martes, 3 de julio de 2012

La hija

Un domingo más.

¿Hace cuanto que no duermo bien? ¡Qué sé yo! Hace tanto tiempo que hago lo que hago como si fuera una maquina programada.

Abandono las sabanas de mi cama. Demasiado grande para uno solo, pero, hace tanto que alguien ya no ocupa la otra mitad de la cama…

Oigo como abren la puerta de la casa debajo del agua de mi ducha. Me siento tan viejo y el agua caliente me relaja tanto…

El canturreo de una voz femenina, familiar, querida. La voz de mi hija.

Tan adentro, llevarte tan adentro como tú me has llevado, lo siento, lo siento.

Verla bailar en la cocina, con los auriculares en los oídos, tapados por esa larga cabellera castaña. No puedo creerme que ya tenga veinticuatro años. Parece que hiciera un mes que mi mujer me dijera que esperábamos una niña, una semana que la estreché por primera vez.  Cinco días que hiciera de cenicienta en el colegio, un par de horas que le rompieran el corazón por primera vez.

Se gira, me ve y se quita los auriculares. Sonríe como lo hiciera hace años su madre y me muestra una bolsa de papel con algo dentro.

-Traje churros.-Anuncia.
-Precioso detalle.

Desayunamos juntos, como todas las mañanas. ¡Como la quiero! Cuando ríe, cuando habla de sus cosas, cuando se preocupa por mí.

-Salgamos a dar un paseo.-Me propone.-Podemos comer fuera. Tenemos la nevera tiritando.

No me opongo. Hoy no. Sé porque lo hace y sonrío. Nada más.

-Tú y yo disfrutando de un domingo por la mañana, como cuando era pequeña.

Aun me asombra que recuerde nuestros viajes en mi vieja Yamaha al Rastro, a cambiar cromos repetidos. Mi mujer siempre se preocupaba por esos viajes, alegando que nuestra hija era muy pequeña para ir en moto. Yo la tranquilizaba.

Antes de subirnos en la moto, le recordaba a mi hija que se pusiera su casco con la pegatina de la pantera rosa en un costado. Entonces, empezaba un viaje donde notaba sus manos sujetándome con fuerza de la cazadora, abrazándose a mi torso cuando había curvas y pidiéndome que no corriera mucho.

Dejé de montar en moto hace unos años, pero, aun así, mi hija no le pilló miedo a las motos. Es más, ahorró para comprarse una Vespa de segunda mano para ir a la facultad y a su trabajo.

Aunque, creo que no es exclusivamente por mi influencia eso de las motos… ese novio que tiene desde hace cinco semanas, ese macarra de los tatuajes…

El mediodía cae rápido y, por sugerencia suya, acabamos en un restaurante de esos que abundan por todos sitios, esos que son además, tiendas. Un lugar que en el nombre ya dice que es para gente muy importante, aunque no sea cierto al cien por cien.

Nos sentamos cerca de un ventanal que da a una calle tranquila, de pisos altos. Mi atención se centra en una ventana de cortinas azules, con un pequeño peluche de un perro pegado al cristal por ventosas en las patas.  ¿Quién vivirá en esa estancia? ¿Una joven que disfruta poco de esas cuatro paredes? ¿Un niño que allí ha creado su propio paraíso? ¿Un hombre dinámico y jovial? Los hay, nunca lo he dudado.

-Yo apuesto que es el cuarto de un chico algo tímido pero más divertido y profundo de lo que los demás creen.-Me saca de mis pensamientos ella.

En verdad, me temo que heredó de mí esa manía de imaginar las vidas de los que viven en las casas cercanas. Por ello, es la única que tiene las llaves para entrar en esos pensamientos que una vez alguien definió como costumbre enfermiza. ¡Cuánto necio, Señor!

-Un chico de los que me gustaría para ti, y no ese chulito de la Honda.
-No empieces otra vez con eso, papá… Además, el chulito se llama Hugo.
-Me da lo mismo como se llame. Dudo que un macarra con tatuajes te haga muy feliz.
-Sí, tiene tatuajes y mala pinta, pero, no es ni un macarra ni un chulo.
-Me gustaba ese tal Cesar.
-Cesar era un idiota que me engañó con otra.
-No lo sabía.
-No te cuento todo lo que me pasa.
-¿Desconfías de mí?
-No, solo lo hago para no preocuparte. Y si dieras una oportunidad a Hugo, te caería muy bien.

Como la quiero cuando se preocupa por mí, aunque sea innecesariamente.

Nos pasamos la comida hablando de ella, de literatura Inglesa, de la obra de Verne, de las películas de los hermanos Marx, de lo bella que era Audrey Heapburn, de la pena que le dio de niña ver como la novia de Frankeinstein repudiaba a la criatura, de lo que le marcó haber leído los Incursores de Mary Norton, descubriendo lo cruel que se puede ser con lo que no se conoce.

¿Tuve yo charlas así con mi padre?

Caminamos de regreso a casa, casi desandando los pasos que hicimos al salir esa mañana.

-Podíamos ver una película. Nunca he visto Los héroes del tiempo ¿Y tú?  Seguro que sí, por eso la tenemos en casa.
-Cariño, no tienes que estar todo el domingo conmigo. Seguro que disfrutarías más con el ma… perdón, con Hugo.

Me hace una mueca de las suyas. Una de esas de cuando era una niña y quería que jugase con ella a lo que fuera.

-Que te quede claro esto: Eres mi chico favorito. Disfruto mucho pasando tiempo contigo.
-Yo no soy un chico. Soy tu padre.
-Y yo tu hija ¿Y qué? Sé que no soy mamá, pero…
-¿Es por eso? ¿Crees que extraño a tu madre?

Me mira fijamente a los ojos.

-Sé que día es hoy.-Le indico.-Lo tengo muy en cuenta. 
-Lo sé. Para mí, esto tampoco es fácil.
-Para nadie lo es.
-Lo siento.

Le doy un beso en la frente.

-No tienes que sentir nada. No es culpa tuya y no estás obligada a hacer algo que no te apetece, es lo único que quiero que entiendas.
-Entonces… ¿Te apetece ver una película en casa?
-Me encantará.

Hay veces que los domingos pesan como el plomo y otros que se diluyen rápido. Hoy es uno de esos en los que se diluye el tiempo.

Parece que de la película a la cena solo hay un  parpadeo, y de la cena, paso sin darme cuenta al momento en el que me encuentro a mi hija tumbada en el sofá, dormida y con la televisión vomitando anuncios de cervezas que hacen estar más unido a la gente y de coches más seguros y elegantes que los demás. Apago la televisión y despierto con dulzura a mi hija. Refunfuña y me dice que enseguida va a la cama. Yo no la dejo hasta que cumple esa promesa. Se incorpora y la acompaño a su cuarto.

Una habitación llena de libros, peluches en la cama y un poster enmarcado de Peter Pan.

Me desea buenas noches y yo a ella. Me alegra mucho que sea como es. No toma alcohol, no fuma y no se droga. En eso, salió a mí. Yo no soporto el alcohol, en mi vida he fumado, y eso que me han ofrecido muchas veces un cigarro, y no me he drogado.

Es hora ya de que yo siga su ejemplo y duerma. O lo intente al menos. ¿Hace cuanto que no duermo bien? ¡Qué sé yo! Hace tanto tiempo que hago lo que hago como si fuera una maquina programada.

Mañana será lunes otra vez.