Mostrando entradas con la etiqueta gustos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta gustos. Mostrar todas las entradas

miércoles, 27 de abril de 2016

La caja de cartón



-¿Qué sentido tiene la Vida? ¿Qué es de verdad la Vida?

-¿Para qué sirve una caja de cartón?

-No te entiendo…

-Una caja de cartón sirve para guardar cosas, con un cometido. Una mudanza, ordenar un cuarto, etc. Pero mira a los niños las usan para todo: Cascos espaciales, coches, bases secretas para sus figuras de acción, casas de sus muñecas… La caja de cartón funciona para lo que nosotros queramos. Claro que tiene sus límites: no puedes meterla en el agua, pues se deshace, no puede llevar mucho peso, no se debe comer…

La vida es eso.

Uno puede ser convencional y seguir lo marcado para una vida: Crecer, estudiar, trabajar en una oficina, tener una mujer, hijos, una casa… Si te vale con eso, bien. Tu caja guardará tus cosas.

Uno puede intentar desmarcarse de los demás y ser lo que le plazca: Actor, misionero, domesticador de perros, programador de videojuegos, escritor, médico, etc. Tu caja puede recrear ese casco espacial, esos coches, esa base o casa, etc.

Aunque los límites están. Uno no puede decidir que vivirá donde no está cómodo. Sería como meter esa caja en el agua, convirtiéndose en una pasta de cartón. No se puede vivir por los demás, porque entonces el peso de nuestra caja hará que se rompa.

Hoy día te van a decir mucho que la caja no sirve para ser casco espacial, coche o cama para tu gato. Esos te lo dirán porque creen que su caja funciona para lo que ellos han determinado. No les hagas caso. Tu vida, tu caja de cartón, es la tuya. Píntala de colores, ponle pegatinas, úsala hoy para guardar cosas y mañana como una carita sonriente para adornar tu cuarto o, si eres muy hábil, como marco de fotos, ¡para lo que se te ocurra! Es tu caja, no la de otros. Y si mañana puedes volverla a usar para guardar cosas, bien. Es tuya. No mía.

La Vida es como esa caja de cartón. No sabrás usarla como quieras o esperan otros, se terminará rompiendo y gastando, y, hasta que eso pase, es tu deber usarla. Es tu derecho equivocarte y acertar cuando la uses.



martes, 19 de mayo de 2015

Eso que llamamos literatura de masas

No hay libro tan malo que no sirva para algo.[1]

Esta frase puede definir muchas cosas en la literatura.

Algunos expertos no van a mirar hacia la literatura con la intención de darle un sincero reconocimiento a la novela de bolsillo dedicada al Oeste. Tampoco es esa su intención. No obstante, no se puede obviar totalmente la labor de esta literatura de consumo que algunos llaman popular.

Popular fue el teatro de Lope de Vega y que apasionó a unos y que fue despreciado por otros.
Popular fue el teatro alejado de la concepción de los Ilustrados donde se veían, a su juicio, conductas y modelos de dudosa moral.
Popular fue la novela en el tranvía o ¿Dónde está mi cabeza? que creara Pérez Galdós.

Los ejemplos pueden ser en este respecto muy numerosos, no obstante, no se debe olvidar algo que apuntaba José Antonio Llera al intentar dar respuesta a la nada sencilla cuestión de qué era literatura.

Según Llera, la literatura es algo vivo y cambiante, puesto que lo que se consideraba literatura en un siglo, en otro podía perder esa noción y viceversa, es decir, son los lectores quienes determinan qué es y qué no literatura. Eso explicaría que las novelas del Oeste hoy día solo sean consideradas lecturas para nostálgicos como indica Basilio Pujante Cascales, cuando ya se dijo en este trabajo que contaron con la aceptación casi plena de los lectores de la última mitad del siglo XX.

Si uno se basa en esto, se debe pensar que las novelas populares, llamadas por muchos bolsilibros, fueron el reflejo de un tiempo que se agotó, pero la formula en la que se cimentó puede que aun siga siendo útil para diversos fines tanto literarios como económicos, ¿O que son si no las sagas que vivimos en este siglo XXI? ¿Qué son las novelas de Alatriste que Pérez Reverte nos ofrece? ¿O las novelas del marqués de Sotoancho de Alfonso Ussía? ¿Qué es en sí el best-seller si no un modo de contentar y dar a los lectores un divertimento rápido y atractivo? Es más, hoy día, se nos pueden dar fórmulas para crear una novela de consumo y atractiva para los lectores.[2]

Sin embargo, aunque uno pudiera verle el lado negativo a los best-seller, a la literatura de consumo e incluso a las novelas del oeste, sin este tipo de novelas, sería casi como ir en contra de la evolución natural de la propia historia de las letras universales.

Sin Daniel Defoe no habría un concepto de novela de aventuras tan personal.
Sin Jane Austen no habría una novela sentimental y romántica.
Sin Jules Verne no habría novela de ciencia ficción.
Sin Lewis Carroll no habría una novela metafísica y semificcional.
Sin Sir Arthur Conan Doyle no habría un esplendor de la novela negra.

Si estos autores y otros muchos que han ayudado a que los lectores de todas las épocas pudieran combatir, en su justa medida, el tedio de la vida cotidiana, es porque en algún momento nos han hablado de algo ciertamente universal. Han hablado del desvalido, del sentimiento de soledad, de odio, de amor, de sorpresa, de miedo, de extrañeza; nos han hablado de los sueños que muchas veces tenemos y que en esencia nos definen más que otras muchas cosas, y lo mágico es que esos sueños, en un grado u otro, son semejantes a los de estas personas que tomaron la pluma con el fin de sacar fuera fantasmas y deseos, ayudándonos a entender este mundo y otros que ellos nos han puesto en bandeja, creando así un nexo con la literatura, con la lectura y, en diversos casos, la escritura.[3]

No voy a intentar emular la declaración del continuamente polémico e irreverente Fernando Arrabal y clamar que fue una injusticia no darle el premio Nobel a Corín Tellado, puesto que gracias a ella mucha gente tomó el hábito de la lectura voraz,  pero tampoco se puede negar que tanto este escritor y cineasta como otro miembro del llamado grupo pánico, el sempiterno escritor, filósofo, psicomago y director de cine chileno Alejandro Jodorowsky, entienden la importancia de la versatilidad del autor moderno, igual que hicieran muchos de los autores que abrieran las puertas a otros que marcaron el canon aun saliéndose algunas veces de él, con lo que la línea entre la literatura canónica y la literatura marginal es muy fina y difusa.

Esto nos llevaría a recordar, como multitud de veces hizo José María Díez Borque, que el escritor es una dualidad: lector y autor, o lo que es lo mismo, un ser que habiendo conocido y leído, ha recreado el mundo en el que vive de un modo personal y, posiblemente, único.
De ahí que se pueda afirmar que hoy día la literatura de consumo que he intentado diseccionar en este trabajo fue influida en muchos casos por sus predecesores, ya sea en la esencia o en la forma, y a su vez estos autores de novelas del oeste han logrado insuflar energía a un nutrido número de autores que van a servir de timón a otros que nacerán y que, posiblemente, abrirán el camino de la literatura, sea o no canónica, a sus sucesores, algo sencillamente lógico.  

En conclusión, mucho debemos a aquellos que nos preceden, que han intentado vivir por y para la literatura, que han sido en algún momento espejo de los aspectos del tiempo y del ser humano y que nos han enseñado lo que se debe y no se debe hacer en las letras permitiéndonos soñar y vivir con algo que muchos han despreciado como si fuera un juguete viejo: la imaginación.    






[1] Esta frase está atribuida a Plinio el Joven.
[2] Trescientos gramos de construcción escena-por-escena, un buen puñado de diálogo en su totalidad, tres o cuatro puntos de vista en tercera persona, detalles simbólicos de status de vida… ( formula de Tom Wolfe para crear un best-seller)
[3] Todo esto está reflejado en los diversos artículos que realizó Fernando Sabater y que están recopilados en su libro Misterio, emoción y riesgo, editorial Ariel, Barcelona, 2008. 

sábado, 28 de diciembre de 2013

Una pequeña locura




Dedicado a Carolina Aparicio Couso

Yo siempre quise chicas de bolsillo, no novias, no amigas, que también están bien, si no chicas de bolsillo.

Estaría bien que las chicas, algunas y no todas, tuviera un botón de encogido, similar a un lunar si se quiere, para poder llevarlas en el bolsillo siempre...

-Ana, ¿y esto?
-No, no lo… toques eso
-¡Anda! Pues ale, al bolsillo.
-¡Eh, no!

O incluso que veas a una que te guste y digas: bebe a lo Alicia en el país de las Maravillas.

-Carolina, ten, te va a gustar.
-¿Sí? Veamos… sabe algo raro
-Venga, tú y yo nos vamos a dar un paseo.
-¡Eh, no! ¡Al bolsillo no!


También podría ser que se usase lo que tantas y tantas veces se vio: una pistola de rayos.

-Elena, mira que tengo.
-¡No me apuntes con eso! ¡Esto no tiene gracia! ¡Eh, no! ¡Suéltame!


Y ya en el extremo más extraño y rocambolesco de todo esto, una gripe que haga eso a las chicas.

-Creo que me he pillado un buen… res…friaaaa… ACHUUUUS!!! ¡Oh, no!

Aunque claro, ¿Quién soy yo para pedir eso? ¿No pueden ellas pedir eso mismo con los chicos?

-Cariño, déjame a mí que te alcance eso, que como eres tan bajita….
-¿Ah, sí? Pues lo vamos a ver… si aprieto este lunar…
-¡Muy graciosa!
-Ten cuidado, que te voy a pisar sin querer.
-¡Eh, aparta tus pies de mí!

Y, Oye, sería útil…

-¿Esther, te apetece ir al cine?
-Sí, pero esta vez pago yo.
-Vale, me bebo ese líquido y solo pagas una entrada.

 Dedicado a Carolina Aparicio Couso 

¡Ah, qué mundo sería ese en el que pudiéramos jugar con la realidad y con las dimensiones!  Pues todo es relativo. Desde que empecé a escribir, me di cuenta que nadie es grande o pequeño, nadie es malo o bueno, nada es absoluto, la verdad.

Por poner un ejemplo, si tomo a Carolina, que es la primera de las chicas que en mi texto he encogido y la devuelvo su tamaño original…

-¡Ah, mucho mejor! ¡Ahora sí!

No es una chica muy alta, es normal… tal vez un poco más baja que otras.

-¡Eh, no te pases!

Bueno, perdona. ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! Si yo ahora decido llevarme a  Carolina a Liliput.

-Eso no me disgusta tanto

Automáticamente, para la gente de allí sería enorme. ¿Qué pasó? ¿Deja de ser Carolina normal? No. Para nosotros no, así que, todo es relativo.

De eso va mi filosofía en muchos aspectos. Es casi un hecho metafísico.

-Y pretencioso.

¡Ejem!

-¡No le des otra vez al botón!

Aunque, tal vez todo esto que digo son locuras de alguien que mata su tiempo imaginando, creando, soñando, deseando y  volcándolo en hojas blancas y sin vida. Son cosas que tal vez otro tiraría a la basura, no obstante, alguien más compartirá mis locos sueños y mis ideas extrañas, aunque sea porque tenemos la misma numeración en las páginas del imaginario colectivo.

-Ale, al bolsillo.
-¡Eh, no! ¡Otra vez no!



viernes, 20 de diciembre de 2013

Luces de ventanas



Hoy he visto luces en las ventanas de los altos edificios
que me hacen ser una vez más intruso de balconadas
sabiendo que todas esas cenas me deben ser ajenas
¿Por qué siempre me gusta imaginar tantas vidas?

Seguro que hay un tipo mayor con cerdas
en vez de unos bigotes muy distinguidos
que discute por ocio con su esposa tirana
porque la sopa de fideos está fría y salada

Tal vez sea una joven mujer que está cansada
de un día que más que nunca quisiera olvidar
iluminando su solitario estancia sin poder tocar
los temas que le superan con una buena persona

Quizá se trate de un hombre con la atención
puesta en esa gran lumbre que es su televisor
con la ropa interior como rehén de su desgana
y como único manjar una  lata de atún olvidada

Cae la persiana que es telón de mi ocupación
No espero entreacto en esta noche prorrogada
ni trincheras en las ventanas por interpretar
Mis musas son venenos que mata a mi razón

Y aun hoy se escapa a mi control la solución
a la eterna búsqueda del camino a aquel hogar
donde nadie se pregunte que fue de nosotros,
aquel que enciende las luces de mi imaginación

Dime tú qué puedo hacer para no cargar
con las mismas preguntas que están caducas
y que la vulgaridad  no me haga tropezar
en todas y cada una de sus  trampas

jueves, 24 de enero de 2013

Me gusta...


Me gusta intentar cazar los gorriones de mi infancia que huían y huyen al verme quererlos atrapar.

Me gusta pasarme por el café Princesa, en cuya barra un hombre lamenta que en las necrológicas no aparezca su mujer.

Me gusta cubrirme con las sabanas hasta la cabeza, protegerme del mundo durante unos segundos y seguir después con lo demás.

Me gustan las pequitas de Nuria Gago, la pequeña cicatriz de Michelle Jenner y el lunar de Verónica Sánchez.

Me gusta inventarme varias canciones que luego ni recuerdo y tararear mal las que oí por ahí.

Me gusta la idea de ver sentados a tomar el té a Conan Doyle, Lewis Carroll, Oscar Wilde, Mary Norton, Carmen Martín Gaite y Shakespeare.

Me gusta pensar en el que será, en el que fue y como la vida da su castigo y su recompensa a cada cual.

Me gustan las faltas leves, las luces de candilejas, los primeros génesis, el no tener miedo, los largos domingos de noviazgo y los castillos que deambulan.  

Me gusta pasear y ver las ventanas de las casas encendidas al anochecer, pensando yo que pasará allí y que historia allí sucederá.

Me gusta pensar que cada cual es como esos personajes de la literatura que tienen bien aprendido un papel para interpretar en el escenario de hoy día, aunque resulte que no sea así.

Estas y otras cosas me gustan.