Me gusta intentar cazar los gorriones de mi infancia que huían y huyen al verme quererlos atrapar.
Me gusta pasarme por el café Princesa,
en cuya barra un hombre lamenta que en las necrológicas no aparezca su mujer.
Me gusta cubrirme con las sabanas hasta
la cabeza, protegerme del mundo durante unos segundos y seguir después con lo
demás.
Me gustan las pequitas de Nuria Gago, la
pequeña cicatriz de Michelle Jenner y el lunar de Verónica Sánchez.
Me gusta inventarme varias canciones que
luego ni recuerdo y tararear mal las que oí por ahí.
Me gusta la idea de ver sentados a tomar
el té a Conan Doyle, Lewis Carroll, Oscar Wilde, Mary Norton, Carmen Martín
Gaite y Shakespeare.
Me gusta pensar en el que será, en el que
fue y como la vida da su castigo y su recompensa a cada cual.
Me gustan las faltas leves, las luces de
candilejas, los primeros génesis, el no tener miedo, los largos domingos de
noviazgo y los castillos que deambulan.
Me gusta pasear y ver las ventanas de
las casas encendidas al anochecer, pensando yo que pasará allí y que historia
allí sucederá.
Me gusta pensar que cada cual es como
esos personajes de la literatura que tienen bien aprendido un papel para
interpretar en el escenario de hoy día, aunque resulte que no sea así.