INTRODUCCIÓN
Esto lo
escribió alguien que antes creo que vivía en donde yo vivo, en el mismo tiempo,
en el mismo país, la misma ciudad, la misma casa y el mismo cuarto, pero que
ahora no soy exactamente yo. Tal vez fuera una mera invención de mí o yo sea
una invención de él.
Hace
unos años este texto me fue robado por gente que no tenía ni idea de literatura
y distribuido por las redes de una pequeña clase que me robaba la ilusión y la
alegría, si eso era posible que yo poco sé ya de eso. Fue distribuido, según
supe, para hacer burla y mofa de mí, imagino que por querer plasmar mis
sentimientos en un escrito, que ya se ve que es un delito muy ruin y cruel, más
incluso que no saber quién era Rasputín o de donde viene eso de Ay, mísero de mí!, ay infelice… Porque,
otra cosa que no les dije a ustedes, mis lectores, es yo pretendí ser
informático y por no saber programar como muchos de mis “compañeros”, era
considerado un ser horrible y necio.
Por
ello, este texto de esa persona que una vez fue, va dedicado a ustedes y no a
los primeros lectores que fueron primigenios en muchas cosas y que aún hoy,
creo yo, programan con herramientas de la edad moderna y no de bronce y que me
juzgaron con gran acierto desde el primer momento, pues es algo demostrado que
por escribir tolerablemente se es un terrible criminal y un paria.
Solo
espero que los que me van a leer sean más indulgentes que aquellos
especialistas, tan similares a los que Friedrich Wilhelm Nietzsche retrato en Also sprach Zarathustra, pues de este
texto a hoy han pasado unos seis años, si no me falla la memoria.
Gracias.
Las mayores obras
de la humanidad las han inspirado personas de a pie. Eso es un hecho
irrefutable.
Pero, ¿Cuántos
pueden decir que casi su vida es otra gracias a una persona en particular? Sí,
ya, completar la existencia con otra persona que quieres a tu lado en la cama
es un placer que pone un antes o después en tu vida, pero me refiero a que la
vida tome otro tono gracias a una persona y que cuando deje su huella en su
lado de tu colchón, sigan notándose esos colores, esa luz que parece haber
convertido una ciudad gris y triste en el maldito país de nunca jamás o el de
las maravillas.
Creo que es ahí,
en ese mismo punto donde la gente piensa que hay una historia que recordar,
escribir, narrar
Y es ahí donde
empezaría mi historia, aunque es más la historia de ella.
En aquella sala de
usos múltiples, donde ahora adornaba la entrada una plaquita de metal en
recuerdo a aquel excelente profesor, y que se usaba eventualmente para
representar obras
Allí me senté,
bromeando con los colegas, sin mucha conversación inteligente, pero era lo que
había.
Y de repente,
ella. Sí, ella. Cabello oscuro, ojos limpios, labios que parecían dibujados en
un lienzo...
Allí estaba, en el
escenario, como un espíritu luminoso. Como la musa para mis sueños. Era Ofelia,
Wendy, Julieta, Dulcinea, Rosana, Artemisa...
-Es preciosa-
Comenté a mis amigos.
-No está mal. Para
mi gusto le falta tetas.-Respondió uno de ellos.
Tenía que
conocerla. Hubiera dado mi alma al Diablo por ello.
Y la conocí, sin
dar mi alma, claro.
Fue gracias a una
tonta obra que hice. Decidí que uno de los papeles protagonistas fuera para
ella. Así fue como nos conocimos y comenzamos una bella amistad. Era un
principio.
Hicimos muy buenas
migas, pero, no solo de migas come el corazón.
Aún recuerdo aquel
día de Diciembre, con las compras de navidad por hacer, ella se ofreció a
acompañarme para comprar las últimas cosas que me quedaban. Alicia- Que así se
llamaba.- me hablaba de cómo desde muy joven quiso ser algo artístico. Un
hombre del metro le dijo que tenía manos de violinista según me contó.
Nunca fui más
feliz en mi vida que aquel día, y tal vez fue entonces cuando vi de verdad ese
país de Nunca Jamás.
Pleno Julio.
Estaba decidido a decirle a Alicia que la amaba con todo mí ser. Pero ella
tenía otros planes. Había pasado tantas cosas malas en su casa que decidió irse
sin mirar atrás. Irse a vivir con un cualquiera a otro lugar. Nunca supe bien dónde.
Así me quedé.
Solo, sin musa pero con ese brillo casi manchado por la desilusión. No estaba
triste. Lloré, claro, y maldije, también, pero nunca me rendí. Siempre pensé
que ella volvería a mi vida, a fin de cuentas, ella la había transformado en
algo. Volví a creer en mí gracias a ella y volví a escribir y a soñar gracias a
ella ¿Se fue? Buen viaje. Ya regresarás.
Y sí, regresó,
cuatro años después la volví a ver, y eso es hace unos meses.
Justo en el mismo
lugar donde aquellas navidades pasé el mejor día de mi vida. Seguía siendo
preciosa. Nunca dejó de serlo.
Me vio, la vi y
sonreí.
-Hola, Alicia.- Le
dije.
-Hola, señor
escritor.- Me contestó ella tras un largo silencio.
Y allí nos
quedamos, en silencio, mirándonos en mitad de la multitud que iba y venía.
Es increíble.
Sería el perfecto final de cualquier obra. Un final abierto a todo los niveles,
pero yo ya sé el principio y el final de nuestra historia. Siempre lo supe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario