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viernes, 14 de abril de 2017

AMALGAMA

Amalgama.
Del b. lat. amalgama.

1. f. Unión o mezcla de cosas de naturaleza contraria o distinta.

2. f. Quím. Aleación de mercurio con otro u otros metales, como oro, plata, etc., generalmente sólida o casi líquida.


Comisaría de Policía DE CHARMARTÍN, Madrid, ABRIL DE 1996

Orlando no tenía una vida sencilla. Era algo que se veía a la legua. Con sólo trece años era carterista, ladrón de poca monta que había dado algún golpe en joyerías, todo un perla como se dice comúnmente. Tenía cierto encanto innato y algo más…

Pero ahí estaba, con varios moratones, con un algodón en la nariz y esposado en aquella sala de interrogatorios. Nunca entendió como dejaron a aquel hombre entrar en esa sala. Era un hombre de cabello castaño oscuro, ojos pardos, mentón romano y bien vestido. No era un policía. Algo le decía que no.

-Hola. En menudo lío te has metido.

Orlando no dijo nada. Sólo observaba a aquel hombre que portaba una sonrisa fraternal.

-Te llamas Orlando ¿No es así?
-Sí…
-¿Tienes padres? ¿Hermanos?
-No…
-Así que te cuidas tú sólo.
-Tengo amigos.
-Cómplices.
-Llámelos como le salga del cu…
-¡Cuida tu lenguaje, jovencito!
-¿O qué? ¿Me dará unos azotes? ¿Me lavará la boca con jabón?
-¿Desde cuándo los tienes?

Orlando no respondió.

-Sabes bien de lo que te hablo. No creo que un chaval de trece años pueda escapar de la policía tan rápido… ni romper tres costillas a un agente así como así. Por lo tanto, te lo voy a preguntar otra vez: ¿Desde cuándo los tienes?
-Desde hace ocho meses…-Respondió tras unos minutos en absoluto silencio
-Y no los comprendes ¿Cierto? Claro que no. Muy pocos los comprenden.
-¡Yo puedo comprender más cosas de las que piensa usted!
-¿De verdad? Por eso tienes moratones y golpes por todo el cuerpo.
-Esto me lo hicieron los puñeteros pitufos de mierda.
-¡Ya te dije que controles tu lengua!
-¡No me sale de los huevos!

Aquel hombre le propinó un bofetón a Orlando que le dejó enrojecida la cara.

-Escúchame bien. Para el resto eres un maldito ladrón, un joven delincuente que acabará sus días en un correccional o en la cárcel. ¿Quieres eso, chico listo? ¿Eso buscas?
-Tal vez es lo que merezco.
-¿Y desaprovechar tu potencial?
-A nadie le importa eso.
-A mí sí, pero si deseas ser alguien, debes prepararte.
-¿Qué es usted? ¿Una especie de mecenas de los niños de la calle?
-Soy tu esperanza de ser algo más, Orlando. De poder hacer algo mejor con lo que se te ha dado.
-¿Y cómo sabe que me interesa su propuesta?    
-Porque veo el miedo en tus ojos.
-¿Qué pasa? ¿Qué no le funciona el pito para engendrar hijos?
-No es eso. Tengo una hija de doce años y hace poco me he casado.
-Enhorabuena. Perdóneme, pero me he dejado mi vajilla de plata para regalar en mi casa de campo.

El hombre rompió a reír.

-¿Te interesa entonces?
-¿Qué me adopte? No sé…
-Es eso o el correccional.

Orlando miró sus muñecas esposadas y asintió.

-Si me puede ayudar a entender mis poderes, sí…
-Perfecto. Me llamo Rodrigo Calatayud.

UNIVERSIDAD M. CAMARERO, MADRID, JUNIO DE 2009

-Enhorabuena, muchacho.-Rodrigo Calatayud estrechó entre sus brazos a Orlando por su reciente graduación en la universidad.-Estoy tan orgulloso de ti…
-Gracias, señor. Todo se lo debo a usted.

Clara se acercó a él. Era una chica de unos veinticuatro, de cabello castaño oscuro y ondulado y ojos pardos.

-Pecosa.-La abrazó.
-Doctora pecosa, para ti.
-¡Huy, sí! ¡Que se nos doctora la niña hermosa! No podía ser menos que su papaíto.
-Juntos haréis grandes cosas.-Indicó Rodrigo.-Mientras tanto, lo mejor es que celebremos este momento.

Sandra, la esposa de Rodrigo, sonrió al verlos acercarse a donde ella y Sofía, una niña de 11 años, les esperaban. Sofía corrió hacia Orlando.

-¡Estás muy guapo con ese traje!
-Gracias, Sofí.
-Ah, ¿Y yo no estoy guapo?-Sonrió Rodrigo.
-Tú llevas traje muchas veces, él no.
-No, él lleva esas horribles camisetas con superhéroes musculados y tías siliconadas.-Apuntó Clara.
-Y las cazadoras raídas.-añadió Sofía.
-Tampoco te olvides de los pantalones…
-Vale, ya sé que no soy un tipo elegante, pero soy muy atractivo.

Clara soltó una carcajada.

-¿Lo dudas?

Sandra también abrazó a Orlando para luego felicitarle.

-No es tan importante terminar una carrera con veintiséis años.
-Para nosotros es más que eso.-el señor Calatayud posó su mano en el hombro de su ahijado.-Es el momento en el que tú y Clara por fin estáis a punto de lograr algo muy digno por esta ciudad.
-Ni que la fuéramos a salvar de todo mal…
-Tiempo al tiempo.-Sonrió Clara.

Orlando recordó entonces la suerte que tuvo. Tenía una familia. Una de verdad. Que le apoyaba, que le quería, que le respaldaba. Haber crecido con Clara y con Sofía era en sí un regalo.

Aún recordaba cuando conoció a Clara…

-¿De verdad eras de los malos?
-¿De los malos?
-Sí, de los que atracan, roban, pegan a la gente…

Esa niña de pecas y trenzas le observaba con esos ojos pardos, llenos de miedo.

-Pues ya no lo deberás hacer. Voy a ser tu hermana y te voy a ayudar a ser buen chico…. Si quieres, claro.

Orlando pensaba que aquellas palabras eran ridículas y cursis, pero evitó ofender a esa niña.

-Gracias.
-Tengo Boomers de manzana acida ¿Quieres?
-Sí. Me encantan.

Y esa tarde se graduó… hacía una vida de aquello. De los chicles de manzana acida, de acceder a jugar a cosas absurdas con Clara, de aprender a no decir tacos y a usar bien sus poderes, de velar por Clara y de Sofía, quien dio sus primeros pasos al intentar llegar a él…

Era parte de aquello.

-¿Qué piensas?-Preguntó Clara cuando se acercó al balcón de la casa familiar donde estaba Orlando apoyado en la balaustrada.
-En que le debo mucho a tu padre, a Sandra… a ti.
-A mí no me debes nada, Orlando. Lo hice porque quería y porque me caías bien. Siempre con el ceño fruncido, taciturno y preocupado de no soltar una palabrota.
-Y ya me ves…
-Ya te veo. Eres otro.
-Sí, otro al que se le viene una encima…
-No seas tan negativo. Esto puede ser cojonudo.

Orlando no pudo evitar reírse al oír a Clara decir aquello.

HOGAR DE LOS CALATAYUD, MADRID, SEPTIEMBRE DE 2010

-Pude haberlo evitado.-Se lamentó Orlando.

Llevaba cuatro meses siendo un héroe. Siendo el Aviador. Salvando gente. Deteniendo a criminales… y dejó que unos atracadores pegasen tres tiros a Rodrigo. No estaba. No le pudo salvar, pero no paraba de decírselo. Debió haberlo evitado.

Clara no habló en todo el día. Sólo respondía con monosílabos y lloraba en silencio. Héctor, su novio, no se separaba de ella, pero allí, a solas, sentada en un sofá tras enterrar a su padre, Clara oyó las palabras de Orlando y no dijo nada… solo negó.

-No. No pudiste evitarlo.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque no puedes salvar a todos, Orlando. Por eso.
-Pero debí…
-¡No!-Rugió.- ¡No te atrevas a decirlo otra vez!
-Clara…

Clara se abrazó a Orlando y lloró. Lloró amargamente.

-Le dije que me presionaba mucho, que yo no era él… y ahora está muerto. Si le hubiera dicho que valoraba tanto lo que hacía por mí…
-Ya lo sabía. Sabía que lo querías y él te adoraba. Eras su debilidad. Tú y Sofía. Atraparemos a esos indeseables.
-Cuando lo hagas… quiero que sufran.
-Pecosa, no te dejes llevar por la rabia.
-Quiero que sufran, Orlando. Y mucho.

Justo en esa habitación donde estaban, apareció de modo temeroso una chica negra de unos veinticinco años, de pelo rizado y negro, ojos color café y aspecto alegre, pese a que en ese momento parecía verdaderamente triste.

-Perdonad que os moleste, pero…
-No pasa nada.-Esbozó una sonrisa Orlando.- ¿Qué pasa?
-Pues… eh… bueno… yo… eh… lo primero, daros el pésame. Vuestro padre era un gran hombre, el mejor y… eh… lo segundo que… que… en fin, con la muerte de mi jefe, del señor Calatayud, pues…

Clara parecía atravesar con la mirada a la pobre chica.

-Eh… que… Quiero ayudaros. Quiero formar parte del equipo Aviador. Os voy a ayudar en todo. De verdad. Cien por cien leal y de fiar.
-Por mí bien.-Accedió Orlando.

Clara sólo asintió. Antes le hubiera dado las gracias y hubiera sonreído, pero desde aquel día, sonreía muy poco. Se murió la sonrisa y el atrevimiento entonces.

Algún lugar de Madrid, enero de 2011

Orlando, con su traje de Aviador, sujetaba por el cuello a aquel hombre que había estado meses persiguiendo. Jerónimo Aldanza. Un hombre de cincuenta y seis años, de cabello castaño oscuro, ojos azules tras esas lentes redondas… El hombre que ordenó que asesinaran a Rodrigo Calatayud.  

-¿Y ahora qué? ¿Me vas a matar?
-Es tentador.
-¡Hazlo!-Ordenó Clara por el comunicador.- ¡Me prometiste que sufriría!
-Pobre muchacho huérfano. Matarme no va a devolver a tu padre adoptivo. Sí… lo sé todo. Sé más de lo que crees. Tu alma se perdería si me matases y si me mandas a prisión, todos lo sabrán. Sabrán quién eres y no podrás proteger a quienes quieres.
-Eres un maniaco.
-¿De verdad? ¿Y me lo dice un tipo disfrazado de piloto antiguo? Yo soy un mal necesario.

Orlando observó a aquel individuo. Meses buscándolo. Meses y ahora… podía vengar a su padre adoptivo. Podría darle su merecido a ese hombre que sólo deseaba castigar al padre de Clara y Sofía por no acceder a sus exigencias. No colaborar con él para crear algo que Orlando ni quiso ni supo entender.

-Te equivocas conmigo.-Dijo al fin soltando a Jerónimo.-No me importas.
-¿¡Qué!? ¡No, Orlando! ¡Debes…!-Protestó Clara.
-No vas a arrastrarme a mí ni a los que me importan a tu juego. Matarte no es justicia. Quédate afónico diciendo quién soy… no eres nada para mí.

Jerónimo no dijo nada, pero su rostro se descompuso al oír a Orlando.

-¡Soy tu mayor antagonista! ¡Te he vencido! ¡Soy Jerónimo Aldanza! ¡El mayor genio criminal!
-Menuda mierda de antagonista eres. Nadie te recordará. Yo no te recordaré. Mi padre adoptivo se sacrificó por protegerme. Eso sí es digno de recordar.

Jerónimo tomó una pistola y apuntó a Orlando.

-¡No te atrevas a ridiculizarme! ¡Rodrigo también lo hizo! ¡Por eso lo tuve que matar!

Orlando mantuvo la mirada a su rival y escupió en el suelo antes de salir  del despacho de Aldanza. No tardó en oír un disparo. Había matado las esperanzas de un hombre y ese era el único crimen del que pensaba responder.

-Ahí tienes tu venganza, pecosa… ¿Mereció la pena?

Clara no respondió.

Parroquia San Antonio de Cuatro Caminos, MADRID, Marzo DE 2011

-Hacía mucho que no te veía por aquí.-Dijo a modo de saludo aquel cura menudo de sesenta y dos años, de cabello gris, ojos verdes y nariz chata al ver a Orlando, allí, de pie, observando el recinto que visitó alguna vez de niño.
-He estado muy lejos de Dios. No me extrañaría que no fuera su hijo predilecto, padre Orfeo.
-El Amor no es envidioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor.-Respondió el cura.-Tal vez te vendría bien hablar con alguien que pueda entenderte.
-Sí, me vendría de lujo, sobretodo porque he perdido mi fe en mí mismo.
-¿Y cómo es posible eso, hijo mío?
-Pude salvar a la persona que más hizo por mí en este mundo y no lo logré. Mis actos trajeron daño a los que me importan.
-Me temo que si no te perdonas tú primero, nadie más podrá. Recuerda que el débil nunca puede perdonar. El perdón es el atributo de los fuertes.
-¿Eso es de San Juan?
-No. Gandhi.
-¿Y si fue yo un débil?
-¿Alguien cómo tú débil? No, Orlando. No lo eres. Has logrado tantas cosas, que me extraña que el chico que intentó robar el cepillo de esta casa tantas veces no pueda ver al buen hombre que hoy es. Tienes una familia, gente que igual que tú ha perdido algo muy valioso. Necesitan tu amor tanto como tú necesitas el suyo. No les abandones. Respeta lo que has logrado y lo que haces por los demás.
-Gracias, padre.
-Sabes que mi puerta está abierta siempre que necesites hablar.

Orlando suspiró y echó un último vistazo al Cristo que había allí antes de retirarse.

A la noche le dolía la cabeza de tanto pensar, pero tenía muy claras ciertas cosas. Clara y él apenas hablaban de lo que sucedió con Aldanza, pero igual que le prometió a ella que haría sufrir al culpable, prometió otra cosa más importante a Sandra y a Sofía: Les diría quién lo hizo y le demostraría que ellos eran mejores.

-Ahora ya se acabó.-Confesó Sandra al recibir la noticia.
-Así es…
-Gracias, Orlando. Gracias por cumplir tu palabra. Rodrigo estaría muy orgulloso de ti. Yo lo estoy.
-¿Estarás bien? -Preguntó Sofía.

Orlando no respondió, simplemente le depositó un suave beso en la frente.

Pero con Clara no fue tan sencillo… tal vez porque ella se sentía culpable por pedir venganza, tal vez porque al tener lo que en cierto modo esperaba, descubrió que la herida seguía abierta. Le importaba. Era muchas cosas para Orlando. Muchas y muy transcendentales en su vida.

Así que no era de extrañar que alguien diera unos suaves golpes al cristal de la ventana que daba al salón del piso de Clara. Esta no tardó en abrir y ahí estaba él. Orlando llevaba en su mano derecha una bolsa de papel con comida que traía de uno de los lugares favoritos de Clara.

-Hola, ¿Sale Clara a cenar?
-¿Qué haces aquí?
-Ya lo dije: Cenar contigo.
-No estoy de humor…

Él descendió y abrazó a su hermana adoptiva.

-Orlando, ¿Qué se supone que haces ahora?
-Pegar los trocitos que tienes rotos, como hacías tú conmigo de niños.
-No, por favor… no me hagas esto…
-A mí tampoco me agradaba, pero luego te acostumbras.
-Eres idiota.-Sonrió ella tras caérsele dos grandes lágrimas de sus ojos.
-Por eso estás tú en mi vida, para velar por mí.
-No soy muy de fiar.

-Nadie lo es siempre, Clara. Nadie. No importa lo demás, sólo el aquí y el ahora, así que vamos a cenar y después, veremos que nos depara la Fortuna.  



viernes, 13 de enero de 2017

Querida mía

Cada año desde que empecé este blog, he escrito algo para mi cumpleaños, por eso hoy os traigo algo que encontré en una estación de metro de Madrid[1],  dentro un sobre, esta carta que guardé durante mucho tiempo en una de mis carpetas. Hoy la encontré y me pareció tan bonita, que decidí transcribirla:   






Querida mía:

Sé que no te escribo desde… nunca. Nunca te he escrito. Es así. No te escribí nunca pero veo el montón de papeles de distinto tamaño y color en mi lado derecho de la mesa de estudio y me acuerdo de las veces que me prometí comenzar una novela o un cuento incluso, y sin embargo, te estoy escribiendo esta carta.

¿Te dije que hoy paseé por Madrid? No, sé que no. Pues lo hice, pero ¿Y eso que importa? Tal vez para decirte que hoy vi atardecer en plena Plaza de España y me pareció algo bello. Mírame, siendo cursi cuando no soy nada natural. ¿Te acuerdas cuando me pasaba la vida sonriendo? Pues ya no lo hago y lo sé por como la gente observa mi gesto. Mi rostro debe transmitir esa inconformidad. La inconformidad de alguien que ve poco viable que hoy día alguien me vea de otro modo que como un transeúnte que pasa por una calle.

Y es acojonante increíble, pero aún recuerdo aquel día gris donde el frio se nos metía hasta el tuétano, y te prometí que no te pensaba dejar sola. Fue antes de Sofía. Recuerdo bien que no parabas de hablarme y de decirme las cosas más dispares que se te pasaban por la cabeza. Sigo pensando que tú estabas más enamorada de mí que yo de ti… y pese a eso, has sido tú la que te fuiste, tal vez harta de mí, tal vez harta de Sofía.

Con que claridad te veo discutiendo conmigo en la cama sobre la educación de Sofía.  Tú me reprendías sobre lo duro que era con ella, que solo tenía siete años, que yo no veía normal que escuchase música que hablaba de felaciones, de sodomía, de violencia… Tú reías y decías que ella no entendía nada más que las palabrotas, pero eso no me calmaba…. Y hoy no estás.

Me costó mucho explicar a Sofía – y a mí también.- que una buena mañana habías vaciado tus cajones y te fuiste. ¿Era culpa mía? Sofía estaba convencida de que era culpa de ella y me juró que nunca más me disgustaría para que yo tampoco me fuera. Me quedé con ella siempre. Siempre que me necesitó. No la dejé cuando la pillaron robando en un centro comercial, no la dejé cuando le tuve que explicar que le pasaba cada cierto tiempo y que eso era parte de ser mujer, no la dejé cuando llegaba tarde a casa tarde y sin avisarme. No la dejé, la eduqué.

¿Y sabes qué es lo que peor llevo? Que se parezca tanto físicamente a ti, que algunas veces no pare de hablar y de decirme las cosas más dispares que se le pasaban por la cabeza.

Dentro de muy poco, nuestra Sofía va a terminar su carrera. Este ha sido uno de sus peores años a nivel personal, pues ha roto con ese novio tan chulito que se echó hace cosa de tres años. La dejó por otra chica, según sé. Para postre, vino llorando hace cosa de tres meses, jurándome que te vio en pleno Antón Martín, que se acercó a ti y te dijo quién era… y tú dijiste que no conocías a ninguna Sofía. Tal vez no fueras tú o tal vez seas una cobarde que niega las cosas cuando son muy evidentes. Me dijo que era como si le hubieran arrancado el corazón de golpe, que se volvía a replantear si de verdad no te fuiste por su culpa. Yo no le dije nada, solo la abracé. Fue después cuando hablamos hasta altas horas de la noche, sobre ella, sobre mí, sobre ti, sobre la vida misma…

Y mira que cosas, el tipo duro, el que no estaba tan enamorado, el que mira de mala manera a la gente en la calle, pierde el culo se desvive por Sofía. Es lo que me queda de ti. Desde el primer llanto hasta aquí, hay una vida que he visto poco a poco.

Ella es mi obra. Nuestra obra si lo prefieres.

Allí donde estés, sea Antón Martín, Franco Rodríguez o Reina Victoria, sea donde sea… espero que estés bien y seas feliz, porque yo ya lo soy.

Tuyo siempre:
Tu esposo y padre de Sofía.  

[1] Yo siempre pensé que la encontré en la estación de metro de Puerta de Toledo, pero como la carta habla de Antón Martín o Reina Victoria, he de suponer que debí encontrarla en alguna de las estaciones de línea 1, 2 o la circular.      

viernes, 30 de diciembre de 2016

EL IDIOTA QUE SE PUSO A ESCRIBIR ESTO

QUERIDA TÚ:

No espero que esta carta te llegue, puesto que ni te la estoy mandando en verdad. Es un vomito en un papel. Eso es.

Hace mucho que no sé nada de ti y la verdad es que eso es así porque pusiste muros alrededor de lo que es tu propia vida, tu ciudad de esmeraldas.

Yo por mi parte, aquí estoy. Me sigo preguntando muchas cosas, no como antes. No con un tono de deseo de ser aceptado por alguien que ya ni conozco. Es así. Antes te conocí un poco, solo un poco y ahora somos las sombras de dos extraños.

Quise por todos los medios enamorarme de ti y logre enemistarme contigo. Enemistarme no por mi parte, porque ya ves tú… no te deseo mal alguno, ni propio ni ajeno. Enemistados porque es lo que pensaste que podía salvarte de mí y de mis sobrecargados actos de cariño. Sí, fui cargante y ahora soy lo que hoy soy.

No me extraña el hecho de que nos hubiéramos visto en algún lugar. Yo no paro quieto de un punto a otro de Madrid explorando, viendo, conociendo. Seguro que o bien me has visto y me has evitado y yo no te he visto porque estaba en mi proceso eterno de reconstruirme después de los golpes recibidos por eso o aquello, o bien ni te has percatado que debajo de esa gorra de color verde amarronado (Pongamos que ese color existe), no me has reconocido. En ambos casos, mejor es, pues lo violento que sería darme cuenta de tu presencia sería como perderme en dos aguas: la del yo pasado que deseaba hablar siempre que podía contigo, y la del yo actual que no desea mucho de nadie porque no desea mucho de sí mismo.

Sé bastante bien (o lo quiero creer así) que tuviste hartazgo de mí y no te culpo. Era muy cargante siempre y a todas horas y más contigo que venías de paso. No hice bien nada en lo que se refería a tratarte adecuadamente. Sí te apoyé, sí creí en ti, pero ya eso lo pueden hacer y lo hacen otros.

Me hubiera gustado que las cosas no hubieran terminado así, te lo juro. Que hubiera sido menos inteligente y más listo, que hoy vieras lo que estoy creando y fueras mi fan incondicional con tus propias condiciones al respecto, como sólo tú sabes hacerlo.

¿Y por qué te escribo esto? Porque no te lo puedo hacer llegar y no quiero que ahora, en este momento en que no hay ni un puto puente de cristal que pueda atravesar, lo leas y pienses que otra vez he regresado a ser tu incordio de costumbre.

He cimentado muchas cosas en mentiras burdas y satisfactorias para un ego de juguete que era el que tengo, pero bueno, hecho lo hecho, echemos las redes y veamos que sale de todo esta verborrea escrita que se asemeja cada vez más a cuando uno prueba un bolígrafo nuevo para saber cómo escribe o uno viejo para ver si escribe algo más.

En esta soledad en la que me estoy recomponiendo me doy cuenta que el horizonte que mirábamos era este y no otro. Que sí, que te he dedicado páginas y páginas de amor, alegría, sueños y fantasías, ¿pero para qué? Era un Quijote sin caballo ni lanza. Esto es lo que yo era y ni así logré enfrentar a los molinos de tu indiferencia, porque ni los vi ni los esperaba.

En fin… divago y no quiero.

Sólo quiero que esto conste en el acta de mis gestos perdidos y me sienta mañana un nuevo hombre, cosa que entre nosotros, no es cierto ni lo será. Sólo decirte, para acabar, que tenías razón, no conmigo, conmigo no acertaste ya que una vez me dijiste que no era tan especial y eso, a las pruebas me remito, es un hecho que, para bien y para mal, lo soy.
Tenías razón, querida mía, en que de algún modo somos y seremos el día y la noche pero si Dios o la Fortuna, nos hacen cruzarnos en algún momento, deseo de corazón que no me veas como antes ni yo como después, porque si ahora somos extraños, de la extrañeza puede surgir un conocimiento moderado, pero de lo otro, de lo otro poco surge ni resurge.

Tuyo siempre:


El idiota que se puso a escribir esto.  

miércoles, 29 de junio de 2016

Aquel lugar que llaman Conciencia.

Tu silueta está fundida en la oscuridad del balcón de noche, con un perfil fino recortado por las furtivas luces de alguna casa y el resplandor de la llama de tu cigarrillo. Sientes una tristeza grande.

Ahora no puedes dejar de pensar en que tenías deudas pendientes con Ana, con esa ex novia que te hizo perder el norte en tu adolescencia, con la que habías hecho el amor en cada rincón de la casa de tus padres. Era muy tierno y sensual a su manera. Por eso cuando la volviste a ver, años después, decidiste remediar como acabaron las cosas. Ella te dejó por un cantante de un grupo amateur de música rock y acabasteis muy mal.
Era mejor perjudicar tu presente por arreglar un pasado al que solo querías regresar tú, no Ana. Dejaste a tu novia en casa y te decidiste a acompañar a Ana a su casa solo por el egoísta regocijo de pedirle perdón, pero Ana ya no era Ana. No era tú Ana.

Esa noche al volver a casa, tu novia te dijo que tú dormías en el sofá. Nunca la viste tan enfadada. Pensaste que era una rabieta estúpida que se arreglaría con un ramo de flores y un peluche. Nunca tuviste mucha clase, pero ¿Qué esperaban? Tú siempre viste eso de la familia, de la lealtad a los hermanos y a los padres como algo cercano a una secta y así, delante de la prima de tu novia, le soltaste eso a tu mejor amigo.

-Deberías desprenderte de esa secta que te chupa el seso, Álvaro.

Cecilia, la prima de tu novia, miró a tu amigo con una mezcla de compasión y lástima y a ti, aunque no te diste cuenta, con odio y asco. No entendías porque, desde ese día, Cecilia fue más distante contigo y nadie se molestó en explicártelo.

Exhalas el humo de tu cigarro y notas un extraño picor en la garganta. Intentas reprimir ese recuerdo que muchas veces te vuelve a visitar. Lara. Lara era la mujer de tu vida. Lara cometió el insultante atrevimiento de casarse con un joven informático francés. Aun te duele eso. No porque se casase, sino porque no se casó contigo, que hubieras dado todo por ella. De eso se aprovechó Claudia, la hermana de Lara. La llevabas a todos sitios y le prestabas dinero porque ella fuera tu alcahueta y creías ciegamente que Lara volvería a ti, pensando que esa estúpida filosofía sobre la lealtad familiar que tenías y que hacía que te ganases el odio y el desprecio, germinaría en Claudia. Pero no. ¡Qué sandez! ¿Qué era la familia, los lazos de sangre, frente a tus sentimientos?

Y ya puestos, ¿Dónde estaban los sentimientos de las diversas chicas a las que prometiste fidelidad para poder saciar tus instintos físicos? ¿Dónde quedan las artimañas para ligar que leíste en una revista? Pues donde deben estar, en tu historial personal, mordiéndote el trasero como un sabueso sin dientes. Tú lo hacías porque estaba en tu naturaleza. Siempre te quisiste asemejar a un lobo, a un depredador, a un cazador… y lo eras. Pero para combatir a los lobos la gente usó cepos. Cepos que cuando tú los veías, huías. ¡Ah, qué malos cazadores son los demás! Solo buscan una presa y cuando la tienen no la sueltan en busca de otra como tú hacías.

De pronto recuerdas a Blanca, esa chica con la que saliste solo cuatro meses y que tú, por todos los medios, querías que te presentase a sus padres y ella se negaba. Se negaba porque presentarte a sus padres significaba algo distinto al miedo al compromiso que tú concluiste. Era porque nadie mete a un lobo en un corral, ni presenta a alguien como tú a sus padres y familiares. Las sectas tienen normas bastante estrictas ¿No lo sabías? Al final Blanca te dejó por un neo nazi, o eso es lo que te dices y les dices a quien se molesta a oírte. No era un neo nazi, era un chico formal y que nunca se quiso comparar con un depredador con mala fama.

¡Ah, la fama! La tuya era de un conquistador, de un hombre que deseaba tocar cuantos más palos mejor y nunca te paraste en ninguno el tiempo suficiente para llamarte aprendiz de… Otros objetivos, otras presas, otros palos que tocar. Quisiste ser músico porque Ana amó a uno, quisiste ser poeta, porque el actual marido francés de Lara escribía poesía, querías ser actor, porque… porque alguien en algún momento lo quiso ser. Olvidaste que uno en la vida debe ser maestro de algo y no puede ser eternamente aprendiz momentáneo de todo, pero claro, no entendiste de qué iba eso de la constancia.

Oyes un perro ladrar a lo lejos y apuras tu cigarrillo. ¿Dónde se torció la cosa? Todos debían adorarte, pero es todo lo contrario. Eras simpático, pero cometiste el terrible error de olvidarte del nombre de la gente que mostraba un repentino interés en ti. Ellos no son tú, claro. Tú puedes llamar a la familia secta, catalogar a las chicas por el culo y las tetas que tienen y como has encontrado a Santiago que actúa como tú…

-¡Mira que culos!
-Yo el otro día soñé que me lo montaba con la vecina de mi bloque, la del 2ºE.
-No me extraña, está que se rompe por los cuatro costados. Como en el País Vasco, que las tías están buenísimas. Estuve los ocho días de un salido…
-¿Qué tal tu novia, Santiago?
-¡Joder, que corta rollos eres, Álvaro!

 Sí, es así como un hombre sano actúa, los demás están errados. Santiago y tú, por lo tanto, sois unos tipos que sabéis disfrutar de la vida.

Y sin embargo, Ana ya no está, ni Lara, ni Blanca… ni ya puestos la vecina del 2ºE. Tu novia sí, o mejor dicho, aún está, pero no sabes ni quieres saber hasta cuándo, porque eso te agobia y te hace pensar en todos tus verdaderos fallos. ¿Importa mucho? No la quieres pero eso solo lo ves tú, los demás no poseen esa intuición que les dice que las cosas no fluyen como deben, pero claro, nadie pensaría eso de un hombre sano como tú.


Notas un escalofrío y decides meterte ya en casa. No sabes porque pero sientes una tristeza grande. ¿O solamente es que estás cansado? No te vas a parar a averiguarlo.                      

domingo, 14 de febrero de 2016

Sin valentía

Estimado tú:

No tengo ni idea del motivo por el que escribo esto, pero será que necesito hacerlo.
Contigo he pasado del amor al odio, y del odio a la apatía sobre todo lo que forma parte de ti.
Has estado más de veinte años manipulando, con éxito o no, mis pasos. Ahora que me he logrado alejar de ti lo tengo claro: no pienso en volver.

Ahora que he(mos) llegado a este punto, en el fondo nada va a cambiar ya. Irá a peor si acaso, pero por fin estoy libre de tu influjo. Libre de tus inseguridades y miedos estúpidos que acorazabas con bromas absurdas y juicios de valor que minaban mis actos, fueran grandes o pequeños.

"¿Qué haces en Madrid? Ven a verme que te quiero mucho"

"¿Tú has visto las pintas que llevas? Vistes de un modo muy desfasado.

"Hazme caso, eso no te conviene para nada"

Has querido controlar mi vida y yo te dejado. No niego mi parte de culpa en esta situación. Debí haberme dado cuenta antes de lo que estabas haciendo conmigo. En el fondo eres una víctima de ti mismo y cometes los mismos errores que has aprendido de otros pero eso no te da la bula (¿conoces ese término? porque nunca te has molestado en conocer mis creencias ni siquiera en leer más de un libro o dos por gusto) para actuar como has actuado conmigo.

En el fondo eres cruel y ruin a tu manera. Sé que no lo pretendías en muchos casos. Sé que lo hacías porque creías que era lo justo pero un hombre qué cree que cuando una mujer dice no quiere decir que sí, tendría que haber activado todas mis alarmas y haber visto lo que ibas a hacer en adelante (ya cuando dijiste eso llevábamos conociendo ocho años)

Y ahora que se ha caído la venda que tenía en los ojos y que tu control, que veías que se iba debilitando, se ha disipado, puedo decir que no eres ya nadie para mí.

Así es. Ese que se enfadó conmigo porque me iba a una feria con mis amigos y no con él, ese que se mofaba de mí cuando quise dedicarme a la actuación, ese que intenté dejar unas cuatro o cinco veces, ese que siempre quería la atención mía para contar cómo le había ido el día pero que, curiosamente, nunca preguntaba por mi día, ese que me presento a una compañera suya diciendo que era una calientapollas, justamente ese, ya no es nadie.

Por supuesto que tú podrías hacer la réplica y decir que yo he cometido este o aquel error, que yo he hecho aquello o lo de más allá, pero ya te encargabas constantemente de afearme todo lo que yo hacía, así que para mí estás desautorizado para intentar siquiera tener una defensa de los actos que acabo de relatar sin ningún ápice de odio y algunos que no he relatado por pudor más que otra cosa.

Puede que te parezca injusto, pero simplemente hago esto con el fin de sacármelo de dentro de las entrañas, porque ahora que estoy lejos de ti soy consciente de la gran verdad y es que lo que tú has tocado, de algún modo, se ha convertido en mierda pese a tu filosofía maniquea en la que solamente unos pocos se salvan, aquellos que te querían incondicionalmente, aquellos que te soportaban todas las tonterías y ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está esa gente?
Sé que me queda un gran recorrido hasta poder llegar al punto en el que yo vuelva a valorarme como me merezco pero lo voy a lograr porque valgo más de lo que tú nunca has creído. Porque cuando me despedí ti aquella vez dijiste que tú me habías apoyado a la hora escoger mi carrera y no es verdad. Es una idea qué te has esforzado en hacer verdad en tu cabeza. Te miraba entonces que miraba entonces y no te saque de su error porque ya empezó en ese momento a surgir la indiferencia hacia ti y era gastar energías como había hecho anteriormente para ser lo que tú esperabas y que tú en algún momento fue así lo que yo esperaba pero no éramos ninguno de los dos las personas que pensábamos.

Sé que de alguna manera enfermiza tú me has querido y yo te he querido pero, ya te he dicho que ahora ya no siento ningún tipo de cariño. No te deseo ningún mal pero queda un gran recorridos hasta poder llegar al punto en que seas consciente del mal que te haces a ti y a los demás, si es que algún día haces ese examen de conciencia y eres capaz de comprender que no se debe insultar a alguien porque no te quiere Cómo y cuándo quieres.

Soy consciente de que nunca leerás esto pero si en algún momento lo haces quiero desde lo más profundo de mi corazón que entiendas que esto no es en ningún momento un ataque hacia ti solo un modo de decirte No cuando tú entendías que sí.

Allá donde vayas espero que nuestros caminos no se lleguen a cruzar por el bien de ambos.

miércoles, 13 de enero de 2016

EL INMORTAL



El secreto de la inmortalidad, es vivir una vida digna de ser recordada.- San Agustín.

Mucha gente me ha pedido que les cuente mi historia. Muchos no la creen, otros… no dejan de asombrase.

Nací en 1543, el mismo año que Francis Drake, el 13 de enero, en la Villa de Madrid. Mi infancia no tuvo nada de especial. Crecí sin ambiciones, contento con lo que tenía. Entonces, a los dieciséis años ayudando a techar la casa de mis padres, me caí y quedé empalado con una guadaña. Los médicos y curanderos no esperaban que sobreviviera a mis heridas. Yo no era consciente de sus esfuerzos por salvarme. Mi mente estaba perdida en un laberinto de sensaciones desconocidas, de recuerdos ajenos a los míos, temía estar descendiendo al Infierno. Entonces, una luz dorada disipó el velo de la muerte. En su centro, percibí vagamente una mujer de belleza imposible. Extendió su mano y su contacto me llenó de un vigor renovador. De pronto, desperté. Ya no tenía fiebre. Muchos tomaron mi supervivencia por un milagro.

En 1571, con veintiocho años, me alisté para luchar en la llamada Batalla de Lepanto. Durante el siglo XVI los otomanos habían conquistado los territorios que formaron en el pasado parte del Imperio romano de Oriente. La Europa protestante, en cierta forma, los consideraba un útil aliado contra la Reforma católica. Francia, por su parte, estaba atrapada entre la dinastía Habsburgo que gobernaba en Austria y la que lo hacía en España y los Países Bajos. El Imperio otomano estaba aún en expansión gracias a la base de Tolón, ofrecida por el rey de Francia, e incluso estaba en condiciones de amenazar a España y a Malta.

Allí conocí a Miguel Cervantes y Saavedra.

Mucha gente, con sorna o enserio, me preguntan sí Miguel se parecía a ese típico cuadro de Jáuregui , sí le hacía justicia… y no. Miguel de Cervantes era un hombre ancho de hombros,  frente ancha, cabello castaño oscuro, ojos grises y grandes, bajo esas cejas angulosas, nariz aguileña, barba recortada, labios finos y rosados, inquieto, callado casi siempre, con un sentido del humor muy agudo… era un hombre que yo sabía apreciar.

Por eso lamento mucho que por mi culpa fue manco, que se interpreta mal, pues la mano izquierda no le fue cortada, sino que se le anquilosó al perder el movimiento de ella cuando un trozo de plomo que iba dirigido a mí, pero mi suerte hizo que yo no sufriera mal alguno y a él se le seccionó un nervio, estando tullido de la mano izquierda.

Por suerte, la victoria fue para la Liga Santa al mando de don Juan de Austria sobre la flota del Imperio otomano y, tras meses en un hospital, Miguel se recuperó y en 1572 reanudo su vida militar, tomando parte en las expediciones navales de Navarino, Corfú, Bizerta y Túnez. En todas ellas bajo el mando del capitán Manuel Ponce de León y en el aguerrido tercio del famoso Lope de Figueroa. Yo le acompañé a Navarino y fue allí donde mi vida cambió.

¿Recordáis esa leyenda sobre la fuente de la eterna vida que se le atribuye a Ponce de León? Pues era verdad. Yo entonces creía que el ángel de mi sueño me guardaba. Quizá esa sensación me hizo ciego a otros ojos mortales. Me hice imprudente y me separé del resto. Durante horas vagué sin rumbo y encontré unas grutas donde había un extraño foso de aguas plateadas. No entendí nunca que hizo que me sumergiera en esas aguas, pero lo hice… y salí curiosamente revitalizado.

No conté a ninguno de mis compañeros aquel episodio pero decidí retirarme de la vida militar y, movido por Miguel, me animé a escribir. Ya tenía treinta y tres años y no logré mucho con mis escritos. Nada que se deba recordar con cierto orgullo, así que entré como ayudante de un impresor y me enamoré de la hija de mi patrón, Jimena Álvarez. Era preciosa. Ojos azules, cabellos castaños claros, sonrisa grande… Nuestro matrimonio duró solo seis años, al morir ella al nacer nuestra hija, Inés.

Así que, en 1582, tras recibir la noticia de que Miguel había sido liberado de su cautiverio en Argel y había regresado a Madrid, me contó sus planes de escribir teatro.

Eso fue antes de Lope de Vega. La historia siempre pone a Lope como un genio, y lo era. Triunfó en el teatro y se lo merecía, pero no conocí a nadie que fuera tan necio y cruel teniendo los laureles y el éxito en los corrales que Lope tuvo, pero prefería rodearse de gente que le lamía las calzas, como ese tipo cojitranco y mal humorado de Quevedo. Que sí, que Quevedo hoy se ve como un grande, pero siempre me pareció un personajillo repulsivo, pese a ser una de las mentes más agiles de las letras.

Ya en 1604, con mis sesenta y un años (aunque aparentase apenas treinta), aconsejé a Miguel que esa novelita ejemplar sobre un loco que se creía caballero andante podría dar más de sí. Sí, igual que destrocé la vida y la mano de Cervantes, hice que su nombre fuera recordado. Yo quise a ese hombre porque era un buen amigo… hasta su muerte en 1616. Mi hija Inés ya por entonces ya se había casado con un camarero de la Reina y me había dado dos nietos hermosos. Nadie dependía de mí y, harto de la tiranía en las letras de Lope y sus acólitos, me marché a Inglaterra.

En 1626, con ochenta y tres años, instalado en Essex, había ganado una fortuna como traductor de muchas de las obras de Miguel, que sabía muchas de memoria y pude vivir tranquilo con mi segunda mujer, Marian. Tuve un hijo, William, y una hija, Glorianna. Por desgracia, aunque gozaba del aspecto y de la salud de un hombre de treinta años, era muy duro recibir la noticia de que mi hija Inés murió en 1632 y Marian en 1654… Ya en 1658, con ciento quince años, mis ganas de vivir fueron casi nulas pero pese a ello, seguí viviendo e intentando llenar mi vida.

En 1688, habiendo recibido la noticia de la muerte de Pedro Calderón de la Barca, joven escritor que parecía mucho más inteligente que Lope y sus acólitos, empecé a comprender que el mundo de las letras que conocí moría y me dediqué a otras artes y saberes. Justo me llegó esta revelación al tiempo que surgió la Revolución Gloriosa, que trajo el derrocamiento de Jacobo II por una unión de Parlamentarios y el Estatúder holandés Guillermo de Orange. Entonces tomé el nombre de John Locke… y sí, los retratos eran falsos, yo no era nada parecido a el horrible cuadro de  Godfrey Kneller, pero sí… fue filosofó y médico, eso no es mentira.

¡Qué feliz fui pudiendo escribir tantas cosas que la gente, por fin, con más de ciento cincuenta años de vida, valorase! John Locke murió como tal en 1704, y opté por ser Alexander Essex y como tal, conocí a un escritor satírico irlandés de nombre Jonathan Swift. Acababa de publicar The Battle of the Books y mi tercera esposa, Virginia, y yo adorábamos la compañía de ese hombre y su mujer-niña, Esther Johnson. ¡Cómo lloramos ambos cuando esa pequeña y frágil criatura murió en 1716! Creo que aquello, la muerte de Esther, llevó a Jonathan a la locura…

Cuando alcancé los doscientos años, en 1743, aparentaba ya los treinta y cinco…. Y mis hijos y mujeres o eran polvo o viejos seniles. Deseaba dejar atrás ese siglo donde los franceses habían abrazado la cultura y decapitado la coherencia y la humanidad con eso que llamaron Revolución.

Y lo dejé. En 1800, con doscientos cincuenta y siete años, había dejado atrás mi identidad de William Withering y deseaba nuevos retos… el 16 de mayo de 1804, Inglaterra declaró la guerra a Francia… y me di cuenta que la guerra me recordaba mucho a mis tiempos en Lepanto… Me sumí en una melancolía terrible y decidí dedicar mi inmortalidad a descubrir lo que otros no supieron… y por ello decidí dedicarme a la química con el nombre de Humphry Davy. Fue un buen año aquel 1807. En octubre descubrí el potasio y el sodio. Con doscientos sesentas y cuatro años, no estaba nada mal eso… Así que en eso estuve hasta 1829, cuando me cansé de la química y quise volver a las letras y me hice profesor de literatura en Oxford, donde conocería a gente como Lewis Carroll u Oscar Wilde.

De Carroll recuerdo bien su timidez y su mirada… era turbia. No miraba con claridad. Era como si su cabeza estuviera calculando cada movimiento de los demás. Me fascinaba. Más de doscientos cincuenta años y ese apocado y tartamudo hombre de cabello oscuro, me fascinaba.

De Wilde… ¡Era como una luciérnaga! Era vivaz, alegre, divertido, ocurrente… el alma de la fiesta. No recuerdo bien como le conté la verdad sobre mí, pero dijo que eso le sirvió para una historia: The picture of Dorian Gray. ¡Era un pícaro! Lástima como murió…

Ya en el siglo XX, me codeaba con gente como Conan Doyle o J.M Barrie… pero no fue hasta que conocí a un pequeño chico de los recados de nombre Charles, que entendí ese siglo nuevo. Ese muchacho tan despierto más tarde seguiría mi consejo. Abrazar la desgracia para hacer éxito. Ahí nació Charlot. Ahí nació Charles Chaplin como genio del nuevo arte del cine. Y sí, yo lo veía como un arte.

Harto ya de Inglaterra, en 1923 me trasladé a Argentina y decidí vivir en Buenos Aires como un jubilado más. Tenía ya los trescientos cincuenta años pese a aparentar la cuarentena.

Frecuenté la compañía de gente como Hugo Pratt. Ese hombre sí parecía un inmortal sin serlo. Su vida parecía tan rica como la mía cuando hablamos en 1950 y trabajó de editor para la editorial Abril. Ya entonces le rondaba la idea de crear un personaje como Corto Maltés. Yo le dije que en la vida uno debía lanzarse y vivir, pues solo había una vida… y la mía era muy larga, lo sé.

Después de eso… creo que los siguientes cincuenta años fueron muy monótonos… y casi lo prefiero. Uno no mide el tiempo igual de joven que de mayor. Hoy cumplo cuatrocientos setenta y tres años… y sigo aquí, esperando a ver que me depara la vida...

miércoles, 18 de noviembre de 2015

EL HÉROE

“Malo, bueno o mediano, escribiré de hoy en adelante lo que me gusta”
Orlando, Virginia Woolf

A quien me lee ahora mismo
Capítulo 1: Un hombre


Volvamos a esos días felices en los que había héroes.

Bette Davids, Actriz estadounidense.

Hubo una vez un hombre que quiso marcar un antes y un después. Un hombre que era capaz de discutir con los dioses y debilitar a los demonios. Un hombre que era único en todos sentidos y maneras, y ante todo, en el corazón y en el alma.

Pero ese hombre hoy es un desconocido, como el mundo lo era actualmente para él. Perdió muchas cosas en su camino, entre ellas la esperanza. Aunque eso se abordará con más calma, pero, ¿Importa mucho si se mira un poco tras el telón de esta curiosa opereta?

El caso es que, ese hombre había pensado muchas veces en los buenos tiempos, que no estaban tan lejanos como creía. La ciudad le parecía entonces llena de magia, como si estuviera atestada de maravillas y posibilidades, no solamente de gente que iba de allí a allá sin detenerse ni mirar si tropezaban o no con los demás. Su vida parecía ser perfecta, pues él se veía inteligente y capaz. Podía ser el hombre perfecto y no se iba a conformar con menos…

Y cerca de todo hombre que se precie, siempre había una mujer, aunque suene a tópico, que lo es. Una mujer que estaba mucho antes de que él se plantease ser el hombre que deseaba ser. Antes de aquellos montones de teorías sobre el accidente. Ese accidente lo marcó todo. Una furgoneta, un joven despistado, un renacimiento… El caso es que allí estaba. Fue un héroe desde ese mismo momento. No todos sobreviven a un accidente casi sin secuelas…

No se detuvo después de salvarse. Se podía decir que esa fue su primera proeza. Si así fuera, la segunda hubiera sigo seguir adelante.

Nunca olvidó el preciso minuto en que llegó ese instante, cuando la miró a los ojos y ella le pidió que no se fuera. Él no lo hizo.

-¿Por qué haces lo que haces?
-No lo sé… es lo que se espera de mí, lo que sale de mí, lo que deseo de mí.

Anteriormente, responder a esas preguntas era tan sencillo, pese a que, algunas veces, todo pareciera tan enorme y tan confuso. Ella le dijo que eso también les sucedía a los demás.

-Imagino que… necesitas que alguien te ayude, que alguien responda tus preguntas, que alguien te muestre cómo…

Esa noche pasaron horas hablando.

Después de esa noche… todo parecía tan luminoso.

Es posible que en este apartado esperases que te hablase de planetas moribundos, de jóvenes marginados con un poder y una responsabilidad mayor de lo que sería deseable para ellos, de tragedias, muertes, luchas de índole maniqueo y demás cosas de ese estilo. No te culparía, pero creo que era Mark Waid quien decía… Espera, voy a mirar que decía… justo aquí tengo ese libro… No, no era Waid, si no C. Stephen Layman… ¡Aja!… 280… 286… 290… ¡Aquí es!… A la mayoría nos encantaría sorprender a nuestros amigos, cazar a unos cuantos tipos malos, convertir este mundo en algo un poco más seguro y, de paso, hacernos famosos, pero es fácil que una reacción apresurada tienda a ser superficial.  Es decir, es divertido, en todo esto, lo superficial de ser un héroe, pero, si miramos tras el telón, tras la máscara si lo preferís, es con el fin de saber lo que otros no saben… pero bueno, tiempo al tiempo. Vuelvo a lo que estaba contando ¿Os parece?

El caso es que… ambos eran un gran equipo. Un gran equipo… y algo más, pero nunca hablaban de lo que ambos sentían.

-Estaba pensando… que me gustas y creo que lo sabes, pero vivo una vida nada normal, una vida peligrosa. La persona con la que decida vivir debe aceptarlo. Debe afrontar eso.

En los ojos de él había un cierto brillo y ella comprendió que no era rechazo, sino un reto. Un modo de demostrar lo que valía. Para ella… eso era lo decía aquel brillo…

Pero eran otros tiempos. Eran el final de los noventa. Era una época que parecía no tener fin. Ni los triunfos, ni los egos… Él aun recordaba como ella reía y saltaba en la cama diciendo, con un gesto travieso, que también podía volar. Recordaba lo bien que le quedaban las trenzas, su risa y como su pequeña nariz roncaba tras la sexta carcajada.

La voz de ella se quebró un poco al preguntarle qué se sentía al volar. Él se ofreció a mostrárselo.

-¿Lista?
-Lista.
-Tú no mires abajo…

Empezaron a levitar. Ella, cada vez con más miedo y más fuerza, se abrazaba más a la cintura de él… hasta que el miedo se evaporó, tal vez en el cuarto vuelo que realizaron, y reía con cierta timidez, con cierta ilusión de niña pequeña antes de abrir los regalos de Navidad.

Y ahora, él se tenía que conformar con andar entre la gente, esquivarla, soportar algún empujón, algún gruñido de molestia. Los triunfos, los saltos, los gestos traviesos, las trenzas bien hechas… todo eso había acabado. No así los egos, que se enquistaron y engendraron algo que él denominó mala educación.

Siempre se creyó en las soluciones fáciles. La gente no se diferencia mucho de la de los buenos tiempos, cuando gritaban pidiendo ayuda y alguien acudía al rescate. La única diferencia, si de verdad se le puede llamar así, era que ahora ya no se grita ni se pide, se exige. Eso era lo que concluyó él hacía meses.

¿Era por qué antes estaba ella? ¿Ella le salvaba a él, aunque no gritase pidiendo que se quedase y solo le abrazase diciéndole Mañana el mundo seguirá allí?

Antes parecía fácil. Antes bastaba con bailar a varios metros del suelo. Literalmente. Antes bastaba con llevar un traje ridículo y hacer lo correcto.

Antes era esa tarde de inicios del siglo veintiuno. Aquella tarde de diciembre de dos mil, con el cielo encapotado de blanco nuclear y esa sonrisa que ya entonces era tenue. El cabello suelto. La risa ausente… y sus pasos, los pasos de aquellos pies menudos y de apariencia tierna, resonando entre esa multitud que él recordaba como si fuera de cartón piedra, como si la hubieran pintado en las fachadas de los rascacielos, en las baldosas de las calles, en la tarde de color polvo. Ella se perdía y él… él no gritaba que le salvasen. El ego seguía ahí. El ego y el orgullo de opereta que no dejaban decir lo que muchos esperarían. Si fuera él otro, la hubiera abrazado y dicho lo que sentía y hasta puede que lo que pensaba.

Pero él no era otro y esos eran otros tiempos… Y estos son estos.

        
Capítulo 2: Una vida

Un hombre aislado se siente débil, y lo es.

Concepción Arenal, Escritora y socióloga española.


Despertó tarde aquella mañana. Tarde para ser él, pues  solía madrugar. Eran ya las diez de la mañana y sí, eso era tarde para él.

Le despertó el ruido de una obra en un local cercano, de los albañiles gritándose, de la radio enmudecida por la distancia y por las paredes a medio derruir.

-Una obra.-Pensó.-Otra vez el mundo cambiando a mi alrededor.

Lo que más odiaba era que las cosas cambiasen, ya fuera a mejor o a peor. Tal vez era por eso que luchaba porque su Status quo siguiera como estaba. Era un acto de cobardía, si se quiere pensar de ese modo… y ahí, sí, ahí entraría Mark Waid, que hablaba de que Superman hacía lo que creía porque los demás le tuvieran en consideración y se sintiera valido e integrado, así como por un sentimiento egoísta pues, y cito aquí:

Sin duda, Superman ayuda a lo que están en peligro porque siente que es su obligación moral superior y, sin duda, lo hace porque sus instintos naturales y la educación recibida en el Medio Oeste lo empujan a realizar actos de moralidad, pero junto con este altruismo genuino hay un importante y sano elemento de conciencia de sí mismo y una capacidad envidiable y sorprendente, por su parte, de equilibrar las necesidades internas propias con las necesidades ajenas, y ello de un modo que beneficia a todo el mundo.

¿Se ve lo que decía? Pues nuestro héroe, porque lo es, también “peca” de ese mal. Tal vez no parezca tan altruista como lo sería Superman, pero tampoco pretendía serlo.

La verdad es que, cuando salió de casa, vio a aquella mujer delgada y vestida con chándal descolorido que, con pose extrañamente marcial-Brazos a la espalda, los puños apoyados en los riñones, la cabeza alta.-, contemplaba los bloques de edificios de esa urbanización que estaba despertando a un nuevo día. Era el almirante, la guardesa, la reina de todo eso, pues eso era su buque, su finca, su universo… Si supiera que había más vida tras las verjas verdes de aquella urbanización… pero ella era feliz con aquello. No obstante, esto no va de esa mujer delgada y con chándal. Ella no importa en lo que estoy contando. Sin embargo, él la observó y no pudo evitar tener una sensación agridulce ante aquella escena cotidiana y preguntarse si por esa gente deseaba mantener las cosas como estaban.

En su caminar, pensó en sus rivales… en los que calzaban zapatillas de deporte y los que vestían mallas.

¿Quién era en verdad el enemigo? Porque hoy día, pensamos en Gengis Kan y podemos pensar en el unificador de las tribus nómadas del norte de Mongolia, fundando el primer Imperio mongol, que, según algunos, fue el imperio contiguo más extenso de la Historia. Pero… ¿Y qué pensarían de él los campesinos de China que contemplaron las oleadas de guerreros que pretendían conquistarlos? ¿Conquistarlos? ¿A ellos que se dedicaban a sus quehaceres? ¿Por qué?

-Hola, que venimos en nombre de Chinghis Jaan (que así conocían a Gengis Kan) desde Mongolia para conquistar todo esto.
-Pues pásese usted más tarde, que estamos recogiendo el arroz y se nos va a pasar si no lo hacemos a su tiempo, haga el favor.

O ya puestos, ¿Y si preguntásemos a Jamukha cómo veía a Gengis Kan? Porque, seamos sinceros, aun habiendo sido considerado un traidor a Gengis Kan en las luchas contra los pueblos Tártaros, a Jamukha, según la Historia Secreta de los Mongoles, se le ofreció una renovación de hermandad, pero Jamukha pidió una muerte noble, sin derramamiento de sangre.

Y era posible que, en alguna casa de la antigua Polonia, se acordasen con cariño del bueno de Jamukha, cuyo único error posible era el de ser menos efectivo en la construcción de alianzas.

Es complejo esto… pues todos alguna vez somos amigos y otras veces enemigos, incluso los mejores amigos se convierten en peores enemigos sin quererlo ni pretenderlo… y otras veces, sí lo pretenden y sí lo quieren.

Podréis imaginar que este hombre tenía su galería de villanos, por así decirlo, surgida de las envidias, de los celos, de los odios, de los miles y miles de defectos que desees poner en la mesa de juego.

Es más, hoy día, en la sombra, alguno de sus enemigos estará maldiciéndole al igual que algún campesino chino o algún partidario de Jamukha lo hizo sobre Chinghis Jaan.

Pero tampoco eso importa mucho, puesto que el odio solo afecta a una persona y es al que lo siente pues nuestro héroe no va a estar duchándose un día y notar entre sus costillas una punzada hecha del odio de un pobre enemigo que no llegó a cumplir su terrible venganza, al igual que es un error pensar que ninguno de nuestros rivales, en las diversas parcelas de la vida, ha sentido lo mismo que hemos sentido nosotros alguna veces.

¿Y cómo es que hemos llegado a hablar de mongoles, chinos y traiciones?  Para ensalzar al rival, al enemigo, al antagonista, al contrincante, al competidor… y darle su lugar. Su lugar es que… no hay ya lucha. Es un invento eso de las rivalidades, pues hasta las buenas personas hacen cosas que no están bien. Así, la gente, para justificar algunos de sus actos, que no son tan malos ni tan buenos como algunos pueden creer, hace diferencias y distinciones. O eres de tacón alto o de tacón bajo, de los que cascan el huevo por la parte ancha o por la estrecha, y dentro de estos, o eres de los que se comen primero la clara o primero la yema. Distinguir entre unos u otros por el simple hecho de no afrontar que, como este héroe, somos seres con pies de barro, que de eso, además, dijeron antaño que estamos hecho. De barro y no de diamantes, cobre u oro.

Pues todo eso quedó en otros tiempos para nuestro héroe. La única rivalidad que le quedaba era la de él consigo mismo y con sus diversos demonios y prejuicios.

¿Dónde estaría hoy ella?

Eso le importaba más que si aquel amigo, que luego no lo fue, iba diciendo de él que era mala persona o había perdido el poco juicio que tenía, o si el llamado Doctor Funesto seguía entre rejas o urdía un temible plan contra la ciudad tras seis años sin saberse nada de él.

¿Seguiría saltando sobre las camas? ¿Seguiría con aquella risa que a la sexta carcajada hacía que su nariz roncase? ¿Seguiría diciéndole a alguien Mañana el mundo seguirá allí? ¿Seguiría acordándose de él?

Tantas preguntas que hacerse… pero no creía que encontrase respuesta a ninguna. Ni de ella, ni de mucha gente. Cuando ella se perdió entre la multitud, parecía que muchos otros también lo hicieran… y no había respuestas de ningún tipo. Ni a las llamadas, ni a las preguntas.

Hasta aquí, uno puede pensar ¡Qué nostálgico es todo esto! No, es la vida. Son los ciclos. Es el no aceptar que los ríos dan a la mar, pero que las nieves serán otros ríos mañana, sin embargo no es mañana, es hoy cuando se tiene sed. Porque es fácil decir Tú lo que necesitas es hablar de lo que sientes con alguien de confianza y no encontrar a ese alguien. La frustración da paso a la dejadez y la dejadez a la soledad…

Había una canción que decía miento menos, pero antes me querían más. Pues por ahí va todo.

Las calles otra vez escupían ruidos, luces, música prefabricada y escogida con un fin. Cada vez que oía la música de las tiendas de ropa, se acordaba la de veces que había montado y desmontado aquellos aparatos RM5. Eran simple y llanamente ordenadores pero solo tenían una función: cargar y reproducir la música que previamente escogían. Aun se acordaba de cómo montar y desmontar aquellas maquinas… como también se acordaba de cómo era volar… Todo eso, los RM5 y el querer volar, era poco después de perderse ella entre la multitud, poco después de mandar su vida de héroe a vivir en un armario y oler a apolillado, a antiguo, a polvo y a madera, y poco después dejar de ver el gusto a ponerse una máscara y hacer chistes ante los momentos de tensión, como un modo de reírse ante el peligro, pues es bien sabido que es en los peores momentos cuando es fácil que brote la risa, pese a que muchas veces no es algo sencillo de lograr.

Entonces… la vio. No a ella. No. Esto no va de reencuentros tras años, de volver a empezar donde lo dejamos. No. De eso ya se habló tantas veces… Se encontró con una gran foto de ella en un escaparate de una gran superficie dedicada al ocio en general. Un libro. Había escrito un libro. Siempre tuvo talento, se decía él mientras apretaba instintivamente los dientes tras la sorpresa, tras sentir como si su estómago cayese a sus pies. Aún conservaba algunos poemas de ella, aunque no sabía bien dónde y muchas veces se prometió buscarlos, aunque luego se ponía a pensar en otras cosas y se olvidaba.

CUANDO SEAS UN HÉROE
La gran sensación de la temporada.

Eso rezaba el texto que acompañaba la foto de ella y la de la portada del libro, que parecía hecho a tinta, simulando la cara de asombro de una chica, de cabello ondulado y ojos pardos, al mirar al cielo.

Oyó el murmullo a su alrededor y comprendió, tras volver de sus reflexiones y sensaciones varias, el motivo de ese ruido y esas miradas entre burlescas y extrañas. Estaba levitando. Sus pies estaban a diez centímetros del suelo. Algunos lo tomaron como un reclamo publicitario para vender más libros, otros se preguntaban como lo hacía y una señora, pensando que era un truco de un artista callejero, tiró cuarenta céntimos en dos monedas de veinte. 

Esto último, lejos de ser algo que cause una sonrisa, le recordó a nuestro héroe lo que una vez le dijo a un artista callejero, vecino suyo, que iba a tomar un autobús disfrazado de Michael Jackson.

-Un héroe y un artista callejero no se diferencian mucho. Los dos van disfrazados, a nadie le importa quién ni como lo hace, solo quieren que les saquen de su monotonía.

Cerró los ojos y se siguió elevando. Más, más y más,  hasta que se perdió entre los altos edificios.

Capítulo 3: Un final

Debemos vivir con los finales que nos dan

Carmen Martín Gaite, escritora española.


El ocaso se iba acercando y los tonos violetas y naranjas en ese momento eran únicos, según decían muchos que parecían entender de eso.

La noticia de un hombre volador en el centro de la ciudad había corrido como un secreto que se contaba entre cafés y encuentros de conocidos.

-¡Qué bien que nos vemos, chica! Porque de verdad que… ¿Te has enterado de ese hombre que voló esta mañana? Volar como un pájaro, pero sin mover los brazos, que eso es un punto a tener muy en cuenta.
-Pues eso me suena a un estado de éxtasis, como Santa Nuria. ¡No me mires así, mujer, que parece que te dijera una majadería! Hay cosas que la lógica no puede explicar ¿es o no es?   

-…Mi hermano dijo que su mujer lo vio, ahí, enfrente de un escaparate de… que yo ya ves, ni me lo creo ni me lo dejo de creer, pero era para verlo cuanto menos.
-¡No seas simple! ¡Seguro que es un truco para vender más libros de esa chavalita! ¿Qué no? Si es que ya no se lee como antes. Antes al lector se le trataba con mayor dignidad y se le daba de leer cosas interesantes. ¿Te acuerdas cuando de niños leíamos el Pulgarcito? Ahora los niños de hoy van todo embobados con los aparatos esos… ¿Ese móvil es nuevo?

Y, efectivamente, las ventas de Cuando seas un héroe aumentaron en aquel día en el doble de ejemplares que hacía dos semanas… Pero ella solo se paraba a pensar en esa noticia del vuelo de un hombre. Había visto el vídeo que su amiga le había enviado. Lo había visto unas veinte o veintidós veces y en todas, como es normal, reconoció a aquel hombre volador… y no fue la única, pues mucha gente ató cabos y dedujo que ese hombre era el héroe que llevaba más de diez años desaparecido.

La tarde dio paso a la noche. Un perro, a lo lejos, ladraba y en las calles ya no quedaba mucha gente. Ella se pasó horas escribiendo y su pareja, porque tenía pareja, le dijo que si se venía con él a la cama, que era ya tarde.

-Aún no. Debo terminar este capítulo. La editorial desea una segunda novela y más con lo que ha sucedido hoy…
-Bien, pues te espero en la cama. No te quedes hasta muy tarde, por favor.
-Descuida.

Allí estaba ella, buscando un buen principio para su nuevo capítulo.

Empezó como un trabajo más, lo reconozco… No, muy visto…
¿Por dónde empezar? Llegados a este punto se impone un gran dilema… Ya… ¡Diles algo que no sepan ya!
Esta es una historia de amor. No entre un hombre y una mujer. Sino entre un hombre y una ciudad… Ay… no sé… algo falla…
En mis sueños, vuelo. Planeo libre y serena. Riéndome de la gravedad… No. No. No… ¿Qué me pasa?

Oyó un golpe en la terraza. Un golpe hueco y tenue, como cuando un gato salta de una rama a un tejado.

Se levantó de su silla y abrió la puerta que daba a la terraza. Allí estaba él. Tenía el cabello revuelto y ese brillo en los ojos. Su abrigo largo, oscuro, abierto y algo ajado casi le recordó al movimiento de una capa. 

-Hola. Menuda has montado hoy.
-Ya… Algo he oído.
-¿Cómo me has encontrado?
-Si tienes que preguntarme eso, es que no me conoces bien.-Sonrió con cierta inocencia.
-Cierto. ¿Quieres pasar?
-Mejor no… Creo que no me gustaría ver esas fotos de la mesilla del salón tan cerca.
-Ah…
-¿Eres feliz?
-Sí, mucho.
-Eso es lo que de verdad me importa.

Si él hubiera sido otro… hubiera notado ese latido, ese gesto, esa mirada esquiva… hubiera entregado su mano para que ella la tomase… hubiera decidido llevarla, como antes, a volar…

Pero él no era otro…

-Me da a mí que no viniste a ver cómo me encuentro.
-No. Esta mañana tenía muchas preguntas que hacerte… pero tras el incidente, tras ver que habías escrito un libro, tuve tiempo para reflexionar mucho.
-¿No sabías que había escrito un libro? Lleva cuatro meses en la calle. Tienes sentidos increíbles, poderes asombrosos…
-Tal vez quisiera ser ciego a algunas cosas y, entre otras cosas, por eso no te vine a ver antes.

Ella lo entendió. Miedo. Lo malinterpretó. El brillo… no era un reto, era miedo. Miedo de un mundo que él no terminaba de comprender, que aún no podía comprender. Quería que alguien le ayudase. Que lo apreciasen y amasen. Que le enseñasen.

-Vine a decirte que… no supe explicarme… No pude explicártelo.
-¿El qué?
-Que… que si alguna vez había alguien serías tú… pero ya no sé nada… No sé si quiero esto. He perdido mucho y no me he dado por vencido. Era fácil rendirse ¿Sabes? Y se supone que nos dicen que el bien prevalece… Pero ni siquiera sé que es el bien…
-A eso no sé yo si tengo una respuesta… no una que sirva para ti.
-¿Cuándo todo se fue a la mierda?  La gente… no sé… antes me sentía útil… y podía sentirme vivo… y podía entender hasta el funcionamiento de cada cosa en el mundo…
-Y el mundo ha cambiado.
-No… se supone que era como tú decías… Mañana el mundo seguirá allí.
-Y sigue… pero debe seguir con o sin nosotros. Es ley de vida. Siempre temí que cargases con una responsabilidad que no es tuya… y no… no puedes cargar con el dolor de los demás. Aprendí eso cuando me alejé de ti. Me fui de tu lado porque yo también me sentía como tú. No sabía el papel que debía desempeñar en el mundo.
-Sé que no ayuda mucho ahora, pero… Te quiero mucho. Siempre te quise y nunca te di las gracias como merecías.
-Son nuestros actos quienes hablan a los demás. Aun así, de nada.
-¿Recuerdas el chiste que me contabas cuando estaba triste?
-Ah, sí… ¿Qué hace un pájaro de ochenta kilos en una rama?... PIO-PIO.

Él sonrió con cierta amargura, formándose así una sonrisa cercana a esas de las estatuas etruscas que uno puede ver en los museos. Una sonrisa sin mucho más que un intento de parecer digno y alegre sin lograr del todo ambas cosas. Dos grandes lágrimas resbalaron con discreción por sus mejillas. Deslizó su mano en el amplio bolsillo interior de su abrigo y sujetó con ambas manos el libro de ella.

-¿Me… me lo firmarías?
-Claro… pero, entre nosotros, no es tan bueno como la gente llega a creer.
-No importa.

Ella entró en casa un momento, con el libro que él le entregó y, tomando un bolígrafo negro de punta fina, escribió una dedicatoria, para luego regresar y dárselo. Él leyó por encima aquella caligrafía que tantas veces extrañó.

Con mi eterno cariño que solamente  puede tener alguien que intenta alejarse de lo injusto de lo que es vivir.
No olvides que el verdadero héroe no salva vidas, las mejora y las da mayor valor.

-Gracias… Ahora creo que es momento de despedirme.
-¿Despedirte?
-Sí. Volveré a empezar de cero, o al menos, todo lo de cero que se pueda.
-De ser así… te deseo lo mejor.
-Y yo a ti.
-¿A dónde irás?
-No lo sé… y eso es lo divertido ¿No?
-Claro.-Asintió y volvió esa sonrisa que él recordaba.

Se alzó cada vez más en el cielo nocturno. Y… desapareció. Ella se quedó mirando el cielo un buen rato y regresó adentro. Se acostó en silencio y abrazó a su pareja.

El caso es que las cosas no mejoraron inmediatamente pero sí con el tiempo.

Dos meses después de aquella charla en la terraza, nadie se acordaba de aquel hombre que levitó en pleno centro de la ciudad, sin embargo, sí se habló de que Una especie de borrón oscuro había detenido un atraco a un banco, rescatando a seis rehenes y atando con la manguera de incendios del edificio a los tres atracadores.

Ella, al leer la noticia, se reía con cierta mesura y comentó muy bajito algo sobre las cebras y sus rayas, cosa que su pareja no entendió ni quiso tampoco entender porque sabía que ella, muchas veces, pensaba en voz alta. 

Y si ella hubiera sido otra, pensaría que hoy en día, se inventaban nuevos pasos, pero el baile siempre nos atrapaba. Se tienen rituales, creencias, rarezas… que, en muchos casos, son insignificantes, aunque había casos en los que no lo eran tanto. Es importante eso bailar y levitar, pues muchas veces se nos dice categóricamente que no podemos volar, pero nadie nos habla de la importancia de levitar. Bailar y lograr levitar todos los días, pues es importante eso de intentar mantener el equilibrio pese a lo difícil que es tener nuestro lugar…


Pero ella no era otra…