Mostrando entradas con la etiqueta obra. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta obra. Mostrar todas las entradas

jueves, 28 de julio de 2016

Globo sonda: El primer capítulo de mi (eterna) novela

Nosotros no somos más que náufragos
que buscan su lugar.
Flotando en la dirección del viento
y quemados por el sol.
Nosotros no somos más que islas
rodeadas por el mar.
Perdiendo la percepción del tiempo
que llevamos sin timón.


Náufragos, Niños Mutantes

Capítulo 1:
Bien... ¡Empecemos!

La verdad es que, aquel veinte de febrero del dos mil cinco, fue un día que Guillermo Belmonte no olvidaría fácilmente en su vida. A decir verdad, ese día, su vida cambió para siempre, pero lo mejor es empezar por el principio.

Comencemos por él. Cuando era niño, sus compañeros le pegaban y se burlaban de él (lo que hoy día, con mucha alarma, se llama Acoso escolar) Y todo por ser un niño bueno. Tal era así, que le trataban mal, que un compañero le puso la zancadilla para que se diera con un radiador y le pusiera un ojo morado. Su primer y, hasta la fecha, último ojo morado.

Ese niño bueno se convirtió al cabo de los años en un adolescente algo engreído porque sabía juntar palabras y conoció a un profesor como ningún otro que le dijo que valía para eso de la escritura. En el primer año de su bachiller, ese profesor murió de cáncer de garganta. Demasiados cigarrillos.

Y así, el adolescente dio paso a lo que, en el momento que nos atañe, se convirtió. Era escritor, o de eso presumía. Dedicó su vida al saber y al placer de la escritura, y, ciertamente, a sus veintidós años era un buen escritor. Él nunca lo terminó de creer, la verdad.
 Cualquiera se extrañaría del hecho de que accediera a navegar en el Grifo dorado, y más sabiendo que detestaba el mar, pero uno debe hacer lo que debe hacer y ese era el único medio que tenía a su alcance para que pudiera llegar a donde quería: Junto a su amada Gloria. Aunque, no era ese el único motivo, pues también le hizo tomar un barco el hecho de querer darle a su peripecia, por así llamarla, un toque de romanticismo y de aventuras, ese de los libros de Salgari o Verne. 

 Gloria y él se conocieron hacía un año, un seis de septiembre de dos mil cuatro,  viendo una película algo mala, de cuyo nombre no merece la pena acordarse.

-¡Oh, por Dios! ¿Quién se cree eso?- Exclamó ella.
-Yo no.- Respondió él.
-¡Exacto! Nadie en su sano juicio vería esto normal…
-Sssssh- Chistó una señora.
-Seguro que yo sería capaz de escribir un guión mucho mejor… Y he escrito historias que al lado de esto, son joyas literarias…-Comentó él lleno de orgullo.
-¿Eres guionista?- Preguntó Gloria.
-No, escritor.
-Por favor… Silencio.
-Perdone.- Se disculpó él.
-¿Eres escritor?
-Sí… pero uno no muy bueno.
-Tal vez he leído algo tuyo… ¿Cómo te llamas?
-Guillermo Belmonte.
-¡¿Estás de broma?!
-¡Que se callen los de la fila de atrás!
-No, soy Guillermo Belmonte. De veras que sí.
-Me encantó tu última novela. Desperté de la realidad. Me la leí en dos días ¿Qué digo leer? La devoré. Ay, perdona mis modales. Me llamo Gloria. Gloria Ballesteros.
-Encantado. Óyeme, ni tú ni yo parecemos muy interesados en esta burda película ¿Qué te parece que nos vayamos de la sala y charlemos un poco?
-Sería una gran idea.

Así que allí estaban, al cabo de veinte minutos, tomando un café en un lugar cercano.

-Aun no me lo creo. De veras eres Guillermo Belmonte. Lástima que no tenga aquí mi ejemplar de la novela.
-Da lo mismo… Gloria era tu nombre ¿No?
-Sí, Gloria.
-Tenía una profesora de latín que se llamaba como tú. Siempre me decía que buscase una buena chica.
-¿Y lo hiciste?
-No. Todas han tenido algún pero.
-Con lo que estás soltero.- Reflexionó Gloria en voz alta.
-Pues sí.
-Perdona, no quería…
-No, tranquila. Está bien.

Él sonrió de ese modo que alguien catalogó como una sonrisa encantadora de niño pequeño, tan discreta, tan sincera, tan involuntaria, que era parte de aquel escritor.

-En fin… es tarde.-Sentenció él tras mirar su reloj.-Tal vez deberíamos dejar esta charla para otro momento.
-Espera. A lo mejor soy una atrevida o una admiradora muy pesada, y no te culparía si lo pensases,  pero si no tienes ninguna cita previa, tal vez quisieras cenar conmigo.
-Me encantaría. Así podré firmarte la novela.
-Sí, claro.

Había conocido en esa tarde a la chica que haría que se enamorase como nunca lo hizo antes. Era su mayor golpe de suerte. Una chica guapa, inteligente, segura… Nunca antes pensó que conseguiría tener a su lado nadie mejor. Según su juicio, era más de lo que podía aspirar.

Parecía que todo iba sobre ruedas entre ellos hasta aquel sábado que prometía ser otro día más.

Se levantó de su cama de un saltó y se dirigió a la ducha. Hay que estar limpios para afrontar un nuevo día, pensaba.

Tomó sus ropas del suelo del dormitorio. Olió su camisa del día anterior. Aún estaba limpia, eso seguro.
Una vez vestido, metió sus últimos cincuenta euros en la cartera. Sería un escritor de éxito, pero varios días viviendo como un tipo ocioso pasan una factura al bolsillo.

Miró el móvil. Un mensaje SMS. Era de Gloria y decía algo así:

Esta tarde. A las 18.00. En el sitio de costumbre.

Te quiero contar una cosa muy importante.

Besos.

GLORIA

Tomó sus llaves, su móvil y su cartera para luego salir del piso en la calle Guzmán el Bueno en el centro de la enorme mole que es Madrid. Además de Gloria, estaba enamorado de esa ciudad, pero hay amores difíciles.

-Belmonte.- Le llamó la voz de la señora Matarrisas (no es broma, se apellidaba así esa buena mujer)

Era su casera. Estaba esperando justo en el rellano a que él saliera. Vestía con su bata de paño y con ese cabello cardado. Debió de haber ido a la peluquería el día antes, pues normalmente aparecía con rulos. Sí, la verdad es que era el vivo retrato de la arquetípica maruja, una especie que no se extingue nunca.
La comunidad de vecinos la temía, pues, a sus setenta y dos años, tenía más ardor guerrero que todos ellos, además de un carácter endiablado. No se entendía como su marido la soportaba, pero la teoría más extendida era que aquel hombre, calvo, enjuto,  con gafas redondas y pasadas de moda, era un santo varón o un estúpido integral.         

-Buenos días, señora Matarrisas. Bonito día ¿No?
-Déjese de buenos días, señora Matarrisas. ¿Dónde está el dinero que me debe?
-Aún no he logrado reunir todo lo que le debo de estos dos meses, pero le juro por lo más sagrado que estoy en ello.
-No me engaña ni una pizca. Le advierto: como mañana no tenga mi dinero listo, dormirá en un banco del parque.
-Descuide, señora Matarrisas.-Le sonrió con todo el encanto que podía dedicar a esa mujer.-No le voy a fallar.

Guillermo recorría esas calles casi todos los días. Lo hacía por instinto. Las mismas paradas de siempre.

Primero tomó el metro hasta Arguelles, para ir a la panadería cercana al Corte Inglés de Princesa: Un croissant, dos Donuts y dos cafés con leche para llevar. Pagó su compra.

Paró donde estaba aquel mendigo que se encontraba cerca de la Plaza de los cubos, apostado en un banco, con su fiel perro a sus pies.

-Ten.- Le dijo.- Tus dos donuts y tu café.
-Gracias.- Le sonrió cuando se los dio.- Te prometo que cuando pase esta mala época y logre ser alguien importante, te lo pagaré todo.
-Con que compres mis obras literarias, me doy por satisfecho.- Le respondió.

Así, tras todo esto, esperó a Gloria enfrente del teatro-cine Avenida. Ahí se conocieron hace más de un año.

Allí llegó ella. Un beso cariñoso de saludo. Él la notó fría.

-¿Pasa algo?- Preguntó él.
-Bueno, es que… creo que no nos vamos a volver a ver.
-¿Me estás dejando?
-No, te aseguro que no…O sí, aunque sé que me vas a odiar por esto, pero es solo que mis padres se van Sudamérica y debo ir con ellos. Entiéndelo.
-¿Qué? Perdona, pero no. No lo entiendo. ¿Cómo quieres que entienda que te vas así como así?-
-No es así como así.
-¿Desde cuándo lo sabes?
-Ese no es el tema.
-Gloria, ¿Desde cuándo lo sabes?
-Desde hace unos cuatro días, pero no encontraba el momento adecuado para poder contártelo.
-Muy bonito. ¡Esto es genial!
-Me estás gritando.
-¿Y qué quieres que haga? ¿Eh? ¡Dime!
-Te aseguro que no es lo que piensas. Te quiero y mucho, pero la distancia es muy mala y necesito el dinero que me proporciona mi padre. No me puedo negar. No sé vivir como una pobre como… tú.
-Eso, tú echa más leña al fuego, muchas gracias.
-Es la verdad y lo sabes.
-Pues si ese es el problema, podríamos irnos a vivir juntos. Sería sencillo. Buscamos un piso para ambos. Y yo puedo vender alguna de mis viejas historias a alguna editorial.
-Eres un encanto.- Le acarició las mejillas, dedicándole una sonrisa.-Pero no tenemos donde caernos muertos y, seamos sinceros, seré más una carga para ti que una ayuda.
-Da lo mismo. Te quiero a mi lado.
-No insistas más. Debo irme con mis padres. Además, es muy tarde para hacer planes, porque me marcho mañana.
-¡¿Mañana?! Y me lo dices así ¿No?
-Ya te lo dije, no sabía cómo...
-¡Eso es una gilipollez, Gloria! ¡Es una idiotez! ¡Si quisieras te quedabas conmigo! ¡Joder! ¿Es que no lo ves? Me importas más de lo que te puedes imaginar.
-¡¿Y qué esperas?! ¡¿Qué te diga que prefiero la vida que se me ofrece en otro país que a ti?! ¡Pues sí! Ahora mismo, la prefiero y no voy a renunciar a ello, porque, aunque no te lo creas, no eres tan especial.
-¿Tú te oyes? Soy yo, joder, soy Guillermo. Nos queremos, o eso es lo que me hacías creer. No puedes decirme que todo esto, todo lo que hemos vivido, nuestros planes de futuro, no valen más que tu forma de vida y tus lujos. Gloria, por Dios, eso no. Eres todo ahora mismo para mí.
-Tal vez el problema es que no soy ni tan fuerte, ni tan valiente como creías. En realidad solo soy una niña mimada y cobarde que se vende por no perder su modo de vida. Me duele decirlo en voz alta pero es lo que hay. Y antes de que esto se estropeé más, me voy.- Le dio un beso en la mejilla.- Espero que sepas perdonarme.
-No. No puedes dejarme. Te acabo de abrir mi corazón, Gloria. Te he dicho cosas muy importantes para mí ¿Y aun así te vas sin más?- Preguntó pero ella se perdió entre la gente.

Y dos horas después, tras sentarse en un banco cercano y ver a la gente ir y venir, Guillermo Belmonte tomó una decisión. Sabía que, aunque las esperanzas parecieran nulas y se dijeran tantas cosas tan duras, aun la amaba. La amaba tanto como para cometer una locura o una idiotez, según se mire.

-Puede que Madrid se me haya quedado pequeña.

Se plantó en su piso, recogió un par de cosas decidiendo liar sus pocos bártulos para irse a la búsqueda de Gloria y salió corriendo.

-¡Mi dinero!- Gritó desde el descansillo la señora Matarrisas viendo que su inquilino había tomado la decisión de abandonar el piso apresuradamente.
-¡Qué la den, bruja!

Reunió dinero suficiente para un billete de tren a Málaga  y de allí tomar un barco rumbo a Sudamérica.

Y se sentía más idiota, si cabe, cuando decidió tomar el único barco mercante ruinoso comandado por un capitán medio loco (o loco y medio, aún tenía serias dudas sobre ello), pero, tal vez, eso es lo que él buscaba. Un barco que no se pareciera a ningún otro.

El capitán Hugo Toledano era un hombre de cabello negro, aunque entrecano en las sienes, barba extrañamente bien arreglada y ojos azules
El buen capitán debía de rondar los cuarenta y muchos o cincuenta y pocos. Su indumentaria era muy peculiar: Chaqueta de capitán con anclas doradas en las solapas, jersey de cuello vuelto, un par de anillos en ambas manos, pantalones anchos de color azul oscuro, botas envejecidas, que antes  debieron ser de un negro muy lustrado, y un bastón con una empuñadura que tenía un grabado de un barco surcando un mar embravecido. El bastón no era un adorno, pues Hugo Toledano cojeaba de la pierna izquierda.

Lo más curioso de este viaje es que el capitán accedió a llevar al joven escritor al contarle sus motivos.

-Señor mío, creo que no miento si digo que cualquier causa es injusta comparada con el Amor. Así pues, suba a mi barco. Bienvenido al Grifo dorado, caballero.

Era un tipo agradable, si llegabas a ver la gracia en alguien que no dejaba de ser un anacronismo, como si el tiempo en él pasase a otro ritmo. El caso es que accedió a llevar a Guillermo en su embarcación y proporcionarle un lugar tranquilo entre la tripulación, tan atípica como lo era su capitán.

La noche en la que habían zarpado, Guillermo decidió pasear por la cubierta y encontró al capitán Toledano mirando al cielo. Musitaba algo.

-Buenas noches.- Saludó el joven.
-¡Buenas noches, amigo mío!- Le respondió efusivamente.- ¿Disfrutando de la brisa marítima?
-Algo así…
-En poco tiempo, llegaremos a nuestro destino.
-Me alegra oírlo.
-¡Ah, el Amor! Es aquello que vuelve loco a unos y esclavo a otros.-Reflexionó con voz profunda.-Una vez yo fui como usted... en tiempo que parecieron más fáciles. Antes del naufragio en el que mi menisco se hizo añicos.
-¿Naufragó?-Guillermo se inquietó
-Sí, amigo. Hace veinticinco años. Pero hay una ley en la marinería bien clara: Un capitán solo puede naufragar una vez en su vida.
-No sé yo si eso me deja muy tranquilo.
-Confíe en mí. Sé de lo que le hablo, llevo muchos más años de los que usted puede tener siendo capitán.

No quiso discutir con Toledano, pero le daba la extraña impresión de que estaba muy lejos de poder definirse como buen capitán.

Por desgracia, no fue un viaje de placer, ni mucho menos.

Primero, el escritor enamorado tuvo que compartir camarote con tres de aquellos lobos de mar que formaban parte de la pintoresca tripulación, algo poco agradable, para su gusto. Uno de ellos era un hombre grandote, calvo y tatuado de cabeza a pies. No en balde le apodaban el estampado. Los otros eran los mellizos Merchán, de cabello oscuro, ojos azules y rostro afilado. Uno de ellos, Julio, tenía una fina barba oscura. Este trio tan distintivo no era muy comunicativo con Guillermo.

Además, debió de ser que, por el balanceo de la nave,  Guillermo se mareó y echó por la borda hasta la primera papilla. Pero no una vez, sino hasta cuatro veces en los dos días de viaje. No supo muy bien el motivo exacto, pero los marineros se mofaban del pomposo de tierra firme, que fue como algunos le apodaron.

-Caballeros, no está bien reírse de un pobre diablo que sufre.- Indicó el capitán a sus hombres.- Y menos cuando está echando hasta el hígado por la borda de nuestro barco. No querrán parecer unos insensibles.

Más risas, a las que se unieron las carcajadas de Hugo Toledano. Era algo muy humillante.

Se podría decir que Guillermo encontró un aliado en ese barco, aparte de su, a ratos,  cordial relación con Toledano. El contramaestre Gustavo Pratt. Un hombre nervudo, de mirada nítida, mandíbula cuadrada, cabello negro peinado para atrás y un frondoso mostacho perfilado como aquellos forzudos de antaño. Su mano izquierda había sido sustituida por una de madera, similar a la de algunos maniquíes de los escaparates de las tiendas o de las que se usan de modelo para dibujar. Había nacido en Torredembarra hace cuarenta y dos años y se hizo marinero por el mismo motivo que su padre se hizo marinero: Por herencia familiar.

Guillermo no supo nunca porque se dignó a enseñarle al contramaestre aquella foto que tenía como recuerdo. Era una fotografía de él abrazaba por la cintura a Gloria, quien  estaba mirándole anonadada. Guillermo no era muy dado a hacerse fotos. Decía que era poco fotogénico, no así Gloria. 

-Tal vez le hablo de todo esto porque necesitaba a alguien que no me juzgase.
-¿Por qué dice eso?
-Nada. Bobadas mías. Olvídelo.
-No creo que sean bobadas. ¿Sabes qué creo? Que temes equivocarte. Es normal, pues todos nos equivocamos. Es decir, todos no. Los cautos rara vez se equivocan, pero ¿Quién demonios quiere ser cauto?  

Tras varios días de navegación sucedió lo peor.   

Una tempestad, un brutal temporal que creó destrucción a su paso, sorprendió a todos en aquel barco. Hasta que finalmente… un golpe de las enormes olas desequilibro la embarcación y el escritor cayó al agua, víctima de la furia del mar que, al final, le dejó sin sentido al golpearle con violencia.

Recordaba que antes de caer a las bravas aguas, le pareció soñar algo al estar sin sentido, flotando. Vio, en una especie de bruma, imágenes de diversos instantes de su vida, para casi al final ver la silueta de Gloria, o eso creía él. La silueta femenina entrecortada por una cetrina luz, acercó su rostro en tinieblas al de Guillermo y le besó en la frente. Fue entonces cuando volvió en sí.

Se encontraba en una playa. Debió de ser un milagro. Estaba sano y salvo, pero no sabía muy bien dónde.

Su primer pensamiento al ver esa situación, y tras vomitar el agua que pudo haber tragado, era que esperaba no encontrarse en una isla desierta.

martes, 31 de mayo de 2016

¿Y ahora qué te cuento?

Bien, prepárate…

Venga, dale

*Carraspeo* Mira la ciudad por la ventana de la cafetería y sonríe.

Entre la primera y la última vez que la vi llorar parece que…

Eso ya lo has contado.

¿De verdad?

Sí, de verdad.

Vale, vale, espera, ahora sí que sí… *Suspiro*

Mírame, fíjate, obsérvame en silencio
Esta vez te voy a abrir la puerta
Cálmate, pues tú también…

Perdona. ¡Eh! ¡Oye, para!

¿Qué?

Poesía no que eres muy mal poeta.

Va, como quieras… Es cierto que no soy un gran bailarín. Bailo igual que vivo: Improviso.

Soy de los que bailan en bodas, como creo que muchos, no obstante creo que bailar es un modo más de estar en armonía con otros.

Eh… Eso ya me lo dijiste hace un par de años.

Pues me estoy quedando sin ideas ¿Y una nueva aventura de Inés Molina?

Paso.

¿Súper héroes?

No, me aburren mucho. Tenían su gracia cuando lo de El otro traje. Eso fue muy divertido. Desnúdate.

¿Qué me desnude?

Claro. Cuéntame algo que nadie sepa.

¿Es acaso una entrevista?

Todos tus relatos lo son en algún momento y más tú, que llegas a ser un poco exhibicionista.

No sé cómo tomarme eso.

Como quieras, pero venga, que se nos hace tarde ya.

¿Tienes prisa?

Sí y no.

Pues, en fin… yo de pequeño quería ser policía.

Seguro que la gente hubiera pensado que querías ser dibujante.

Sí, y mira que me pasé mi adolescencia haciendo comics y ya ves donde están. Ahí, abandonados.

Ah, sí, leí esos de una chica rebelde de una sola página. No estaban del todo mal.

Pero un día perdí el interés y la ilusión por crear cómics. Ahora los veo y pienso en que ese era otro. Otro que tomaba una regla, hacía márgenes, viñetas, bocetaba… y ahora me da una pereza el solo pensar en hacer una sola página de un cómic...

Pero ilustraciones y dibujos sí que haces, que te vi hace poco hacer uno sobre… ¿Sobre qué era? ¡Ay, Dios! No lo recuerdo ahora.

Pues si no lo sabes tú, yo menos, que ya dibujo por dibujar, sobretodo garabatos y…

¡Ah, ya! ¡Un cowboy en una puesta de sol, era un dibujito pequeño, sin mucho misterio!

Así es como yo dibujo. Sin más. Cuando tengo el lápiz en la mano, pues me pongo a hacer monigotes, como cuando la gente habla por teléfono. ¿Aún hay gente que hace eso cuando habla por teléfono?

Yo creo que no. En los ochenta y en los noventa sí porque había libretas cerca de los teléfonos, pero ahora con los móviles y demás, somos más sosos, se nos seca la creatividad.

Cuando asimilé que no era buen dibujante, fue cuando conocí a Manuel. Hace poco analicé su poemario ¿sabes?

Ah, mira que bien. ¿Ese era el que te dio teatro en el instituto?

Pues sí, ese mismo. Yo creo que desde chaval escribí mucho, pero no lo reconocía o no lo vi como algo que se hace por necesidad ¿sabes cómo te digo?

Perfectamente.

Pues eso, que al final…

Sueles usar mucho la coletilla pues eso, pues sí, pues… mucho pues y poco contenido.

No me doy cuenta. Lo intentaré evitar. Antes era bueno o bien.

Tal vez bueno y bien sean cosas que involuntariamente estaban en ti. Te sobraba el bien y el bueno.

Es muy irónico eso.

Para nada. Pero prosigue, que te me dispersas, pierdes hilo y luego te queda todo sin explicar.

En fin… que al estar solo muchas veces, cultivé mi mundo personal, mi mundo interior. Por eso no comprendo a la gente que no sabe estar sola. ¡Estate sola y mira quién eres!

Ya, pero al final, aquí estás, hablando conmigo.

Tú no eres como los demás. Siempre, desde mi niñez y mi adolescencia, he intentado tener un igual. El otro día cuando salía a correr, hará cosa de un mes o así, me di cuenta que yo no tengo un igual. Siempre quise que mi mejor amigo se asemejase a mí, pero ahora ya tengo asumido que no iba a ser así. Me dejaron solo y ahora también lo estoy y… no pasa nada.

Y aún hay quien no te conoce y dice que eres un tipo duro y frío…

Yo antes no era así, bien lo sabes. Yo antes era cariñoso, pero se ve que, como a la gente que no tiene un bolígrafo y un block al lado del teléfono, se me seca algo, pero en mi caso no es la creatividad, si no el cariño. Antes me costaba mucho menos decir que quiero a la gente.  Es más, ahora que me distancio de la gente que antes me trataba a patadas, más me aprecian. Mundo de locos.

¿Por qué dejaste de querer ser policía?

Porque un vecino me dijo que a lo mejor algún maleante me pegaba un tiro y me mataba. Que podía pasar. Por eso desistí.

Preferí como dejaste de querer ser dibujante, la verdad.

Por eso no cuento estás cosas.

Pero oye, que es muy tierno eso, no te equivoques.

Hay gente que cuenta mejor las cosas que yo. Yo me bloqueo, me pongo nervioso y en vez de tartamudear, desordeno las palabras al hablar. Por eso casi no me dedico a hablar de verdad con nadie.

Y hay gente que es idiota perdida. Mucho contar cosas y no se creen ni quienes son ni lo que dicen. Llenan el aire de palabras pero no se las creen, no las asimilan. Leen y oyen sin saber nada.

Ahora te dispersas tú.

Puede ser. Venga, veamos, ¿Cómo ese poema que ibas a recitar?


No lo recuerdo, la verdad… creo que he perdido el hilo. 

sábado, 2 de abril de 2016

Esta es mi verdad de hoy

¿Era epílogo o prólogo?

Estoy trabajando estos días sobre algo que no suelo contar a nadie, no por pudor, sino porque no encuentro el contexto en el que sea propio decirlo.

La reinterpretación de la viudedad.

Es un tema tabú cuanto menos. Nadie desea hablar de la muerte, porque se interpreta como la antítesis de la vida, cuando no se ve como la anulación de esta. Pero es que es necesario enfrentarlo, como lo hace Rosa Montero o como, en el momento que lo escribo, lo hace Joyce Carol Oates… o en ello está en mi lectura. 

Tal vez así sea el modo en que por fin, de una vez por todas, deje atrás esa sensación de alma que arrastra cadenas y se lamenta muchas veces, tanto oralmente como por escrito, por la pérdida de una persona que ha sido el centro de una vida.

Tal vez así pueda resolver, de una vez por todas, las grandes cuestiones de mi vida actual, porque sí, hay un antes y un después cuando la muerte susurra al oído y deja un agujero negro donde antes no lo hubo.

Tal vez…

Estoy bien dentro de mi gravedad

Tras la muerte de alguien que te ha enseñado a vivir, muchas son las cosas que te van pasando mientras sobrevives a los cambios.

Aprendes que el Odio solo afecta a una persona: al que lo siente.

Entiendes que los demás no están para entender esos cambios de humor o esa actitud taciturna tuya donde antes estaba la broma fácil y la actitud ingenua que raya hasta hacer sangre en la necedad inconsciente.

Descubres que el tiempo y el espacio ya no son lo que fueron, porque la historia ya no es la que era hace unos cuantos capítulos.

Abrazas la máscara que ahora se te ha pegado a tu piel y es difícil de quitarte como antes, pero es que es tu mejor papel, el mejor que interpretaste en tu vida, fruto de la bendita improvisación-¡Qué razón tenías Manuel Camarero! ¡Qué razón!-y es entonces cuando sale esa coletilla tan tuya y que algunos ya también repiten, porque es, con diferencia, tu mejor obra:

Estoy bien dentro de mi gravedad.

¡Sublime! Has logrado hacer de tu malestar, de tu reconstruirte cada día, de tu seguir adelante, una frase tan lapidaría y profética como el Cuan largo me lo fiais de Don Juan.

Pero, claro, vivimos tiempos de queja y re queja y esta frase se pierde entre el aluvión de malestares y descontentos de un tiempo extraño que, raudos y con cierto aire de sapiencia fatua, se han llamado un tiempo nuevo.

Sí, nueva es la situación en la que uno debe entonar esta coletilla. Un tiempo que promete acabarse, porque el tiempo de duelo, que lo es también y lo sé bien, dará paso a un horizonte de cosas por descubrir, puesto que no llueve eternamente… pero tampoco veo yo que escampe.

El sol de invierno

Hubo alguien- y si no lo hubo, seré yo.- que dijo que no te puedes fiar del sol de invierno, pues aunque la luz sea poderosa y las calles parezcan estar viviendo una preciosa primavera, el frío estará ahí.

Pues eso pasa con la gente. No puedes pretender que sean como esperas a simple vista, porque son de otro modo y es lo que debe ser.

El otro día, comiendo en la facultad con unas antiguas compañeras de carrera, una de ellas me dijo que no tenía claro si, unos dos o tres días después de morir mi madre, que es cuando regresé a mis clases tras el puente de mayo, me dio el pésame o no. En ese momento- y ahora mismo.-tuve la sensación de que así fue y no le di importancia a sí lo hizo o no. No obstante, tengo en mi mente a dos personas que no lo hicieron y tuvieron la oportunidad. Recuerdo eso y ahora pienso que quizás fueran ellos los primeros de muchos otros que me dieron la espalda, con o sin razón pues no voy a juzgar tal cosa.

En cierto modo, cuando mi madre murió viví por inercia y es ahora cuando comienzo a darme cuenta de muchas cosas. Era como estar anestesiado. Me movía- y todavía lo hago.- con cierta inercia, con cierta idea de que debo vivir y que es lo que toca ahora.

Un ser solitario

Cuando era niño, me pasaba mucho tiempo sólo en los recreos en el colegio, ese colegio donde muchos de mis compañeros me consideraban un retrasado. Eran niños y no entendían que retrasado no es en sí lo que yo era, pero, hará cosa de unos siete u ocho, en Facebook, apareció una foto de que guardaba un viejo amigo de la infancia y se me etiquetó en ella. La gente no paraba de comentar cosas y se hacían preguntas de si uno se acordaba de este o del otro…

Y alguien puso:

¿Y de Bubu? ¿Os acordáis de Bubu? Era retrasado ¿No?

Bien… Bubu era yo. Ese apodo me lo pusieron de niño y lo odié con todo mi ser. Y el que puso ese comentario era Daniel, el chico que más detestaba de todos. Éramos adultos ya y ahí seguía esa idea infantil.

Así que era obvio que muchas veces buscase la soledad y en esa soledad, empecé a leer y a inventar historias.

Así pues, el ser solitario fue la base del escritor que hoy intuyo que soy, porque, esa es otra, ¿Soy un escritor? ¿Escritor debe ser el que escribe o el que vive de escribir? Porque, sí, yo escribo pero no vivo de escribir, vivo para escribir, porque lo necesito, porque es simbiótico el vivir y el escribir.

Y hay gente que no entiende que uno es escritor por necesidad vital, no porque sea parte de su personalidad.

Siempre me encuentro con aquel que te dice: Eres escritor, deberían salirte las frases poéticas en fila.

El último que me hizo eso fue un antiguo amigo del que me he distanciado. Me soltó una patochada de ese calibre con una sonrisa de hiena estúpida y yo entonces saqué un trozo de papel y un portaminas que llevaba en mi bolsa de colgar.

-Eres dibujante. Pues hazme un dibujo. Debes hacerlo. Eres dibujante las veinticuatro horas del día ¿No?
-¿Aquí en la calle?
-Claro.
-No compares.
-Pues no me pidas a mí que sea escritor a tiempo completo igual que yo no te pido que seas dibujante a tiempo completo.

Hay veces que me hubiera gustado no ser un ser solitario, pero ahora es lo que soy, por encima de sí sé escribir o no.

Lo más importante de una vida

Hace unos meses, preguntaba a alguien porque pintaba cuadros tan oscuros, que sí eso tenía que ver, de algún modo, con su estado de ánimo.

El pintor se indignó un poco y me dijo que estaba equivocado.

Muchos pueden trasladar eso a mi escritura. ¿Por qué tanta muerte y ausencia de la madre? Y, la verdad, le dije hace un tiempo a una profesora de mi facultad que estaba harto de eso, que era un autor de principios, que si en principio algo me ronda la cabeza lo pongo siempre en el papel.

Ella me habló de un director de cine que siempre ponía una silla vacía en una escena de su película, que simbolizaba la conversación que siempre quedó pendiente entre su padre, ya difunto, y él.

Yo no quiero eso para mí y sin quererlo, me asustó una idea.

Mi padre tenía una tía que era muy desagradable conmigo, que era muy clasista y que me llamaba Gustavo pese a que la corrigiera. Siempre pensaba en la Guerra Civil. Cada vez que podía, sacaba el tema y su rostro tomaba un aspecto algo demente.

Mi madre y yo concluimos algo: La Guerra Civil fue lo más importante de su vida, y eso que llegó a vivir hasta los noventa y dos años.

¿Y si la muerte de mi madre era lo más importante de mi vida?

Lo es comparable, claro, pero ambas pueden marcar a una persona muy profundamente.

La diferencia más clara es que tras la Guerra Civil nadie dijo a la gente lo que mi madre me dijo muchos meses antes de morir.

Cuando yo me vaya, no quiero que te hundas.

No seré el mejor, pero sí el más constante

Dicen de los Capricornio que cuando se encuentran con un muro o lo logran tirar o se rompen la cabeza contra ese muro.

Mi filosofía es otra: rodear o saltar ese muro.

Así pues, saqué una conclusión:

No seré el mejor, pero sí el más constante.

Seguro que si preguntas a alguna gente, te dirá que miento. Que miento y que deberían quemarme en la hoguera. Que miento, que deberían quemarme en la hoguera y luego mearse en mis cenizas para que aprenda.

A lo mejor que me nieguen esta frase es por culpa de la máscara que llevo, puesto que soy un tremendo cobarde y veo que los demás leen y devoran pilares de libros y con aire de complacencia jactanciosa sacan conclusiones atrevidas y sentenciosas sobre autores, obras, movimientos y, si me apuran, pasos a seguir para realizar una correcta cocción al dente de morales y éticas.

Yo, por ende, soy un engreído de pantomima, puesto que aprendí una lección que aún hoy habita en mi mente-que muchos catalogarán de absoluto y tremendo caos no sin darle a ese juicio un valor de jurídico-humanístico-:

En la vida actúa de farol, como en el póker. Sonrisa de ganador pese a que pierdas.

Puede que no sea así la lección, pero sí hay un elemento que me ha salvado más de una vez. No caeré sin luchar. Mucho o poco, pero no caeré sin luchar.

Me vas a perdonar, pero me reclaman en otro sitio.

Esto es parte de mi leyenda y de la de Manuel Camarero, así que puedo ser como el dios Loki o como Salomón. Sea como fuere, esto es lo que digo yo que pasó:

Hacía un mes que Manuel Camarero había muerto y le di hace un año una copia de mi primera obra de teatro, pues mi carrera literaria comenzó con una burda e infantil obra teatral.

Olga, una de las profesoras del instituto María Guerrero- donde estudiaba y donde daba clases Manuel.-, me indicó que Manuel dejó algo en su mesa para mí.

Era la copia de mi obra de teatro en una carpetilla transparente y dentro una nota para mí, que por desgracia tiré a la basura pero que rezaba así:

Gonzalo:

Me vas a perdonar, pero me reclaman en otro sitio y no me va a ser posible dirigir tu obra de teatro.

Cuídate:

Manuel Camarero

Sonrisa de ganador pese a que pierdas. Hizo honor hasta el final a su lección.
Creo que fue entonces cuando entendí que la muerte es irse y no regresar. Irse y dimitir de ser mentor, maestro, amigo, padre, esposo, dueño del tiempo prestado…

Manuel dejó el primer vacío, más modesto que el que dejaría mi madre, y haría que yo intentase buscar un mentor cuando mi mentor al final debía ser yo, con mis fallos y aciertos, con mis triunfos y fracasos, pues hay que tratar a estos dos últimos como impostores, como dos buenos jugadores de póker de la vida.

Y entonces, te paras un momento a pensar y lo ves…


Esta es mi verdad de hoy, mañana será otra

miércoles, 18 de noviembre de 2015

EL HÉROE

“Malo, bueno o mediano, escribiré de hoy en adelante lo que me gusta”
Orlando, Virginia Woolf

A quien me lee ahora mismo
Capítulo 1: Un hombre


Volvamos a esos días felices en los que había héroes.

Bette Davids, Actriz estadounidense.

Hubo una vez un hombre que quiso marcar un antes y un después. Un hombre que era capaz de discutir con los dioses y debilitar a los demonios. Un hombre que era único en todos sentidos y maneras, y ante todo, en el corazón y en el alma.

Pero ese hombre hoy es un desconocido, como el mundo lo era actualmente para él. Perdió muchas cosas en su camino, entre ellas la esperanza. Aunque eso se abordará con más calma, pero, ¿Importa mucho si se mira un poco tras el telón de esta curiosa opereta?

El caso es que, ese hombre había pensado muchas veces en los buenos tiempos, que no estaban tan lejanos como creía. La ciudad le parecía entonces llena de magia, como si estuviera atestada de maravillas y posibilidades, no solamente de gente que iba de allí a allá sin detenerse ni mirar si tropezaban o no con los demás. Su vida parecía ser perfecta, pues él se veía inteligente y capaz. Podía ser el hombre perfecto y no se iba a conformar con menos…

Y cerca de todo hombre que se precie, siempre había una mujer, aunque suene a tópico, que lo es. Una mujer que estaba mucho antes de que él se plantease ser el hombre que deseaba ser. Antes de aquellos montones de teorías sobre el accidente. Ese accidente lo marcó todo. Una furgoneta, un joven despistado, un renacimiento… El caso es que allí estaba. Fue un héroe desde ese mismo momento. No todos sobreviven a un accidente casi sin secuelas…

No se detuvo después de salvarse. Se podía decir que esa fue su primera proeza. Si así fuera, la segunda hubiera sigo seguir adelante.

Nunca olvidó el preciso minuto en que llegó ese instante, cuando la miró a los ojos y ella le pidió que no se fuera. Él no lo hizo.

-¿Por qué haces lo que haces?
-No lo sé… es lo que se espera de mí, lo que sale de mí, lo que deseo de mí.

Anteriormente, responder a esas preguntas era tan sencillo, pese a que, algunas veces, todo pareciera tan enorme y tan confuso. Ella le dijo que eso también les sucedía a los demás.

-Imagino que… necesitas que alguien te ayude, que alguien responda tus preguntas, que alguien te muestre cómo…

Esa noche pasaron horas hablando.

Después de esa noche… todo parecía tan luminoso.

Es posible que en este apartado esperases que te hablase de planetas moribundos, de jóvenes marginados con un poder y una responsabilidad mayor de lo que sería deseable para ellos, de tragedias, muertes, luchas de índole maniqueo y demás cosas de ese estilo. No te culparía, pero creo que era Mark Waid quien decía… Espera, voy a mirar que decía… justo aquí tengo ese libro… No, no era Waid, si no C. Stephen Layman… ¡Aja!… 280… 286… 290… ¡Aquí es!… A la mayoría nos encantaría sorprender a nuestros amigos, cazar a unos cuantos tipos malos, convertir este mundo en algo un poco más seguro y, de paso, hacernos famosos, pero es fácil que una reacción apresurada tienda a ser superficial.  Es decir, es divertido, en todo esto, lo superficial de ser un héroe, pero, si miramos tras el telón, tras la máscara si lo preferís, es con el fin de saber lo que otros no saben… pero bueno, tiempo al tiempo. Vuelvo a lo que estaba contando ¿Os parece?

El caso es que… ambos eran un gran equipo. Un gran equipo… y algo más, pero nunca hablaban de lo que ambos sentían.

-Estaba pensando… que me gustas y creo que lo sabes, pero vivo una vida nada normal, una vida peligrosa. La persona con la que decida vivir debe aceptarlo. Debe afrontar eso.

En los ojos de él había un cierto brillo y ella comprendió que no era rechazo, sino un reto. Un modo de demostrar lo que valía. Para ella… eso era lo decía aquel brillo…

Pero eran otros tiempos. Eran el final de los noventa. Era una época que parecía no tener fin. Ni los triunfos, ni los egos… Él aun recordaba como ella reía y saltaba en la cama diciendo, con un gesto travieso, que también podía volar. Recordaba lo bien que le quedaban las trenzas, su risa y como su pequeña nariz roncaba tras la sexta carcajada.

La voz de ella se quebró un poco al preguntarle qué se sentía al volar. Él se ofreció a mostrárselo.

-¿Lista?
-Lista.
-Tú no mires abajo…

Empezaron a levitar. Ella, cada vez con más miedo y más fuerza, se abrazaba más a la cintura de él… hasta que el miedo se evaporó, tal vez en el cuarto vuelo que realizaron, y reía con cierta timidez, con cierta ilusión de niña pequeña antes de abrir los regalos de Navidad.

Y ahora, él se tenía que conformar con andar entre la gente, esquivarla, soportar algún empujón, algún gruñido de molestia. Los triunfos, los saltos, los gestos traviesos, las trenzas bien hechas… todo eso había acabado. No así los egos, que se enquistaron y engendraron algo que él denominó mala educación.

Siempre se creyó en las soluciones fáciles. La gente no se diferencia mucho de la de los buenos tiempos, cuando gritaban pidiendo ayuda y alguien acudía al rescate. La única diferencia, si de verdad se le puede llamar así, era que ahora ya no se grita ni se pide, se exige. Eso era lo que concluyó él hacía meses.

¿Era por qué antes estaba ella? ¿Ella le salvaba a él, aunque no gritase pidiendo que se quedase y solo le abrazase diciéndole Mañana el mundo seguirá allí?

Antes parecía fácil. Antes bastaba con bailar a varios metros del suelo. Literalmente. Antes bastaba con llevar un traje ridículo y hacer lo correcto.

Antes era esa tarde de inicios del siglo veintiuno. Aquella tarde de diciembre de dos mil, con el cielo encapotado de blanco nuclear y esa sonrisa que ya entonces era tenue. El cabello suelto. La risa ausente… y sus pasos, los pasos de aquellos pies menudos y de apariencia tierna, resonando entre esa multitud que él recordaba como si fuera de cartón piedra, como si la hubieran pintado en las fachadas de los rascacielos, en las baldosas de las calles, en la tarde de color polvo. Ella se perdía y él… él no gritaba que le salvasen. El ego seguía ahí. El ego y el orgullo de opereta que no dejaban decir lo que muchos esperarían. Si fuera él otro, la hubiera abrazado y dicho lo que sentía y hasta puede que lo que pensaba.

Pero él no era otro y esos eran otros tiempos… Y estos son estos.

        
Capítulo 2: Una vida

Un hombre aislado se siente débil, y lo es.

Concepción Arenal, Escritora y socióloga española.


Despertó tarde aquella mañana. Tarde para ser él, pues  solía madrugar. Eran ya las diez de la mañana y sí, eso era tarde para él.

Le despertó el ruido de una obra en un local cercano, de los albañiles gritándose, de la radio enmudecida por la distancia y por las paredes a medio derruir.

-Una obra.-Pensó.-Otra vez el mundo cambiando a mi alrededor.

Lo que más odiaba era que las cosas cambiasen, ya fuera a mejor o a peor. Tal vez era por eso que luchaba porque su Status quo siguiera como estaba. Era un acto de cobardía, si se quiere pensar de ese modo… y ahí, sí, ahí entraría Mark Waid, que hablaba de que Superman hacía lo que creía porque los demás le tuvieran en consideración y se sintiera valido e integrado, así como por un sentimiento egoísta pues, y cito aquí:

Sin duda, Superman ayuda a lo que están en peligro porque siente que es su obligación moral superior y, sin duda, lo hace porque sus instintos naturales y la educación recibida en el Medio Oeste lo empujan a realizar actos de moralidad, pero junto con este altruismo genuino hay un importante y sano elemento de conciencia de sí mismo y una capacidad envidiable y sorprendente, por su parte, de equilibrar las necesidades internas propias con las necesidades ajenas, y ello de un modo que beneficia a todo el mundo.

¿Se ve lo que decía? Pues nuestro héroe, porque lo es, también “peca” de ese mal. Tal vez no parezca tan altruista como lo sería Superman, pero tampoco pretendía serlo.

La verdad es que, cuando salió de casa, vio a aquella mujer delgada y vestida con chándal descolorido que, con pose extrañamente marcial-Brazos a la espalda, los puños apoyados en los riñones, la cabeza alta.-, contemplaba los bloques de edificios de esa urbanización que estaba despertando a un nuevo día. Era el almirante, la guardesa, la reina de todo eso, pues eso era su buque, su finca, su universo… Si supiera que había más vida tras las verjas verdes de aquella urbanización… pero ella era feliz con aquello. No obstante, esto no va de esa mujer delgada y con chándal. Ella no importa en lo que estoy contando. Sin embargo, él la observó y no pudo evitar tener una sensación agridulce ante aquella escena cotidiana y preguntarse si por esa gente deseaba mantener las cosas como estaban.

En su caminar, pensó en sus rivales… en los que calzaban zapatillas de deporte y los que vestían mallas.

¿Quién era en verdad el enemigo? Porque hoy día, pensamos en Gengis Kan y podemos pensar en el unificador de las tribus nómadas del norte de Mongolia, fundando el primer Imperio mongol, que, según algunos, fue el imperio contiguo más extenso de la Historia. Pero… ¿Y qué pensarían de él los campesinos de China que contemplaron las oleadas de guerreros que pretendían conquistarlos? ¿Conquistarlos? ¿A ellos que se dedicaban a sus quehaceres? ¿Por qué?

-Hola, que venimos en nombre de Chinghis Jaan (que así conocían a Gengis Kan) desde Mongolia para conquistar todo esto.
-Pues pásese usted más tarde, que estamos recogiendo el arroz y se nos va a pasar si no lo hacemos a su tiempo, haga el favor.

O ya puestos, ¿Y si preguntásemos a Jamukha cómo veía a Gengis Kan? Porque, seamos sinceros, aun habiendo sido considerado un traidor a Gengis Kan en las luchas contra los pueblos Tártaros, a Jamukha, según la Historia Secreta de los Mongoles, se le ofreció una renovación de hermandad, pero Jamukha pidió una muerte noble, sin derramamiento de sangre.

Y era posible que, en alguna casa de la antigua Polonia, se acordasen con cariño del bueno de Jamukha, cuyo único error posible era el de ser menos efectivo en la construcción de alianzas.

Es complejo esto… pues todos alguna vez somos amigos y otras veces enemigos, incluso los mejores amigos se convierten en peores enemigos sin quererlo ni pretenderlo… y otras veces, sí lo pretenden y sí lo quieren.

Podréis imaginar que este hombre tenía su galería de villanos, por así decirlo, surgida de las envidias, de los celos, de los odios, de los miles y miles de defectos que desees poner en la mesa de juego.

Es más, hoy día, en la sombra, alguno de sus enemigos estará maldiciéndole al igual que algún campesino chino o algún partidario de Jamukha lo hizo sobre Chinghis Jaan.

Pero tampoco eso importa mucho, puesto que el odio solo afecta a una persona y es al que lo siente pues nuestro héroe no va a estar duchándose un día y notar entre sus costillas una punzada hecha del odio de un pobre enemigo que no llegó a cumplir su terrible venganza, al igual que es un error pensar que ninguno de nuestros rivales, en las diversas parcelas de la vida, ha sentido lo mismo que hemos sentido nosotros alguna veces.

¿Y cómo es que hemos llegado a hablar de mongoles, chinos y traiciones?  Para ensalzar al rival, al enemigo, al antagonista, al contrincante, al competidor… y darle su lugar. Su lugar es que… no hay ya lucha. Es un invento eso de las rivalidades, pues hasta las buenas personas hacen cosas que no están bien. Así, la gente, para justificar algunos de sus actos, que no son tan malos ni tan buenos como algunos pueden creer, hace diferencias y distinciones. O eres de tacón alto o de tacón bajo, de los que cascan el huevo por la parte ancha o por la estrecha, y dentro de estos, o eres de los que se comen primero la clara o primero la yema. Distinguir entre unos u otros por el simple hecho de no afrontar que, como este héroe, somos seres con pies de barro, que de eso, además, dijeron antaño que estamos hecho. De barro y no de diamantes, cobre u oro.

Pues todo eso quedó en otros tiempos para nuestro héroe. La única rivalidad que le quedaba era la de él consigo mismo y con sus diversos demonios y prejuicios.

¿Dónde estaría hoy ella?

Eso le importaba más que si aquel amigo, que luego no lo fue, iba diciendo de él que era mala persona o había perdido el poco juicio que tenía, o si el llamado Doctor Funesto seguía entre rejas o urdía un temible plan contra la ciudad tras seis años sin saberse nada de él.

¿Seguiría saltando sobre las camas? ¿Seguiría con aquella risa que a la sexta carcajada hacía que su nariz roncase? ¿Seguiría diciéndole a alguien Mañana el mundo seguirá allí? ¿Seguiría acordándose de él?

Tantas preguntas que hacerse… pero no creía que encontrase respuesta a ninguna. Ni de ella, ni de mucha gente. Cuando ella se perdió entre la multitud, parecía que muchos otros también lo hicieran… y no había respuestas de ningún tipo. Ni a las llamadas, ni a las preguntas.

Hasta aquí, uno puede pensar ¡Qué nostálgico es todo esto! No, es la vida. Son los ciclos. Es el no aceptar que los ríos dan a la mar, pero que las nieves serán otros ríos mañana, sin embargo no es mañana, es hoy cuando se tiene sed. Porque es fácil decir Tú lo que necesitas es hablar de lo que sientes con alguien de confianza y no encontrar a ese alguien. La frustración da paso a la dejadez y la dejadez a la soledad…

Había una canción que decía miento menos, pero antes me querían más. Pues por ahí va todo.

Las calles otra vez escupían ruidos, luces, música prefabricada y escogida con un fin. Cada vez que oía la música de las tiendas de ropa, se acordaba la de veces que había montado y desmontado aquellos aparatos RM5. Eran simple y llanamente ordenadores pero solo tenían una función: cargar y reproducir la música que previamente escogían. Aun se acordaba de cómo montar y desmontar aquellas maquinas… como también se acordaba de cómo era volar… Todo eso, los RM5 y el querer volar, era poco después de perderse ella entre la multitud, poco después de mandar su vida de héroe a vivir en un armario y oler a apolillado, a antiguo, a polvo y a madera, y poco después dejar de ver el gusto a ponerse una máscara y hacer chistes ante los momentos de tensión, como un modo de reírse ante el peligro, pues es bien sabido que es en los peores momentos cuando es fácil que brote la risa, pese a que muchas veces no es algo sencillo de lograr.

Entonces… la vio. No a ella. No. Esto no va de reencuentros tras años, de volver a empezar donde lo dejamos. No. De eso ya se habló tantas veces… Se encontró con una gran foto de ella en un escaparate de una gran superficie dedicada al ocio en general. Un libro. Había escrito un libro. Siempre tuvo talento, se decía él mientras apretaba instintivamente los dientes tras la sorpresa, tras sentir como si su estómago cayese a sus pies. Aún conservaba algunos poemas de ella, aunque no sabía bien dónde y muchas veces se prometió buscarlos, aunque luego se ponía a pensar en otras cosas y se olvidaba.

CUANDO SEAS UN HÉROE
La gran sensación de la temporada.

Eso rezaba el texto que acompañaba la foto de ella y la de la portada del libro, que parecía hecho a tinta, simulando la cara de asombro de una chica, de cabello ondulado y ojos pardos, al mirar al cielo.

Oyó el murmullo a su alrededor y comprendió, tras volver de sus reflexiones y sensaciones varias, el motivo de ese ruido y esas miradas entre burlescas y extrañas. Estaba levitando. Sus pies estaban a diez centímetros del suelo. Algunos lo tomaron como un reclamo publicitario para vender más libros, otros se preguntaban como lo hacía y una señora, pensando que era un truco de un artista callejero, tiró cuarenta céntimos en dos monedas de veinte. 

Esto último, lejos de ser algo que cause una sonrisa, le recordó a nuestro héroe lo que una vez le dijo a un artista callejero, vecino suyo, que iba a tomar un autobús disfrazado de Michael Jackson.

-Un héroe y un artista callejero no se diferencian mucho. Los dos van disfrazados, a nadie le importa quién ni como lo hace, solo quieren que les saquen de su monotonía.

Cerró los ojos y se siguió elevando. Más, más y más,  hasta que se perdió entre los altos edificios.

Capítulo 3: Un final

Debemos vivir con los finales que nos dan

Carmen Martín Gaite, escritora española.


El ocaso se iba acercando y los tonos violetas y naranjas en ese momento eran únicos, según decían muchos que parecían entender de eso.

La noticia de un hombre volador en el centro de la ciudad había corrido como un secreto que se contaba entre cafés y encuentros de conocidos.

-¡Qué bien que nos vemos, chica! Porque de verdad que… ¿Te has enterado de ese hombre que voló esta mañana? Volar como un pájaro, pero sin mover los brazos, que eso es un punto a tener muy en cuenta.
-Pues eso me suena a un estado de éxtasis, como Santa Nuria. ¡No me mires así, mujer, que parece que te dijera una majadería! Hay cosas que la lógica no puede explicar ¿es o no es?   

-…Mi hermano dijo que su mujer lo vio, ahí, enfrente de un escaparate de… que yo ya ves, ni me lo creo ni me lo dejo de creer, pero era para verlo cuanto menos.
-¡No seas simple! ¡Seguro que es un truco para vender más libros de esa chavalita! ¿Qué no? Si es que ya no se lee como antes. Antes al lector se le trataba con mayor dignidad y se le daba de leer cosas interesantes. ¿Te acuerdas cuando de niños leíamos el Pulgarcito? Ahora los niños de hoy van todo embobados con los aparatos esos… ¿Ese móvil es nuevo?

Y, efectivamente, las ventas de Cuando seas un héroe aumentaron en aquel día en el doble de ejemplares que hacía dos semanas… Pero ella solo se paraba a pensar en esa noticia del vuelo de un hombre. Había visto el vídeo que su amiga le había enviado. Lo había visto unas veinte o veintidós veces y en todas, como es normal, reconoció a aquel hombre volador… y no fue la única, pues mucha gente ató cabos y dedujo que ese hombre era el héroe que llevaba más de diez años desaparecido.

La tarde dio paso a la noche. Un perro, a lo lejos, ladraba y en las calles ya no quedaba mucha gente. Ella se pasó horas escribiendo y su pareja, porque tenía pareja, le dijo que si se venía con él a la cama, que era ya tarde.

-Aún no. Debo terminar este capítulo. La editorial desea una segunda novela y más con lo que ha sucedido hoy…
-Bien, pues te espero en la cama. No te quedes hasta muy tarde, por favor.
-Descuida.

Allí estaba ella, buscando un buen principio para su nuevo capítulo.

Empezó como un trabajo más, lo reconozco… No, muy visto…
¿Por dónde empezar? Llegados a este punto se impone un gran dilema… Ya… ¡Diles algo que no sepan ya!
Esta es una historia de amor. No entre un hombre y una mujer. Sino entre un hombre y una ciudad… Ay… no sé… algo falla…
En mis sueños, vuelo. Planeo libre y serena. Riéndome de la gravedad… No. No. No… ¿Qué me pasa?

Oyó un golpe en la terraza. Un golpe hueco y tenue, como cuando un gato salta de una rama a un tejado.

Se levantó de su silla y abrió la puerta que daba a la terraza. Allí estaba él. Tenía el cabello revuelto y ese brillo en los ojos. Su abrigo largo, oscuro, abierto y algo ajado casi le recordó al movimiento de una capa. 

-Hola. Menuda has montado hoy.
-Ya… Algo he oído.
-¿Cómo me has encontrado?
-Si tienes que preguntarme eso, es que no me conoces bien.-Sonrió con cierta inocencia.
-Cierto. ¿Quieres pasar?
-Mejor no… Creo que no me gustaría ver esas fotos de la mesilla del salón tan cerca.
-Ah…
-¿Eres feliz?
-Sí, mucho.
-Eso es lo que de verdad me importa.

Si él hubiera sido otro… hubiera notado ese latido, ese gesto, esa mirada esquiva… hubiera entregado su mano para que ella la tomase… hubiera decidido llevarla, como antes, a volar…

Pero él no era otro…

-Me da a mí que no viniste a ver cómo me encuentro.
-No. Esta mañana tenía muchas preguntas que hacerte… pero tras el incidente, tras ver que habías escrito un libro, tuve tiempo para reflexionar mucho.
-¿No sabías que había escrito un libro? Lleva cuatro meses en la calle. Tienes sentidos increíbles, poderes asombrosos…
-Tal vez quisiera ser ciego a algunas cosas y, entre otras cosas, por eso no te vine a ver antes.

Ella lo entendió. Miedo. Lo malinterpretó. El brillo… no era un reto, era miedo. Miedo de un mundo que él no terminaba de comprender, que aún no podía comprender. Quería que alguien le ayudase. Que lo apreciasen y amasen. Que le enseñasen.

-Vine a decirte que… no supe explicarme… No pude explicártelo.
-¿El qué?
-Que… que si alguna vez había alguien serías tú… pero ya no sé nada… No sé si quiero esto. He perdido mucho y no me he dado por vencido. Era fácil rendirse ¿Sabes? Y se supone que nos dicen que el bien prevalece… Pero ni siquiera sé que es el bien…
-A eso no sé yo si tengo una respuesta… no una que sirva para ti.
-¿Cuándo todo se fue a la mierda?  La gente… no sé… antes me sentía útil… y podía sentirme vivo… y podía entender hasta el funcionamiento de cada cosa en el mundo…
-Y el mundo ha cambiado.
-No… se supone que era como tú decías… Mañana el mundo seguirá allí.
-Y sigue… pero debe seguir con o sin nosotros. Es ley de vida. Siempre temí que cargases con una responsabilidad que no es tuya… y no… no puedes cargar con el dolor de los demás. Aprendí eso cuando me alejé de ti. Me fui de tu lado porque yo también me sentía como tú. No sabía el papel que debía desempeñar en el mundo.
-Sé que no ayuda mucho ahora, pero… Te quiero mucho. Siempre te quise y nunca te di las gracias como merecías.
-Son nuestros actos quienes hablan a los demás. Aun así, de nada.
-¿Recuerdas el chiste que me contabas cuando estaba triste?
-Ah, sí… ¿Qué hace un pájaro de ochenta kilos en una rama?... PIO-PIO.

Él sonrió con cierta amargura, formándose así una sonrisa cercana a esas de las estatuas etruscas que uno puede ver en los museos. Una sonrisa sin mucho más que un intento de parecer digno y alegre sin lograr del todo ambas cosas. Dos grandes lágrimas resbalaron con discreción por sus mejillas. Deslizó su mano en el amplio bolsillo interior de su abrigo y sujetó con ambas manos el libro de ella.

-¿Me… me lo firmarías?
-Claro… pero, entre nosotros, no es tan bueno como la gente llega a creer.
-No importa.

Ella entró en casa un momento, con el libro que él le entregó y, tomando un bolígrafo negro de punta fina, escribió una dedicatoria, para luego regresar y dárselo. Él leyó por encima aquella caligrafía que tantas veces extrañó.

Con mi eterno cariño que solamente  puede tener alguien que intenta alejarse de lo injusto de lo que es vivir.
No olvides que el verdadero héroe no salva vidas, las mejora y las da mayor valor.

-Gracias… Ahora creo que es momento de despedirme.
-¿Despedirte?
-Sí. Volveré a empezar de cero, o al menos, todo lo de cero que se pueda.
-De ser así… te deseo lo mejor.
-Y yo a ti.
-¿A dónde irás?
-No lo sé… y eso es lo divertido ¿No?
-Claro.-Asintió y volvió esa sonrisa que él recordaba.

Se alzó cada vez más en el cielo nocturno. Y… desapareció. Ella se quedó mirando el cielo un buen rato y regresó adentro. Se acostó en silencio y abrazó a su pareja.

El caso es que las cosas no mejoraron inmediatamente pero sí con el tiempo.

Dos meses después de aquella charla en la terraza, nadie se acordaba de aquel hombre que levitó en pleno centro de la ciudad, sin embargo, sí se habló de que Una especie de borrón oscuro había detenido un atraco a un banco, rescatando a seis rehenes y atando con la manguera de incendios del edificio a los tres atracadores.

Ella, al leer la noticia, se reía con cierta mesura y comentó muy bajito algo sobre las cebras y sus rayas, cosa que su pareja no entendió ni quiso tampoco entender porque sabía que ella, muchas veces, pensaba en voz alta. 

Y si ella hubiera sido otra, pensaría que hoy en día, se inventaban nuevos pasos, pero el baile siempre nos atrapaba. Se tienen rituales, creencias, rarezas… que, en muchos casos, son insignificantes, aunque había casos en los que no lo eran tanto. Es importante eso bailar y levitar, pues muchas veces se nos dice categóricamente que no podemos volar, pero nadie nos habla de la importancia de levitar. Bailar y lograr levitar todos los días, pues es importante eso de intentar mantener el equilibrio pese a lo difícil que es tener nuestro lugar…


Pero ella no era otra…