de los hados
Es tan noble como tener el alma calmada
Que en la vida uno errará y no pasa nada
Pues humanos somos y hacer bien podemos
Si como humildes y agradecidos florecemos      

jueves, 13 de diciembre de 2012

La nota que te pondría en la puerta de la nevera

No lo olvides.

Eres la ilusión de un inicio, la tristeza de un desencanto.
Eres capaz de festejar la vida, de condenar las sonrisas.
Eres la luz de mis mañanas, la penumbra de mi agonía.
Eres quien musita las palabras, quien grita al abismo.
Eres la historia de la magia, la vulgaridad del asfalto.
Eres la estrella de los deseos, la última persona que apaga la luz. 
Eres un ejército pintado, una sombra del humo. 
Eres quien marca la diferencia, quien nunca tuvo la fe de su lado.
Eres la lucha incansable, el monumento derruido.
Eres el violín de la infancia, el silencio de la ausencia.
Eres el viento que danza y ríe, el calor que asfixia y gime.
Eres lo inmortal en el recuerdo, lo efímero en las cenizas.
Eres difícil de explicar, fácil de catalogar.
Eres la llave de lo imposible, el muro de lo probable.
Eres lo que vendrá hoy, lo que ya se fue ayer.
Eres a quien conozco de algún modo, a quien nunca he visto.
Eres la  historia que me ha influido, la que debo conocer. 

Pero con todo y con eso, nunca dudes que yo te quiero.

No lo olvides.