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miércoles, 21 de junio de 2017

LA MUERTE EN Y PARA EL (SÚPER) HÉROE

A la hora de realizar historias sobre un súper héroe, todo el mundo recurre a esa persona para plantear, de un modo más o menos disimulado, cuál es su teoría filosófica sobre varios temas de distinta índole y uno de los que más se repite es el de si el héroe mata o no. ¿Está justificado? ¿Es lógico?

Si nos remontásemos a los héroes de los cantares de gesta, es posible que veamos factible que mate a sus rivales ya que van a la guerra, luchan contra gente terriblemente cruel y el maniqueísmo es muy difuso aún en según qué cosas y muy claro en otras.

Pero, si nos fijamos en la figura del súper héroe, Habría que plantear muchas cosas y verlas con detalle.

En 1938 empieza lo que muchos podemos llamar “La creación del súper héroe” cuando aparece el Action Comics número 1 con ese hombre levantando un automóvil ante la aterrada mirada de otros individuos. Ha nacido Superman, pero aún está en súper pañales y no se dedica a partirse la cara contra Lex Luthor o cualquier otro de sus villanos (que los tiene y puedo nombraros hasta seis así de pronto, doce si me esfuerzo mucho), este Superman surge para detener maltratadores y criminales de a pie usando los medios que sean necesarios y por esto hablo darles palizas terribles o incluso llegar a soltarles desde varios metros de altura.


Un año después, en 1939, aparecería el que muchos han considerado su héroe favorito. En el Detective comics número 27 aparece un hombre enmascarado que no dudará en (ojo a esto) disparar a los criminales y acribillarlos. Batman viene en busca de venganza. ¡Batman mataba!



Esto va variando al gusto de sus autores. Aparecen las primeras amenazas para ambos héroes, se plantea la idea de que la primera vez que aparece el Joker, Batman lo mate (No bromeo, es así), se nos presenta a un criminal calvo y maquiavélico que toma el nombre de… No, no es Lex Luthor. Hablo de Ultrahumanita… en fin, se suceden los años, los héroes son un hecho en las páginas de los cómics, cada niño tiene su favorito, se sacan todo sobre estos nuevos enmascarados con capa o sin ella, llegan Flash, Wonder Woman, Capitán Ámerica, Namor, la primera Antorcha humana… estalla la segunda guerra mundial… y llega la Seducción del inocente del Doctor Frederic Wertham, donde este psiquiatra expone que tras la guerra, crece la delincuencia juvenil (Cosa que pasa en muchos casos tras un periodo de posguerra) y que estos elementos rebeldes de la sociedad leen cómics, ergo los cómics corrompen a los niños, maten a los cómics ¿¡Es que nadie piensa en los niños!?... cuando a lo mejor era lógico pensar, a mi parecer, que los cómics estaban al alcance de cualquier chico por solo cinco o diez centavos y que algunos se los iban dejando a otros.
El caso es que este ensayo destrozó los cimientos del cómic, pero no el de los súper héroes exactamente, si no las historietas de terror y crímenes más que otra cosa. Si es cierto que se crea un sello de censura que deben pasar todas las publicaciones de cómics (salvo algunos casos que no expondré por no desviarme del tema), y esta censura no permite que los súper héroes maten. Perfecto. Ya está. El héroe no mata por no dar un mal ejemplo a sus lectores. Aquí podría dejar de escribir e irme a hacer otra cosa, pero claro, quien hace la ley, hace la trampa y así, bordeando la línea, en los 70 del siglo XX surge un tipo de héroe que poco o nada tiene que ver con aquel que viste su capa y detiene criminales. Surge lo que algunos llaman el anti héroe, y este es el que llega a gustar más.

Si en los 60, Spiderman, los cuatro fantásticos o Hulk saben adaptarse a su tiempo y mostrar un héroe con ciertas debilidades y taras, que en algunos casos maldicen tener sus poderes y ser lo que son, los años 70, con el Vietnam de fondo y los movimientos sociales, traen un desengaño frente a las autoridades. El presidente Nixon estaba pringado en asuntos muy oscuros y oscuros iban a ser muchos héroes de aquel momento. Así vemos que, off de record (Solo sucedido por una onomatopeya), se intuye que Wolverine mata a un guardia ante el horror de sus compañeros mutantes de equipo, los X-Men, o como un justiciero que mata por igual a un narcotraficante que a un transeúnte que cruza la calle en rojo, acapara las páginas de algunos cómics para castigar a los criminales sin importarle otra cosa que limpiar las calles del crimen. Si eres culpable, estás muerto y eso hace que Punisher (Castigador) tenga un cometido tras el asesinato de su familia… Es decir, Batman podía haber sido Punisher y en los 30 y los 40 lo fue.

¿Acaso el lector necesita que le muestren que el mal se paga con todas las consecuencias? No, no tiene porque. Aún está vigente un Spiderman que ha sufrido pérdidas importantes en su vida y sigue adelante. No olvida a su tío Ben, ni al capitán Stacy, ni a Gwen Stacy… Esta es mi vida, la voy a seguir. Voy a hacer lo que creía mi tío: Un gran poder conlleva una gran responsabilidad.

Responsabilidad. Esa es la clave. Un poder, grande o pequeño, merece una responsabilidad para con el mundo. Spiderman podía haber matado al ladrón que asaltó su casa, al Doctor Octopus, al Duende Verde… y no lo hace porque entonces se convertiría en todos ellos.

Igual pasa con Batman o Superman. Batman podía haber matado a Joker. Se lo merece. ¿Cuánta gente ha muerto por culpa de sus actos? ¿Dos? ¿Seis? ¿Ciento veinticuatro? Pero si le mata, ¿Es mejor que el asesino de sus padres? ¿Y Superman? ¿Es justo matar cuando tus padres adoptivos te han enseñado unos valores que van más allá de si eres capaz de volar o lanzar rayos por los ojos? ¿Matar a Luthor hubiera hecho que Clark Kent fuera mejor hombre que el megalómano calvo que desea vengar que Superboy le hiciera perder su cabellera pelirroja? (No es broma, eso pasó)

Está claro que matar va contra la naturaleza de los actos de ciertos héroes pero… ¡Eh! ¡Oye! ¿Y lo del Batman de Miller en el regreso del caballero oscuro donde deja a Bruce Wayne? Bien, eso es algo a revisar, sin duda.

En esa magistral serie donde Frank Miller crea un increíble ocaso del caballero oscuro de Gotham, Batman acribilla a un adolescente de una banda llamada los mutantes para salvar a una niña. No hablamos de un Batman de veinte o treinta años, hablamos de un Batman que ya roza los sesenta y que está desengañado con el mundo, que sabe que está en el ocaso de su vida, que si desea hacer algo por el mundo que le rodea, por esa ciudad que grita de dolor, debe pasar esa línea aunque eso signifique perder su moral y su ética personal, cosa que el Joker termina arrebatándole del todo con los actos de esa historia. Batman se ha perdido y no le importa. Miró al abismo y se convirtió en parte de él.



Si vemos los sucesos de la película de 1989 de Batman, dirigida por Tim Burton, vemos algo que ya se hará vigente en casi todas las cintas de Súper héroes: Matar está permitido. Sí, venimos de Bruce Willis y sus Died Hard (La Jungla de cristal en España), donde matar a los enemigos es algo cotidiano y vigente. Por eso Batman no se detiene ni le importa si mueren criminales de todo tipo por su mano, ya sea en esta cinta o en la de Batman Vuelve. Así pues, Batman mata, Tormenta en X-Men mata, Lobezno también (por supuesto, si lo hace en el cómic…), pero llegamos a Batman Begins (2005) y vemos algo que cambia y rompe esa tónica de Matar está permitido. Duncan (Ras Al Ghul) va en un tren que va a explotar. Batman ha salvado la ciudad y detenido el plan del hombre que ha quemado su casa e iba a destruir Gotham y crear el caos. La lucha idealogica está en que, aunque ambos creen en que pueden salvar el mundo, Ras piensa claramente que se debe matar para preservar el orden, Bruce Wayne no… y eso no impide que Batman a la hora de la verdad no mate a su rival, si no que no le salve de su propia muerte. Ahí está la clave. No voy a matar pero nada ni nadie me obliga a salvarte cuando tú no lo hubieras hecho. La línea es difusa pero no se ha pasado, a mi parecer. Ras parece aceptar su destino. Morirá pero sabe que no ha arrastrado a su rival a ser un asesino. 

Por lo tanto, ¿Es posible decir sin error alguno que un súper héroe se define en verdad por sus principios y su responsabilidad para con los demás? No siempre. Si nos situamos a principios de los años 2000, surge una nueva corriente que nada tiene que ver con el héroe de antes y que viene de la mano de autores como Grant Morrison y Mark Millar: The Authority y The Ultimates.

El primer grupo de héroes mencionado, es capaz de ver la línea que antes decíamos y mearse en ella. Matar es algo que viene con el traje y si además podemos torturar a nuestros enemigos de alguna manera, mejor. Llega el momento en que el Súper héroe se convierte en un soldado que mata para preservar el orden, en un modelo de autoridad (de ahí el nombre del grupo) que se emborracha de su poder. Ya entonces el sello de censura que trajo Frederic Wertham ha sido aniquilado también. Ahora está permitido todo. Authority se burla de alguna manera del héroe clásico y se proclama defensor de la figura del nuevo súper hombre. Joe Kelly, guionista de Superman, haría una saga en el hombre de la enorme S en el pecho donde mostraría que pasaría si se cruzase con un grupo (llamado esta vez la Elite) que hace y deshace a su antojo y se ocupa de proteger el mundo con las mismas armas que los criminales. El problema no es si pasar la línea es lo que hace más real al héroe, es si puede ser capaz de mantenerse firme y adaptarse a que lucha por un cometido mayor que el del ojo por ojo. Es seguir firme a unos valores pese a que eso no le haga tan popular como quisiéramos. Me gustaría decir que los que leyeron y fliparon con The Authority son aquellos que no tienen idea de lo que es un súper héroe, pero eso no es cierto pues era (y uso el pasado porque me da que esta época del héroe que traspasa esa línea moral ya llegó a su fin) un producto nuevo y atrevido hecho por gente que sabe de lo que escribe. Grant Morrison supo calar bien a Superman en su All-Star Superman (a mi juicio, uno de los mejores cómics del primer súper héroe) y Mark Millar ha logrado un gran número de cómics memorables donde no hay ni una muerte por parte de los héroes y que han hecho que pase un rato muy grato (Sus números en Cuatro fantásticos son sensacionales), no obstante, este autor, Mark Millar, es el encargado de dar forma al que muchos han denominado los Vengadores del siglo XXI: The Ultimates.

Estos Vengadores no dudan en hacer lo que sea necesario por el bien común de EEUU y eso mismo, les explota en la cara en forma de un complot que les causa una profunda crisis y les hace replantearse su papel en el mundo. Vale, sí, matan y mucho, pero también debemos admitir que Millar (Autor escoces como también lo es Grant Morrison), da una visión filosófica sobre si un héroe que escoge el camino de matar puede redimirse de sus actos o no.



Ahora bien, alguien tras leer hasta aquí, se puede señalar que pese a todo hoy día tenemos que en la pantalla de cine un héroe como Superman ha matado en películas como El hombre de acero. Bien, cierto, y aquí llega algo que he llegado a discutir con gente que parecía desencantada con el modelo clásico del súper héroe (por llamarlo de alguna manera), y es el hecho de que en esa película no existe Clark Kent como tal. Clark Kent es la parte humana de Superman y sin esa parte y esos valores que debe aplicar a su día a día, solo es Kal El, hijo de Jor El y Lara. Un exiliado, un hombre que está por encima del bien y el mal y que no se va a someter a los principios morales de los demás. Que sí, que Clark Kent es un disfraz para ocultar sus poderes, pero Superman no es el que importa en esa duplicidad (No así pasa con Batman donde Bruce Wayne es sólo el cascarón vacío de alguien que desea que nadie sufra), es Clark, el hombre que desea ser aceptado, pasar desapercibido, tener una vida tranquila y normal pero que cree que debe ayudar a los demás a que todo esté en un cierto orden. Matar no es algo natural en alguien que desea ser uno más pese a no serlo. No es normal. Nadie en verdad lo es y cuando Zod le “obliga” a matar, escoge la opción fácil (Aunque claro, estos hechos suceden porque tenemos a un Superman que no es humano o no tan humano como debiera ser).

Entonces, ¿Un súper héroe debe matar o no? A mi juicio, no y explicaré mi postura: Un súper héroe ya por si surge y hace la justicia que él cree conveniente. No es un policía, no ha hecho el juramento de proteger y servir, simplemente se ha puesto un disfraz y ha decidido hacer lo que cree correcto. Veamos el caso de Rorschach en Watchmen (ya sea el cómic o la película). Rorschach es totalmente el modelo de lo que yo llamaría anti héroe. Viene de una infancia dura, es un hombre desequilibrado pero hasta que no es testigo de un hecho cruel y desalmado como es el que se da con el secuestro de una pobre niña, no opta por perderse y convertirse en un asesino, en un criminal a ojos de muchos. Hizo su justicia y al final perdió el norte, por decirlo de algún modo. Luego es un criminal. Pero es un criminal desde el principio. Obstruye la labor de la justicia, de la policía, de los jueces, de todos… y cuando mata ya se ve que es un verdadero criminal.

Si pensamos que un enmascarado es ya per se un criminal, lo único coherente que le queda a este héroe es no pasar ciertas líneas. No matar es una. Si mata una sola vez ya no es distinto a los criminales que desea detener. No es mejor que el ladrón, el violador o el criminal con máscara verde y planeador que desea hacerse con el control de los bajos fondos o el terrible payaso que da algodón de azúcar envenenado a unos niños para que todos sean testigos de una broma mortal y perversa. Lo único que separa al héroe de sus enemigos es su ética y sus principios. Cuando J.J. Jameson dice que Spiderman es una amenaza, puede que no esté desencaminado, ya que es un hombre disfrazado que decide atrapar maleantes y se las ve con villanos tan extraños como peligrosos, pero que si un día decide robar un banco porque está harto de tener problemas con el alquiler, se convertirá en lo que siempre combatió. De ahí que su poder tenga una responsabilidad, como el poder de muchos otros héroes. Por tanto, el héroe, sin él quererlo, es un modelo de conducta para otros. Si un día alguien descubre que, por ejemplo, Barry Allen es Flash, seguramente alguien dirá que debe ser detenido por los daños que ha causado a la propiedad o por que ha obstruido el trabajo de la policía. Por mucho que James Gordon se resista, Batman será alguna vez perseguido y detenido si se llega a tener la certeza de que es Bruce Wayne.



Por lo tanto, si el héroe mata ya no es en sí un héroe. Una cosa es que no quiera salvar a alguien o no pueda. Spiderman no pudo salvar a Gwen Stacy y lo intentó. Daredevil no pudo salvar a Karen Paige y lo intentó. Batman no quiso salvar a Ras Al Ghul en Batman Begins y ahí se nos mostró una faceta que se puede juzgar y analizar con detalle, pero que hace humano al héroe. “No tengo porque salvar a un criminal”. Lo mismo puede pasarle con Joker. “No voy a salvar a la persona que mató a palazos a mi compañero, dejó paralitica a una amiga y asesinó a cientos de inocentes… pero no va a morir por mi mano”


Tal vez llegue el momento en que alguien vea coherente y necesario que un héroe mate, pero yo a mi juicio el que llegue a asesinar no le convierte en absoluto en un héroe, porque la fuerza está en mirar a ese abismo y devolverle nosotros la mirada y estar firmes ante un hecho: No hay héroe que tome una vida para hacer justicia, pues entonces la justicia habrá abandonado la sala por la ventana.    

martes, 19 de mayo de 2015

Eso que llamamos literatura de masas

No hay libro tan malo que no sirva para algo.[1]

Esta frase puede definir muchas cosas en la literatura.

Algunos expertos no van a mirar hacia la literatura con la intención de darle un sincero reconocimiento a la novela de bolsillo dedicada al Oeste. Tampoco es esa su intención. No obstante, no se puede obviar totalmente la labor de esta literatura de consumo que algunos llaman popular.

Popular fue el teatro de Lope de Vega y que apasionó a unos y que fue despreciado por otros.
Popular fue el teatro alejado de la concepción de los Ilustrados donde se veían, a su juicio, conductas y modelos de dudosa moral.
Popular fue la novela en el tranvía o ¿Dónde está mi cabeza? que creara Pérez Galdós.

Los ejemplos pueden ser en este respecto muy numerosos, no obstante, no se debe olvidar algo que apuntaba José Antonio Llera al intentar dar respuesta a la nada sencilla cuestión de qué era literatura.

Según Llera, la literatura es algo vivo y cambiante, puesto que lo que se consideraba literatura en un siglo, en otro podía perder esa noción y viceversa, es decir, son los lectores quienes determinan qué es y qué no literatura. Eso explicaría que las novelas del Oeste hoy día solo sean consideradas lecturas para nostálgicos como indica Basilio Pujante Cascales, cuando ya se dijo en este trabajo que contaron con la aceptación casi plena de los lectores de la última mitad del siglo XX.

Si uno se basa en esto, se debe pensar que las novelas populares, llamadas por muchos bolsilibros, fueron el reflejo de un tiempo que se agotó, pero la formula en la que se cimentó puede que aun siga siendo útil para diversos fines tanto literarios como económicos, ¿O que son si no las sagas que vivimos en este siglo XXI? ¿Qué son las novelas de Alatriste que Pérez Reverte nos ofrece? ¿O las novelas del marqués de Sotoancho de Alfonso Ussía? ¿Qué es en sí el best-seller si no un modo de contentar y dar a los lectores un divertimento rápido y atractivo? Es más, hoy día, se nos pueden dar fórmulas para crear una novela de consumo y atractiva para los lectores.[2]

Sin embargo, aunque uno pudiera verle el lado negativo a los best-seller, a la literatura de consumo e incluso a las novelas del oeste, sin este tipo de novelas, sería casi como ir en contra de la evolución natural de la propia historia de las letras universales.

Sin Daniel Defoe no habría un concepto de novela de aventuras tan personal.
Sin Jane Austen no habría una novela sentimental y romántica.
Sin Jules Verne no habría novela de ciencia ficción.
Sin Lewis Carroll no habría una novela metafísica y semificcional.
Sin Sir Arthur Conan Doyle no habría un esplendor de la novela negra.

Si estos autores y otros muchos que han ayudado a que los lectores de todas las épocas pudieran combatir, en su justa medida, el tedio de la vida cotidiana, es porque en algún momento nos han hablado de algo ciertamente universal. Han hablado del desvalido, del sentimiento de soledad, de odio, de amor, de sorpresa, de miedo, de extrañeza; nos han hablado de los sueños que muchas veces tenemos y que en esencia nos definen más que otras muchas cosas, y lo mágico es que esos sueños, en un grado u otro, son semejantes a los de estas personas que tomaron la pluma con el fin de sacar fuera fantasmas y deseos, ayudándonos a entender este mundo y otros que ellos nos han puesto en bandeja, creando así un nexo con la literatura, con la lectura y, en diversos casos, la escritura.[3]

No voy a intentar emular la declaración del continuamente polémico e irreverente Fernando Arrabal y clamar que fue una injusticia no darle el premio Nobel a Corín Tellado, puesto que gracias a ella mucha gente tomó el hábito de la lectura voraz,  pero tampoco se puede negar que tanto este escritor y cineasta como otro miembro del llamado grupo pánico, el sempiterno escritor, filósofo, psicomago y director de cine chileno Alejandro Jodorowsky, entienden la importancia de la versatilidad del autor moderno, igual que hicieran muchos de los autores que abrieran las puertas a otros que marcaron el canon aun saliéndose algunas veces de él, con lo que la línea entre la literatura canónica y la literatura marginal es muy fina y difusa.

Esto nos llevaría a recordar, como multitud de veces hizo José María Díez Borque, que el escritor es una dualidad: lector y autor, o lo que es lo mismo, un ser que habiendo conocido y leído, ha recreado el mundo en el que vive de un modo personal y, posiblemente, único.
De ahí que se pueda afirmar que hoy día la literatura de consumo que he intentado diseccionar en este trabajo fue influida en muchos casos por sus predecesores, ya sea en la esencia o en la forma, y a su vez estos autores de novelas del oeste han logrado insuflar energía a un nutrido número de autores que van a servir de timón a otros que nacerán y que, posiblemente, abrirán el camino de la literatura, sea o no canónica, a sus sucesores, algo sencillamente lógico.  

En conclusión, mucho debemos a aquellos que nos preceden, que han intentado vivir por y para la literatura, que han sido en algún momento espejo de los aspectos del tiempo y del ser humano y que nos han enseñado lo que se debe y no se debe hacer en las letras permitiéndonos soñar y vivir con algo que muchos han despreciado como si fuera un juguete viejo: la imaginación.    






[1] Esta frase está atribuida a Plinio el Joven.
[2] Trescientos gramos de construcción escena-por-escena, un buen puñado de diálogo en su totalidad, tres o cuatro puntos de vista en tercera persona, detalles simbólicos de status de vida… ( formula de Tom Wolfe para crear un best-seller)
[3] Todo esto está reflejado en los diversos artículos que realizó Fernando Sabater y que están recopilados en su libro Misterio, emoción y riesgo, editorial Ariel, Barcelona, 2008. 

domingo, 8 de marzo de 2015

Epílogo de un prólogo

Basta con unos resquicios de luz para que la oscuridad de la noche se difumine. Ciertamente, eso es lo que veo al despertarme. Hoy volví a tener ese sueño de hace tantos años.

Una mujer, que solo reconozco por instinto más que por certeza, se asoma a un paisaje precioso. Sonríe involuntariamente y parece hablar con una voz dulce y tranquilizadora. Creo que me dice que todo cambiará, que debe ser así. Camina despacio por ese lugar verde y luminoso fuera de la enorme y acogedora estancia. Va descalza. Sus ropas son vaporosas y a cada paso parece que levite. La sigo. No deseo perderla. Algo me dice que no me lo puedo permitir. Temo que eche a correr y le digo que no se marche, que no me deje solo. No sé bien porque le pido eso, pero ríe con un tono infantil, lleno de inocencia. Me dice que es hora de que despierte y es en ese momento cuando lo hago.

La anterior vez que soñé eso, hace ya más de veinticinco años, me incorporé sobresaltado y empapado en sudor, pero hoy no. Hoy simplemente abrí los ojos y vi esos resquicios.

Oigo la respiración de mi esposa y como musita palabras en sueños.

La observo antes de levantarme despacio de la cama que comparto con ella. Su cabello azabache recogido en dos coletas, su tenue sonrisa de labios rosados, su nariz respingona… La pobre cree que está perdiendo su encanto. Lo sé de buena tinta.

Hace una semana se miraba al espejo atentamente, en silencio, mientras me vestía. Se observaba con detalle y en cada ángulo posible. Me hacía el despistado, pero era totalmente consciente de cada uno de sus gestos.

-Me estoy haciendo vieja.
-Y yo contigo, amor, y yo contigo.- Me acerqué y le besé el cuello.
-Pero tú has vivido muchas cosas…
-No tantas.
-Claro… Y resulta que estás mitificado ¿no?
-Eso es.

Sonrió como me gustaba y me besó en la mejilla cuando apoyé mi barbilla en su hombro izquierdo y la miré a través del espejo.

-¿Yo por qué te quiero a ti?
-Ni idea. Creo que tiene algo que ver con esos que dicen ser nuestros hijos.
-Míos son. Ya que sean tuyos…

Salgo de la habitación tras haberme vestido en silencio mientras mi esposa duerme. Bostezo en el pasillo y por primera vez en mucho tiempo me doy cuenta del silencio que hay en la casa.

Me dirijo a la cocina y me preparo un café. Me estiro. Noto aun un pequeño sopor y sé que si me hubiera forzado un poco más hubiera podido dormir cuarenta minutos más, pero si lo hiciera me levantaría con dolor de cabeza.
Observo el reloj mientras mi taza de leche se está calentando en el microondas. Las ocho y veinte. Otro bostezo y al estirarme noto como mi vieja herida del hombro derecho se despereza conmigo. Un balazo por intentar salvar la vida a una amiga. Pensé que no lo contaba. No he notado en mi vida un dolor tan agudo y horrible en mucho tiempo y pensé que cuando volviera a ver a la que sería mi mujer, se horrorizaría pero lo que hizo al ver la cicatriz en forma de estrella fue besarla.    

El pitido del microondas me saca de mis recuerdos. Tomó mi taza y echo un chorro largo de café y un poco de edulcorante líquido. El primer sorbo me sabe acido. Nunca haré un café como el que bebí en Oriente. Me resigno a ello.

Llevo mi taza a mi estudio. A oscuras, subo la persiana de esa estancia y poco a poco se ven las numerosas estanterías con mis libros, los marcos y recuerdos que adornan las paredes. Mi mirada se detiene un buen rato en una foto donde se ve a un hombre de cabello negro, aunque entrecano en las sienes y barba arreglada, chaqueta de capitán con anclas doradas en las solapas. Sonreía a la cámara con un gesto irónico.

-Capitán.-le saludo con un movimiento leve de cabeza.

Acarició maquinalmente y con las yemas de mis dedos una vitrina donde descansan una maqueta de un viejo barco mercante, una muñeca de madera con un vestido verde y una bala de rifle que aún conserva restos de sangre ya oscurecida.

Me siento en mi mesa y la silla de oficina, como siempre, cruje levemente. Está ya muy ajada pero me resisto a cambiarla. Terminará por pasarme lo que con las dos anteriores. Crujirá, rugirá, será su canto de cisne y se terminará por romper haciendo que caiga aparatosamente. Recuerdo bien que la última vez que pasó, mi esposa entró acompañada por mi hija mayor. Me observaron extrañadas y yo rompí a reír. Ellas se contagiaron de mis carcajadas y esa silla acabó a la noche frente a los contenedores de basura.

Termino mi café mientras enciendo mi PC. Cuando aparto la mirada del monitor, me fijo en las manchas que se han formado en el plato que puse debajo de mi taza. Parece un curioso mapa de zonas que creí olvidadas, pero que ocupan mis tardes de reflexión.

Creo que hoy va a ser el día. El día que tanto me pidieron mis hijos. Tal vez ya no les importe que su padre les cuente que hizo en esos dos años que no estuvo con su madre. Mi esposa, bendita sea ella, sabe bien todo. Me pidió encarecidamente que le contase que pasó conmigo y tardé casi seis semanas en contárselo.

Me sentó y me lo dejó claro.

-He tenido paciencia contigo, pero sí te importo y me quieres, debes ser sincero conmigo.
-Cierto. ¿Qué quieres saber?
-Todo. No te dejes nada sin contarme.

Y así lo hice. No fue en ese mismo día, fueron en varios y tras escucharme, noté que nos quitamos un peso de encima, tanto ella como yo. Ahí decidí no ocultarle lo importante nunca más. Claro que tengo mis secretos y a decir verdad, más de una persona ha dicho de mí que soy frio y misterioso. No. Soy tímido, aunque no lo parezca.

Y llevo casado con ella más de veinte años. Veinte años y cinco hijos. Sí, cinco. Se pueden sacar las conclusiones que se quiera. Un hombre como yo, egoísta, que en muchos aspectos ha estado al margen de lo establecido por defecto, un pícaro en algunos momentos, un inconsciente en otros, es un esposo y padre.

Mi mirada va a las fotos de mi izquierda, en diversos marcos. Hay una foto de mis tres hijas y mi hijo intentando mantener la compostura cuando les dije que quería fotografiarles y así tenerlos en mi despacho en la facultad. Sí, soy profesor de universidad. Allí, en esa foto, tenían catorce, trece diez y medio y ocho. Me mata la sonrisa de la tercera de mis hijas. Sé lo que estaba pensando. Su padre, ese hombre que le hacía las señoritas van al paso y que se reía como loca, quería tenerla en el colegio de gente mayor, como llamaba a la universidad.

Justamente con ella tengo la única foto que me sacaron en la playa desde que regresé de mis viajes, que hoy pensé que debería relatar. En esa foto, que está en una de las estanterías, frente mis libros de consulta sobre filosofía, aparezco sentado, con camisa de manga corta, con el brazo derecho rodeando a mi tercera hija, que lleva un sombrero de paja que sujeta con su mano derecha. Mi segunda hija aparece abrazada a mi cintura y pone morritos, cosa que nunca entendí.  Los tres miramos a cámara y sonreímos. Allí ellas tenían nueve y siete años.

La más reciente de las fotos de mis hijas es la que nos hicimos al llegar mi última hija a casa desde el hospital. Ahora esa niña tendrá dos años y mis hijos, en esa fotografía, catorce, doce, diez y, mi hijo, ocho. Mi mujer sale preciosa y yo... no soy muy fotogénico, así que dejémoslo.  

Nunca pensé que ser padre fuera algo que te cambie la forma de ver el mundo. Ahora recuerdo lo que me contó mi mujer sobre algo que le pasó a mi tercera hija.

-Según sus profesores, dos niñas mayores que ella, de la clase de Nuria, la empujaron en el patio y la pobre soltó su bollo. Sabes cuánto le gustan los bollos. Pues una de las niñas lo recogió y tu hija pidió que se lo devolvieran.

Da gracias, porque si nos lo comemos es para que no te pongas mala y te mueras por comer cosas del suelo.

Y delante de sus narices se comieron el bollo.
-¿¡Robarle la merienda a una niña de seis años!? ¿¡A que colegio estamos mandando a nuestras hijas!?
-Pues espérate que ahí no termina la cosa. Las descubrieron y las han abierto un expediente. Pero tu hija está convencida de que le vas a echar la bronca por dejar que le quitasen el bollo.
-¿Enserio me lo estás diciendo?
-Cree que fue su culpa.

Fui a verla y cuando se fijó en mí, comenzó a llorar desconsoladamente y a pedirme perdón.

-Corazón, no pasa nada.-La abracé.
-Mamá y tú trabajáis para que no nos falte de nada y yo he dejado que se lleven mi bollo.
-Jimena, por favor, es un bollo. ¡Qué se coman los bollos uno detrás de otro! Yo solo quiero que no te pase nada. Debes ser fuerte ¿Me oyes? La gente hace cosas malas, incluso la gente que es buena. Tú no eres culpable ni de eso ni de otras cosas.
-No quiero ir al colegio más.
-Pero debes hacerlo. Si yo hubiera dejado que el miedo me hubiera vencido, no os tendría a vosotros.

Fue justo ese día cuando les conté mi primer gran viaje. No me arrepiento de haberlo hecho.

Y ahora estoy aquí, pensando en la herencia que les pienso dejar. Deben saber esta historia. Me la piden – o me la pidieron mucho.- y me da que ahora, con mi año sabático, debo hacerlo. Y lo haré solo. Solo empezó todo y fue entonces cuando he llegado a donde llegué.

-¿Hace cuánto que no escribes lo que quieres?-Me preguntó una buena amiga cuando me vi hace unos días con ella.
-No lo sé.-Me encogí de hombros.
-Pues hazlo de una maldita vez.
-Llevo un tiempo pensándolo. Hablé con un colega mío, pero le he llenado tanto la cabeza con mis ideas que ya ni le hablo de eso.
-¿Ideas sobre qué?
-Sobre el segundo viaje.
-¿Es enserio? ¿Vas a escribirlo?
-Puede… no sé…
-Haz lo que te salga del corazón.
-Pero sí tú me has dicho mil veces que te daría vergüenza que cuente lo que te influye a ti.
-Mira, tengo cuarenta y siete años. Me da un poco igual que imagen tengan de mí gente que apenas me conoce. Mi marido y mis hijos saben quién soy. Nada que salga de tu pluma será con mala intención. Te mueres por escribirlo. Lo sé bien.

Sonrío y contemplo la foto de mi amiga. En esa que cuelga cerca de la del capitán, ella tiene veintidós o veintitrés –ahora no recuerdo muy bien.- y la sostengo en brazos. Sonríe con mesura y sus brazos rodean mi cuello, levanta una pierna y su pie desnudo apunta al cielo. Yo llevaba mi chaqueta de capitán que más tarde lograría. Ella una blusa amplia de color blanco y pantalones oscuros. Su cabello es corto, no mucho, pero más de lo que siempre llevó. Tiempos extraños esos.

Ya son las nueve. El reloj de pared de mi estudio me lo anuncia con una suave versión de la melodía de una canción que me recordaba tiempos mejores: bajo la lluvia.

-Va por todos.-Musito y comienzo el viaje una vez más.

Hubo un tiempo en el que todo era diferente a como es ahora, un tiempo en el que, yo,  Guillermo Belmonte, alias Bichejo, alias el escritor, había aprendido muchas cosas sobre el mundo y sobre mí mismo, aunque aún me quedaban muchas más por conocer.

Había visto los errores en ir tras mi novia Gloria, una mujer que me rompió el corazón. Había descubierto que había mundos y seres más allá de los que cualquier hubiera conocido antes.

Parecía mentira que hubiera pasado tanto tiempo desde que conocí a Alicia, a Marina, al padre de ambas… y hubiera cuidado de una niña venida de no sabía bien dónde. Linda. Adoraba a esa niña inquieta. La quería con locura a pesar de saber la verdad sobre ella.  


Y sin saber cómo, pensando todo aquello, decidí encaminarme de nuevo a la casilla donde empezaron muchas cosas…   


martes, 13 de enero de 2015

El creador sentado en una habitación

Pobre Úrsula. Pocos la conocían bien.

Tenía su padre un piso en pleno Callao. Ella la segunda de cuatro hijos. Cuando tuvo catorce años, sus padres se separaron. Un duro golpe, pero eso no dejaba de ser algo común en la época. Y ahora, con veinticinco, moría. Nadie es consciente de como suceden las cosas, pero Úrsula si notó que todo acababa. Un paso de cebra, un imprudente que se salta el semáforo en rojo y… aplastamiento de las costillas que se clavan en el corazón. Muerte en el acto.

Pero allí estaba, en el vacío, en la oscuridad, sin sentir nada.

Oyó los pasos de alguien que se acercaba y vio a una mujer de unos veintitantos, con traje azul marino de chaqueta y falta plisada, camisa blanca y corbata negra. Su cabello era color trigo y estaba suelto, sus ojos, de un azul glacial. Ojeó una carpeta que llevaba con ella.

-¿Úrsula?
-Eh… Sí.
-Bien, sígueme.
-¿A dónde?
-Tú sígueme. Las preguntas al final.

Ella obedeció y siguió a la mujer trajeada.

-Estoy muerta ¿es eso?
-No puedes estar muerta si nunca has estado viva al uso.
-No comprendo…

La mujer abrió una puerta que no parecía estar allí antes y entraron en una gran oficina llena de cubículos, estanterías con archivadores y gente que hablaba.

-Eh, Arturo, te veo bien.- Saludó la mujer con una sincera sonrisa.
-Y tú ¿Nuevo traje?
-Sí, ya ves…
-Mándales recuerdos a tus hermanas.
-¿A cuáles de ellas?
-A todas.
-Pues vas listo, son legión casi.

-Hola, guapa.
-Hola, Joanna.
-Tenemos que quedar para contarnos nuestras cosas.
-Claro, pero llama también a Carla y a Diana.
-Da eso por hecho.

-¿Y toda esta gente?
-Te dije que las preguntas se resuelven todas al final del trayecto.

La mujer giró a la derecha en la larga fila de cubículos.

-Buenos días.
-Buenos días, Alejo ¿Cómo te va?
-Tirando. ¿Te enteraste de lo de Candela?
-Sí, me alegro por ella.
-¿Esa es la nueva?
-Sí, el jefe la espera.

-¿El jefe?
-Tienes suerte de haber muerto hoy, Úrsula. Si hubieras muerto hace una semana o dentro de un mes, tal vez la cosa hubiera cambiado.

Úrsula fue leyendo los carteles de las puertas de aquel largo pasillo. Departamento de procrastinación, recuerdos humanos, cuarto de lindeza, despacho de autocensura, almacén de humores…

-¿Y esas escaleras de caracol?
-Esa no se bajan casi nunca. Ahí está la zona de recursos antagónicos.
-¿Perdón?
-No es de tu incumbencia, así que tranquila. Ya llegamos.   

La mujer llamó a una puerta de madera con una placa dorada donde se leía en relieve Zona restringida. No molestar a no ser causa de fuerza mayor. No estamos para gili sandeces.

-Adelante.

Entraron y lo que Úrsula vio en primer lugar fue la mesa donde descansaba un Pc portátil en el que, de espaldas, escribía un hombre ancho de hombros y con el pelo muy corto.

En esa mesa también había unos botes de lápices con miles de bolígrafos, lápices de diversos colores, unas tijeras, unas pinzas... Una estantería se fusiona con la mesa y en la estantería descansan diversos libros, ordenados en altura pero no en grosor. Había, en lo alto, apoyado levemente, un muñeco súper articulado de Hulk gris, al estilo Jack Kirby. La estantería también estaba fusionada con la cama, pues era muebles de estilo de camarote de un capitán, o eso reza la placa de arriba del todo. CAPTAIN.

En la zona que estaba encima de una cama había varios niveles, del más bajo al más alto. En el más bajo había dos secciones, la más pegada a la entrada tiene un montón de DVD que, antaño estaban ordenados alfabéticamente. Hoy no. Hoy el orden es inexistente.

Delante de los DVDS había diversas figuras que representan a algunos de los personajes que Úrsula juró haber visto por los pasillos del despacho, o eso quiso creer. Otras eran simplemente C3PO y R2D2 y Spiderman luchando con el terrible Doctor Octopus.

Más arriba, ya el último de estas estanterías, más libros de clásicos diversos de la literatura española y universal.

A las espaldas del hombre de hombros anchos, había  un par de estanterías con una enciclopedia, diccionarios, libros de consultas varios, revistas…

Úrsula también se percató de una  postal de Mía Sarah puesta en el cabecero de la cama, sí a eso se le puede llamar cabecero. La luz entraba por la ventana que estaba frente al hombre y su Pc.

El hombre al verlas se giró. Tenía ojos color castaño oscuro, nariz fina y perilla burdamente perfilada. Sonrió al verlas.

-Señor, he traído a Úrsula, como me pidió.
-¡Estupendo!- La silla crujió al levantarse el hombre y darle un abrazo a la recién llegada.- Eres más alta de lo que te creía.
-¿Gracias?
-Siéntate, por favor.
-¿En la cama?
-Claro, no os está permitido sentaros en mi silla.

Úrsula obedeció y contempló a las dos personas que estaban frente a ella, de pie.

-No sabes quién soy ¿Verdad?
-Imagino que el jefe de todo esto.
-Sí, pero soy más que eso. Soy tu creador.
-¿¡Mí qué!?
-Tu creador.-Repitió la mujer.-Nuestro creador en realidad.
-No…  ¿Eres Dios?
-No, Dios no soy, pero si soy lo más cercano para vosotros a un Dios.
-No lo comprendo.
-Verás, mi querida Úrsula, yo he decidido matarte. A decir verdad, simplemente eres una víctima de las circunstancias. Tu muerte fomentó el inicio de un cuento donde otros personajes se van a lucir. Eres un mero medio, un secundario de un relato, si lo deseas.
-Así que… ¿No soy real?
-Bueno… Real… Puuuuf… No
-¿Y estoy muerta?
-En otras circunstancias sí. Aunque, yo no soy muy partidario de la muerte. La última persona que murió en mis relatos, se levantó a cenar.
-Sí, fue muy raro.-Apuntó la mujer.
-Aquí, en este lugar, podemos salvarte de morir cuando te reutilizamos en otro relato o novela y por tanto te borramos la memoria y te rehacemos, pero para eso debes ser alguien con cierto potencial o que le tenga cariño.
-¿Entonces?
-Tú caso no es ese, pero hoy es mi cumpleaños.- Sonrió el creador.
-Ajá.
-Y he pensado algo importante para ti...

El Pc emitió un pitido.

-¡Vaya! ¡Mira quien aparece!-Gritó el hombre al mirar la pantalla y teclear.-Hola, Leo. Justo ahora estaba teniendo una idea para un relato que tal vez te agrade.

El creador dejó de escribir, suspiró y volvió a mirar a Úrsula.

-Lo que creo que vamos a hacer contigo es una locura en toda regla.- Luego se dirigió a la mujer.-Encárgate de distraerme un poco a Leo ¿estamos?
-Claro, señor.

El hombre se remangó, se crujió los dedos y sonrió.

Chasqueó los dedos y entonces…



-Chicos, quiero que conozcáis a alguien.-Anunció su padre a Nuria, Eva, Jimena y Ángel, de doce, diez, ocho y seis años respectivamente. 

Los cuatro entraron en la habitación del hospital, donde la madre de los niños sujetaba entre sus brazos a un bebé recién nacido.

-Esta es Úrsula, nuestro séptimo miembro en la familia.
-Ya ves.-Se pavoneó Ángel.-Ya no voy a ser más el pequeño de la casa. Ahora soy un hermano mayor.
-Sí, pero sigues en desventaja.- Contestó Eva.-Ahora somos cuatro contra uno.

Y ese trece de Enero, nació Úrsula.