lunes, 23 de marzo de 2015

La musa. Un relato para lectores y para informáticos.

INTRODUCCIÓN


Esto lo escribió alguien que antes creo que vivía en donde yo vivo, en el mismo tiempo, en el mismo país, la misma ciudad, la misma casa y el mismo cuarto, pero que ahora no soy exactamente yo. Tal vez fuera una mera invención de mí o yo sea una invención de él.

Hace unos años este texto me fue robado por gente que no tenía ni idea de literatura y distribuido por las redes de una pequeña clase que me robaba la ilusión y la alegría, si eso era posible que yo poco sé ya de eso. Fue distribuido, según supe, para hacer burla y mofa de mí, imagino que por querer plasmar mis sentimientos en un escrito, que ya se ve que es un delito muy ruin y cruel, más incluso que no saber quién era Rasputín o de donde viene eso de Ay, mísero de mí!, ay infelice… Porque, otra cosa que no les dije a ustedes, mis lectores, es yo pretendí ser informático y por no saber programar como muchos de mis “compañeros”, era considerado un ser horrible y necio.

Por ello, este texto de esa persona que una vez fue, va dedicado a ustedes y no a los primeros lectores que fueron primigenios en muchas cosas y que aún hoy, creo yo, programan con herramientas de la edad moderna y no de bronce y que me juzgaron con gran acierto desde el primer momento, pues es algo demostrado que por escribir tolerablemente se es un terrible criminal y un paria.

Solo espero que los que me van a leer sean más indulgentes que aquellos especialistas, tan similares a los que Friedrich Wilhelm Nietzsche retrato en Also sprach Zarathustra, pues de este texto a hoy han pasado unos seis años, si no me falla la memoria.

Gracias.
  

Las mayores obras de la humanidad las han inspirado personas de a pie. Eso es un hecho irrefutable.

Pero, ¿Cuántos pueden decir que casi su vida es otra gracias a una persona en particular? Sí, ya, completar la existencia con otra persona que quieres a tu lado en la cama es un placer que pone un antes o después en tu vida, pero me refiero a que la vida tome otro tono gracias a una persona y que cuando deje su huella en su lado de tu colchón, sigan notándose esos colores, esa luz que parece haber convertido una ciudad gris y triste en el maldito país de nunca jamás o el de las maravillas.

Creo que es ahí, en ese mismo punto donde la gente piensa que hay una historia que recordar, escribir, narrar

Y es ahí donde empezaría mi historia, aunque es más la historia de ella.

En aquella sala de usos múltiples, donde ahora adornaba la entrada una plaquita de metal en recuerdo a aquel excelente profesor, y que se usaba eventualmente para representar obras

Allí me senté, bromeando con los colegas, sin mucha conversación inteligente, pero era lo que había.

Y de repente, ella. Sí, ella. Cabello oscuro, ojos limpios, labios que parecían dibujados en un lienzo...
Allí estaba, en el escenario, como un espíritu luminoso. Como la musa para mis sueños. Era Ofelia, Wendy, Julieta, Dulcinea, Rosana, Artemisa...

-Es preciosa- Comenté a mis amigos.
-No está mal. Para mi gusto le falta tetas.-Respondió uno de ellos.
Tenía que conocerla. Hubiera dado mi alma al Diablo por ello.

Y la conocí, sin dar mi alma, claro.

Fue gracias a una tonta obra que hice. Decidí que uno de los papeles protagonistas fuera para ella. Así fue como nos conocimos y comenzamos una bella amistad. Era un principio.

Hicimos muy buenas migas, pero, no solo de migas come el corazón.

Aún recuerdo aquel día de Diciembre, con las compras de navidad por hacer, ella se ofreció a acompañarme para comprar las últimas cosas que me quedaban. Alicia- Que así se llamaba.- me hablaba de cómo desde muy joven quiso ser algo artístico. Un hombre del metro le dijo que tenía manos de violinista según me contó.

Nunca fui más feliz en mi vida que aquel día, y tal vez fue entonces cuando vi de verdad ese país de Nunca Jamás.

Pleno Julio. Estaba decidido a decirle a Alicia que la amaba con todo mí ser. Pero ella tenía otros planes. Había pasado tantas cosas malas en su casa que decidió irse sin mirar atrás. Irse a vivir con un cualquiera a otro lugar. Nunca supe bien dónde.

Así me quedé. Solo, sin musa pero con ese brillo casi manchado por la desilusión. No estaba triste. Lloré, claro, y maldije, también, pero nunca me rendí. Siempre pensé que ella volvería a mi vida, a fin de cuentas, ella la había transformado en algo. Volví a creer en mí gracias a ella y volví a escribir y a soñar gracias a ella ¿Se fue? Buen viaje. Ya regresarás.

Y sí, regresó, cuatro años después la volví a ver, y eso es hace unos meses.

Justo en el mismo lugar donde aquellas navidades pasé el mejor día de mi vida. Seguía siendo preciosa. Nunca dejó de serlo.

Me vio, la vi y sonreí.

-Hola, Alicia.- Le dije.
-Hola, señor escritor.- Me contestó ella tras un largo silencio.

Y allí nos quedamos, en silencio, mirándonos en mitad de la multitud que iba y venía.

Es increíble. Sería el perfecto final de cualquier obra. Un final abierto a todo los niveles, pero yo ya sé el principio y el final de nuestra historia. Siempre lo supe.


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