lunes, 27 de mayo de 2013

Zapping de literatura


Comienzo a bostezar como muchas veces me pasa cuando termina un día más.

Tenía mi esperanza en tantas cosas.

Ni persigo conejos blancos, ni veo obras de teatro con gente descalza, ni visito Madrid en el frio nuclear de una sonrisa jovial, ni los pasteles bien presentados me endulzan, ni lo exótico me atrae.

Tenía la mirada puesta en las cosas pequeñas.

¿Dónde está aquella mujer del bolso rojo? ¿A donde fue la que me daba aquel amor sólo  por ser yo? ¿Qué será de mí sin aquella que me seguía de lejos para ver si no me pasaba nada de mi casa al autobús de la ruta? ¿Por qué el silencio es tan grande sin la persona  por la que me esforzaba por hacer reír? ¿Cómo puedo explicar que necesito una palabra exacta para salvarme?

Tenía ensayada mi sonrisa de cada mañana.

Hasta de la peor película que habré visto he aprendido algo. Ella recibe una carta cuando su mundo ha terminado. La lee y ve el cariño de alguien que la aprecia. Guarda la carta y se dedica a estudiar. A seguir la vida. Fundido en negro. Fin de la película. ¡Qué belleza tan sublime! Todo gira y nada se para. Así hago yo.

Tenía dicho lo que siento y no me arrepiento.

Yo nunca seré tu alumno más aventajado,  o tu novio que te lleva a cenar y tímidamente propone pagar a medias, ni muchos menos seré el padre de tus hijos, aquel que se sienta con ellos a ver los dibujos animados clásicos y se reirá tanto o más que el resto. No atravesaré tu puerta para desearte buenas noches.

Tenía esperanzas en la gente que construye el futuro.

El origen de mis novelas está en el asalto de la mansión en donde hay misterio, emoción y riesgo. Crear una novela es el génesis de vivir para siempre, creando la ciudad en celo, con mujeres invisibles en aquel noviembre donde no tengas miedo. Es como la educación de las hadas en algún sitio calentito, al sur de Granada, compartiendo los años de la garrapata. Es sencillo de ver.

 Y entonces vuelvo a bostezar como muchas veces me pasa cuando termina un día más.