Gracias.
A Irene, por mostrarme lo maravilloso de perseguir a los
conejos con reloj de bolsillo.
A Jenny, por su sonrisa y sencillez en la ilusión.
A Borja, por ser capaz de hacerme la topografía de lo desconocido.
A Amanda, por dar la importancia que se merece a la palabra némesis.
A Cristina Pardo, por vestirse con un arte bohemio que toma café negro con Frida.
A Ana Menéndez, por relatarme las historias de la niña que
detrás de las sonrisas vive.
A Pablo Segura, por cambiar la definición de lo que es la camaradería.
A Laura Seminario, por intentar conocer a aquellos que dejan sin merendar a otros.
A María Panadero, por su serio encanto con el que hace que sonría.
A Cristina Mateos, por centenares de cosas que nos unen en un solo guiño.
A Cristina Fuentes, por su tímida presencia que dio color a la paleta del día a día.
A Rubén, por darle un significado molón al ser humano.
A Sandra, por enseñarme que querer a los demás es reírse de los virtuosos defectos.
A Andrea, por hacerme viajar al vetusto planeta donde los niños dibujan los ojos de un buey.
A Ana de la Mata, por ese cariño de barrios bajos que sabe a castizo y típico como pocos.
A Sara, por señalar que en la simpleza de seguir viviendo existe mucho encanto.
A Daniel, por ser el aliado irónico que hace que ría de corazón.
A Vanesa, por las escasas palabras de color de lápiz.
A Diego, por enseñarme la gran lección de ser nosotros mismos, con todo y con nada.
A Rebeca, por esa inseguridad que hace creer que todos somos perfectos en nuestra fragilidad.
A Nieves, por su inocente inconsciencia que hace que crezca.
A Jorge Mora, por su lealtad al nexo de un pasado en declive pero con magia.
A Lucia, por esas ganas de estrangular el conocimiento para que nos enseñe lo que no se ve.
A Laura, por las risas de cuento de hadas que hace que los duendes de la grafía salten.
A Ana Carabias, por ser ese fresco que nos hace ver que lo normal es extraordinario.
A Alejandra, por
descubrirme que la brusquedad de una lengua no significa la de un
sentimiento.
A Isabel, por dar a la palabra aldeana un toque con aires del sur de su corazón.
A Marta, por proporcional la elegancia que casi toca los cielos de un Madrid vulgar.
A Javier Igea, por la faena que despierta las avalanchas de hojas en los libros.
A María Arribas, por la sensatez en las mañanas previas a las agujas del reloj.
A María Martínez, por engrasas los mecanismos que mueven la belleza de ser parcos.
A Laia, por recordarme que dulce no significa débil.
A Jorge García, por las dosis de literatura que dan voz a la conciencia.
A Victoria, por reinar entre las hadas con voz de música melodiosa.
A Cristina Valverde, por sus simpáticos saludos donde imperan los buenos días.
A Pablo Portillo, por aterrizar cada mañana rodeado de serenidad.
A Javier Gordillo, por quitar el tono monocronico a cada momento estúpido.
A Sergio, por ser cómplice de las estrategias de vida.
A María Jesús, por su juicio y su mesura a la hora de analizar el entorno.
A Pilar, por su modesta disposición a seguir los rumbos de los tiempos inevitables.
Gracias.