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jueves, 28 de julio de 2016

Globo sonda: El primer capítulo de mi (eterna) novela

Nosotros no somos más que náufragos
que buscan su lugar.
Flotando en la dirección del viento
y quemados por el sol.
Nosotros no somos más que islas
rodeadas por el mar.
Perdiendo la percepción del tiempo
que llevamos sin timón.


Náufragos, Niños Mutantes

Capítulo 1:
Bien... ¡Empecemos!

La verdad es que, aquel veinte de febrero del dos mil cinco, fue un día que Guillermo Belmonte no olvidaría fácilmente en su vida. A decir verdad, ese día, su vida cambió para siempre, pero lo mejor es empezar por el principio.

Comencemos por él. Cuando era niño, sus compañeros le pegaban y se burlaban de él (lo que hoy día, con mucha alarma, se llama Acoso escolar) Y todo por ser un niño bueno. Tal era así, que le trataban mal, que un compañero le puso la zancadilla para que se diera con un radiador y le pusiera un ojo morado. Su primer y, hasta la fecha, último ojo morado.

Ese niño bueno se convirtió al cabo de los años en un adolescente algo engreído porque sabía juntar palabras y conoció a un profesor como ningún otro que le dijo que valía para eso de la escritura. En el primer año de su bachiller, ese profesor murió de cáncer de garganta. Demasiados cigarrillos.

Y así, el adolescente dio paso a lo que, en el momento que nos atañe, se convirtió. Era escritor, o de eso presumía. Dedicó su vida al saber y al placer de la escritura, y, ciertamente, a sus veintidós años era un buen escritor. Él nunca lo terminó de creer, la verdad.
 Cualquiera se extrañaría del hecho de que accediera a navegar en el Grifo dorado, y más sabiendo que detestaba el mar, pero uno debe hacer lo que debe hacer y ese era el único medio que tenía a su alcance para que pudiera llegar a donde quería: Junto a su amada Gloria. Aunque, no era ese el único motivo, pues también le hizo tomar un barco el hecho de querer darle a su peripecia, por así llamarla, un toque de romanticismo y de aventuras, ese de los libros de Salgari o Verne. 

 Gloria y él se conocieron hacía un año, un seis de septiembre de dos mil cuatro,  viendo una película algo mala, de cuyo nombre no merece la pena acordarse.

-¡Oh, por Dios! ¿Quién se cree eso?- Exclamó ella.
-Yo no.- Respondió él.
-¡Exacto! Nadie en su sano juicio vería esto normal…
-Sssssh- Chistó una señora.
-Seguro que yo sería capaz de escribir un guión mucho mejor… Y he escrito historias que al lado de esto, son joyas literarias…-Comentó él lleno de orgullo.
-¿Eres guionista?- Preguntó Gloria.
-No, escritor.
-Por favor… Silencio.
-Perdone.- Se disculpó él.
-¿Eres escritor?
-Sí… pero uno no muy bueno.
-Tal vez he leído algo tuyo… ¿Cómo te llamas?
-Guillermo Belmonte.
-¡¿Estás de broma?!
-¡Que se callen los de la fila de atrás!
-No, soy Guillermo Belmonte. De veras que sí.
-Me encantó tu última novela. Desperté de la realidad. Me la leí en dos días ¿Qué digo leer? La devoré. Ay, perdona mis modales. Me llamo Gloria. Gloria Ballesteros.
-Encantado. Óyeme, ni tú ni yo parecemos muy interesados en esta burda película ¿Qué te parece que nos vayamos de la sala y charlemos un poco?
-Sería una gran idea.

Así que allí estaban, al cabo de veinte minutos, tomando un café en un lugar cercano.

-Aun no me lo creo. De veras eres Guillermo Belmonte. Lástima que no tenga aquí mi ejemplar de la novela.
-Da lo mismo… Gloria era tu nombre ¿No?
-Sí, Gloria.
-Tenía una profesora de latín que se llamaba como tú. Siempre me decía que buscase una buena chica.
-¿Y lo hiciste?
-No. Todas han tenido algún pero.
-Con lo que estás soltero.- Reflexionó Gloria en voz alta.
-Pues sí.
-Perdona, no quería…
-No, tranquila. Está bien.

Él sonrió de ese modo que alguien catalogó como una sonrisa encantadora de niño pequeño, tan discreta, tan sincera, tan involuntaria, que era parte de aquel escritor.

-En fin… es tarde.-Sentenció él tras mirar su reloj.-Tal vez deberíamos dejar esta charla para otro momento.
-Espera. A lo mejor soy una atrevida o una admiradora muy pesada, y no te culparía si lo pensases,  pero si no tienes ninguna cita previa, tal vez quisieras cenar conmigo.
-Me encantaría. Así podré firmarte la novela.
-Sí, claro.

Había conocido en esa tarde a la chica que haría que se enamorase como nunca lo hizo antes. Era su mayor golpe de suerte. Una chica guapa, inteligente, segura… Nunca antes pensó que conseguiría tener a su lado nadie mejor. Según su juicio, era más de lo que podía aspirar.

Parecía que todo iba sobre ruedas entre ellos hasta aquel sábado que prometía ser otro día más.

Se levantó de su cama de un saltó y se dirigió a la ducha. Hay que estar limpios para afrontar un nuevo día, pensaba.

Tomó sus ropas del suelo del dormitorio. Olió su camisa del día anterior. Aún estaba limpia, eso seguro.
Una vez vestido, metió sus últimos cincuenta euros en la cartera. Sería un escritor de éxito, pero varios días viviendo como un tipo ocioso pasan una factura al bolsillo.

Miró el móvil. Un mensaje SMS. Era de Gloria y decía algo así:

Esta tarde. A las 18.00. En el sitio de costumbre.

Te quiero contar una cosa muy importante.

Besos.

GLORIA

Tomó sus llaves, su móvil y su cartera para luego salir del piso en la calle Guzmán el Bueno en el centro de la enorme mole que es Madrid. Además de Gloria, estaba enamorado de esa ciudad, pero hay amores difíciles.

-Belmonte.- Le llamó la voz de la señora Matarrisas (no es broma, se apellidaba así esa buena mujer)

Era su casera. Estaba esperando justo en el rellano a que él saliera. Vestía con su bata de paño y con ese cabello cardado. Debió de haber ido a la peluquería el día antes, pues normalmente aparecía con rulos. Sí, la verdad es que era el vivo retrato de la arquetípica maruja, una especie que no se extingue nunca.
La comunidad de vecinos la temía, pues, a sus setenta y dos años, tenía más ardor guerrero que todos ellos, además de un carácter endiablado. No se entendía como su marido la soportaba, pero la teoría más extendida era que aquel hombre, calvo, enjuto,  con gafas redondas y pasadas de moda, era un santo varón o un estúpido integral.         

-Buenos días, señora Matarrisas. Bonito día ¿No?
-Déjese de buenos días, señora Matarrisas. ¿Dónde está el dinero que me debe?
-Aún no he logrado reunir todo lo que le debo de estos dos meses, pero le juro por lo más sagrado que estoy en ello.
-No me engaña ni una pizca. Le advierto: como mañana no tenga mi dinero listo, dormirá en un banco del parque.
-Descuide, señora Matarrisas.-Le sonrió con todo el encanto que podía dedicar a esa mujer.-No le voy a fallar.

Guillermo recorría esas calles casi todos los días. Lo hacía por instinto. Las mismas paradas de siempre.

Primero tomó el metro hasta Arguelles, para ir a la panadería cercana al Corte Inglés de Princesa: Un croissant, dos Donuts y dos cafés con leche para llevar. Pagó su compra.

Paró donde estaba aquel mendigo que se encontraba cerca de la Plaza de los cubos, apostado en un banco, con su fiel perro a sus pies.

-Ten.- Le dijo.- Tus dos donuts y tu café.
-Gracias.- Le sonrió cuando se los dio.- Te prometo que cuando pase esta mala época y logre ser alguien importante, te lo pagaré todo.
-Con que compres mis obras literarias, me doy por satisfecho.- Le respondió.

Así, tras todo esto, esperó a Gloria enfrente del teatro-cine Avenida. Ahí se conocieron hace más de un año.

Allí llegó ella. Un beso cariñoso de saludo. Él la notó fría.

-¿Pasa algo?- Preguntó él.
-Bueno, es que… creo que no nos vamos a volver a ver.
-¿Me estás dejando?
-No, te aseguro que no…O sí, aunque sé que me vas a odiar por esto, pero es solo que mis padres se van Sudamérica y debo ir con ellos. Entiéndelo.
-¿Qué? Perdona, pero no. No lo entiendo. ¿Cómo quieres que entienda que te vas así como así?-
-No es así como así.
-¿Desde cuándo lo sabes?
-Ese no es el tema.
-Gloria, ¿Desde cuándo lo sabes?
-Desde hace unos cuatro días, pero no encontraba el momento adecuado para poder contártelo.
-Muy bonito. ¡Esto es genial!
-Me estás gritando.
-¿Y qué quieres que haga? ¿Eh? ¡Dime!
-Te aseguro que no es lo que piensas. Te quiero y mucho, pero la distancia es muy mala y necesito el dinero que me proporciona mi padre. No me puedo negar. No sé vivir como una pobre como… tú.
-Eso, tú echa más leña al fuego, muchas gracias.
-Es la verdad y lo sabes.
-Pues si ese es el problema, podríamos irnos a vivir juntos. Sería sencillo. Buscamos un piso para ambos. Y yo puedo vender alguna de mis viejas historias a alguna editorial.
-Eres un encanto.- Le acarició las mejillas, dedicándole una sonrisa.-Pero no tenemos donde caernos muertos y, seamos sinceros, seré más una carga para ti que una ayuda.
-Da lo mismo. Te quiero a mi lado.
-No insistas más. Debo irme con mis padres. Además, es muy tarde para hacer planes, porque me marcho mañana.
-¡¿Mañana?! Y me lo dices así ¿No?
-Ya te lo dije, no sabía cómo...
-¡Eso es una gilipollez, Gloria! ¡Es una idiotez! ¡Si quisieras te quedabas conmigo! ¡Joder! ¿Es que no lo ves? Me importas más de lo que te puedes imaginar.
-¡¿Y qué esperas?! ¡¿Qué te diga que prefiero la vida que se me ofrece en otro país que a ti?! ¡Pues sí! Ahora mismo, la prefiero y no voy a renunciar a ello, porque, aunque no te lo creas, no eres tan especial.
-¿Tú te oyes? Soy yo, joder, soy Guillermo. Nos queremos, o eso es lo que me hacías creer. No puedes decirme que todo esto, todo lo que hemos vivido, nuestros planes de futuro, no valen más que tu forma de vida y tus lujos. Gloria, por Dios, eso no. Eres todo ahora mismo para mí.
-Tal vez el problema es que no soy ni tan fuerte, ni tan valiente como creías. En realidad solo soy una niña mimada y cobarde que se vende por no perder su modo de vida. Me duele decirlo en voz alta pero es lo que hay. Y antes de que esto se estropeé más, me voy.- Le dio un beso en la mejilla.- Espero que sepas perdonarme.
-No. No puedes dejarme. Te acabo de abrir mi corazón, Gloria. Te he dicho cosas muy importantes para mí ¿Y aun así te vas sin más?- Preguntó pero ella se perdió entre la gente.

Y dos horas después, tras sentarse en un banco cercano y ver a la gente ir y venir, Guillermo Belmonte tomó una decisión. Sabía que, aunque las esperanzas parecieran nulas y se dijeran tantas cosas tan duras, aun la amaba. La amaba tanto como para cometer una locura o una idiotez, según se mire.

-Puede que Madrid se me haya quedado pequeña.

Se plantó en su piso, recogió un par de cosas decidiendo liar sus pocos bártulos para irse a la búsqueda de Gloria y salió corriendo.

-¡Mi dinero!- Gritó desde el descansillo la señora Matarrisas viendo que su inquilino había tomado la decisión de abandonar el piso apresuradamente.
-¡Qué la den, bruja!

Reunió dinero suficiente para un billete de tren a Málaga  y de allí tomar un barco rumbo a Sudamérica.

Y se sentía más idiota, si cabe, cuando decidió tomar el único barco mercante ruinoso comandado por un capitán medio loco (o loco y medio, aún tenía serias dudas sobre ello), pero, tal vez, eso es lo que él buscaba. Un barco que no se pareciera a ningún otro.

El capitán Hugo Toledano era un hombre de cabello negro, aunque entrecano en las sienes, barba extrañamente bien arreglada y ojos azules
El buen capitán debía de rondar los cuarenta y muchos o cincuenta y pocos. Su indumentaria era muy peculiar: Chaqueta de capitán con anclas doradas en las solapas, jersey de cuello vuelto, un par de anillos en ambas manos, pantalones anchos de color azul oscuro, botas envejecidas, que antes  debieron ser de un negro muy lustrado, y un bastón con una empuñadura que tenía un grabado de un barco surcando un mar embravecido. El bastón no era un adorno, pues Hugo Toledano cojeaba de la pierna izquierda.

Lo más curioso de este viaje es que el capitán accedió a llevar al joven escritor al contarle sus motivos.

-Señor mío, creo que no miento si digo que cualquier causa es injusta comparada con el Amor. Así pues, suba a mi barco. Bienvenido al Grifo dorado, caballero.

Era un tipo agradable, si llegabas a ver la gracia en alguien que no dejaba de ser un anacronismo, como si el tiempo en él pasase a otro ritmo. El caso es que accedió a llevar a Guillermo en su embarcación y proporcionarle un lugar tranquilo entre la tripulación, tan atípica como lo era su capitán.

La noche en la que habían zarpado, Guillermo decidió pasear por la cubierta y encontró al capitán Toledano mirando al cielo. Musitaba algo.

-Buenas noches.- Saludó el joven.
-¡Buenas noches, amigo mío!- Le respondió efusivamente.- ¿Disfrutando de la brisa marítima?
-Algo así…
-En poco tiempo, llegaremos a nuestro destino.
-Me alegra oírlo.
-¡Ah, el Amor! Es aquello que vuelve loco a unos y esclavo a otros.-Reflexionó con voz profunda.-Una vez yo fui como usted... en tiempo que parecieron más fáciles. Antes del naufragio en el que mi menisco se hizo añicos.
-¿Naufragó?-Guillermo se inquietó
-Sí, amigo. Hace veinticinco años. Pero hay una ley en la marinería bien clara: Un capitán solo puede naufragar una vez en su vida.
-No sé yo si eso me deja muy tranquilo.
-Confíe en mí. Sé de lo que le hablo, llevo muchos más años de los que usted puede tener siendo capitán.

No quiso discutir con Toledano, pero le daba la extraña impresión de que estaba muy lejos de poder definirse como buen capitán.

Por desgracia, no fue un viaje de placer, ni mucho menos.

Primero, el escritor enamorado tuvo que compartir camarote con tres de aquellos lobos de mar que formaban parte de la pintoresca tripulación, algo poco agradable, para su gusto. Uno de ellos era un hombre grandote, calvo y tatuado de cabeza a pies. No en balde le apodaban el estampado. Los otros eran los mellizos Merchán, de cabello oscuro, ojos azules y rostro afilado. Uno de ellos, Julio, tenía una fina barba oscura. Este trio tan distintivo no era muy comunicativo con Guillermo.

Además, debió de ser que, por el balanceo de la nave,  Guillermo se mareó y echó por la borda hasta la primera papilla. Pero no una vez, sino hasta cuatro veces en los dos días de viaje. No supo muy bien el motivo exacto, pero los marineros se mofaban del pomposo de tierra firme, que fue como algunos le apodaron.

-Caballeros, no está bien reírse de un pobre diablo que sufre.- Indicó el capitán a sus hombres.- Y menos cuando está echando hasta el hígado por la borda de nuestro barco. No querrán parecer unos insensibles.

Más risas, a las que se unieron las carcajadas de Hugo Toledano. Era algo muy humillante.

Se podría decir que Guillermo encontró un aliado en ese barco, aparte de su, a ratos,  cordial relación con Toledano. El contramaestre Gustavo Pratt. Un hombre nervudo, de mirada nítida, mandíbula cuadrada, cabello negro peinado para atrás y un frondoso mostacho perfilado como aquellos forzudos de antaño. Su mano izquierda había sido sustituida por una de madera, similar a la de algunos maniquíes de los escaparates de las tiendas o de las que se usan de modelo para dibujar. Había nacido en Torredembarra hace cuarenta y dos años y se hizo marinero por el mismo motivo que su padre se hizo marinero: Por herencia familiar.

Guillermo no supo nunca porque se dignó a enseñarle al contramaestre aquella foto que tenía como recuerdo. Era una fotografía de él abrazaba por la cintura a Gloria, quien  estaba mirándole anonadada. Guillermo no era muy dado a hacerse fotos. Decía que era poco fotogénico, no así Gloria. 

-Tal vez le hablo de todo esto porque necesitaba a alguien que no me juzgase.
-¿Por qué dice eso?
-Nada. Bobadas mías. Olvídelo.
-No creo que sean bobadas. ¿Sabes qué creo? Que temes equivocarte. Es normal, pues todos nos equivocamos. Es decir, todos no. Los cautos rara vez se equivocan, pero ¿Quién demonios quiere ser cauto?  

Tras varios días de navegación sucedió lo peor.   

Una tempestad, un brutal temporal que creó destrucción a su paso, sorprendió a todos en aquel barco. Hasta que finalmente… un golpe de las enormes olas desequilibro la embarcación y el escritor cayó al agua, víctima de la furia del mar que, al final, le dejó sin sentido al golpearle con violencia.

Recordaba que antes de caer a las bravas aguas, le pareció soñar algo al estar sin sentido, flotando. Vio, en una especie de bruma, imágenes de diversos instantes de su vida, para casi al final ver la silueta de Gloria, o eso creía él. La silueta femenina entrecortada por una cetrina luz, acercó su rostro en tinieblas al de Guillermo y le besó en la frente. Fue entonces cuando volvió en sí.

Se encontraba en una playa. Debió de ser un milagro. Estaba sano y salvo, pero no sabía muy bien dónde.

Su primer pensamiento al ver esa situación, y tras vomitar el agua que pudo haber tragado, era que esperaba no encontrarse en una isla desierta.

domingo, 8 de marzo de 2015

Epílogo de un prólogo

Basta con unos resquicios de luz para que la oscuridad de la noche se difumine. Ciertamente, eso es lo que veo al despertarme. Hoy volví a tener ese sueño de hace tantos años.

Una mujer, que solo reconozco por instinto más que por certeza, se asoma a un paisaje precioso. Sonríe involuntariamente y parece hablar con una voz dulce y tranquilizadora. Creo que me dice que todo cambiará, que debe ser así. Camina despacio por ese lugar verde y luminoso fuera de la enorme y acogedora estancia. Va descalza. Sus ropas son vaporosas y a cada paso parece que levite. La sigo. No deseo perderla. Algo me dice que no me lo puedo permitir. Temo que eche a correr y le digo que no se marche, que no me deje solo. No sé bien porque le pido eso, pero ríe con un tono infantil, lleno de inocencia. Me dice que es hora de que despierte y es en ese momento cuando lo hago.

La anterior vez que soñé eso, hace ya más de veinticinco años, me incorporé sobresaltado y empapado en sudor, pero hoy no. Hoy simplemente abrí los ojos y vi esos resquicios.

Oigo la respiración de mi esposa y como musita palabras en sueños.

La observo antes de levantarme despacio de la cama que comparto con ella. Su cabello azabache recogido en dos coletas, su tenue sonrisa de labios rosados, su nariz respingona… La pobre cree que está perdiendo su encanto. Lo sé de buena tinta.

Hace una semana se miraba al espejo atentamente, en silencio, mientras me vestía. Se observaba con detalle y en cada ángulo posible. Me hacía el despistado, pero era totalmente consciente de cada uno de sus gestos.

-Me estoy haciendo vieja.
-Y yo contigo, amor, y yo contigo.- Me acerqué y le besé el cuello.
-Pero tú has vivido muchas cosas…
-No tantas.
-Claro… Y resulta que estás mitificado ¿no?
-Eso es.

Sonrió como me gustaba y me besó en la mejilla cuando apoyé mi barbilla en su hombro izquierdo y la miré a través del espejo.

-¿Yo por qué te quiero a ti?
-Ni idea. Creo que tiene algo que ver con esos que dicen ser nuestros hijos.
-Míos son. Ya que sean tuyos…

Salgo de la habitación tras haberme vestido en silencio mientras mi esposa duerme. Bostezo en el pasillo y por primera vez en mucho tiempo me doy cuenta del silencio que hay en la casa.

Me dirijo a la cocina y me preparo un café. Me estiro. Noto aun un pequeño sopor y sé que si me hubiera forzado un poco más hubiera podido dormir cuarenta minutos más, pero si lo hiciera me levantaría con dolor de cabeza.
Observo el reloj mientras mi taza de leche se está calentando en el microondas. Las ocho y veinte. Otro bostezo y al estirarme noto como mi vieja herida del hombro derecho se despereza conmigo. Un balazo por intentar salvar la vida a una amiga. Pensé que no lo contaba. No he notado en mi vida un dolor tan agudo y horrible en mucho tiempo y pensé que cuando volviera a ver a la que sería mi mujer, se horrorizaría pero lo que hizo al ver la cicatriz en forma de estrella fue besarla.    

El pitido del microondas me saca de mis recuerdos. Tomó mi taza y echo un chorro largo de café y un poco de edulcorante líquido. El primer sorbo me sabe acido. Nunca haré un café como el que bebí en Oriente. Me resigno a ello.

Llevo mi taza a mi estudio. A oscuras, subo la persiana de esa estancia y poco a poco se ven las numerosas estanterías con mis libros, los marcos y recuerdos que adornan las paredes. Mi mirada se detiene un buen rato en una foto donde se ve a un hombre de cabello negro, aunque entrecano en las sienes y barba arreglada, chaqueta de capitán con anclas doradas en las solapas. Sonreía a la cámara con un gesto irónico.

-Capitán.-le saludo con un movimiento leve de cabeza.

Acarició maquinalmente y con las yemas de mis dedos una vitrina donde descansan una maqueta de un viejo barco mercante, una muñeca de madera con un vestido verde y una bala de rifle que aún conserva restos de sangre ya oscurecida.

Me siento en mi mesa y la silla de oficina, como siempre, cruje levemente. Está ya muy ajada pero me resisto a cambiarla. Terminará por pasarme lo que con las dos anteriores. Crujirá, rugirá, será su canto de cisne y se terminará por romper haciendo que caiga aparatosamente. Recuerdo bien que la última vez que pasó, mi esposa entró acompañada por mi hija mayor. Me observaron extrañadas y yo rompí a reír. Ellas se contagiaron de mis carcajadas y esa silla acabó a la noche frente a los contenedores de basura.

Termino mi café mientras enciendo mi PC. Cuando aparto la mirada del monitor, me fijo en las manchas que se han formado en el plato que puse debajo de mi taza. Parece un curioso mapa de zonas que creí olvidadas, pero que ocupan mis tardes de reflexión.

Creo que hoy va a ser el día. El día que tanto me pidieron mis hijos. Tal vez ya no les importe que su padre les cuente que hizo en esos dos años que no estuvo con su madre. Mi esposa, bendita sea ella, sabe bien todo. Me pidió encarecidamente que le contase que pasó conmigo y tardé casi seis semanas en contárselo.

Me sentó y me lo dejó claro.

-He tenido paciencia contigo, pero sí te importo y me quieres, debes ser sincero conmigo.
-Cierto. ¿Qué quieres saber?
-Todo. No te dejes nada sin contarme.

Y así lo hice. No fue en ese mismo día, fueron en varios y tras escucharme, noté que nos quitamos un peso de encima, tanto ella como yo. Ahí decidí no ocultarle lo importante nunca más. Claro que tengo mis secretos y a decir verdad, más de una persona ha dicho de mí que soy frio y misterioso. No. Soy tímido, aunque no lo parezca.

Y llevo casado con ella más de veinte años. Veinte años y cinco hijos. Sí, cinco. Se pueden sacar las conclusiones que se quiera. Un hombre como yo, egoísta, que en muchos aspectos ha estado al margen de lo establecido por defecto, un pícaro en algunos momentos, un inconsciente en otros, es un esposo y padre.

Mi mirada va a las fotos de mi izquierda, en diversos marcos. Hay una foto de mis tres hijas y mi hijo intentando mantener la compostura cuando les dije que quería fotografiarles y así tenerlos en mi despacho en la facultad. Sí, soy profesor de universidad. Allí, en esa foto, tenían catorce, trece diez y medio y ocho. Me mata la sonrisa de la tercera de mis hijas. Sé lo que estaba pensando. Su padre, ese hombre que le hacía las señoritas van al paso y que se reía como loca, quería tenerla en el colegio de gente mayor, como llamaba a la universidad.

Justamente con ella tengo la única foto que me sacaron en la playa desde que regresé de mis viajes, que hoy pensé que debería relatar. En esa foto, que está en una de las estanterías, frente mis libros de consulta sobre filosofía, aparezco sentado, con camisa de manga corta, con el brazo derecho rodeando a mi tercera hija, que lleva un sombrero de paja que sujeta con su mano derecha. Mi segunda hija aparece abrazada a mi cintura y pone morritos, cosa que nunca entendí.  Los tres miramos a cámara y sonreímos. Allí ellas tenían nueve y siete años.

La más reciente de las fotos de mis hijas es la que nos hicimos al llegar mi última hija a casa desde el hospital. Ahora esa niña tendrá dos años y mis hijos, en esa fotografía, catorce, doce, diez y, mi hijo, ocho. Mi mujer sale preciosa y yo... no soy muy fotogénico, así que dejémoslo.  

Nunca pensé que ser padre fuera algo que te cambie la forma de ver el mundo. Ahora recuerdo lo que me contó mi mujer sobre algo que le pasó a mi tercera hija.

-Según sus profesores, dos niñas mayores que ella, de la clase de Nuria, la empujaron en el patio y la pobre soltó su bollo. Sabes cuánto le gustan los bollos. Pues una de las niñas lo recogió y tu hija pidió que se lo devolvieran.

Da gracias, porque si nos lo comemos es para que no te pongas mala y te mueras por comer cosas del suelo.

Y delante de sus narices se comieron el bollo.
-¿¡Robarle la merienda a una niña de seis años!? ¿¡A que colegio estamos mandando a nuestras hijas!?
-Pues espérate que ahí no termina la cosa. Las descubrieron y las han abierto un expediente. Pero tu hija está convencida de que le vas a echar la bronca por dejar que le quitasen el bollo.
-¿Enserio me lo estás diciendo?
-Cree que fue su culpa.

Fui a verla y cuando se fijó en mí, comenzó a llorar desconsoladamente y a pedirme perdón.

-Corazón, no pasa nada.-La abracé.
-Mamá y tú trabajáis para que no nos falte de nada y yo he dejado que se lleven mi bollo.
-Jimena, por favor, es un bollo. ¡Qué se coman los bollos uno detrás de otro! Yo solo quiero que no te pase nada. Debes ser fuerte ¿Me oyes? La gente hace cosas malas, incluso la gente que es buena. Tú no eres culpable ni de eso ni de otras cosas.
-No quiero ir al colegio más.
-Pero debes hacerlo. Si yo hubiera dejado que el miedo me hubiera vencido, no os tendría a vosotros.

Fue justo ese día cuando les conté mi primer gran viaje. No me arrepiento de haberlo hecho.

Y ahora estoy aquí, pensando en la herencia que les pienso dejar. Deben saber esta historia. Me la piden – o me la pidieron mucho.- y me da que ahora, con mi año sabático, debo hacerlo. Y lo haré solo. Solo empezó todo y fue entonces cuando he llegado a donde llegué.

-¿Hace cuánto que no escribes lo que quieres?-Me preguntó una buena amiga cuando me vi hace unos días con ella.
-No lo sé.-Me encogí de hombros.
-Pues hazlo de una maldita vez.
-Llevo un tiempo pensándolo. Hablé con un colega mío, pero le he llenado tanto la cabeza con mis ideas que ya ni le hablo de eso.
-¿Ideas sobre qué?
-Sobre el segundo viaje.
-¿Es enserio? ¿Vas a escribirlo?
-Puede… no sé…
-Haz lo que te salga del corazón.
-Pero sí tú me has dicho mil veces que te daría vergüenza que cuente lo que te influye a ti.
-Mira, tengo cuarenta y siete años. Me da un poco igual que imagen tengan de mí gente que apenas me conoce. Mi marido y mis hijos saben quién soy. Nada que salga de tu pluma será con mala intención. Te mueres por escribirlo. Lo sé bien.

Sonrío y contemplo la foto de mi amiga. En esa que cuelga cerca de la del capitán, ella tiene veintidós o veintitrés –ahora no recuerdo muy bien.- y la sostengo en brazos. Sonríe con mesura y sus brazos rodean mi cuello, levanta una pierna y su pie desnudo apunta al cielo. Yo llevaba mi chaqueta de capitán que más tarde lograría. Ella una blusa amplia de color blanco y pantalones oscuros. Su cabello es corto, no mucho, pero más de lo que siempre llevó. Tiempos extraños esos.

Ya son las nueve. El reloj de pared de mi estudio me lo anuncia con una suave versión de la melodía de una canción que me recordaba tiempos mejores: bajo la lluvia.

-Va por todos.-Musito y comienzo el viaje una vez más.

Hubo un tiempo en el que todo era diferente a como es ahora, un tiempo en el que, yo,  Guillermo Belmonte, alias Bichejo, alias el escritor, había aprendido muchas cosas sobre el mundo y sobre mí mismo, aunque aún me quedaban muchas más por conocer.

Había visto los errores en ir tras mi novia Gloria, una mujer que me rompió el corazón. Había descubierto que había mundos y seres más allá de los que cualquier hubiera conocido antes.

Parecía mentira que hubiera pasado tanto tiempo desde que conocí a Alicia, a Marina, al padre de ambas… y hubiera cuidado de una niña venida de no sabía bien dónde. Linda. Adoraba a esa niña inquieta. La quería con locura a pesar de saber la verdad sobre ella.  


Y sin saber cómo, pensando todo aquello, decidí encaminarme de nuevo a la casilla donde empezaron muchas cosas…   


martes, 30 de diciembre de 2014

Las mujeres según Lucas

Dos de las muchachas de aquel hostal de señoritas rieron discretamente, algo que incomodó aún más a Lucas.

-Muchacho, hoy va a ser uno de los mejores días de tu vida.- El capitán Hugo Toledano dio una palmada en la espalda de su grumete.-Ya lo verás.
-No sé si es una buena idea, capitán. El señor Pratt dijo que debería perder mi virginidad con una novia o una chica que me guste, no con una meretriz.
-Pratt se ha vuelto de un beato que marea.-Gruñó Toledano.-Bien que hace cuatro o cinco años no le hacía ascos a visitar este lugar.

Una mujer de unos cuarenta y tres años, de cabello largo y rojizo, que no pelirrojo, ojos negros, nariz y labios finos, pálida, menuda y de senos prominentes se acercó al grupo que formaban Toledano, Lucas, Aníbal, Rupérez y los mellizos Merchán.

-Hugo, cariño, me alegra verte.
-Y yo a ti, Olvido.
-¿Vienes por mí?- Olvido acarició el pecho del capitán.
-Me temo que hoy no. Venimos por mi grumete.

Olvido dedicó una ladina sonrisa a Lucas.

-¿Su primera vez?
-Así es.
-Chico con suerte. La primera vez suele ser desastrosa, ¿sabes? Pero no con alguien experimentado. ¿Cómo te gustan las mujeres, amor?
-Pues… que huela bien…- Tartamudeó Lucas.
-Por supuesto.-Rio Olvido.-Eres tan mono… ¡Chicas!

Seis de aquellas mujeres se acercaron y se pusieron en una extraña formación, frente al grupo de recién llegados.

-¿Cómo te llamas?
-Lucas, señora Olvido, señora, Lucas Hernando.
-Lucas, te presento a  Elisa, Candela, Clara, Julia, Lucía y Paula. Ninguna de ellas llega a los treinta. Como ves la gama es cuanto menos atrayente.

Y así era. Elisa era bajita, cabello castaño corto, y de mirada dulce. Candela era de largo cabello negro, cara redonda y sonrisa amplia. Clara era pecosa, ojos color café y de cabello castaño oscuro y rizado. Julia tenía unos grandes ojos azules, nariz respingona y cabello ondulado y color oro viejo. Lucía era esbelta, pálida y de cabello castaño claro. Paula era la más alta, con ojos verdes y cabello negro hasta los hombros.

-Todas ellas harán lo que les pidas, cualquier fantasía. ¿Un tailandés? Sin problemas. ¿Dominación? Cualquiera puede ser la mejor dominatriz que te puedas imaginar. ¿Prefieres que sean dulces y amorosas? Sus caricias harán que te sientas el único hombre del mundo que merece tenerlas. Elige y te prometo que no te arrepentirás.

Lucas observó a cada una de esas mujeres. La vergüenza hacía que notase su corazón latir fuertemente.

-Muchacho, es para hoy.-Instigó Aníbal.-Los demás también queremos escoger alguna.
-Pero esas os las pagáis vosotros.-Aclaró Toledano.

-Pues… en fin… Creo que… Candela
-¡Perfecto! Candela, por favor, trata bien a nuestro intrépido grumete.
-Claro, Olvido. Sí él así lo quiere, seré como la miel.    

Candela tomó a Lucas de la mano. Lucas nunca había tocado una mano tan suave y bella como aquella.
Le condujo a una de las habitaciones, con paredes rojas, techo blanco con moldura, alumbrado por una tenue luz de un par de lamparitas que descansaban en dos mesillas de noche, escoltando una gran cama de matrimonio con sábanas blancas de reborde de hilo dorado y colcha roja carmesí.

-Te noto algo cortado, cielo.
-No, es que es mi primera vez y no pensé que sería con una… con una…
-¿Con una prostituta?

Lucas asintió con la cabeza muy deprisa.

-¿Qué años tienes?
-Dieciocho para diecinueve.
-Pues cálmate, lo que vamos a hacer va a ser muy natural… a no ser que quieras alguna rareza. Aviso que no deseo hacer nada escatológico ni que me lo hagas.
-No, si a mí eso no me atrae… y me agrada como hueles a vainilla y a moras.
-Eres un amor. Vete desvistiéndote en el baño si quieres.

Lucas no dijo nada y se dirigió a aquel baño tan limpio y amplio, con bañera, bidet y un espejo similar al de algunos camerinos de los teatros.

Se quitó la camiseta e instintivamente se contempló en el espejo. Siempre le dijeron que era bien parecido, con su cabello castaño oscuro corto, sus cejas finas, sus ojos marrones y expresivos, su nariz romana, sus labios finos, su barbilla redonda… También le dijeron que si hiciera pesas y abdominales, llegaría a ser mucho más atrayente para las mujeres, pero… ¿Qué hombre joven en su sano juicio se quitaría la camiseta para seducir a las mujeres?

Oyó las carcajadas fanfarronas y graves de Rupérez, el estampado,  que venían de la habitación continua, así como palabras sueltas que se dedicaban la mujer escogida por el tatuado marinero.

-Vueltita… Verde… que seguro que te gusta… Distancia corta… visual para…
-Yegua…Tentación…Chillar como una autentica…Ya lo vas a ver… mejor del mundo…

-Si ellos pueden, yo no voy a ser menos.-Se dijo en voz baja él.-Se acabó ser el niño de la tripulación.

Lucas salió del cuarto de baño desnudo de cintura para arriba. Candela estaba tumbada bocabajo en la cama, totalmente desnuda, con los pies moviendo lentamente en el aire. Miraba a Lucas con una mezcla de incertidumbre e ilusión. Definitivamente era preciosa.

-Veo que me has salido tímido. Si quieres apago las luces.
-No, no.

-¡Sí! ¡Venga, mi salvaje bucanero!-Gritó una voz femenina al otro lado de la pared.
-¡Dios! Elisa es tan escandalosa…- Se quejó Candela.-Espero que eso no te distraiga.
-No, claro que no… voy a ser un hombre, ya lo verás.
-Que poco te pega hacerte el duro. Prefiero al chico dulce.

Lucas se acercó a la cama y besó en la boca a Candela.

-¿Hay… hay reglas sobre besos? Ya sabes, como en Pretty Woman
-No si lo haces así. Besas muy bien.
-Lo dices por complacerme.
-No creo que lo sepas.
-Candela… yo… yo… creo que no… creo que no puedo…
-Acabamos de empezar… seguro que la cosa se vendrá arriba enseguida, en varios sentidos…
-¿Te importa sí… sí no lo hacemos?

Lucas estaba cabizbajo al formular esa pregunta.

-Mira, sé que no te importa una mierda, pero… no soy bueno con las mujeres. Siempre estropeo todo y me enamoro de cualquiera que me hace caso… ¡No es tu situación! Quiero decir que, en fin… eres guapa y… ¡Dios! Tienes unos pechos perfectos, de verdad…. Pero eres solo… quiero decir, está mal que me enamore de ti y por eso creo que el señor Pratt tenía razón.

Candela acarició los hombros de Lucas tras sentarse ella en la cama.

-No pasa nada por sentirte así, Lucas.
-Ojala fuera un hombre rudo y pudiera hacerlo contigo, pero no lo soy. Soy un cobarde, un crio estúpido sin padres y sin que nadie le importe. Seguramente el capitán Toledano prescindirá de mí cuando vea que no soy lo que esperaba. Soy un estorbo.

Candela sonrió.

-¡Ah! ¡Lucas, por Dios! ¡Sí, sí! ¡Menuda verga la tuya, cielo! ¡Ah! ¡Ah, Por favor, con cuidado, no me hagas daño! ¡Ah! ¡Sí! ¡Sí! ¡Ah!

El grumete no salía de su asombro.

-Ahora tu hombría está a salvo delante de tus compañeros ¿Algo más?
-Bueno… no me vendría mal que hablásemos ¿Te molesta eso?
-Toda la noche si es lo que quieres.

Cuatro horas después, y tras varios gritos y gemidos fingidos por ambos y alguna risa sincera al contarse sus respectivas vidas, Lucas y Candela volvieron a la sala donde se conocieron, donde en una mesa de comedor, Olvido y el Capitán Toledano jugaban al póker, y al parecer Olvido iba ganando.

-¿Y bien?-Preguntó Hugo al verlos.
-Pues… verá, capitán, yo no…

Hugo se levantó de su asiento y abrazó a Lucas.

-¡Ya eres todo un hombre, Lucas, muchacho!
-Pero si yo…
-Lo sé. No te preocupes. Lo veo en tu cara.

Lucas sonrió.

-Ten, bombón.-Candela le entregó un papel blanco con un número de teléfono, un correo electrónico y una dirección física.-Siempre que quieras y cuando quieras. No lo pierdas ¿estamos?
-Estamos.
-Y cuando tengas tu propio barco, ven a buscarme, claro está si me aceptas.
-Sí, lo haré.
-Ah, y esto no es ni por asomo amor.
-Claro.
-¡Escalera de color!-Clamó Olvido.
-¡Qué suerte la tuya, mujer!


martes, 31 de diciembre de 2013

Una llave en Venecia


Venecia, 31 de Diciembre de 2006

El capitán Hugo Toledano mascaba su puro habano mientras observaba aquella escena con su mirada de ojos glaucos.

Era un hombre de cabello negro, aunque entrecano en las sienes y barba arreglada. Debía de rondar los cuarenta y muchos o cincuenta y pocos.

El cuello de su chaqueta de capitán con anclas doradas en las solapas, estaba subido y su mano izquierda apretaba su bastón, pues cojeaba de la pierna izquierda, mientras analizaba todo aquello.

-¿Y bien, capitán?-Preguntó con voz tenue Gustavo Pratt, su contramaestre. Un hombre nervudo, de mirada nítida, mandíbula cuadrada, cabello negro revuelto y un frondoso mostacho perfilado como aquellos forzudos de antaño. Su mano izquierda había sido sustituida por una de madera, similar a la de algunos maniquíes de los escaparates de las tiendas o de las que se usan de modelo para dibujar.

La verdad es que no esperaba encontrarse tanta seguridad alrededor de Adamo Sanguinetti. Empresario conocido en Venecia, coleccionista de antigüedades, dueño de la llave que Toledano y sus hombres deseaban.

-Podríamos asaltarles y llevarnos la llave.-Propuso Lucas, el grumete de diecisiete años.
-Imposible. Antes de poder si quiera pensar en echarle el guante a ese objeto, estaríamos muertos.-Sentenció el capitán.-Habrá que trazar un plan que…

Toledano y sus tres hombres se quedaron expectantes ante el hecho de ver salir de la gran casa a Sanguinetti y a sus tres guardaespaldas. Adamo iba de esmoquin. Iba a una fiesta privada, lo más seguro. Y la llave colgaba de su cuello como adorno.

-¿Ve? El muchacho tiene razón.-Indicó Rupérez, un hombre grandote y calvo tatuado de cabeza a pies. No en balde le apodaban el estampado.-Les ganamos en número.
-¡He dicho que no!-Gruñó Toledano.-No vamos a entablar un combate físico con esos gorilas. Tal vez si nos hiciéramos con disfraces y les siguiéramos…

-Buona sera, signori.-Dijo una melosa voz femenina abordando a Sanguinetti y su sequito. Seis mujeres aparecieron de un callejón cercano. Toledano reconoció claramente la figura femenina, esbelta, de busto menudo, cabello liso, corto y castaño oscuro. Esa sonrisa grande y traviesa…

-¿¡Qué **ño hace ella aquí!?
-Imagino que irán tras la llave.

Y es que, si Hugo Toledano era persistente, más lo era Inés Molina, a sus treinta y dos,  y su correspondiente tripulación.

-A lo mejor ve algo que le agrade. Mi sbaglio? Hai capito mio maldestro italiano?

Inés se acercó al empresario, quien mantenía una sonrisa boba en sus labios. Acarició su pecho con la punta de los dedos, rozando la llave dorada y menuda.

-Mis chicas y yo estamos a su disposición.
-La verità es que  las mujeres spagnole me encantan.
-Ah, veo que es un hombre culto que conoce lenguas. Fascinante.

-¡Maldita mujer!

Toledano se acercó a Inés y a su numerito de fingidas meretrices.  Había entregado su abrigo a Pratt y ahora llevaba una sucia gabardina que había salido de no se sabía bien dónde. Sujetaba una botella vacía de licor en su mano derecha.

-Llevo esperándote en el piso desde hace horas. ¿Dónde está mi recaudación del día?
-¡Hugo!-Rio Inés fingiendo que la inoportuna aparición de Toledano le molestaba menos de lo  esperado.- ¡Cariño! ¿Por qué has venido a verme? Sabes que volveré a casa contigo en unas horas.

Ella sujetó por el brazo a Toledano y apretó los dientes fingiendo una sonrisa.

-¿Qué **ño haces aquí?
-Eso mismo me preguntaba yo, mujer. Te imaginé en Berlín.
-Eso es lo que me gusta de ti:Tienes una gran imaginación.
-Eres una vil arpía.
-¿Qué planeas para cuando den las doce? 

-Un minuto! Mia chiave. Dov'è la mia chiave?... si!
-¡**erda!-Exclamó Inés con cierto gesto de pánico.
-Atrapad esso! per lei, il resto delle puttane ed è cojo ubriaco!
-Sé que esto sonará mal, pero puedo explicárselo.

Los guardaespaldas hicieron el amago de sacar sus pistolas.

-Alba, Carla, Sezar, Lola.

cuatro mujeres de las que acompañaban a Inés golpearon con gran rapidez y certeramente a aquellos hombres, incluido Sanguinetti, dejándoles sin sentido.

-No me podrás decir que mis chicas no son útiles, Hugo.
-No lo niego. Ahora, la llave.
-¿La llave? ¿Qué llave?
-Mujer, tengo tres razones para convencerte.

Los hombres de Toledano se acercaron a su capitán.

-Ah, ya veo… Hola, Pratt, ¿aun sigues soportando las locuras y manías de Hugo?
-Rendíos ahora, por favor.-Pidió el contramaestre.
-¿Rendirnos? Creo que no.

Inés golpeó con una potente patada el bastón de Toledano, haciéndole caer. Los hombres de Toledano se abalanzaron sobre Inés, quien logró huir de ellos saltando sobre ellos y corriendo por una calle cercana.

-Chicas, nos vamos ya. Recogiendo.

Las seis mujeres siguieron el ejemplo de su capitana. Treparon por el muro cercano y recorrieron los tejados de las casas.

-Capitán, ¿está bien?-Preguntó Pratt ayudando a Toledano a levarse.
-¡Atrapadlas! ¡No pueden huir!
-Lucas, atrapa a Inés y trae la llave.
-Sí, señor Pratt. Lleven al capitán al barco y en un periquete estoy allí con la llave.

Lucas trepó y las siguió apresurado.

Y en efecto, Lucas llegó al barco en un periquete, pero amordazado y atado de pies y manos.

-Lo intenté, capitán. Juro que lo intenté.- Fue lo primero que el joven dijo al quitársele la mordaza.

Toledano arrancó una nota que estaba pegada a la espalda de Lucas:



La próxima vez envíame alguien más curtido o voy a pensar que no me tomas enserio.

Me quedaría ver como la desilusión  te domina hasta los huesos, pero tengo sitios a los que ir.

Nos veremos cuando quieras perder contra mí:

Inés Molina

P.D: Feliz año, Hugo 


-Odio a esa mujer, señor Pratt. De veras que la odio con todo mi ser.
-Lo sé, capitán.