Mostrando entradas con la etiqueta mujeres. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta mujeres. Mostrar todas las entradas

domingo, 14 de febrero de 2016

Sin valentía

Estimado tú:

No tengo ni idea del motivo por el que escribo esto, pero será que necesito hacerlo.
Contigo he pasado del amor al odio, y del odio a la apatía sobre todo lo que forma parte de ti.
Has estado más de veinte años manipulando, con éxito o no, mis pasos. Ahora que me he logrado alejar de ti lo tengo claro: no pienso en volver.

Ahora que he(mos) llegado a este punto, en el fondo nada va a cambiar ya. Irá a peor si acaso, pero por fin estoy libre de tu influjo. Libre de tus inseguridades y miedos estúpidos que acorazabas con bromas absurdas y juicios de valor que minaban mis actos, fueran grandes o pequeños.

"¿Qué haces en Madrid? Ven a verme que te quiero mucho"

"¿Tú has visto las pintas que llevas? Vistes de un modo muy desfasado.

"Hazme caso, eso no te conviene para nada"

Has querido controlar mi vida y yo te dejado. No niego mi parte de culpa en esta situación. Debí haberme dado cuenta antes de lo que estabas haciendo conmigo. En el fondo eres una víctima de ti mismo y cometes los mismos errores que has aprendido de otros pero eso no te da la bula (¿conoces ese término? porque nunca te has molestado en conocer mis creencias ni siquiera en leer más de un libro o dos por gusto) para actuar como has actuado conmigo.

En el fondo eres cruel y ruin a tu manera. Sé que no lo pretendías en muchos casos. Sé que lo hacías porque creías que era lo justo pero un hombre qué cree que cuando una mujer dice no quiere decir que sí, tendría que haber activado todas mis alarmas y haber visto lo que ibas a hacer en adelante (ya cuando dijiste eso llevábamos conociendo ocho años)

Y ahora que se ha caído la venda que tenía en los ojos y que tu control, que veías que se iba debilitando, se ha disipado, puedo decir que no eres ya nadie para mí.

Así es. Ese que se enfadó conmigo porque me iba a una feria con mis amigos y no con él, ese que se mofaba de mí cuando quise dedicarme a la actuación, ese que intenté dejar unas cuatro o cinco veces, ese que siempre quería la atención mía para contar cómo le había ido el día pero que, curiosamente, nunca preguntaba por mi día, ese que me presento a una compañera suya diciendo que era una calientapollas, justamente ese, ya no es nadie.

Por supuesto que tú podrías hacer la réplica y decir que yo he cometido este o aquel error, que yo he hecho aquello o lo de más allá, pero ya te encargabas constantemente de afearme todo lo que yo hacía, así que para mí estás desautorizado para intentar siquiera tener una defensa de los actos que acabo de relatar sin ningún ápice de odio y algunos que no he relatado por pudor más que otra cosa.

Puede que te parezca injusto, pero simplemente hago esto con el fin de sacármelo de dentro de las entrañas, porque ahora que estoy lejos de ti soy consciente de la gran verdad y es que lo que tú has tocado, de algún modo, se ha convertido en mierda pese a tu filosofía maniquea en la que solamente unos pocos se salvan, aquellos que te querían incondicionalmente, aquellos que te soportaban todas las tonterías y ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está esa gente?
Sé que me queda un gran recorrido hasta poder llegar al punto en el que yo vuelva a valorarme como me merezco pero lo voy a lograr porque valgo más de lo que tú nunca has creído. Porque cuando me despedí ti aquella vez dijiste que tú me habías apoyado a la hora escoger mi carrera y no es verdad. Es una idea qué te has esforzado en hacer verdad en tu cabeza. Te miraba entonces que miraba entonces y no te saque de su error porque ya empezó en ese momento a surgir la indiferencia hacia ti y era gastar energías como había hecho anteriormente para ser lo que tú esperabas y que tú en algún momento fue así lo que yo esperaba pero no éramos ninguno de los dos las personas que pensábamos.

Sé que de alguna manera enfermiza tú me has querido y yo te he querido pero, ya te he dicho que ahora ya no siento ningún tipo de cariño. No te deseo ningún mal pero queda un gran recorridos hasta poder llegar al punto en que seas consciente del mal que te haces a ti y a los demás, si es que algún día haces ese examen de conciencia y eres capaz de comprender que no se debe insultar a alguien porque no te quiere Cómo y cuándo quieres.

Soy consciente de que nunca leerás esto pero si en algún momento lo haces quiero desde lo más profundo de mi corazón que entiendas que esto no es en ningún momento un ataque hacia ti solo un modo de decirte No cuando tú entendías que sí.

Allá donde vayas espero que nuestros caminos no se lleguen a cruzar por el bien de ambos.

sábado, 30 de enero de 2016

La cena

Ada se asomó a su ventana. Anocheció hace más de dos horas y oyó como una moto de reparto de algún lugar zumbaba mientras recorría su trayecto.

Se quitó su albornoz- acababa de ducharse.-se puso su vestido de noche negro, se calzó los zapatos y salió de su cuarto con paso pausado.

-Lidia, me voy ya.-Anunció a su compañera de piso, quien leía Los Incursores en el sofá, con las piernas recogidas y la mano apoyada en su mejilla.
-¿mmm?
-Que me voy.-Repitió Ada.
-Ah, bien.- Levantó la vista y sonrío.-Estás muy guapa con eso.
-Me lo creería no lo dijeras con ese tono.
-Es que yo no entiendo eso de regalar una cena. Vamos, en mi cumpleaños no me regales cosas así, por favor te lo pido.
-¡Mira que eres petarda!-Exclamo Ada tras reírse.
-Antes prefiero un huevo Kínder.
-Muy bien. No me esperes despierta. Te quiero.
-Y yo, y yo…

Ada tomó el ascensor. Lidia y ella vivían en un quinto y bajar con sus zapatos era algo que no deseaba hacer.

Llegó a la calle y notó una leve brisa. Llamó a un taxi y una vez dentro, le dio al taxista (un tipo espigado, de cabello castaño, rizado y sucio) la dirección del lugar donde había quedado con Gabriel. Llevaban viéndose los últimos cuatro años y uno podría pensar que eso era una relación de noviazgo, pero siempre dejaron claro que no eran novios, que eran amigos especiales. Por esto mismo, Lidia los llamaba “los no-novios”.

-Ha llamado tu no-novio, que le llames para lo de mañana.
-Se llama Gabriel, ya lo sabes.
-¿Pero a qué si te digo no-novio sabes que hablo de él y no de otro Gabriel?
-Ninguna de las dos conoce otro Gabriel.
-No-novio.-Repetía solemne Lidia.

Tras un par de improperios y una o dos preguntas rápidas del taxista, Ada llegó al lugar. Moore.

Entró y allí estaba él, sentado en una mesa, leyendo la carta. La saludó al verla, se levantó y le dio un beso tierno en los labios.

-¿Llevas mucho esperando?-Preguntó ella al sentar.
-No. Hace unos veinte minutos que cerré la tienda y vine hará como unos seis.

Gabriel era dependiente de una tienda de comics. Bueno, en verdad era socio junto con otro amigo. Es así como conoció a Ada. Por culpa de Lidia. Todo, bueno o malo, era siempre culpa de Lidia. Eso decían los tres. Y con los tres, hablamos de Ada, Gabriel y Lidia.

-No sé qué hago yo aquí…-Confesó Ada al entrar en la tienda por primera vez con Lidia.
-Te he convencido.
-Ya, lo sé, pero digo que… yo no entiendo este sitio.
-Adita, por favor, no hablamos de un Sex Shop… Este sitio es más luminoso, por lo menos.
-Hola, Lidia.-Saludó Gabriel a una de sus clientes habituales.
-Hola, tipo de los tebeos. Te traigo una nueva víctima. Víctima, tipo de los tebeos. Tipo de los tebeos, víctima.
-Me llamo Gabriel.
-Yo Ada.
-¿Tu primera vez?
-¿eh?
-Quiero decir… Que está es tu primera visita a una tienda de comics.
-Ah, sí. Yo era más de Zipi y Zape cuando era niña.
-He intentado explicarle un montón de veces lo de Batman y sus Robins pero nada. No sale de las películas de Christian Bale.
-Me gustó mucho el Joker de esas películas.-Comentó Ada.
-¡Huy, eso es lo peor que le puedes decir a Gabriel! Odia ese Joker.
-¿Por qué?

Y de ahí en adelante…

-Debías ver a todos preguntándome porque llevaba chaqueta y corbata…
-Ay, pobre… te hubiera esperado si el problema era cambiarse de ropa.
-No, no. Está bien.

Gabriel observó su tenedor y llamó a un camarero.

-¿Sí?
-Este tenedor está sucio. ¿Me podría traer otro?
-¿Sucio?
-Sí, como de huevo o no sé bien que.
-Lo siento, señor. Enseguida se lo cambio.

-Un descuido.-Sonrió Ada.
-Seguramente. En fin… ¿Qué tal todo?
-Bien, todo bien.
-Estás muy guapa.
-¿No te parece estúpido esto?
-¿El vestido? No, te queda genial.
-Digo que… Lidia piensa que es estúpido regalar una cena.
-Lidia cree que es estúpido que los humanos no tengamos pies de palmípedo.
-Sí, pero está empezando a convencerme… lo cual me preocupa.
-Ada, me encanta esto, de verdad.
-Gracias. ¿Qué vas a pedir?
-Pues no lo tengo muy…

Un camarero corpulento, de cabello oscuro, se acercó a la mesa.

-Perdonen, pero soy el jefe de camareros. Me han indicado que su tenedor estaba sucio ¿No es así?
-Eh… sí, así es.
-Le pido disculpas.
-No importa, de verdad.
-Para mí si es importante. Esto es intolerable ¿saben? Estos detalles hacen que un cliente regrese o no a nuestro restaurante. Encontraré al responsable de esto y tomaré medidas.
-No, por favor. No deseo causar problemas.
-No los causa, señor. Hablaré con el dueño sobre ello.
-Pero…

El hombre se marchó con cómicamente marcial.

-¿Tú has visto eso?
-Y no me lo creo.-Respondió Ada sin dejar de mirar como ese hombre entraba a la cocina y vociferaba al poco.-Pero, oye, tal vez debiera comprarte algo, además de esto.
-No. ¿Por qué?
-No sé… puede que pienses que no te valoro lo suficiente y no es así.
-Ya lo sé, lo sé, pero no debes preocuparte tú por eso, de verdad que todo…

Un hombre trajeado, con la cabeza rapada y una barbita fina y oscura, apareció.

-Buenas noches, señor. Buenas noches, señorita. Soy el propietario del restaurante. Me han informado de lo sucedido. ¿Me permiten que me siente?
-Sí, es su restaurante.-Indicó Ada.

El hombre se sentó.

-Lo primero, lamento profundamente el incidente del tenedor.
-Oiga, no es tan importante, de verdad que no lo es.-El tono de Gabriel era de extrañeza e incomodidad ante el asunto.-Fue un descuido. Lo entendemos.
-Lo agradezco, pero no puedo excusar algo así. Es una deshonra para mí. He estado durante años intentando que mi restaurante sea uno de los mejores.

Ada no pudo aguantar una risita nerviosa ante las palabras de aquel hombre.

-Verán…-La actitud del dueño del restaurante era la de un hombre que iba a desvelar un gran secreto.-No es solo el restaurante. Atravieso una racha muy mala. Yo y todos, en verdad. El cocinero está en trámites de separación de su esposa. Veinte años de matrimonio… imagínense. No crean que no ponemos esfuerzo en nuestro trabajo. Tengo los mejores hombres y mujeres que encontré. Son buenas personas.

Gabriel no sabía ni que decir.

-Por supuesto, todo lo que pidan corre a cuenta de la casa.
-Gracias…

El dueño se levantó sonriente y regresó a sus quehaceres.  
-Mira, yo he perdido el apetito.
-Y yo. ¿Vamos a tu casa?
-Pero Lidia está…
-Ambos nos morimos por contarle esto.
-Es cierto.

Se sintieron aliviados al salir de aquel local. De camino a casa de Ada, vieron a un adolescente sujetando por las axilas a otro.

-Voy bien. Voy muy bien…
-Yo por si acaso no te suelto.
-No seas ridículo, tío.

-Y pensar que esto no es lo más raro de esta noche.-Bromeó Gabriel.

Cuando llegaron, Lidia estaba cenando en el salón.

-Hola, no-novios ¿Y vuestra increíble cena?

¡Lo que se rio Lidia ante el relato de lo sucedido mientras los tres cenaban juntos! Hizo bromas sobre eso durante días.

Ada prometió a Gabriel que le compensaría por lo del restaurante, que, por cierto, fue noticia días después pero eso no viene al caso.


Y la noche no quedó en silencio en la ciudad. 

miércoles, 23 de diciembre de 2015

¡LÁNZATE!


Querida Gloria, Clara, Maite, Inés, Lorena, Joana, Marina, Helena, Lola y Laura tú:

No me conoces, pero quiero pensar que yo algo te conozco, pero a decir verdad, conforme pasa el tiempo, menos conozco a nadie.

Puede que te preguntes porque te escribo justo a ti… Y es que he visto tu foto varias veces en el día de hoy y he pensado que tal vez tú me fueras a entender un poco, aunque, cada vez que he escrito una carta a alguien no he recibido la respuesta deseada… y hay veces que ninguna respuesta posible.

Hoy he sido víctima de esa sensación que sé que es pasajera. Es como una especie de fiebre que nace como una alegría desmedida, un ímpetu de felicidad, un sentimiento de poder desbordado, de creatividad brutal, de planes, de ideas, de potenciales modos de demostrarme y demostrar a los demás que valgo algo.

Luego se me pasa… en unas horas a decir verdad y empiezan a venir los fantasmas de navidades pasadas a susurrarme cosas.

No vales ni para dar por culo.
No llegarás a esas cosas pues son absurdas.
¡Eres un caradura! ¡Te aprovechas del trabajo de los demás compañeros!

Y desde dentro grito NO. No. Esto no me pasaría si alguien me dijera una sola palabra: Lánzate.

Aquí puede que te encuentres perdida y ese, en el fondo, es uno de los diversos motivos por los que creo que la gente no me llega a entender cuando reciben cartas mías y ya va siendo hora de hacer caso a ese grito. Me debo lanzar. Primero a decirte a ti quien soy.

Una vez fui el futuro de un país que aplaudía el descaro y la genialidad. Nací en 1983 y me críe con hombres disfrazados de mujeres, de creaciones e ideas estrambóticas, con que la realidad era solo una voluta de humo que mis tíos cuando venían de visita a nuestra casa echaban al fumar y al reírse. Yo una vez fui el futuro… y ahora mírame.

Reconozco que hay momentos, años de mi vida que no recuerdo nada más que como una película de esas que pasan por la televisión y ves sin mucho interés. Recuerdo que, desde niño, no era un alumno muy aplicado. Tenía carencias. No era rápido ni con los pies no con las manos, no era hábil y de pronto mis padres hablaban sobre mí cuando traía un dictado con un montón de correcciones en rojo y palabras descorazonadoras que presagiaban lo que pudo ser.  

-Ay, Jose… el niño tiene sus límites.
-No, lo que pasa es que le mimamos demasiado. Si fueras más dura con él. Si no le mimases tanto.

¿Cómo no hacerlo? Era el futuro. El futuro debe ser siempre cuidado.

Al final, enfadados todos porque no tuviera algún tipo de retraso, me exigieron el doble de lo que podía y sabía. Los malos hábitos no se van.

Tal vez las lagunas en mis recuerdos sean un modo de protegerme, como cuando alguien fallecido desaparece, sin quererlo, de los recuerdos que has compartido con esa persona.

El futuro… entonces de niño, el futuro era tener éxito, ser feliz, tener hijos… y no tengo ya nada de eso y voy a cumplir un año más. El futuro. Me rio yo de eso.

 Pero en este viaje hasta aquí, he hecho muchas cosas. Tú seguramente más, muchas más y más reseñables. Cuando uno es torpe, o con problemas de coordinación, pues se basta con poco.

Siempre me gustó el mito de Ícaro. Lo conoces, ¿Verdad? Pues hay gente, yo entre ellos, que lo veía como una lección de humildad: uno vuela hasta donde puede y debe. Pero no. No. La moraleja no es esa. La moraleja es Chaval, no vueles o te quemarás. Volar. Ícaro voló y se rompió todos los huesos en la caída, pero lo logró. Voló. ¿Es por eso que tengo miedo? Una vez me rompieron todos los huesos. No. Una vez no. Muchas. Los huesos y el corazón.

Dicen que los huesos, una vez rotos, se sanan pero los músculos se llegan a entumecer un poco. Con el corazón, ay, es otra cosa. Hace unos pocos años se me hizo una masa de sangre y dolor. Un dolor como una punzada sorda y que te cambia. Ese día, Dios, ¡Qué orgulloso estaría mi padre! Ese día solo lloré una vez y con permiso.

La mujer que más amé. La mujer del chubasquero rojo, la mujer que hacía que la realidad fuera un invento de los mayores, también se rompió. Una y otra vez. Una y otra vez… hasta que no se pudo romper más. Ese día no lloré. La vi convertida en un trozo amarillento de carne, con la lengua fuera como un perro apaleado… y no lloré.

Leí unas palabras y me atropellé, pero… no lloré. Mis hermanos estaban asombrados, puede que asustados, pero estaba frío. Inerte ante los envites de ese día. Ni el nudo de la corbata me molestaba. Solo ante su ataúd, cuando deposité un beso en su helada frente… pude pedir permiso.

-Voy a llorar. Llevo esperando este momento y espero que me lo permitáis.
-Hazlo. No pidas permiso.

Y lloré. Lloré sin poder desfogarme. No como esa vez que lloré de rodillas en la nieve ¿Sabes qué es eso? No lo creo. Lloré… y no tenía motivo real. Y cuando lo tenía… no pude.

Pero, como te dije, me rompieron los huesos muchas veces y con ellos, algunas veces, el alma. No pude recuperarme mucho de eso. Aun hoy renqueo y me doy cuenta que de mí se hizo una mentira. Solamente sé que veré pasar el cadáver de mis enemigos ante mi puerta y entonces, como cuando deposité ese beso en la frente de la mujer que era mi todo, pediré permiso para alegrarme… pero no me lograré desfogar.

¿Es eso? ¿Es el miedo a caer, a que se me vuelvan a romper los huesos y el alma, lo que me impide lanzarme? ¿Es, por otro lado, que no hay nadie que sepa fehacientemente que me ayudará a levantarme y me diga, con la misma sonrisa que he visto hoy en una de tus fotos, No salió como pensamos. Lo volverás a intentar mañana? ¿Qué es?

Porque, posiblemente, pido entelequias, pero creo que es tan humano como intentar volar. Querer llegar a cotas donde antes no estuvieron… pero me da miedo la caída. Sé que es un riesgo que se debe correr… y es duro. Me llevo cayendo mucho…

¿Conoces esa historia de un escritor que le dijo a su mujer que estaba cansado de hacer lo que otros esperaban de él y que su mujer le dijo ¿Vas a dejar que los demás decidan? ¡Lánzate!?  Por hacer caso a su mujer, el mundo cambió y nacieron el primer comic de héroes que marcaría un antes y un después: Fantastic Four. Sí, los mismos de esas terribles y absurdas películas. Ese hombre era Stan Lee.

Tal vez es sólo eso. Necesito alguien a quien contarle todo lo que pienso y siento…

-¡Quiero hacer una nueva novela en donde...!
-¡Lánzate!
-He pensado en escribir y dibujar un comic de…
-¡Lánzate!

Aunque… no te conté algo más. Te dije que pasa cuando uno se sana los huesos pero cuando a uno le licuan el corazón, ese corazón se recubre de un callo extraño, de una coraza, de una armadura. Tanto dolor puede volver loco a alguien ¿Sabes? Aquí estoy, aparentando ser normal cuando desearía gritar al mundo que yo era el futuro, que yo pude volar,  que no es una pose ser como soy, tan despegado, tan frío, tan indiferente, tan tosco, tan crítico,  pues tengo miedo a que me rompan otra vez el corazón pese a que esa coraza callosa está ahí… y, quizás por eso, renuncié a escribir un tiempo porque me creía incapaz de poder escribir con coherencia y algo de acierto… y casi pierdo esto. La capacidad, la fuerza y el arrojo de escribir. Que, como dije una vez, no seré el mejor, pero si el más trabajador. Pero tengo miedo y no tengo ese empuje. Ese empuje de un ¡Lánzate! dicho con el cariño justo y necesario, con la sonrisa, con el cariño, sin pedirme que sea así o asá. Sé bien quien no me dará eso. De ellos no espero nada, pero he cerrado la puerta a muchos para decirme eso. Para decirme ese ¡Lánzate! que necesito que me digan cuando me vean.

¿Pido un imposible? Porque, entre nosotros, odio sentirme muchas veces como lo hago y cuando hoy vi tu foto, ahí, sonriente pensé, necio de mí, Es preciosa. Ojala pudiera conocerla y demostrarle de lo que soy capaz. Y entonces aparece ese miedo, esos fantasmas que te dije. Todo lo que oí sobre mi persona y mis capacidades. Siempre estoy equivocado, pensando que mañana… mañana algo hará que todo cambie… y los cambios son lentos. Solo los necios creen que los cambios son instantáneos.

Y ahora me paro a pensar que no sé porque te escribí a ti todo esto. Lo necesitaba. Eso lo sé. Lo necesitaba.

Aun así, gracias. Gracias por tu tiempo.

Recibe mi cariño, aunque no te conozca bien:

GAA

Querido tú:

¡Lánzate!


lunes, 13 de julio de 2015

Lo mejor de lo peor: Aquellos tebeos que alguien llamó "De niña a mujer"

Hace unos doce años, ideé un tebeo para una revista de un centro donde yo estudiaba. La verdad, no era un gran tebeo y yo pretendía que constase de una sola hoja donde apareciera  el crecimiento de una niña hasta su llegada a la adolescencia. 

 

Pero el que era mi editor, Alejandro Valero,  además de tener el atrevimiento de titular ese tebeo como De niña a mujer exigía que en el siguiente número, volviera a aparecer los susodichos personajes: la chica (de la que nunca se dice su nombre) y sus padres, mostrando algunos de lo9s problemas que la protagonista tenía con el mundo.



Ya pasado el tiempo, intenté plantear probar cosas nuevas y sacar a la chica de la casa. Así es como integré a un par de amigas. La técnica del dibujo mejoró ligeramente, pero todos sabemos que soy mejor escritor que dibujante de tebeos. 



Y al final... acabó todo en este último chiste publicado en 2004, pero mi carpeta de dibujo aun guarda los intentos de otras páginas en donde iban a aparecer nuevos personajes como una hermana menor de la chica o el por qué decidió tirarlo todo por la borda y ser como es... pero así es nuestra amiga E... Ups! Casi se me escapa el nombre.

miércoles, 1 de julio de 2015

Verónica

VERÓNICA

Hoy es su cumpleaños. Hoy es el cumpleaños de Verónica.

Ahora mismo está difuso como la conocí. Yo tendría unos dieciocho o diecinueve años. Yo era un iluso y ella una… no sé lo que era. Han pasado unos trece años - ¡Qué mal número, por Dios!- y cada vez me importa menos, pero hoy es su cumpleaños. Solo a ella se le hubiera ocurrido nacer en Julio
Tenía el cabello negro más magnífico que he visto en mi vida y una sonrisa que me cautivó. Me pasaba las noches hablando con ella, y cuando no era así, habla de ella.  

Ahora pienso que tal vez la agobiase, me tomé licencias con ella, me equivoqué antes de enfilarme hacia un pequeño acierto y eso no va a cambiar.

Me pude dar por vencido. Había muchas señales que me lo indicaban. Huye. Salta y tira del paracaídas, pero ella fue como Circe y yo como Odiseo, salvo que nadie esperaba mi regreso.

-Ven, que toca que te folle.
-¿Eh?
-Sí, coño, hoy te voy a hacer un hombre.
-Para un momento, Verónica. ¿Te crees que me voy a acostar contigo tras cómo me has tratado en estos meses?

Esos ojos color café parecían hervir.

-¿Quieres o no?
-Sí, pero…
-Pues te vienes conmigo.

Ahí mi paracaídas solo fue una mochila llena de platos, cubiertos, un mantel… como esos dibujos animados de toda la vida, pero nadie soltaba carcajadas ante mi descenso.

-Creo que te puedo aprender a querer.-Me confesó unos días después de su arrebato.- A fin de cuentas, tú dices que no pasa nada por quererse y decirse lo que se siente. Ser libres para decir lo que queramos.

Y como no, me dejé engañar por las palabras bien adornadas, pues las llamadas sin responder a su móvil se multiplicaron, sus ausencias eran algo típico, y los paseos hasta su portal eran un trayecto cotidiano. Hasta aquel día que me soltó las diez palabras que equivalían a llegar al suelo y esparcirme en mil partes.

-Creo que me he enamorado de una compañera de mi clase.
-¿Bromeas?
-No, yo con el amor no bromeo.

No, claro, pero con mis sentimientos sí. ¡Valiente cobarde estaba hecha!

-Pero… ¿Es por qué no te gustó hacerlo conmigo?
-¡Ay, Dios! ¡Qué egocéntrico eres! No eres tan especial como te crees.

Va a ser verdad es que me decían: Te va que te den caña. Me atraían las chicas bordes, malvadas, con un punto de mujer fatal de andar por casa… ¡pobre muchacho con tan mal autoestima!

Y un día llegó el silencio.

Es irónico pero yo siempre preferí esa canción que decía:

Vámonos de una vez,
puede que sea el último tren.
Como Tintín, como Phileas Fogg,
una vuelta al mundo, tal vez dos.
Un gran viaje que nos haga aún más grandes,
una aventura inolvidable.[1]

Mientras Verónica cantaba claramente:

No va volver a pasarnos esto 
No quiero ya más de lo mismo 
Y tú eres más de lo que puedo aguantar 
No vas a volver a sentirte único 
Algo especial algo importante 
Búscate alguien que te pueda aguantar[2] 

Pero al final me dejó por un maldito informático. ¡Es de chiste! Soy de chiste.

Se marchó de mi vida antes de que el antiguo régimen de amistades de mi época de adolescencia se marchase o les despidiera sin finiquito, con cobardía, con hartazgo. Pasarían años para que comprendiera lo que era estar al otro lado, en el lado de Verónica y aprendes al final que todo termina por pasar y pocos se quedan, pero esa es otra melodía.

Hoy cumplirá treinta años y he pasado unos cinco o seis años persiguiendo su recuerdo, como Alicia perseguía al Conejo blanco, pero, al final uno debe despertar y dejarse de conejos y setas, de sueños, de maldecir la libertad que te da el curarse de algunas fiebres que te dejaban delirando y diciendo tonterías.  

Maldito calor que se me pega en los recuerdos. Malditos recuerdos que me calientan.







 



[1] Gran turismo de La Habitación Roja incluida en el álbum Nuevos tiempos.
[2] El eje del mal de La Habitación Roja incluida en el mismo álbum. 

domingo, 8 de marzo de 2015

Epílogo de un prólogo

Basta con unos resquicios de luz para que la oscuridad de la noche se difumine. Ciertamente, eso es lo que veo al despertarme. Hoy volví a tener ese sueño de hace tantos años.

Una mujer, que solo reconozco por instinto más que por certeza, se asoma a un paisaje precioso. Sonríe involuntariamente y parece hablar con una voz dulce y tranquilizadora. Creo que me dice que todo cambiará, que debe ser así. Camina despacio por ese lugar verde y luminoso fuera de la enorme y acogedora estancia. Va descalza. Sus ropas son vaporosas y a cada paso parece que levite. La sigo. No deseo perderla. Algo me dice que no me lo puedo permitir. Temo que eche a correr y le digo que no se marche, que no me deje solo. No sé bien porque le pido eso, pero ríe con un tono infantil, lleno de inocencia. Me dice que es hora de que despierte y es en ese momento cuando lo hago.

La anterior vez que soñé eso, hace ya más de veinticinco años, me incorporé sobresaltado y empapado en sudor, pero hoy no. Hoy simplemente abrí los ojos y vi esos resquicios.

Oigo la respiración de mi esposa y como musita palabras en sueños.

La observo antes de levantarme despacio de la cama que comparto con ella. Su cabello azabache recogido en dos coletas, su tenue sonrisa de labios rosados, su nariz respingona… La pobre cree que está perdiendo su encanto. Lo sé de buena tinta.

Hace una semana se miraba al espejo atentamente, en silencio, mientras me vestía. Se observaba con detalle y en cada ángulo posible. Me hacía el despistado, pero era totalmente consciente de cada uno de sus gestos.

-Me estoy haciendo vieja.
-Y yo contigo, amor, y yo contigo.- Me acerqué y le besé el cuello.
-Pero tú has vivido muchas cosas…
-No tantas.
-Claro… Y resulta que estás mitificado ¿no?
-Eso es.

Sonrió como me gustaba y me besó en la mejilla cuando apoyé mi barbilla en su hombro izquierdo y la miré a través del espejo.

-¿Yo por qué te quiero a ti?
-Ni idea. Creo que tiene algo que ver con esos que dicen ser nuestros hijos.
-Míos son. Ya que sean tuyos…

Salgo de la habitación tras haberme vestido en silencio mientras mi esposa duerme. Bostezo en el pasillo y por primera vez en mucho tiempo me doy cuenta del silencio que hay en la casa.

Me dirijo a la cocina y me preparo un café. Me estiro. Noto aun un pequeño sopor y sé que si me hubiera forzado un poco más hubiera podido dormir cuarenta minutos más, pero si lo hiciera me levantaría con dolor de cabeza.
Observo el reloj mientras mi taza de leche se está calentando en el microondas. Las ocho y veinte. Otro bostezo y al estirarme noto como mi vieja herida del hombro derecho se despereza conmigo. Un balazo por intentar salvar la vida a una amiga. Pensé que no lo contaba. No he notado en mi vida un dolor tan agudo y horrible en mucho tiempo y pensé que cuando volviera a ver a la que sería mi mujer, se horrorizaría pero lo que hizo al ver la cicatriz en forma de estrella fue besarla.    

El pitido del microondas me saca de mis recuerdos. Tomó mi taza y echo un chorro largo de café y un poco de edulcorante líquido. El primer sorbo me sabe acido. Nunca haré un café como el que bebí en Oriente. Me resigno a ello.

Llevo mi taza a mi estudio. A oscuras, subo la persiana de esa estancia y poco a poco se ven las numerosas estanterías con mis libros, los marcos y recuerdos que adornan las paredes. Mi mirada se detiene un buen rato en una foto donde se ve a un hombre de cabello negro, aunque entrecano en las sienes y barba arreglada, chaqueta de capitán con anclas doradas en las solapas. Sonreía a la cámara con un gesto irónico.

-Capitán.-le saludo con un movimiento leve de cabeza.

Acarició maquinalmente y con las yemas de mis dedos una vitrina donde descansan una maqueta de un viejo barco mercante, una muñeca de madera con un vestido verde y una bala de rifle que aún conserva restos de sangre ya oscurecida.

Me siento en mi mesa y la silla de oficina, como siempre, cruje levemente. Está ya muy ajada pero me resisto a cambiarla. Terminará por pasarme lo que con las dos anteriores. Crujirá, rugirá, será su canto de cisne y se terminará por romper haciendo que caiga aparatosamente. Recuerdo bien que la última vez que pasó, mi esposa entró acompañada por mi hija mayor. Me observaron extrañadas y yo rompí a reír. Ellas se contagiaron de mis carcajadas y esa silla acabó a la noche frente a los contenedores de basura.

Termino mi café mientras enciendo mi PC. Cuando aparto la mirada del monitor, me fijo en las manchas que se han formado en el plato que puse debajo de mi taza. Parece un curioso mapa de zonas que creí olvidadas, pero que ocupan mis tardes de reflexión.

Creo que hoy va a ser el día. El día que tanto me pidieron mis hijos. Tal vez ya no les importe que su padre les cuente que hizo en esos dos años que no estuvo con su madre. Mi esposa, bendita sea ella, sabe bien todo. Me pidió encarecidamente que le contase que pasó conmigo y tardé casi seis semanas en contárselo.

Me sentó y me lo dejó claro.

-He tenido paciencia contigo, pero sí te importo y me quieres, debes ser sincero conmigo.
-Cierto. ¿Qué quieres saber?
-Todo. No te dejes nada sin contarme.

Y así lo hice. No fue en ese mismo día, fueron en varios y tras escucharme, noté que nos quitamos un peso de encima, tanto ella como yo. Ahí decidí no ocultarle lo importante nunca más. Claro que tengo mis secretos y a decir verdad, más de una persona ha dicho de mí que soy frio y misterioso. No. Soy tímido, aunque no lo parezca.

Y llevo casado con ella más de veinte años. Veinte años y cinco hijos. Sí, cinco. Se pueden sacar las conclusiones que se quiera. Un hombre como yo, egoísta, que en muchos aspectos ha estado al margen de lo establecido por defecto, un pícaro en algunos momentos, un inconsciente en otros, es un esposo y padre.

Mi mirada va a las fotos de mi izquierda, en diversos marcos. Hay una foto de mis tres hijas y mi hijo intentando mantener la compostura cuando les dije que quería fotografiarles y así tenerlos en mi despacho en la facultad. Sí, soy profesor de universidad. Allí, en esa foto, tenían catorce, trece diez y medio y ocho. Me mata la sonrisa de la tercera de mis hijas. Sé lo que estaba pensando. Su padre, ese hombre que le hacía las señoritas van al paso y que se reía como loca, quería tenerla en el colegio de gente mayor, como llamaba a la universidad.

Justamente con ella tengo la única foto que me sacaron en la playa desde que regresé de mis viajes, que hoy pensé que debería relatar. En esa foto, que está en una de las estanterías, frente mis libros de consulta sobre filosofía, aparezco sentado, con camisa de manga corta, con el brazo derecho rodeando a mi tercera hija, que lleva un sombrero de paja que sujeta con su mano derecha. Mi segunda hija aparece abrazada a mi cintura y pone morritos, cosa que nunca entendí.  Los tres miramos a cámara y sonreímos. Allí ellas tenían nueve y siete años.

La más reciente de las fotos de mis hijas es la que nos hicimos al llegar mi última hija a casa desde el hospital. Ahora esa niña tendrá dos años y mis hijos, en esa fotografía, catorce, doce, diez y, mi hijo, ocho. Mi mujer sale preciosa y yo... no soy muy fotogénico, así que dejémoslo.  

Nunca pensé que ser padre fuera algo que te cambie la forma de ver el mundo. Ahora recuerdo lo que me contó mi mujer sobre algo que le pasó a mi tercera hija.

-Según sus profesores, dos niñas mayores que ella, de la clase de Nuria, la empujaron en el patio y la pobre soltó su bollo. Sabes cuánto le gustan los bollos. Pues una de las niñas lo recogió y tu hija pidió que se lo devolvieran.

Da gracias, porque si nos lo comemos es para que no te pongas mala y te mueras por comer cosas del suelo.

Y delante de sus narices se comieron el bollo.
-¿¡Robarle la merienda a una niña de seis años!? ¿¡A que colegio estamos mandando a nuestras hijas!?
-Pues espérate que ahí no termina la cosa. Las descubrieron y las han abierto un expediente. Pero tu hija está convencida de que le vas a echar la bronca por dejar que le quitasen el bollo.
-¿Enserio me lo estás diciendo?
-Cree que fue su culpa.

Fui a verla y cuando se fijó en mí, comenzó a llorar desconsoladamente y a pedirme perdón.

-Corazón, no pasa nada.-La abracé.
-Mamá y tú trabajáis para que no nos falte de nada y yo he dejado que se lleven mi bollo.
-Jimena, por favor, es un bollo. ¡Qué se coman los bollos uno detrás de otro! Yo solo quiero que no te pase nada. Debes ser fuerte ¿Me oyes? La gente hace cosas malas, incluso la gente que es buena. Tú no eres culpable ni de eso ni de otras cosas.
-No quiero ir al colegio más.
-Pero debes hacerlo. Si yo hubiera dejado que el miedo me hubiera vencido, no os tendría a vosotros.

Fue justo ese día cuando les conté mi primer gran viaje. No me arrepiento de haberlo hecho.

Y ahora estoy aquí, pensando en la herencia que les pienso dejar. Deben saber esta historia. Me la piden – o me la pidieron mucho.- y me da que ahora, con mi año sabático, debo hacerlo. Y lo haré solo. Solo empezó todo y fue entonces cuando he llegado a donde llegué.

-¿Hace cuánto que no escribes lo que quieres?-Me preguntó una buena amiga cuando me vi hace unos días con ella.
-No lo sé.-Me encogí de hombros.
-Pues hazlo de una maldita vez.
-Llevo un tiempo pensándolo. Hablé con un colega mío, pero le he llenado tanto la cabeza con mis ideas que ya ni le hablo de eso.
-¿Ideas sobre qué?
-Sobre el segundo viaje.
-¿Es enserio? ¿Vas a escribirlo?
-Puede… no sé…
-Haz lo que te salga del corazón.
-Pero sí tú me has dicho mil veces que te daría vergüenza que cuente lo que te influye a ti.
-Mira, tengo cuarenta y siete años. Me da un poco igual que imagen tengan de mí gente que apenas me conoce. Mi marido y mis hijos saben quién soy. Nada que salga de tu pluma será con mala intención. Te mueres por escribirlo. Lo sé bien.

Sonrío y contemplo la foto de mi amiga. En esa que cuelga cerca de la del capitán, ella tiene veintidós o veintitrés –ahora no recuerdo muy bien.- y la sostengo en brazos. Sonríe con mesura y sus brazos rodean mi cuello, levanta una pierna y su pie desnudo apunta al cielo. Yo llevaba mi chaqueta de capitán que más tarde lograría. Ella una blusa amplia de color blanco y pantalones oscuros. Su cabello es corto, no mucho, pero más de lo que siempre llevó. Tiempos extraños esos.

Ya son las nueve. El reloj de pared de mi estudio me lo anuncia con una suave versión de la melodía de una canción que me recordaba tiempos mejores: bajo la lluvia.

-Va por todos.-Musito y comienzo el viaje una vez más.

Hubo un tiempo en el que todo era diferente a como es ahora, un tiempo en el que, yo,  Guillermo Belmonte, alias Bichejo, alias el escritor, había aprendido muchas cosas sobre el mundo y sobre mí mismo, aunque aún me quedaban muchas más por conocer.

Había visto los errores en ir tras mi novia Gloria, una mujer que me rompió el corazón. Había descubierto que había mundos y seres más allá de los que cualquier hubiera conocido antes.

Parecía mentira que hubiera pasado tanto tiempo desde que conocí a Alicia, a Marina, al padre de ambas… y hubiera cuidado de una niña venida de no sabía bien dónde. Linda. Adoraba a esa niña inquieta. La quería con locura a pesar de saber la verdad sobre ella.  


Y sin saber cómo, pensando todo aquello, decidí encaminarme de nuevo a la casilla donde empezaron muchas cosas…   


lunes, 23 de febrero de 2015

¿Cómo se chasquea una novela?

Mira la ciudad por la ventana de la cafetería y sonríe.

Entre la primera y la última vez que la vi llorar parece que han pasado un par de líneas de un libro, y tal vez así fue. Es más que posible que exista una cuarta pared, pero de lo que estoy seguro es que hay una ventana en la cafetería y ella sonríe. Pasa un hombre con bigote negro y maletín. Se está mojando y la gabardina que lleva me recuerda a las bolsas moteadas de grasa de las churrerías que portan churros y porras los domingos. Se lo digo y ella se ríe ante la ocurrencia. Esperamos a que escampe un poco.

Caminamos hasta la Calle de Costanilla de Los Ángeles, bajando por la calle de las conchas.

-A lo mejor lo que te pasa es que estás sufriendo un bloqueo.-Me dice con cierta tranquilidad.

Sé que no sabe empíricamente lo que es un bloqueo del que escribe. Ella no lo hace como yo. Me pregunto si alguien lo hará como yo o si hasta en eso soy un rara avis, un perro verde.

-No lo sé, Clara, no lo sé…
-No te preocupes. Todo pasa.

Me toma de la mano con sus dedos finos y suaves.

No tardamos en llegar a casa a pesar de habernos parado en mil lugares.

Ella se pone cómoda, yo me siento frente al PC y me propongo escribir. La hoja en blanco se llena de frases y descripciones diversas en cuestión de tres cuartos de horas. Ninguna me convence.

Oigo que Clara ha puesto música y reconozco ese tema.

Vivo en un escenario del tamaño de dos lunas,
voy cuesta abajo por tu cuerpo y ya no tengo cura.
Soy músico de guardia desde la cuna a la tumba,
plantado como una farola al norte, al norte de mis dudas

Prefiero la seguridad que da lo incierto
saber que el tiempo no será jamás mi amigo,
y no me fío de los que a pecho descubierto me vacilan
con una lista de consejos aprendidos.[1]

Me giro y la veo bailando frente a mi puerta. Sé porque lo hace. Intenta animarme. Me vio triste.

-Venga, que estoy toda buena y no lo sabes aprovechar.

Es inevitable que me ría. Me acerco y la beso.

-Habrá días mejores que hoy.

Cuando despierto a la mañana siguiente, la oigo respirar cerca de mí. Aun duerme tan plácidamente que casi me da pena moverme, pero lo hago. Salió el sol entre las negras nubes de un sábado plomizo. Me preparo un café y un par de tostadas. Tengo un Wasap de Roberto. Me pregunta cómo me va y si le acompaño a comprar tabaco al estanco que hay cerca de casa.
Hace cinco meses que terminó con Carolina. La pérdida del bebé que esperaban les marcó mucho. Antes hacían vidas separadas aun viviendo en la misma casa y antes de estar ella embarazada. Antes me rompía la cabeza intentando entenderlo. Hoy no. Hoy intento vivir mi vida como me place y tener la relación que me plazca con mi pareja. Carolina regresó a Valencia con sus padres y él, incapaz de seguir viviendo en el piso donde estaban, regresó a casa de sus padres.

Le respondo que lo más posiblemente es que sí le acompañe pero que hablaremos.

Ni me molesto en encender el PC. No tengo ganas ni fuerzas para escribir. Me pongo a repasar las mujeres que han pasado por mi vida y la relación que tuve con algunos de mis amigos. Imagino que Daniel seguirá enganchado a la mariguana. Casi me involucra en sus asuntos la última vez que lo vi, hace cosa de ocho años. No pasé más miedo en mi vida pese a que a Clara se lo cuento con un tono de humor y ella se ríe a carcajadas y algunas veces me pide que se lo cuente. Se lo habrá contado unas cuarenta veces y siempre cambio algo de mi relato, cosas que ella me corrige en forma de pregunta.

¿Pero no fuisteis al cine? ¿Pero no estaba también Pedro, el amigo de Daniel? ¿Pero al tipo que te reconoció no le llamaban el pelos? ¿Pero la policía no buscaba a un hombre que había matado a su mujer y a su amante? ¿Pero tú no tenías que tomar un tren a las doce de la mañana?

Clara se levanta y en mitad de un bostezo disimulado me da los buenos días y me pregunta que voy a hacer.

-Iré a ver a Roberto.
-Pues si sales compra pan y leche. Nos queda para ahora pero poco más.
-A la tarde hemos quedado con mis hermanos.
-Lo sé, lo sé. Te mueres por ver a tus sobrinos. Yo he quedado con mi alto y apuesto amante para comer y para lo que se nos presente.
-Muy graciosa, Clarita.

Me da un beso en la mejilla.

Cuando llego al estanco, Roberto ya está allí. Habla con alguien por el móvil y por el tono me imagino con quien.

-Perdona. Es que…
-Ni te preocupes. ¿Entramos a por tu tabaco?

Asiente y tras haber sido atendidos, me explica que no tiene muy claro quién es, que tiene una crisis de identidad pronunciada. Que todo se le ha desmoronado en poco tiempo. Yo solo le miro y me doy cuenta que él y yo, pese a habernos conocido desde la niñez, nunca hemos hablado de literatura. Sé bien que él lee poco o nada.

-La echo mucho de menos, tío.
-Lo sé.
-Me hubiera casado con ella…

Eso lo dijo con otras mujeres de su vida. Con Ángeles, con Lucia, con Natalia… 

-Lo sé.

No tardamos en despedirnos a la altura de Galileo y de regreso a casa, me propongo a describir lo que va pasando en mi paseo. Un señor mayor con bastón y gafas ahumadas, unas chicas jóvenes riéndose de alguna ocurrencia, un hombre que huele a alcohol y grita al hablar, un coche de policía que tiene la sirena puesta por la calle San Leonardo…

Entro en el portal de mi casa y noto que empieza a llover.

-Usted siempre llegando a tiempo.-Bromea Crispín, el portero.
-Se ve que sí.

Como con Clara y a media tarde, ya estamos en un autobús camino a casa de mi hermana.

-Lástima que llovió. Me hubiera gustado ir en moto.
 -Siempre te niegas a conducirla y optas por ir de paquete.
-Copiloto. Paquete suena tan feo…

Escoger bien las palabras. Un misterio si esa lección te la daba el Doctor Guillermo Sarmiento, uno de mis profesores en la facultad. Siempre decía que los autores del Cid y el Lazarillo sabían usar con detalle el lenguaje y después nos decía que nosotros no sabíamos redactar como Dios mandaba.

-Ahora voy a tener que ser leísta y loísta porque este tío imbécil no sabe escribir.-Clamaba algún compañero.  

Llegamos a casa de mi hermano. Sabemos que lo más seguro es que terminemos quedándonos a cenar. Mis cuatro sobrinos me abordan de un modo desordenado y les veo correr y soltar risas y gritos, cada poco tiempo, inventando juegos que yo no entiendo. Arturo, uno de mis sobrinos, tira de la manga de Clara y le muestra un dibujo para ella. Le explica que es y Clara lo abraza y le dice lo mucho que le gusta.

Hace menos de dos meses les enseñé a él y a su hermano Alfonso como se chasquean los dedos.

-Usando tu mano dominante, presiona la yema del dedo pulgar firmemente contra la yema del dedo medio. Debe haber suficiente presión como para hacer que las puntas de tus dedos se pongan un poco rojas.
-¿Y luego?
-Desliza tu pulgar hacia tu dedo índice y al mismo tiempo desliza tu dedo medio hacia la palma de la mano, manteniendo la misma cantidad de presión hasta que tu dedo medio se deslice rápidamente pasando por todo el pulgar y choque con la palma de la mano produciendo el sonido del chasquido. El dedo medio deberá golpear la base carnosa del pulgar. Entonces suena.

¿Y cómo se escribe una novela?

La verdad es que eso, como chasquear los dedos, lo aprendí casi por instinto. Lo aprendí con la práctica, con la lectura, con la investigación. Aun hoy me deben corregir cosas de estilo y de construcción.

-Pones un guion al empezar un dialogo, no al final a no ser que hagas una aclaración, cosa que es muy común en los textos de literatura infantil o juvenil.
-Y más si vienes del cómic.
-A yo de eso poco sé. Soy experta en literatura femenina, ya sabes…
-Pero algún cómic leíste, ¿no?
-Sí, sí, el Maus.
-Yo ese me lo leí en una tarde.
-¡Vaya empacho!
-Odiaba mi módulo de informática y deseaba retos intelectuales. No sé, programar en C++ es tan tedioso… y más cuando te lo da una profesora odiosa.
-¿Esa que quedó tocada al romperse la cadera en un accidente doméstico?
-Sí, esa misma. ¿Te he hablado alguna vez de mis teorías sobre el karma?

Allí, cursando ese módulo, gané un concurso de relatos y empecé una primitiva versión de mi segunda novela, que no la primera, la primera como primera que es, duerme la siesta en un cajón.  Traicioné mis deseos conviviendo con aquellos compañeros que, de un modo irónico, se asemejaban a los yahoo de Swift. Traicioné mis ideales intelectuales por no aceptar la verdad. Tal vez fuera porque al morir Manuel todo cambió. Era un aprendiz sin maestro y olvidé que yo estaba en la vida para ser algún día maestro de alguien.

En el autobús de regreso, Clara se duerme. Yo ni me molesto en ver a los viajeros y describirlos como diversión. No. Me dedico a mirar el paisaje nocturno de ese Madrid olvidado para muchos. Es una mujer. La cuidad es una mujer. Era mi novia antes de mis novias. Ella era diferente a cada hora de los días, cada día de la semana, cada mes del año… Ha refrescado.

Noto un vuelco en el corazón cuando el domingo me entero de algo que Clara nunca me dijo. Escribió una novela. Una novela… Ahora sí me he caído de mi caballo, señores.

-Me tomaste por tonta todo este tiempo y ya ves.
-Pero…
-No haces algo tan difícil, corazón.
-Pero… Me has mentido.
-¿Ah, sí? ¿Me has preguntado si escribí novelas? Hola, soy escritor y me molas. ¿Quieres salir conmigo? Ah, por cierto… ¿Has escrito novelas que yo no sepa?
-Pero…

Me siento extrañamente dolido. ¿Qué soy yo ahora? Lo peor es que deseo leer su novela. Una parte de mí desea leerla pero… ¡Clara ha escrito una novela! 

Digo que debo salir y tomar el aire.

-¿Ahora?
-Ahora.
-No, no, no. ¡No huyas ahora así como así!
-No huyo… solo…
-Sí lo sé me lo callo.

Acabo vagabundeando por Opera. Veo las tiendas llenas de turistas y es como si todos fueran a cámara lenta. Clara… estoy acostumbrado a que otros me superen. Félix, Vicente, Julio, Almudena… Pero Clara no. Clara es Clara. Clara es el papel de mi pluma, no a la inversa. La miraba y era la inspiración. Sabía que era sentir, sabía que era ser humano, sabía… que no siempre era un bueno para nada.

Sé que pasará cuando llegue a casa.

Entraré y ella saldrá de donde esté al pasillo, me mirará y le devolveré la mirada.

-No me pienso disculpar. No hice nada malo.
-Lo sé, pero me has robado mi identidad.
-Ese es tu problema. Mira, no soporto tus bajadas y subidas. Me agotas. Supera tus inseguridades. Cuando lo hagas, me llamas.
-¿A dónde te vas?
-Te vas tú, yo me quedo aquí.
-Clara…
-¡Qué te vayas! ¡Encima debo sentirme mal por tu culpa! ¡Anda ya! ¡Vete a donde te apetezca pero olvídate de mí!

Sí… Eso es muy probable.

¿Y sí es como lo que Roberto me dijo un día? ¿Y si Clara, como él, quiso intentar a escribir la novela que llevaba dentro? Aunque imagino que la de Clara no hablará de un futuro extraño y con naves interestelares.

Entro en el portal. El portero no se asoma. Seguro que estará en la sierra con su familia.

Meto la llave en mi cerradura, abro despacio y dejó mis llaves en el platillo que porta ese Goofy de cartón piedra de tamaño real y vestido de mayordomo.

Clara me mira desde el umbral de la puerta del salón. Parece haber llorado. Bien, aquí viene la tormenta…

No dice nada, me abraza y noto el perfume de su champú en su cabello. La estrecho contra mí.

Chasqueo la lengua al hablar.

-No importa. Ya sabes como soy. Perdóname. No has hecho nada malo, soy yo que soy imbécil. Soy un desastre que escribe y si no puedo ni hacer eso bien…

Alza la mirada y su gesto es de aquel que ve algo sin entenderlo.

-¿De verdad crees que solo eres líneas y páginas? Yo no estoy contigo por eso. Estoy contigo porque de todo lo que hay suelto por el mundo, eres de lo mejor. No eres perfecto, pero mírame. Soy bajita, tengo escoliosis y alergia a los gatos. Soy como cualquiera y tú igual, pero hoy día no te cambio por nada.

Me propone ir al Rastro. Aún es pronto. Son las 12.46. Estará atestado pero quedándonos por la Puerta de Toledo no pasará nada. A la tarde estamos tranquilos en casa.

Como no, Clara se duerme en el sofá, con la manta enredada entre las piernas. Hace mucho que terminó la película que pusimos y apagué la tele. Anochece y yo me dirijo a mi PC, lo enciendo y comienzo a escribir sin saber bien a donde me llevará lo que haga.

Mira la ciudad por la ventana de la cafetería y sonríe.





[1] Músico De Guardia de Quique González canción incluida dentro de su disco de música titulado Personal