Empezaré este texto, y sin que sirva de precedente, con una anécdota.
Hace muchos años, fui a una feria del libro de Madrid, que, como muchos sabrán, se hace en el Retiro.
Ese sábado, fui con mi padre a que una escritora, Carmen Martín Gaite, me firmase un ejemplar, que me mandaron leer en el instituto, de Caperucita en Manhattan, libro que devoré como pocos en esa época, y que con esa voracidad fagocitaría otras novelas más adelante.
Mi ejemplar de esa novela estaba maltratado, con las tapas algo arrugadas, mancilladas y las puntas de las páginas parecían haber sufrido una ligera paliza, pero aun así, deslicé mi ejemplar ante mi autora, que miró atentamente como aquel pobre libro había sido torturado hasta confesar no sé bien que secreto. Pensé que me reprendería y no fue así.
-Adoro cuando un lector vive así los libros. Los soba tanto porque los estuvo disfrutando. Eso es lo que da vida a los lectores y a las obras.-
Me dedicó el libro de este modo:
Mayo 2000
Para Gonzalo, gracias por tener ya tan sobado este libro.
Afectuosamente
Carmen Gaite
Carmen Martín Gaite murió en Julio de ese año 2000.
Una vez dicho esto, ¿Quien es capaz de decirme que las novelas, los cómics, las obras de teatro, no se deben sobar, usar, doblar, amar, sentir, sudar? No, no hago apología del maltrato de los objetos, sería de idiotas.
Pero, si yo vivo las obras, es porque ellas vivieron conmigo. Para mí, Caperucita en Manhattan es su autora, Alicia en el país de las maravillas es el primer amor de adolescencia Campos de fresa es una dama vestida de blanco, Sueño de una noche de verano es la perdida de un mentor...
Siento lastima por los que solo viven para cuidar algo que no les seguirá en vida, que no es una pieza más en su esencia y en su vida. Siento muchísima pena por los que no se enamoraron nunca a través de una obra, una película, un cuadro o una canción.
Los que soban un libro, lo marcan con tickets de autobús, metro, doblan sus puntas por el movimiento de su que hacer, son gente que se tatúan en su espíritu un momento donde la luna son de color sepia del sudor en las paginas de un papel que late como un corazón, colores hecho con la tinta de las letras impresas, con el canto de los pájaros que claman una Furtiva lágrima, o un Stand by me. Un paisaje con flores que huelen a incienso, imprenta o mora.
Lamento mucho que un libro en mis manos gima, no de dolor, pues solo inexpertos en según que parajes pueden creer que un quejido es de dolor y no de gusto. El gusto de ser vividos, el grito de ayuda por querer ser parte de nada y de todo.
El peligro de quemar un libro, no es quemar papel, es quemar lo que significó, para autor, lector y ser Humano.
El hecho de respetar a los libros creyendo que son unas tapas y unas hojas, es erróneo. El hecho de respetar a los libros es lo que hizo de bien para nosotros.
Se nos va la vida pensando que tirar un libro a reciclar es matar una vida. No cuando el libro es malo o no nos da nada. Respeto merecen pero, ¿No lo merecen las personas?
Las ideas que nos dan, las experiencias que logramos, lo bonito que nos hace sonreír, no es el Arte, es el recuerdo de aquel momento, de aquella emoción por haber aprendido. Es dar gracias por conocer algo más que nos hace mejores.
A fin de cuentas, escribir en un libro una dedicatoria, ¿No es mancillarlo? Y mis mejores libros lo están. Escritos por autores, por personas, por mí mismo.
Un autor muere, pero su recuerdo no. A mí, Gaite, Carroll, Shakespeare, me han hablado una vez muertos. Me han dicho algo de lo que deseaban compartir. Me han alimentado por intentar seguir su ejemplo.
Si mañana soy uno de ellos y un chaval me trae un libro magullado por la vida, se lo firmaré y le daré las gracias, porque, el libro puede ser destruido, lo que representa es indestructible, inmortal. De eso va que hoy hablemos de este y otro autor.
Yo viví cada libro, canción, dibujo, película, que mereció ser vivido. Nunca olvidaré lo que me dieron.
Así que, desconfía de las estanterías de aquellas casas cuyos tomos, películas o CDs parezcan como recién comprados aunque lleven ahí años, pues significan que están para aparentar, no para vivir, no para sobar, no para gemir de placer, no para dar experiencias, solo para estar ahí.
Cuida tus libros porque merecen ser respetados, pero, vívelos, por lo que más quieras, porque lo piden. Cuéntales tu a ellos que les han hecho estar como están.
Mi respeto a los que solo los miman, pero, mimarlos dándoles alas. Mimalos cuidando que no se pierdan cosas, porque ellos se cuidarán de que a ti no te falten cosas que merezcan la vida ser aprendidas.
Y si, yo sigo sobando mis libros, pero con mimo, que todo tiene su punto intermedio.
domingo, 18 de diciembre de 2011
Sobados y usados
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domingo, 11 de diciembre de 2011
Bien... ¡Empecemos!
Yo, Gonzalo Álvarez-Alija García, escribo porque lo necesito.
Y quiero dejar constancia de lo siguiente:
Siempre, por raro que parezca, uno posee a quien le agradan. Les fagocita espiritualmente en algunos planos muy reducidos de la existencia. A fin de cuentas, el escritor es eso: un ser que se asemeja a un Dios, crea y destruye a su antojo. Hoy vives, hoy mueres. Lo que pasa es que hay Escritores que no miran a los ojos de sus personajes y los que si lo hacen. Los de la primera clase, son casi dioses vengativos. Matarían a sus “actores” si con eso lograsen llamar a atención del lector. Para ellos, los personajes son casi rameras, y perdonen por esto las rameras, personajes y los escritores.
En el segundo caso, de los que creo que yo estoy, que miran a esos ojos y ven sus Almas de papel y tinta. Son héroes con pies de barro, lo sé, pero son dignos del aprecio y devoción del autor de sus vidas. Sus vidas, por raro que parezca, merecen ser respetadas.
Luego hay un nivel intermedio entre ambos modelos de escritor, pero ese es muy normal. Un escritor que suelta a sus personajes en un papel, que los vomita y los deja que se muevan solos y sin observar cómo son sus almas o sus personalidades.
Creo que el misterio del segundo caso, lo que hace que sean personajes con almas de papel y tinta es que se basaron antaño en alguien. Son parte de un trozo de la costilla del espíritu de una persona de carne y hueso. Pueden que nos decepcionen esas personas, pero siempre podemos hacer en los personajes que esa decepción no exista. Esa como cuando, de niños, jugábamos con muñecos y manejábamos sus actos. Ser escritor es jugar con muñecos hechos por nosotros, articulados, bonitos, siempre a nuestra disposición.
Tal vez, por eso no juzgo duramente al Ser Humano que he querido o apreciado. Ellos no son mis personajes, ni espero que lo sean. Solo he robado una fracción minúscula de su esencia para crear vida perfilada con letras. No soy un Dios, ni aunque escriba. Ni un escritor es siempre un Dios al cien por cien, porque, creerse que lo es, es caer en un error muy grande. Es ser un vanidoso y no se debe nunca pecar de vanidad, pero no importa tener vanidades. No debe tomarse enserio, pero tampoco creerse que es una burla del mundo que le conforma.
Ahora, te hablo a ti, léeme bien. Sí, tú. Sabes quién eres y yo lo sé. ¿Estás atendiendo? Bien. A ti te digo esto: Gracias. Por ese trocito de alma minúsculo que te robé cuando te abracé en la calle en invierno. Gracias por los ánimos que me das de sorpresa cuando no miraba. Gracias por apreciarme, que no quererme, una décima de segundo en tu tiempo. Gracias por volverte Titán, Gigante, Coloso en mi pluma de emoción fácil. Gracias en general. De tus costillas no ha surgido una Eva, si no un mundo, un universo. Yo solo fui un mero catalizador de tanta energía.
Y mira, si no me has leído bien cuando te lo pedí, tampoco es grave. Solo que en esa décima de segundo, no mirabas al lado donde me encuentro. Ya volverás tu vista a este Dios menor, señor de personajes de tinta y letras, mero creador de vidas en papel. En definitiva, un Ser que es capaz de escribir con un sentido y sentimiento.
Y quiero dejar constancia de lo siguiente:
Siempre, por raro que parezca, uno posee a quien le agradan. Les fagocita espiritualmente en algunos planos muy reducidos de la existencia. A fin de cuentas, el escritor es eso: un ser que se asemeja a un Dios, crea y destruye a su antojo. Hoy vives, hoy mueres. Lo que pasa es que hay Escritores que no miran a los ojos de sus personajes y los que si lo hacen. Los de la primera clase, son casi dioses vengativos. Matarían a sus “actores” si con eso lograsen llamar a atención del lector. Para ellos, los personajes son casi rameras, y perdonen por esto las rameras, personajes y los escritores.
En el segundo caso, de los que creo que yo estoy, que miran a esos ojos y ven sus Almas de papel y tinta. Son héroes con pies de barro, lo sé, pero son dignos del aprecio y devoción del autor de sus vidas. Sus vidas, por raro que parezca, merecen ser respetadas.
Luego hay un nivel intermedio entre ambos modelos de escritor, pero ese es muy normal. Un escritor que suelta a sus personajes en un papel, que los vomita y los deja que se muevan solos y sin observar cómo son sus almas o sus personalidades.
Creo que el misterio del segundo caso, lo que hace que sean personajes con almas de papel y tinta es que se basaron antaño en alguien. Son parte de un trozo de la costilla del espíritu de una persona de carne y hueso. Pueden que nos decepcionen esas personas, pero siempre podemos hacer en los personajes que esa decepción no exista. Esa como cuando, de niños, jugábamos con muñecos y manejábamos sus actos. Ser escritor es jugar con muñecos hechos por nosotros, articulados, bonitos, siempre a nuestra disposición.
Tal vez, por eso no juzgo duramente al Ser Humano que he querido o apreciado. Ellos no son mis personajes, ni espero que lo sean. Solo he robado una fracción minúscula de su esencia para crear vida perfilada con letras. No soy un Dios, ni aunque escriba. Ni un escritor es siempre un Dios al cien por cien, porque, creerse que lo es, es caer en un error muy grande. Es ser un vanidoso y no se debe nunca pecar de vanidad, pero no importa tener vanidades. No debe tomarse enserio, pero tampoco creerse que es una burla del mundo que le conforma.
Ahora, te hablo a ti, léeme bien. Sí, tú. Sabes quién eres y yo lo sé. ¿Estás atendiendo? Bien. A ti te digo esto: Gracias. Por ese trocito de alma minúsculo que te robé cuando te abracé en la calle en invierno. Gracias por los ánimos que me das de sorpresa cuando no miraba. Gracias por apreciarme, que no quererme, una décima de segundo en tu tiempo. Gracias por volverte Titán, Gigante, Coloso en mi pluma de emoción fácil. Gracias en general. De tus costillas no ha surgido una Eva, si no un mundo, un universo. Yo solo fui un mero catalizador de tanta energía.
Y mira, si no me has leído bien cuando te lo pedí, tampoco es grave. Solo que en esa décima de segundo, no mirabas al lado donde me encuentro. Ya volverás tu vista a este Dios menor, señor de personajes de tinta y letras, mero creador de vidas en papel. En definitiva, un Ser que es capaz de escribir con un sentido y sentimiento.
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