jueves, 28 de julio de 2016

Globo sonda: El primer capítulo de mi (eterna) novela

Nosotros no somos más que náufragos
que buscan su lugar.
Flotando en la dirección del viento
y quemados por el sol.
Nosotros no somos más que islas
rodeadas por el mar.
Perdiendo la percepción del tiempo
que llevamos sin timón.


Náufragos, Niños Mutantes

Capítulo 1:
Bien... ¡Empecemos!

La verdad es que, aquel veinte de febrero del dos mil cinco, fue un día que Guillermo Belmonte no olvidaría fácilmente en su vida. A decir verdad, ese día, su vida cambió para siempre, pero lo mejor es empezar por el principio.

Comencemos por él. Cuando era niño, sus compañeros le pegaban y se burlaban de él (lo que hoy día, con mucha alarma, se llama Acoso escolar) Y todo por ser un niño bueno. Tal era así, que le trataban mal, que un compañero le puso la zancadilla para que se diera con un radiador y le pusiera un ojo morado. Su primer y, hasta la fecha, último ojo morado.

Ese niño bueno se convirtió al cabo de los años en un adolescente algo engreído porque sabía juntar palabras y conoció a un profesor como ningún otro que le dijo que valía para eso de la escritura. En el primer año de su bachiller, ese profesor murió de cáncer de garganta. Demasiados cigarrillos.

Y así, el adolescente dio paso a lo que, en el momento que nos atañe, se convirtió. Era escritor, o de eso presumía. Dedicó su vida al saber y al placer de la escritura, y, ciertamente, a sus veintidós años era un buen escritor. Él nunca lo terminó de creer, la verdad.
 Cualquiera se extrañaría del hecho de que accediera a navegar en el Grifo dorado, y más sabiendo que detestaba el mar, pero uno debe hacer lo que debe hacer y ese era el único medio que tenía a su alcance para que pudiera llegar a donde quería: Junto a su amada Gloria. Aunque, no era ese el único motivo, pues también le hizo tomar un barco el hecho de querer darle a su peripecia, por así llamarla, un toque de romanticismo y de aventuras, ese de los libros de Salgari o Verne. 

 Gloria y él se conocieron hacía un año, un seis de septiembre de dos mil cuatro,  viendo una película algo mala, de cuyo nombre no merece la pena acordarse.

-¡Oh, por Dios! ¿Quién se cree eso?- Exclamó ella.
-Yo no.- Respondió él.
-¡Exacto! Nadie en su sano juicio vería esto normal…
-Sssssh- Chistó una señora.
-Seguro que yo sería capaz de escribir un guión mucho mejor… Y he escrito historias que al lado de esto, son joyas literarias…-Comentó él lleno de orgullo.
-¿Eres guionista?- Preguntó Gloria.
-No, escritor.
-Por favor… Silencio.
-Perdone.- Se disculpó él.
-¿Eres escritor?
-Sí… pero uno no muy bueno.
-Tal vez he leído algo tuyo… ¿Cómo te llamas?
-Guillermo Belmonte.
-¡¿Estás de broma?!
-¡Que se callen los de la fila de atrás!
-No, soy Guillermo Belmonte. De veras que sí.
-Me encantó tu última novela. Desperté de la realidad. Me la leí en dos días ¿Qué digo leer? La devoré. Ay, perdona mis modales. Me llamo Gloria. Gloria Ballesteros.
-Encantado. Óyeme, ni tú ni yo parecemos muy interesados en esta burda película ¿Qué te parece que nos vayamos de la sala y charlemos un poco?
-Sería una gran idea.

Así que allí estaban, al cabo de veinte minutos, tomando un café en un lugar cercano.

-Aun no me lo creo. De veras eres Guillermo Belmonte. Lástima que no tenga aquí mi ejemplar de la novela.
-Da lo mismo… Gloria era tu nombre ¿No?
-Sí, Gloria.
-Tenía una profesora de latín que se llamaba como tú. Siempre me decía que buscase una buena chica.
-¿Y lo hiciste?
-No. Todas han tenido algún pero.
-Con lo que estás soltero.- Reflexionó Gloria en voz alta.
-Pues sí.
-Perdona, no quería…
-No, tranquila. Está bien.

Él sonrió de ese modo que alguien catalogó como una sonrisa encantadora de niño pequeño, tan discreta, tan sincera, tan involuntaria, que era parte de aquel escritor.

-En fin… es tarde.-Sentenció él tras mirar su reloj.-Tal vez deberíamos dejar esta charla para otro momento.
-Espera. A lo mejor soy una atrevida o una admiradora muy pesada, y no te culparía si lo pensases,  pero si no tienes ninguna cita previa, tal vez quisieras cenar conmigo.
-Me encantaría. Así podré firmarte la novela.
-Sí, claro.

Había conocido en esa tarde a la chica que haría que se enamorase como nunca lo hizo antes. Era su mayor golpe de suerte. Una chica guapa, inteligente, segura… Nunca antes pensó que conseguiría tener a su lado nadie mejor. Según su juicio, era más de lo que podía aspirar.

Parecía que todo iba sobre ruedas entre ellos hasta aquel sábado que prometía ser otro día más.

Se levantó de su cama de un saltó y se dirigió a la ducha. Hay que estar limpios para afrontar un nuevo día, pensaba.

Tomó sus ropas del suelo del dormitorio. Olió su camisa del día anterior. Aún estaba limpia, eso seguro.
Una vez vestido, metió sus últimos cincuenta euros en la cartera. Sería un escritor de éxito, pero varios días viviendo como un tipo ocioso pasan una factura al bolsillo.

Miró el móvil. Un mensaje SMS. Era de Gloria y decía algo así:

Esta tarde. A las 18.00. En el sitio de costumbre.

Te quiero contar una cosa muy importante.

Besos.

GLORIA

Tomó sus llaves, su móvil y su cartera para luego salir del piso en la calle Guzmán el Bueno en el centro de la enorme mole que es Madrid. Además de Gloria, estaba enamorado de esa ciudad, pero hay amores difíciles.

-Belmonte.- Le llamó la voz de la señora Matarrisas (no es broma, se apellidaba así esa buena mujer)

Era su casera. Estaba esperando justo en el rellano a que él saliera. Vestía con su bata de paño y con ese cabello cardado. Debió de haber ido a la peluquería el día antes, pues normalmente aparecía con rulos. Sí, la verdad es que era el vivo retrato de la arquetípica maruja, una especie que no se extingue nunca.
La comunidad de vecinos la temía, pues, a sus setenta y dos años, tenía más ardor guerrero que todos ellos, además de un carácter endiablado. No se entendía como su marido la soportaba, pero la teoría más extendida era que aquel hombre, calvo, enjuto,  con gafas redondas y pasadas de moda, era un santo varón o un estúpido integral.         

-Buenos días, señora Matarrisas. Bonito día ¿No?
-Déjese de buenos días, señora Matarrisas. ¿Dónde está el dinero que me debe?
-Aún no he logrado reunir todo lo que le debo de estos dos meses, pero le juro por lo más sagrado que estoy en ello.
-No me engaña ni una pizca. Le advierto: como mañana no tenga mi dinero listo, dormirá en un banco del parque.
-Descuide, señora Matarrisas.-Le sonrió con todo el encanto que podía dedicar a esa mujer.-No le voy a fallar.

Guillermo recorría esas calles casi todos los días. Lo hacía por instinto. Las mismas paradas de siempre.

Primero tomó el metro hasta Arguelles, para ir a la panadería cercana al Corte Inglés de Princesa: Un croissant, dos Donuts y dos cafés con leche para llevar. Pagó su compra.

Paró donde estaba aquel mendigo que se encontraba cerca de la Plaza de los cubos, apostado en un banco, con su fiel perro a sus pies.

-Ten.- Le dijo.- Tus dos donuts y tu café.
-Gracias.- Le sonrió cuando se los dio.- Te prometo que cuando pase esta mala época y logre ser alguien importante, te lo pagaré todo.
-Con que compres mis obras literarias, me doy por satisfecho.- Le respondió.

Así, tras todo esto, esperó a Gloria enfrente del teatro-cine Avenida. Ahí se conocieron hace más de un año.

Allí llegó ella. Un beso cariñoso de saludo. Él la notó fría.

-¿Pasa algo?- Preguntó él.
-Bueno, es que… creo que no nos vamos a volver a ver.
-¿Me estás dejando?
-No, te aseguro que no…O sí, aunque sé que me vas a odiar por esto, pero es solo que mis padres se van Sudamérica y debo ir con ellos. Entiéndelo.
-¿Qué? Perdona, pero no. No lo entiendo. ¿Cómo quieres que entienda que te vas así como así?-
-No es así como así.
-¿Desde cuándo lo sabes?
-Ese no es el tema.
-Gloria, ¿Desde cuándo lo sabes?
-Desde hace unos cuatro días, pero no encontraba el momento adecuado para poder contártelo.
-Muy bonito. ¡Esto es genial!
-Me estás gritando.
-¿Y qué quieres que haga? ¿Eh? ¡Dime!
-Te aseguro que no es lo que piensas. Te quiero y mucho, pero la distancia es muy mala y necesito el dinero que me proporciona mi padre. No me puedo negar. No sé vivir como una pobre como… tú.
-Eso, tú echa más leña al fuego, muchas gracias.
-Es la verdad y lo sabes.
-Pues si ese es el problema, podríamos irnos a vivir juntos. Sería sencillo. Buscamos un piso para ambos. Y yo puedo vender alguna de mis viejas historias a alguna editorial.
-Eres un encanto.- Le acarició las mejillas, dedicándole una sonrisa.-Pero no tenemos donde caernos muertos y, seamos sinceros, seré más una carga para ti que una ayuda.
-Da lo mismo. Te quiero a mi lado.
-No insistas más. Debo irme con mis padres. Además, es muy tarde para hacer planes, porque me marcho mañana.
-¡¿Mañana?! Y me lo dices así ¿No?
-Ya te lo dije, no sabía cómo...
-¡Eso es una gilipollez, Gloria! ¡Es una idiotez! ¡Si quisieras te quedabas conmigo! ¡Joder! ¿Es que no lo ves? Me importas más de lo que te puedes imaginar.
-¡¿Y qué esperas?! ¡¿Qué te diga que prefiero la vida que se me ofrece en otro país que a ti?! ¡Pues sí! Ahora mismo, la prefiero y no voy a renunciar a ello, porque, aunque no te lo creas, no eres tan especial.
-¿Tú te oyes? Soy yo, joder, soy Guillermo. Nos queremos, o eso es lo que me hacías creer. No puedes decirme que todo esto, todo lo que hemos vivido, nuestros planes de futuro, no valen más que tu forma de vida y tus lujos. Gloria, por Dios, eso no. Eres todo ahora mismo para mí.
-Tal vez el problema es que no soy ni tan fuerte, ni tan valiente como creías. En realidad solo soy una niña mimada y cobarde que se vende por no perder su modo de vida. Me duele decirlo en voz alta pero es lo que hay. Y antes de que esto se estropeé más, me voy.- Le dio un beso en la mejilla.- Espero que sepas perdonarme.
-No. No puedes dejarme. Te acabo de abrir mi corazón, Gloria. Te he dicho cosas muy importantes para mí ¿Y aun así te vas sin más?- Preguntó pero ella se perdió entre la gente.

Y dos horas después, tras sentarse en un banco cercano y ver a la gente ir y venir, Guillermo Belmonte tomó una decisión. Sabía que, aunque las esperanzas parecieran nulas y se dijeran tantas cosas tan duras, aun la amaba. La amaba tanto como para cometer una locura o una idiotez, según se mire.

-Puede que Madrid se me haya quedado pequeña.

Se plantó en su piso, recogió un par de cosas decidiendo liar sus pocos bártulos para irse a la búsqueda de Gloria y salió corriendo.

-¡Mi dinero!- Gritó desde el descansillo la señora Matarrisas viendo que su inquilino había tomado la decisión de abandonar el piso apresuradamente.
-¡Qué la den, bruja!

Reunió dinero suficiente para un billete de tren a Málaga  y de allí tomar un barco rumbo a Sudamérica.

Y se sentía más idiota, si cabe, cuando decidió tomar el único barco mercante ruinoso comandado por un capitán medio loco (o loco y medio, aún tenía serias dudas sobre ello), pero, tal vez, eso es lo que él buscaba. Un barco que no se pareciera a ningún otro.

El capitán Hugo Toledano era un hombre de cabello negro, aunque entrecano en las sienes, barba extrañamente bien arreglada y ojos azules
El buen capitán debía de rondar los cuarenta y muchos o cincuenta y pocos. Su indumentaria era muy peculiar: Chaqueta de capitán con anclas doradas en las solapas, jersey de cuello vuelto, un par de anillos en ambas manos, pantalones anchos de color azul oscuro, botas envejecidas, que antes  debieron ser de un negro muy lustrado, y un bastón con una empuñadura que tenía un grabado de un barco surcando un mar embravecido. El bastón no era un adorno, pues Hugo Toledano cojeaba de la pierna izquierda.

Lo más curioso de este viaje es que el capitán accedió a llevar al joven escritor al contarle sus motivos.

-Señor mío, creo que no miento si digo que cualquier causa es injusta comparada con el Amor. Así pues, suba a mi barco. Bienvenido al Grifo dorado, caballero.

Era un tipo agradable, si llegabas a ver la gracia en alguien que no dejaba de ser un anacronismo, como si el tiempo en él pasase a otro ritmo. El caso es que accedió a llevar a Guillermo en su embarcación y proporcionarle un lugar tranquilo entre la tripulación, tan atípica como lo era su capitán.

La noche en la que habían zarpado, Guillermo decidió pasear por la cubierta y encontró al capitán Toledano mirando al cielo. Musitaba algo.

-Buenas noches.- Saludó el joven.
-¡Buenas noches, amigo mío!- Le respondió efusivamente.- ¿Disfrutando de la brisa marítima?
-Algo así…
-En poco tiempo, llegaremos a nuestro destino.
-Me alegra oírlo.
-¡Ah, el Amor! Es aquello que vuelve loco a unos y esclavo a otros.-Reflexionó con voz profunda.-Una vez yo fui como usted... en tiempo que parecieron más fáciles. Antes del naufragio en el que mi menisco se hizo añicos.
-¿Naufragó?-Guillermo se inquietó
-Sí, amigo. Hace veinticinco años. Pero hay una ley en la marinería bien clara: Un capitán solo puede naufragar una vez en su vida.
-No sé yo si eso me deja muy tranquilo.
-Confíe en mí. Sé de lo que le hablo, llevo muchos más años de los que usted puede tener siendo capitán.

No quiso discutir con Toledano, pero le daba la extraña impresión de que estaba muy lejos de poder definirse como buen capitán.

Por desgracia, no fue un viaje de placer, ni mucho menos.

Primero, el escritor enamorado tuvo que compartir camarote con tres de aquellos lobos de mar que formaban parte de la pintoresca tripulación, algo poco agradable, para su gusto. Uno de ellos era un hombre grandote, calvo y tatuado de cabeza a pies. No en balde le apodaban el estampado. Los otros eran los mellizos Merchán, de cabello oscuro, ojos azules y rostro afilado. Uno de ellos, Julio, tenía una fina barba oscura. Este trio tan distintivo no era muy comunicativo con Guillermo.

Además, debió de ser que, por el balanceo de la nave,  Guillermo se mareó y echó por la borda hasta la primera papilla. Pero no una vez, sino hasta cuatro veces en los dos días de viaje. No supo muy bien el motivo exacto, pero los marineros se mofaban del pomposo de tierra firme, que fue como algunos le apodaron.

-Caballeros, no está bien reírse de un pobre diablo que sufre.- Indicó el capitán a sus hombres.- Y menos cuando está echando hasta el hígado por la borda de nuestro barco. No querrán parecer unos insensibles.

Más risas, a las que se unieron las carcajadas de Hugo Toledano. Era algo muy humillante.

Se podría decir que Guillermo encontró un aliado en ese barco, aparte de su, a ratos,  cordial relación con Toledano. El contramaestre Gustavo Pratt. Un hombre nervudo, de mirada nítida, mandíbula cuadrada, cabello negro peinado para atrás y un frondoso mostacho perfilado como aquellos forzudos de antaño. Su mano izquierda había sido sustituida por una de madera, similar a la de algunos maniquíes de los escaparates de las tiendas o de las que se usan de modelo para dibujar. Había nacido en Torredembarra hace cuarenta y dos años y se hizo marinero por el mismo motivo que su padre se hizo marinero: Por herencia familiar.

Guillermo no supo nunca porque se dignó a enseñarle al contramaestre aquella foto que tenía como recuerdo. Era una fotografía de él abrazaba por la cintura a Gloria, quien  estaba mirándole anonadada. Guillermo no era muy dado a hacerse fotos. Decía que era poco fotogénico, no así Gloria. 

-Tal vez le hablo de todo esto porque necesitaba a alguien que no me juzgase.
-¿Por qué dice eso?
-Nada. Bobadas mías. Olvídelo.
-No creo que sean bobadas. ¿Sabes qué creo? Que temes equivocarte. Es normal, pues todos nos equivocamos. Es decir, todos no. Los cautos rara vez se equivocan, pero ¿Quién demonios quiere ser cauto?  

Tras varios días de navegación sucedió lo peor.   

Una tempestad, un brutal temporal que creó destrucción a su paso, sorprendió a todos en aquel barco. Hasta que finalmente… un golpe de las enormes olas desequilibro la embarcación y el escritor cayó al agua, víctima de la furia del mar que, al final, le dejó sin sentido al golpearle con violencia.

Recordaba que antes de caer a las bravas aguas, le pareció soñar algo al estar sin sentido, flotando. Vio, en una especie de bruma, imágenes de diversos instantes de su vida, para casi al final ver la silueta de Gloria, o eso creía él. La silueta femenina entrecortada por una cetrina luz, acercó su rostro en tinieblas al de Guillermo y le besó en la frente. Fue entonces cuando volvió en sí.

Se encontraba en una playa. Debió de ser un milagro. Estaba sano y salvo, pero no sabía muy bien dónde.

Su primer pensamiento al ver esa situación, y tras vomitar el agua que pudo haber tragado, era que esperaba no encontrarse en una isla desierta.