Amalgama.
Del b. lat. amalgama.
1. f. Unión o mezcla de cosas de naturaleza contraria
o distinta.
2. f. Quím. Aleación de mercurio con otro u otros
metales, como oro, plata, etc., generalmente sólida o casi líquida.
Comisaría de Policía DE CHARMARTÍN,
Madrid, ABRIL DE 1996
Orlando
no tenía una vida sencilla. Era algo que se veía a la legua. Con sólo trece
años era carterista, ladrón de poca monta que había dado algún golpe en joyerías,
todo un perla como se dice comúnmente. Tenía cierto encanto innato y algo más…
Pero
ahí estaba, con varios moratones, con un algodón en la nariz y esposado en
aquella sala de interrogatorios. Nunca entendió como dejaron a aquel hombre
entrar en esa sala. Era un hombre de cabello castaño oscuro, ojos pardos,
mentón romano y bien vestido. No era un policía. Algo le decía que no.
-Hola.
En menudo lío te has metido.
Orlando
no dijo nada. Sólo observaba a aquel hombre que portaba una sonrisa fraternal.
-Te
llamas Orlando ¿No es así?
-Sí…
-¿Tienes
padres? ¿Hermanos?
-No…
-Así
que te cuidas tú sólo.
-Tengo
amigos.
-Cómplices.
-Llámelos
como le salga del cu…
-¡Cuida
tu lenguaje, jovencito!
-¿O
qué? ¿Me dará unos azotes? ¿Me lavará la boca con jabón?
-¿Desde
cuándo los tienes?
Orlando
no respondió.
-Sabes
bien de lo que te hablo. No creo que un chaval de trece años pueda escapar de
la policía tan rápido… ni romper tres costillas a un agente así como así. Por
lo tanto, te lo voy a preguntar otra vez: ¿Desde cuándo los tienes?
-Desde
hace ocho meses…-Respondió tras unos minutos en absoluto silencio
-Y
no los comprendes ¿Cierto? Claro que no. Muy pocos los comprenden.
-¡Yo
puedo comprender más cosas de las que piensa usted!
-¿De
verdad? Por eso tienes moratones y golpes por todo el cuerpo.
-Esto
me lo hicieron los puñeteros pitufos de mierda.
-¡Ya
te dije que controles tu lengua!
-¡No
me sale de los huevos!
Aquel
hombre le propinó un bofetón a Orlando que le dejó enrojecida la cara.
-Escúchame
bien. Para el resto eres un maldito ladrón, un joven delincuente que acabará
sus días en un correccional o en la cárcel. ¿Quieres eso, chico listo? ¿Eso
buscas?
-Tal
vez es lo que merezco.
-¿Y
desaprovechar tu potencial?
-A
nadie le importa eso.
-A
mí sí, pero si deseas ser alguien, debes prepararte.
-¿Qué
es usted? ¿Una especie de mecenas de los niños de la calle?
-Soy
tu esperanza de ser algo más, Orlando. De poder hacer algo mejor con lo que se
te ha dado.
-¿Y
cómo sabe que me interesa su propuesta?
-Porque
veo el miedo en tus ojos.
-¿Qué
pasa? ¿Qué no le funciona el pito para engendrar hijos?
-No
es eso. Tengo una hija de doce años y hace poco me he casado.
-Enhorabuena.
Perdóneme, pero me he dejado mi vajilla de plata para regalar en mi casa de
campo.
El
hombre rompió a reír.
-¿Te
interesa entonces?
-¿Qué
me adopte? No sé…
-Es
eso o el correccional.
Orlando
miró sus muñecas esposadas y asintió.
-Si
me puede ayudar a entender mis poderes, sí…
-Perfecto.
Me llamo Rodrigo Calatayud.
UNIVERSIDAD M. CAMARERO, MADRID, JUNIO
DE 2009
-Enhorabuena,
muchacho.-Rodrigo Calatayud estrechó entre sus brazos a Orlando por su reciente
graduación en la universidad.-Estoy tan orgulloso de ti…
-Gracias,
señor. Todo se lo debo a usted.
Clara
se acercó a él. Era una chica de unos veinticuatro, de cabello castaño oscuro y
ondulado y ojos pardos.
-Pecosa.-La
abrazó.
-Doctora
pecosa, para ti.
-¡Huy,
sí! ¡Que se nos doctora la niña hermosa! No podía ser menos que su papaíto.
-Juntos
haréis grandes cosas.-Indicó Rodrigo.-Mientras tanto, lo mejor es que
celebremos este momento.
Sandra,
la esposa de Rodrigo, sonrió al verlos acercarse a donde ella y Sofía, una niña
de 11 años, les esperaban. Sofía corrió hacia Orlando.
-¡Estás
muy guapo con ese traje!
-Gracias,
Sofí.
-Ah,
¿Y yo no estoy guapo?-Sonrió Rodrigo.
-Tú
llevas traje muchas veces, él no.
-No,
él lleva esas horribles camisetas con superhéroes musculados y tías
siliconadas.-Apuntó Clara.
-Y
las cazadoras raídas.-añadió Sofía.
-Tampoco
te olvides de los pantalones…
-Vale,
ya sé que no soy un tipo elegante, pero soy muy atractivo.
Clara
soltó una carcajada.
-¿Lo
dudas?
Sandra
también abrazó a Orlando para luego felicitarle.
-No
es tan importante terminar una carrera con veintiséis años.
-Para
nosotros es más que eso.-el señor Calatayud posó su mano en el hombro de su
ahijado.-Es el momento en el que tú y Clara por fin estáis a punto de lograr
algo muy digno por esta ciudad.
-Ni
que la fuéramos a salvar de todo mal…
-Tiempo
al tiempo.-Sonrió Clara.
Orlando
recordó entonces la suerte que tuvo. Tenía una familia. Una de verdad. Que le
apoyaba, que le quería, que le respaldaba. Haber crecido con Clara y con Sofía
era en sí un regalo.
Aún
recordaba cuando conoció a Clara…
-¿De
verdad eras de los malos?
-¿De
los malos?
-Sí,
de los que atracan, roban, pegan a la gente…
Esa
niña de pecas y trenzas le observaba con esos ojos pardos, llenos de miedo.
-Pues
ya no lo deberás hacer. Voy a ser tu hermana y te voy a ayudar a ser buen
chico…. Si quieres, claro.
Orlando
pensaba que aquellas palabras eran ridículas y cursis, pero evitó ofender a esa
niña.
-Gracias.
-Tengo
Boomers de manzana acida ¿Quieres?
-Sí.
Me encantan.
Y
esa tarde se graduó… hacía una vida de aquello. De los chicles de manzana
acida, de acceder a jugar a cosas absurdas con Clara, de aprender a no decir
tacos y a usar bien sus poderes, de velar por Clara y de Sofía, quien dio sus
primeros pasos al intentar llegar a él…
Era
parte de aquello.
-¿Qué
piensas?-Preguntó Clara cuando se acercó al balcón de la casa familiar donde
estaba Orlando apoyado en la balaustrada.
-En
que le debo mucho a tu padre, a Sandra… a ti.
-A
mí no me debes nada, Orlando. Lo hice porque quería y porque me caías bien.
Siempre con el ceño fruncido, taciturno y preocupado de no soltar una
palabrota.
-Y
ya me ves…
-Ya
te veo. Eres otro.
-Sí,
otro al que se le viene una encima…
-No
seas tan negativo. Esto puede ser cojonudo.
Orlando
no pudo evitar reírse al oír a Clara decir aquello.
HOGAR DE LOS CALATAYUD, MADRID,
SEPTIEMBRE DE 2010
-Pude
haberlo evitado.-Se lamentó Orlando.
Llevaba
cuatro meses siendo un héroe. Siendo el Aviador. Salvando gente. Deteniendo a
criminales… y dejó que unos atracadores pegasen tres tiros a Rodrigo. No
estaba. No le pudo salvar, pero no paraba de decírselo. Debió haberlo evitado.
Clara
no habló en todo el día. Sólo respondía con monosílabos y lloraba en silencio.
Héctor, su novio, no se separaba de ella, pero allí, a solas, sentada en un
sofá tras enterrar a su padre, Clara oyó las palabras de Orlando y no dijo
nada… solo negó.
-No.
No pudiste evitarlo.
-¿Cómo
lo sabes?
-Porque
no puedes salvar a todos, Orlando. Por eso.
-Pero
debí…
-¡No!-Rugió.-
¡No te atrevas a decirlo otra vez!
-Clara…
Clara
se abrazó a Orlando y lloró. Lloró amargamente.
-Le
dije que me presionaba mucho, que yo no era él… y ahora está muerto. Si le
hubiera dicho que valoraba tanto lo que hacía por mí…
-Ya
lo sabía. Sabía que lo querías y él te adoraba. Eras su debilidad. Tú y Sofía.
Atraparemos a esos indeseables.
-Cuando
lo hagas… quiero que sufran.
-Pecosa,
no te dejes llevar por la rabia.
-Quiero
que sufran, Orlando. Y mucho.
Justo
en esa habitación donde estaban, apareció de modo temeroso una chica negra de
unos veinticinco años, de pelo rizado y negro, ojos color café y aspecto alegre,
pese a que en ese momento parecía verdaderamente triste.
-Perdonad
que os moleste, pero…
-No
pasa nada.-Esbozó una sonrisa Orlando.- ¿Qué pasa?
-Pues…
eh… bueno… yo… eh… lo primero, daros el pésame. Vuestro padre era un gran
hombre, el mejor y… eh… lo segundo que… que… en fin, con la muerte de mi jefe,
del señor Calatayud, pues…
Clara
parecía atravesar con la mirada a la pobre chica.
-Eh…
que… Quiero ayudaros. Quiero formar parte del equipo Aviador. Os voy a ayudar
en todo. De verdad. Cien por cien leal y de fiar.
-Por
mí bien.-Accedió Orlando.
Clara
sólo asintió. Antes le hubiera dado las gracias y hubiera sonreído, pero desde
aquel día, sonreía muy poco. Se murió la sonrisa y el atrevimiento entonces.
Algún lugar de Madrid, enero de 2011
Orlando,
con su traje de Aviador, sujetaba por el cuello a aquel hombre que había estado
meses persiguiendo. Jerónimo Aldanza. Un hombre de cincuenta y seis años, de
cabello castaño oscuro, ojos azules tras esas lentes redondas… El hombre que
ordenó que asesinaran a Rodrigo Calatayud.
-¿Y
ahora qué? ¿Me vas a matar?
-Es
tentador.
-¡Hazlo!-Ordenó
Clara por el comunicador.- ¡Me prometiste que sufriría!
-Pobre
muchacho huérfano. Matarme no va a devolver a tu padre adoptivo. Sí… lo sé
todo. Sé más de lo que crees. Tu alma se perdería si me matases y si me mandas
a prisión, todos lo sabrán. Sabrán quién eres y no podrás proteger a quienes quieres.
-Eres
un maniaco.
-¿De
verdad? ¿Y me lo dice un tipo disfrazado de piloto antiguo? Yo soy un mal
necesario.
Orlando
observó a aquel individuo. Meses buscándolo. Meses y ahora… podía vengar a su
padre adoptivo. Podría darle su merecido a ese hombre que sólo deseaba castigar
al padre de Clara y Sofía por no acceder a sus exigencias. No colaborar con él
para crear algo que Orlando ni quiso ni supo entender.
-Te
equivocas conmigo.-Dijo al fin soltando a Jerónimo.-No me importas.
-¿¡Qué!?
¡No, Orlando! ¡Debes…!-Protestó Clara.
-No
vas a arrastrarme a mí ni a los que me importan a tu juego. Matarte no es
justicia. Quédate afónico diciendo quién soy… no eres nada para mí.
Jerónimo
no dijo nada, pero su rostro se descompuso al oír a Orlando.
-¡Soy
tu mayor antagonista! ¡Te he vencido! ¡Soy Jerónimo Aldanza! ¡El mayor genio
criminal!
-Menuda
mierda de antagonista eres. Nadie te recordará. Yo no te recordaré. Mi padre
adoptivo se sacrificó por protegerme. Eso sí es digno de recordar.
Jerónimo
tomó una pistola y apuntó a Orlando.
-¡No
te atrevas a ridiculizarme! ¡Rodrigo también lo hizo! ¡Por eso lo tuve que
matar!
Orlando
mantuvo la mirada a su rival y escupió en el suelo antes de salir del despacho de Aldanza. No tardó en oír un
disparo. Había matado las esperanzas de un hombre y ese era el único crimen del
que pensaba responder.
-Ahí
tienes tu venganza, pecosa… ¿Mereció la pena?
Clara
no respondió.
Parroquia San Antonio de Cuatro
Caminos, MADRID, Marzo DE 2011
-Hacía
mucho que no te veía por aquí.-Dijo a modo de saludo aquel cura menudo de
sesenta y dos años, de cabello gris, ojos verdes y nariz chata al ver a
Orlando, allí, de pie, observando el recinto que visitó alguna vez de niño.
-He
estado muy lejos de Dios. No me extrañaría que no fuera su hijo predilecto,
padre Orfeo.
-El
Amor no es envidioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no
se enoja fácilmente, no guarda rencor.-Respondió el cura.-Tal vez te vendría
bien hablar con alguien que pueda entenderte.
-Sí,
me vendría de lujo, sobretodo porque he perdido mi fe en mí mismo.
-¿Y
cómo es posible eso, hijo mío?
-Pude
salvar a la persona que más hizo por mí en este mundo y no lo logré. Mis actos
trajeron daño a los que me importan.
-Me
temo que si no te perdonas tú primero, nadie más podrá. Recuerda que el débil
nunca puede perdonar. El perdón es el atributo de los fuertes.
-¿Eso
es de San Juan?
-No.
Gandhi.
-¿Y
si fue yo un débil?
-¿Alguien
cómo tú débil? No, Orlando. No lo eres. Has logrado tantas cosas, que me extraña
que el chico que intentó robar el cepillo de esta casa tantas veces no pueda
ver al buen hombre que hoy es. Tienes una familia, gente que igual que tú ha
perdido algo muy valioso. Necesitan tu amor tanto como tú necesitas el suyo. No
les abandones. Respeta lo que has logrado y lo que haces por los demás.
-Gracias,
padre.
-Sabes
que mi puerta está abierta siempre que necesites hablar.
Orlando
suspiró y echó un último vistazo al Cristo que había allí antes de retirarse.
A
la noche le dolía la cabeza de tanto pensar, pero tenía muy claras ciertas
cosas. Clara y él apenas hablaban de lo que sucedió con Aldanza, pero igual que
le prometió a ella que haría sufrir al culpable, prometió otra cosa más
importante a Sandra y a Sofía: Les diría quién lo hizo y le demostraría que
ellos eran mejores.
-Ahora
ya se acabó.-Confesó Sandra al recibir la noticia.
-Así
es…
-Gracias,
Orlando. Gracias por cumplir tu palabra. Rodrigo estaría muy orgulloso de ti. Yo
lo estoy.
-¿Estarás
bien? -Preguntó Sofía.
Orlando
no respondió, simplemente le depositó un suave beso en la frente.
Pero
con Clara no fue tan sencillo… tal vez porque ella se sentía culpable por pedir
venganza, tal vez porque al tener lo que en cierto modo esperaba, descubrió que
la herida seguía abierta. Le importaba. Era muchas cosas para Orlando. Muchas y
muy transcendentales en su vida.
Así
que no era de extrañar que alguien diera unos suaves golpes al cristal de la
ventana que daba al salón del piso de Clara. Esta no tardó en abrir y ahí
estaba él. Orlando llevaba en su mano derecha una bolsa de papel con comida que
traía de uno de los lugares favoritos de Clara.
-Hola,
¿Sale Clara a cenar?
-¿Qué
haces aquí?
-Ya
lo dije: Cenar contigo.
-No
estoy de humor…
Él
descendió y abrazó a su hermana adoptiva.
-Orlando,
¿Qué se supone que haces ahora?
-Pegar
los trocitos que tienes rotos, como hacías tú conmigo de niños.
-No,
por favor… no me hagas esto…
-A
mí tampoco me agradaba, pero luego te acostumbras.
-Eres
idiota.-Sonrió ella tras caérsele dos grandes lágrimas de sus ojos.
-Por
eso estás tú en mi vida, para velar por mí.
-No
soy muy de fiar.
-Nadie
lo es siempre, Clara. Nadie. No importa lo demás, sólo el aquí y el ahora, así
que vamos a cenar y después, veremos que nos depara la Fortuna.