¿Era
epílogo o prólogo?
Estoy
trabajando estos días sobre algo que no suelo contar a nadie, no por pudor,
sino porque no encuentro el contexto en el que sea propio decirlo.
La reinterpretación
de la viudedad.
Es
un tema tabú cuanto menos. Nadie desea hablar de la muerte, porque se
interpreta como la antítesis de la vida, cuando no se ve como la anulación de
esta. Pero es que es necesario enfrentarlo, como lo hace Rosa Montero o como,
en el momento que lo escribo, lo hace Joyce Carol Oates… o en ello está en mi
lectura.
Tal
vez así sea el modo en que por fin, de una vez por todas, deje atrás esa
sensación de alma que arrastra cadenas y se lamenta muchas veces, tanto
oralmente como por escrito, por la pérdida de una persona que ha sido el centro
de una vida.
Tal
vez así pueda resolver, de una vez por todas, las grandes cuestiones de mi vida
actual, porque sí, hay un antes y un después cuando la muerte susurra al oído y
deja un agujero negro donde antes no lo hubo.
Tal
vez…
Estoy bien dentro de mi gravedad
Tras
la muerte de alguien que te ha enseñado a vivir, muchas son las cosas que te
van pasando mientras sobrevives a los cambios.
Aprendes
que el Odio solo afecta a una persona: al que lo siente.
Entiendes
que los demás no están para entender esos cambios de humor o esa actitud
taciturna tuya donde antes estaba la broma fácil y la actitud ingenua que raya
hasta hacer sangre en la necedad inconsciente.
Descubres
que el tiempo y el espacio ya no son lo que fueron, porque la historia ya no es
la que era hace unos cuantos capítulos.
Abrazas
la máscara que ahora se te ha pegado a tu piel y es difícil de quitarte como
antes, pero es que es tu mejor papel, el mejor que interpretaste en tu vida,
fruto de la bendita improvisación-¡Qué razón tenías Manuel Camarero! ¡Qué
razón!-y es entonces cuando sale esa coletilla tan tuya y que algunos ya
también repiten, porque es, con diferencia, tu mejor obra:
Estoy bien dentro de
mi gravedad.
¡Sublime!
Has logrado hacer de tu malestar, de tu reconstruirte cada día, de tu seguir
adelante, una frase tan lapidaría y profética como el Cuan largo me lo fiais de Don Juan.
Pero,
claro, vivimos tiempos de queja y re queja y esta frase se pierde entre el
aluvión de malestares y descontentos de un tiempo extraño que, raudos y con
cierto aire de sapiencia fatua, se han llamado un tiempo nuevo.
Sí,
nueva es la situación en la que uno debe entonar esta coletilla. Un tiempo que
promete acabarse, porque el tiempo de duelo, que lo es también y lo sé bien,
dará paso a un horizonte de cosas por descubrir, puesto que no llueve
eternamente… pero tampoco veo yo que escampe.
El sol de invierno
Hubo
alguien- y si no lo hubo, seré yo.- que dijo que no te puedes fiar del sol de
invierno, pues aunque la luz sea poderosa y las calles parezcan estar viviendo
una preciosa primavera, el frío estará ahí.
Pues
eso pasa con la gente. No puedes pretender que sean como esperas a simple
vista, porque son de otro modo y es lo que debe ser.
El
otro día, comiendo en la facultad con unas antiguas compañeras de carrera, una
de ellas me dijo que no tenía claro si, unos dos o tres días después de morir
mi madre, que es cuando regresé a mis clases tras el puente de mayo, me dio el
pésame o no. En ese momento- y ahora mismo.-tuve la sensación de que así fue y
no le di importancia a sí lo hizo o no. No obstante, tengo en mi mente a dos
personas que no lo hicieron y tuvieron la oportunidad. Recuerdo eso y ahora
pienso que quizás fueran ellos los primeros de muchos otros que me dieron la
espalda, con o sin razón pues no voy a juzgar tal cosa.
En
cierto modo, cuando mi madre murió viví por inercia y es ahora cuando comienzo
a darme cuenta de muchas cosas. Era como estar anestesiado. Me movía- y todavía
lo hago.- con cierta inercia, con cierta idea de que debo vivir y que es lo que
toca ahora.
Un ser solitario
Cuando
era niño, me pasaba mucho tiempo sólo en los recreos en el colegio, ese colegio
donde muchos de mis compañeros me consideraban un retrasado. Eran niños y no
entendían que retrasado no es en sí lo que yo era, pero, hará cosa de unos
siete u ocho, en Facebook, apareció una foto de que guardaba un viejo amigo de
la infancia y se me etiquetó en ella. La gente no paraba de comentar cosas y se
hacían preguntas de si uno se acordaba de este o del otro…
Y
alguien puso:
¿Y de Bubu? ¿Os
acordáis de Bubu? Era retrasado ¿No?
Bien…
Bubu era yo. Ese apodo me lo pusieron
de niño y lo odié con todo mi ser. Y el que puso ese comentario era Daniel, el
chico que más detestaba de todos. Éramos adultos ya y ahí seguía esa idea
infantil.
Así
que era obvio que muchas veces buscase la soledad y en esa soledad, empecé a
leer y a inventar historias.
Así
pues, el ser solitario fue la base del escritor que hoy intuyo que soy, porque,
esa es otra, ¿Soy un escritor? ¿Escritor debe ser el que escribe o el que vive
de escribir? Porque, sí, yo escribo pero no vivo de escribir, vivo para
escribir, porque lo necesito, porque es simbiótico el vivir y el escribir.
Y
hay gente que no entiende que uno es escritor por necesidad vital, no porque
sea parte de su personalidad.
Siempre
me encuentro con aquel que te dice: Eres escritor, deberían salirte las frases
poéticas en fila.
El
último que me hizo eso fue un antiguo amigo del que me he distanciado. Me soltó
una patochada de ese calibre con una sonrisa de hiena estúpida y yo entonces
saqué un trozo de papel y un portaminas que llevaba en mi bolsa de colgar.
-Eres
dibujante. Pues hazme un dibujo. Debes hacerlo. Eres dibujante las veinticuatro
horas del día ¿No?
-¿Aquí
en la calle?
-Claro.
-No
compares.
-Pues
no me pidas a mí que sea escritor a tiempo completo igual que yo no te pido que
seas dibujante a tiempo completo.
Hay
veces que me hubiera gustado no ser un ser solitario, pero ahora es lo que soy,
por encima de sí sé escribir o no.
Lo más importante de una vida
Hace
unos meses, preguntaba a alguien porque pintaba cuadros tan oscuros, que sí eso
tenía que ver, de algún modo, con su estado de ánimo.
El
pintor se indignó un poco y me dijo que estaba equivocado.
Muchos
pueden trasladar eso a mi escritura. ¿Por qué tanta muerte y ausencia de la
madre? Y, la verdad, le dije hace un tiempo a una profesora de mi facultad que
estaba harto de eso, que era un autor de principios, que si en principio algo
me ronda la cabeza lo pongo siempre en el papel.
Ella
me habló de un director de cine que siempre ponía una silla vacía en una escena
de su película, que simbolizaba la conversación que siempre quedó pendiente
entre su padre, ya difunto, y él.
Yo
no quiero eso para mí y sin quererlo, me asustó una idea.
Mi
padre tenía una tía que era muy desagradable conmigo, que era muy clasista y
que me llamaba Gustavo pese a que la corrigiera. Siempre pensaba en la Guerra
Civil. Cada vez que podía, sacaba el tema y su rostro tomaba un aspecto algo
demente.
Mi
madre y yo concluimos algo: La Guerra Civil fue lo más importante de su vida, y
eso que llegó a vivir hasta los noventa y dos años.
¿Y
si la muerte de mi madre era lo más importante de mi vida?
Lo
es comparable, claro, pero ambas pueden marcar a una persona muy profundamente.
La
diferencia más clara es que tras la Guerra Civil nadie dijo a la gente lo que
mi madre me dijo muchos meses antes de morir.
Cuando yo me vaya, no
quiero que te hundas.
No seré el mejor, pero sí el más constante
Dicen
de los Capricornio que cuando se encuentran con un muro o lo logran tirar o se
rompen la cabeza contra ese muro.
Mi
filosofía es otra: rodear o saltar ese muro.
Así
pues, saqué una conclusión:
No
seré el mejor, pero sí el más constante.
Seguro
que si preguntas a alguna gente, te dirá que miento. Que miento y que deberían
quemarme en la hoguera. Que miento, que deberían quemarme en la hoguera y luego
mearse en mis cenizas para que aprenda.
A
lo mejor que me nieguen esta frase es por culpa de la máscara que llevo, puesto
que soy un tremendo cobarde y veo que los demás leen y devoran pilares de
libros y con aire de complacencia jactanciosa sacan conclusiones atrevidas y
sentenciosas sobre autores, obras, movimientos y, si me apuran, pasos a seguir
para realizar una correcta cocción al dente de morales y éticas.
Yo,
por ende, soy un engreído de pantomima, puesto que aprendí una lección que aún
hoy habita en mi mente-que muchos catalogarán de absoluto y tremendo caos no
sin darle a ese juicio un valor de jurídico-humanístico-:
En la vida actúa de
farol, como en el póker. Sonrisa de ganador pese a que pierdas.
Puede
que no sea así la lección, pero sí hay un elemento que me ha salvado más de una
vez. No caeré sin luchar. Mucho o poco, pero no caeré sin luchar.
Me vas a perdonar, pero me reclaman en otro sitio.
Esto
es parte de mi leyenda y de la de Manuel Camarero, así que puedo ser como el
dios Loki o como Salomón. Sea como fuere, esto es lo que digo yo que pasó:
Hacía
un mes que Manuel Camarero había muerto y le di hace un año una copia de mi
primera obra de teatro, pues mi carrera literaria
comenzó con una burda e infantil obra teatral.
Olga,
una de las profesoras del instituto María Guerrero- donde estudiaba y donde
daba clases Manuel.-, me indicó que Manuel dejó algo en su mesa para mí.
Era
la copia de mi obra de teatro en una carpetilla transparente y dentro una nota
para mí, que por desgracia tiré a la basura pero que rezaba así:
Gonzalo:
Me vas a perdonar, pero
me reclaman en otro sitio y no me va a ser posible dirigir tu obra de teatro.
Cuídate:
Manuel Camarero
Sonrisa de
ganador pese a que pierdas. Hizo honor hasta el final a su lección.
Creo
que fue entonces cuando entendí que la muerte es irse y no regresar. Irse y
dimitir de ser mentor, maestro, amigo, padre, esposo, dueño del tiempo
prestado…
Manuel
dejó el primer vacío, más modesto que el que dejaría mi madre, y haría que yo
intentase buscar un mentor cuando mi mentor al final debía ser yo, con mis
fallos y aciertos, con mis triunfos y fracasos, pues hay que tratar a estos dos
últimos como impostores, como dos buenos jugadores de póker de la vida.
Y
entonces, te paras un momento a pensar y lo ves…
Esta es mi verdad de hoy, mañana
será otra.