VERÓNICA
Hoy es
su cumpleaños. Hoy es el cumpleaños de Verónica.
Ahora
mismo está difuso como la conocí. Yo tendría unos dieciocho o diecinueve años.
Yo era un iluso y ella una… no sé lo que era. Han pasado unos trece años - ¡Qué
mal número, por Dios!- y cada vez me importa menos, pero hoy es su cumpleaños.
Solo a ella se le hubiera
ocurrido nacer en Julio
Tenía
el cabello negro más magnífico que he visto en mi vida y una sonrisa que me
cautivó. Me pasaba las noches hablando con ella, y cuando no era así, habla de
ella.
Ahora
pienso que tal vez la agobiase, me tomé licencias con ella, me equivoqué antes
de enfilarme hacia un pequeño acierto y eso no va a cambiar.
Me pude
dar por vencido. Había muchas señales que me lo indicaban. Huye. Salta y tira
del paracaídas, pero ella fue como Circe y yo como Odiseo, salvo que nadie
esperaba mi regreso.
-Ven,
que toca que te folle.
-¿Eh?
-Sí,
coño, hoy te voy a hacer un hombre.
-Para un
momento, Verónica. ¿Te crees que me voy a acostar contigo tras cómo me has
tratado en estos meses?
Esos
ojos color café parecían hervir.
-¿Quieres
o no?
-Sí,
pero…
-Pues
te vienes conmigo.
Ahí mi paracaídas
solo fue una mochila llena de platos, cubiertos, un mantel… como esos dibujos
animados de toda la vida, pero nadie soltaba carcajadas ante mi descenso.
-Creo
que te puedo aprender a querer.-Me confesó unos días después de su arrebato.- A
fin de cuentas, tú dices que no pasa nada por quererse y decirse lo que se
siente. Ser libres para decir lo que queramos.
Y como
no, me dejé engañar por las palabras bien adornadas, pues las llamadas sin
responder a su móvil se multiplicaron, sus ausencias eran algo típico, y los
paseos hasta su portal eran un trayecto cotidiano. Hasta aquel día que me soltó
las diez palabras que equivalían a llegar al suelo y esparcirme en mil partes.
-Creo
que me he enamorado de una compañera de mi clase.
-¿Bromeas?
-No, yo
con el amor no bromeo.
No,
claro, pero con mis sentimientos sí. ¡Valiente cobarde estaba hecha!
-Pero…
¿Es por qué no te gustó hacerlo conmigo?
-¡Ay,
Dios! ¡Qué egocéntrico eres! No eres tan especial como te crees.
Va a
ser verdad es que me decían: Te va que te
den caña. Me atraían las chicas bordes, malvadas, con un punto de mujer
fatal de andar por casa… ¡pobre muchacho con tan mal autoestima!
Y un día
llegó el silencio.
Es
irónico pero yo siempre preferí esa canción que decía:
Vámonos de una vez,
puede que sea el último tren.
Como Tintín, como Phileas Fogg,
una vuelta al mundo, tal vez dos.
Un gran viaje que nos haga aún más grandes,
una aventura inolvidable.
Mientras Verónica cantaba claramente:
No va volver
a pasarnos esto
No quiero
ya más de lo mismo
Y tú eres
más de lo que puedo aguantar
No vas a
volver a sentirte único
Algo
especial algo importante
Búscate
alguien que te pueda aguantar
Pero
al final me dejó por un maldito informático. ¡Es de chiste! Soy de chiste.
Se
marchó de mi vida antes de que el antiguo régimen de amistades de mi época de
adolescencia se marchase o les despidiera sin finiquito, con cobardía, con
hartazgo. Pasarían años para que comprendiera lo que era estar al otro lado, en
el lado de Verónica y aprendes al final que todo termina por pasar y pocos se
quedan, pero esa es otra melodía.
Hoy
cumplirá treinta años y he pasado unos cinco o seis años persiguiendo su
recuerdo, como Alicia perseguía al Conejo blanco, pero, al final uno debe
despertar y dejarse de conejos y setas, de sueños, de maldecir la libertad que
te da el curarse de algunas fiebres que te dejaban delirando y diciendo
tonterías.
Maldito
calor que se me pega en los recuerdos. Malditos recuerdos que me calientan.