-Bueno, ¿y que celebramos?-Preguntó
ella.
Yo no supe que decirle. La llevé a aquel
restaurante italiano de Plaza de España porque quería. Porque la quería.
Llevaba con ella solo ocho meses y
parecía que fuera a tocarla y se esfumase, como pasó con tantas que se fueron
sin decirme ni adiós. Bueno, miento. Una chica que conocí en el final de mi
adolescencia me dejó la simpática nota.
Ahí te quedas con tus inseguridades y
tu gilipollez. No eres tan especial.
A
Cada vez que alguna me dejaba, ponía su
nombre en una pizarra de mi cocina. Sé
que no es muy sano psicológicamente tener la lista de las mujeres que de un
modo u otro habían pisado mi corazón, pero era lo que me salía.
-Celebramos que estamos vivos.-Respondí
al final.
-A mí me vale.
¡Qué sonrisa tan bonita! ¿Y por qué me
sorprende aun? Es la chica con la que más he durado. Es inteligente, es bella, es cariñosa… ¿es de
verdad? ¿Le interesa un tipo como yo? ¿Por qué no? ¿No soy un buen hombre?
Vale, sí, tengo bastante defectos, pero tengo algunas virtudes que pueden
atraer a una mujer como ella. No seré especial, pero tampoco soy anodino.
-¿Qué piensas?
-¿Eh? Nada, nada…
-Te decía que si te parece, nos saltamos
el postre, pagamos la cuenta y nos vamos a tu casa.
-Sí, me parece bien.
-¡Huy, que soso ha sonado eso Me parece bien!- Me pone morritos.- ¿seguro
que estás bien?
-Sí, sí, cariño. Pido la cuenta, pago y nos
vamos.
Pagar la cuenta… Así la conocí, más o
menos.
Señor,
le prometo que le di la vuelta con el ticket.
¡Te
digo que no! ¡Solo me has dado el café para llevar! ¿¡Te quieres quedar con mi
dinero!? ¿¡Es eso!?
Señor,
le estoy diciendo que…
Disculpe,
¿Cuánto le tendría que dar de vuelta la señorita?
Pues
si le he dado cinco euros, me tendría que dar un euro con sesenta céntimos.
¿Tiene
cambio de dos euros?
Sí,
sí, pero…
Pues
deme cambio y váyase de aquí.
Oiga,
no me puede hablar así.
¿Y
usted si puede gritarle a la señorita por un euro con sesenta céntimos?
El tipo me dio el cambio de los dos
euros y se fue sin decir nada más. Fue la primera vez que ella me dedicó esa
preciosa sonrisa suya.
Luego todo fue poco a poco y aquí
estamos, saliendo del restaurante. Se abrocha el abrigo y mira a ambos lados de
la calle. Más tarde, se acerca mí y se agarra a mi brazo.
Su contacto me crea sensaciones muy
dispares. Por un lado, me hace ponerme nervioso. No sé muy bien el motivo, pero
es así. Por otro, me hace sentirme tan afortunado. No, cuidado. Eso de sentirte
afortunado te pasa mucho y te despiertas
una mañana sin nada. Así que eso de sentirse afortunado es mentira. Una mera
ilusión.
Llegamos a mi piso en cuestión de unos
diez minutos. Le ofrezco algo de beber, dice que se sirve ella, que ya sabe dónde
está cada cosa, así que aprovecho para cambiarme de ropa.
Cuando regreso con unos vaqueros y mi
camiseta de la manzana con carita sonriente, la vi cerca de la pizarra de los
nombres. La primera vez que vino a casa le expliqué de lo que iba aquello. Solo
se encogió de hombros y soltó un escueto ah.
Sin más. No se molestó, ni me dijo nada más.
Vi como escribía con una tiza, bajo los
nombres, la palabra idiotas. Se gira y al verme, se rie.
Pasamos la noche juntos, como muchas
veces pasaba. Me quiere, o eso dice. Y yo a ella, no lo dudo.
Me despierto a las nueve y estoy solo en
la cama. No está. Anoche estaba ahí y oía como respiraba calmada tras conciliar
el sueño, y ahora no está.
Me levanto despacio y me dirijo al salón.
Una nota cerca de la bandeja donde dejo las cartas. Una nota que leo con algo
de aprensión.
Salí un momento a comprar café, que no
te quedaba en la despensa cuando miré esta mañana. Tomé tus llaves para entrar
sin despertarte si aún duermes cuando venga.
No tardaré mucho en volver.
Te quiero.
Me sentí tan idiota pensando en lo peor.
Me sentía tan mal por esa inseguridad estúpida que lastra muchas veces mi vida.
Sí, puede que esta no sea la definitiva, y puede que me deje por cualquier
motivo, pero no puedo dejar que eso cargue en mis hombros. Uno se levanta y
sigue. O al menos, eso debería hacer.
Me acerco a la cocina, tomo un trapo y
borro la pizarra. Yo os libero, idos todas al infierno o a donde os plazca.
No tarda mucho en regresar y me da un
beso de buenos días.
-Hago el café si tú haces las
tostadas.-Me propone.
-Por mí genial.
Se da cuenta de la pizarra que ahora
está vacía.
-¿Y eso?
-Digamos que me di cuenta de lo inseguro
y estúpido que me hacía tener ese recordatorio que no me ayudaba para nada.
Asiente con la cabeza.
-Sí, eres inseguro y algo estúpido
algunas veces, y sin embargo, te quiero.
Me da otro beso, este más largo y tierno
si cabe.
Fotograma de Mia Sarah (2006) de Gustavo Ron |