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jueves, 28 de julio de 2016

Globo sonda: El primer capítulo de mi (eterna) novela

Nosotros no somos más que náufragos
que buscan su lugar.
Flotando en la dirección del viento
y quemados por el sol.
Nosotros no somos más que islas
rodeadas por el mar.
Perdiendo la percepción del tiempo
que llevamos sin timón.


Náufragos, Niños Mutantes

Capítulo 1:
Bien... ¡Empecemos!

La verdad es que, aquel veinte de febrero del dos mil cinco, fue un día que Guillermo Belmonte no olvidaría fácilmente en su vida. A decir verdad, ese día, su vida cambió para siempre, pero lo mejor es empezar por el principio.

Comencemos por él. Cuando era niño, sus compañeros le pegaban y se burlaban de él (lo que hoy día, con mucha alarma, se llama Acoso escolar) Y todo por ser un niño bueno. Tal era así, que le trataban mal, que un compañero le puso la zancadilla para que se diera con un radiador y le pusiera un ojo morado. Su primer y, hasta la fecha, último ojo morado.

Ese niño bueno se convirtió al cabo de los años en un adolescente algo engreído porque sabía juntar palabras y conoció a un profesor como ningún otro que le dijo que valía para eso de la escritura. En el primer año de su bachiller, ese profesor murió de cáncer de garganta. Demasiados cigarrillos.

Y así, el adolescente dio paso a lo que, en el momento que nos atañe, se convirtió. Era escritor, o de eso presumía. Dedicó su vida al saber y al placer de la escritura, y, ciertamente, a sus veintidós años era un buen escritor. Él nunca lo terminó de creer, la verdad.
 Cualquiera se extrañaría del hecho de que accediera a navegar en el Grifo dorado, y más sabiendo que detestaba el mar, pero uno debe hacer lo que debe hacer y ese era el único medio que tenía a su alcance para que pudiera llegar a donde quería: Junto a su amada Gloria. Aunque, no era ese el único motivo, pues también le hizo tomar un barco el hecho de querer darle a su peripecia, por así llamarla, un toque de romanticismo y de aventuras, ese de los libros de Salgari o Verne. 

 Gloria y él se conocieron hacía un año, un seis de septiembre de dos mil cuatro,  viendo una película algo mala, de cuyo nombre no merece la pena acordarse.

-¡Oh, por Dios! ¿Quién se cree eso?- Exclamó ella.
-Yo no.- Respondió él.
-¡Exacto! Nadie en su sano juicio vería esto normal…
-Sssssh- Chistó una señora.
-Seguro que yo sería capaz de escribir un guión mucho mejor… Y he escrito historias que al lado de esto, son joyas literarias…-Comentó él lleno de orgullo.
-¿Eres guionista?- Preguntó Gloria.
-No, escritor.
-Por favor… Silencio.
-Perdone.- Se disculpó él.
-¿Eres escritor?
-Sí… pero uno no muy bueno.
-Tal vez he leído algo tuyo… ¿Cómo te llamas?
-Guillermo Belmonte.
-¡¿Estás de broma?!
-¡Que se callen los de la fila de atrás!
-No, soy Guillermo Belmonte. De veras que sí.
-Me encantó tu última novela. Desperté de la realidad. Me la leí en dos días ¿Qué digo leer? La devoré. Ay, perdona mis modales. Me llamo Gloria. Gloria Ballesteros.
-Encantado. Óyeme, ni tú ni yo parecemos muy interesados en esta burda película ¿Qué te parece que nos vayamos de la sala y charlemos un poco?
-Sería una gran idea.

Así que allí estaban, al cabo de veinte minutos, tomando un café en un lugar cercano.

-Aun no me lo creo. De veras eres Guillermo Belmonte. Lástima que no tenga aquí mi ejemplar de la novela.
-Da lo mismo… Gloria era tu nombre ¿No?
-Sí, Gloria.
-Tenía una profesora de latín que se llamaba como tú. Siempre me decía que buscase una buena chica.
-¿Y lo hiciste?
-No. Todas han tenido algún pero.
-Con lo que estás soltero.- Reflexionó Gloria en voz alta.
-Pues sí.
-Perdona, no quería…
-No, tranquila. Está bien.

Él sonrió de ese modo que alguien catalogó como una sonrisa encantadora de niño pequeño, tan discreta, tan sincera, tan involuntaria, que era parte de aquel escritor.

-En fin… es tarde.-Sentenció él tras mirar su reloj.-Tal vez deberíamos dejar esta charla para otro momento.
-Espera. A lo mejor soy una atrevida o una admiradora muy pesada, y no te culparía si lo pensases,  pero si no tienes ninguna cita previa, tal vez quisieras cenar conmigo.
-Me encantaría. Así podré firmarte la novela.
-Sí, claro.

Había conocido en esa tarde a la chica que haría que se enamorase como nunca lo hizo antes. Era su mayor golpe de suerte. Una chica guapa, inteligente, segura… Nunca antes pensó que conseguiría tener a su lado nadie mejor. Según su juicio, era más de lo que podía aspirar.

Parecía que todo iba sobre ruedas entre ellos hasta aquel sábado que prometía ser otro día más.

Se levantó de su cama de un saltó y se dirigió a la ducha. Hay que estar limpios para afrontar un nuevo día, pensaba.

Tomó sus ropas del suelo del dormitorio. Olió su camisa del día anterior. Aún estaba limpia, eso seguro.
Una vez vestido, metió sus últimos cincuenta euros en la cartera. Sería un escritor de éxito, pero varios días viviendo como un tipo ocioso pasan una factura al bolsillo.

Miró el móvil. Un mensaje SMS. Era de Gloria y decía algo así:

Esta tarde. A las 18.00. En el sitio de costumbre.

Te quiero contar una cosa muy importante.

Besos.

GLORIA

Tomó sus llaves, su móvil y su cartera para luego salir del piso en la calle Guzmán el Bueno en el centro de la enorme mole que es Madrid. Además de Gloria, estaba enamorado de esa ciudad, pero hay amores difíciles.

-Belmonte.- Le llamó la voz de la señora Matarrisas (no es broma, se apellidaba así esa buena mujer)

Era su casera. Estaba esperando justo en el rellano a que él saliera. Vestía con su bata de paño y con ese cabello cardado. Debió de haber ido a la peluquería el día antes, pues normalmente aparecía con rulos. Sí, la verdad es que era el vivo retrato de la arquetípica maruja, una especie que no se extingue nunca.
La comunidad de vecinos la temía, pues, a sus setenta y dos años, tenía más ardor guerrero que todos ellos, además de un carácter endiablado. No se entendía como su marido la soportaba, pero la teoría más extendida era que aquel hombre, calvo, enjuto,  con gafas redondas y pasadas de moda, era un santo varón o un estúpido integral.         

-Buenos días, señora Matarrisas. Bonito día ¿No?
-Déjese de buenos días, señora Matarrisas. ¿Dónde está el dinero que me debe?
-Aún no he logrado reunir todo lo que le debo de estos dos meses, pero le juro por lo más sagrado que estoy en ello.
-No me engaña ni una pizca. Le advierto: como mañana no tenga mi dinero listo, dormirá en un banco del parque.
-Descuide, señora Matarrisas.-Le sonrió con todo el encanto que podía dedicar a esa mujer.-No le voy a fallar.

Guillermo recorría esas calles casi todos los días. Lo hacía por instinto. Las mismas paradas de siempre.

Primero tomó el metro hasta Arguelles, para ir a la panadería cercana al Corte Inglés de Princesa: Un croissant, dos Donuts y dos cafés con leche para llevar. Pagó su compra.

Paró donde estaba aquel mendigo que se encontraba cerca de la Plaza de los cubos, apostado en un banco, con su fiel perro a sus pies.

-Ten.- Le dijo.- Tus dos donuts y tu café.
-Gracias.- Le sonrió cuando se los dio.- Te prometo que cuando pase esta mala época y logre ser alguien importante, te lo pagaré todo.
-Con que compres mis obras literarias, me doy por satisfecho.- Le respondió.

Así, tras todo esto, esperó a Gloria enfrente del teatro-cine Avenida. Ahí se conocieron hace más de un año.

Allí llegó ella. Un beso cariñoso de saludo. Él la notó fría.

-¿Pasa algo?- Preguntó él.
-Bueno, es que… creo que no nos vamos a volver a ver.
-¿Me estás dejando?
-No, te aseguro que no…O sí, aunque sé que me vas a odiar por esto, pero es solo que mis padres se van Sudamérica y debo ir con ellos. Entiéndelo.
-¿Qué? Perdona, pero no. No lo entiendo. ¿Cómo quieres que entienda que te vas así como así?-
-No es así como así.
-¿Desde cuándo lo sabes?
-Ese no es el tema.
-Gloria, ¿Desde cuándo lo sabes?
-Desde hace unos cuatro días, pero no encontraba el momento adecuado para poder contártelo.
-Muy bonito. ¡Esto es genial!
-Me estás gritando.
-¿Y qué quieres que haga? ¿Eh? ¡Dime!
-Te aseguro que no es lo que piensas. Te quiero y mucho, pero la distancia es muy mala y necesito el dinero que me proporciona mi padre. No me puedo negar. No sé vivir como una pobre como… tú.
-Eso, tú echa más leña al fuego, muchas gracias.
-Es la verdad y lo sabes.
-Pues si ese es el problema, podríamos irnos a vivir juntos. Sería sencillo. Buscamos un piso para ambos. Y yo puedo vender alguna de mis viejas historias a alguna editorial.
-Eres un encanto.- Le acarició las mejillas, dedicándole una sonrisa.-Pero no tenemos donde caernos muertos y, seamos sinceros, seré más una carga para ti que una ayuda.
-Da lo mismo. Te quiero a mi lado.
-No insistas más. Debo irme con mis padres. Además, es muy tarde para hacer planes, porque me marcho mañana.
-¡¿Mañana?! Y me lo dices así ¿No?
-Ya te lo dije, no sabía cómo...
-¡Eso es una gilipollez, Gloria! ¡Es una idiotez! ¡Si quisieras te quedabas conmigo! ¡Joder! ¿Es que no lo ves? Me importas más de lo que te puedes imaginar.
-¡¿Y qué esperas?! ¡¿Qué te diga que prefiero la vida que se me ofrece en otro país que a ti?! ¡Pues sí! Ahora mismo, la prefiero y no voy a renunciar a ello, porque, aunque no te lo creas, no eres tan especial.
-¿Tú te oyes? Soy yo, joder, soy Guillermo. Nos queremos, o eso es lo que me hacías creer. No puedes decirme que todo esto, todo lo que hemos vivido, nuestros planes de futuro, no valen más que tu forma de vida y tus lujos. Gloria, por Dios, eso no. Eres todo ahora mismo para mí.
-Tal vez el problema es que no soy ni tan fuerte, ni tan valiente como creías. En realidad solo soy una niña mimada y cobarde que se vende por no perder su modo de vida. Me duele decirlo en voz alta pero es lo que hay. Y antes de que esto se estropeé más, me voy.- Le dio un beso en la mejilla.- Espero que sepas perdonarme.
-No. No puedes dejarme. Te acabo de abrir mi corazón, Gloria. Te he dicho cosas muy importantes para mí ¿Y aun así te vas sin más?- Preguntó pero ella se perdió entre la gente.

Y dos horas después, tras sentarse en un banco cercano y ver a la gente ir y venir, Guillermo Belmonte tomó una decisión. Sabía que, aunque las esperanzas parecieran nulas y se dijeran tantas cosas tan duras, aun la amaba. La amaba tanto como para cometer una locura o una idiotez, según se mire.

-Puede que Madrid se me haya quedado pequeña.

Se plantó en su piso, recogió un par de cosas decidiendo liar sus pocos bártulos para irse a la búsqueda de Gloria y salió corriendo.

-¡Mi dinero!- Gritó desde el descansillo la señora Matarrisas viendo que su inquilino había tomado la decisión de abandonar el piso apresuradamente.
-¡Qué la den, bruja!

Reunió dinero suficiente para un billete de tren a Málaga  y de allí tomar un barco rumbo a Sudamérica.

Y se sentía más idiota, si cabe, cuando decidió tomar el único barco mercante ruinoso comandado por un capitán medio loco (o loco y medio, aún tenía serias dudas sobre ello), pero, tal vez, eso es lo que él buscaba. Un barco que no se pareciera a ningún otro.

El capitán Hugo Toledano era un hombre de cabello negro, aunque entrecano en las sienes, barba extrañamente bien arreglada y ojos azules
El buen capitán debía de rondar los cuarenta y muchos o cincuenta y pocos. Su indumentaria era muy peculiar: Chaqueta de capitán con anclas doradas en las solapas, jersey de cuello vuelto, un par de anillos en ambas manos, pantalones anchos de color azul oscuro, botas envejecidas, que antes  debieron ser de un negro muy lustrado, y un bastón con una empuñadura que tenía un grabado de un barco surcando un mar embravecido. El bastón no era un adorno, pues Hugo Toledano cojeaba de la pierna izquierda.

Lo más curioso de este viaje es que el capitán accedió a llevar al joven escritor al contarle sus motivos.

-Señor mío, creo que no miento si digo que cualquier causa es injusta comparada con el Amor. Así pues, suba a mi barco. Bienvenido al Grifo dorado, caballero.

Era un tipo agradable, si llegabas a ver la gracia en alguien que no dejaba de ser un anacronismo, como si el tiempo en él pasase a otro ritmo. El caso es que accedió a llevar a Guillermo en su embarcación y proporcionarle un lugar tranquilo entre la tripulación, tan atípica como lo era su capitán.

La noche en la que habían zarpado, Guillermo decidió pasear por la cubierta y encontró al capitán Toledano mirando al cielo. Musitaba algo.

-Buenas noches.- Saludó el joven.
-¡Buenas noches, amigo mío!- Le respondió efusivamente.- ¿Disfrutando de la brisa marítima?
-Algo así…
-En poco tiempo, llegaremos a nuestro destino.
-Me alegra oírlo.
-¡Ah, el Amor! Es aquello que vuelve loco a unos y esclavo a otros.-Reflexionó con voz profunda.-Una vez yo fui como usted... en tiempo que parecieron más fáciles. Antes del naufragio en el que mi menisco se hizo añicos.
-¿Naufragó?-Guillermo se inquietó
-Sí, amigo. Hace veinticinco años. Pero hay una ley en la marinería bien clara: Un capitán solo puede naufragar una vez en su vida.
-No sé yo si eso me deja muy tranquilo.
-Confíe en mí. Sé de lo que le hablo, llevo muchos más años de los que usted puede tener siendo capitán.

No quiso discutir con Toledano, pero le daba la extraña impresión de que estaba muy lejos de poder definirse como buen capitán.

Por desgracia, no fue un viaje de placer, ni mucho menos.

Primero, el escritor enamorado tuvo que compartir camarote con tres de aquellos lobos de mar que formaban parte de la pintoresca tripulación, algo poco agradable, para su gusto. Uno de ellos era un hombre grandote, calvo y tatuado de cabeza a pies. No en balde le apodaban el estampado. Los otros eran los mellizos Merchán, de cabello oscuro, ojos azules y rostro afilado. Uno de ellos, Julio, tenía una fina barba oscura. Este trio tan distintivo no era muy comunicativo con Guillermo.

Además, debió de ser que, por el balanceo de la nave,  Guillermo se mareó y echó por la borda hasta la primera papilla. Pero no una vez, sino hasta cuatro veces en los dos días de viaje. No supo muy bien el motivo exacto, pero los marineros se mofaban del pomposo de tierra firme, que fue como algunos le apodaron.

-Caballeros, no está bien reírse de un pobre diablo que sufre.- Indicó el capitán a sus hombres.- Y menos cuando está echando hasta el hígado por la borda de nuestro barco. No querrán parecer unos insensibles.

Más risas, a las que se unieron las carcajadas de Hugo Toledano. Era algo muy humillante.

Se podría decir que Guillermo encontró un aliado en ese barco, aparte de su, a ratos,  cordial relación con Toledano. El contramaestre Gustavo Pratt. Un hombre nervudo, de mirada nítida, mandíbula cuadrada, cabello negro peinado para atrás y un frondoso mostacho perfilado como aquellos forzudos de antaño. Su mano izquierda había sido sustituida por una de madera, similar a la de algunos maniquíes de los escaparates de las tiendas o de las que se usan de modelo para dibujar. Había nacido en Torredembarra hace cuarenta y dos años y se hizo marinero por el mismo motivo que su padre se hizo marinero: Por herencia familiar.

Guillermo no supo nunca porque se dignó a enseñarle al contramaestre aquella foto que tenía como recuerdo. Era una fotografía de él abrazaba por la cintura a Gloria, quien  estaba mirándole anonadada. Guillermo no era muy dado a hacerse fotos. Decía que era poco fotogénico, no así Gloria. 

-Tal vez le hablo de todo esto porque necesitaba a alguien que no me juzgase.
-¿Por qué dice eso?
-Nada. Bobadas mías. Olvídelo.
-No creo que sean bobadas. ¿Sabes qué creo? Que temes equivocarte. Es normal, pues todos nos equivocamos. Es decir, todos no. Los cautos rara vez se equivocan, pero ¿Quién demonios quiere ser cauto?  

Tras varios días de navegación sucedió lo peor.   

Una tempestad, un brutal temporal que creó destrucción a su paso, sorprendió a todos en aquel barco. Hasta que finalmente… un golpe de las enormes olas desequilibro la embarcación y el escritor cayó al agua, víctima de la furia del mar que, al final, le dejó sin sentido al golpearle con violencia.

Recordaba que antes de caer a las bravas aguas, le pareció soñar algo al estar sin sentido, flotando. Vio, en una especie de bruma, imágenes de diversos instantes de su vida, para casi al final ver la silueta de Gloria, o eso creía él. La silueta femenina entrecortada por una cetrina luz, acercó su rostro en tinieblas al de Guillermo y le besó en la frente. Fue entonces cuando volvió en sí.

Se encontraba en una playa. Debió de ser un milagro. Estaba sano y salvo, pero no sabía muy bien dónde.

Su primer pensamiento al ver esa situación, y tras vomitar el agua que pudo haber tragado, era que esperaba no encontrarse en una isla desierta.

miércoles, 29 de junio de 2016

Aquel lugar que llaman Conciencia.

Tu silueta está fundida en la oscuridad del balcón de noche, con un perfil fino recortado por las furtivas luces de alguna casa y el resplandor de la llama de tu cigarrillo. Sientes una tristeza grande.

Ahora no puedes dejar de pensar en que tenías deudas pendientes con Ana, con esa ex novia que te hizo perder el norte en tu adolescencia, con la que habías hecho el amor en cada rincón de la casa de tus padres. Era muy tierno y sensual a su manera. Por eso cuando la volviste a ver, años después, decidiste remediar como acabaron las cosas. Ella te dejó por un cantante de un grupo amateur de música rock y acabasteis muy mal.
Era mejor perjudicar tu presente por arreglar un pasado al que solo querías regresar tú, no Ana. Dejaste a tu novia en casa y te decidiste a acompañar a Ana a su casa solo por el egoísta regocijo de pedirle perdón, pero Ana ya no era Ana. No era tú Ana.

Esa noche al volver a casa, tu novia te dijo que tú dormías en el sofá. Nunca la viste tan enfadada. Pensaste que era una rabieta estúpida que se arreglaría con un ramo de flores y un peluche. Nunca tuviste mucha clase, pero ¿Qué esperaban? Tú siempre viste eso de la familia, de la lealtad a los hermanos y a los padres como algo cercano a una secta y así, delante de la prima de tu novia, le soltaste eso a tu mejor amigo.

-Deberías desprenderte de esa secta que te chupa el seso, Álvaro.

Cecilia, la prima de tu novia, miró a tu amigo con una mezcla de compasión y lástima y a ti, aunque no te diste cuenta, con odio y asco. No entendías porque, desde ese día, Cecilia fue más distante contigo y nadie se molestó en explicártelo.

Exhalas el humo de tu cigarro y notas un extraño picor en la garganta. Intentas reprimir ese recuerdo que muchas veces te vuelve a visitar. Lara. Lara era la mujer de tu vida. Lara cometió el insultante atrevimiento de casarse con un joven informático francés. Aun te duele eso. No porque se casase, sino porque no se casó contigo, que hubieras dado todo por ella. De eso se aprovechó Claudia, la hermana de Lara. La llevabas a todos sitios y le prestabas dinero porque ella fuera tu alcahueta y creías ciegamente que Lara volvería a ti, pensando que esa estúpida filosofía sobre la lealtad familiar que tenías y que hacía que te ganases el odio y el desprecio, germinaría en Claudia. Pero no. ¡Qué sandez! ¿Qué era la familia, los lazos de sangre, frente a tus sentimientos?

Y ya puestos, ¿Dónde estaban los sentimientos de las diversas chicas a las que prometiste fidelidad para poder saciar tus instintos físicos? ¿Dónde quedan las artimañas para ligar que leíste en una revista? Pues donde deben estar, en tu historial personal, mordiéndote el trasero como un sabueso sin dientes. Tú lo hacías porque estaba en tu naturaleza. Siempre te quisiste asemejar a un lobo, a un depredador, a un cazador… y lo eras. Pero para combatir a los lobos la gente usó cepos. Cepos que cuando tú los veías, huías. ¡Ah, qué malos cazadores son los demás! Solo buscan una presa y cuando la tienen no la sueltan en busca de otra como tú hacías.

De pronto recuerdas a Blanca, esa chica con la que saliste solo cuatro meses y que tú, por todos los medios, querías que te presentase a sus padres y ella se negaba. Se negaba porque presentarte a sus padres significaba algo distinto al miedo al compromiso que tú concluiste. Era porque nadie mete a un lobo en un corral, ni presenta a alguien como tú a sus padres y familiares. Las sectas tienen normas bastante estrictas ¿No lo sabías? Al final Blanca te dejó por un neo nazi, o eso es lo que te dices y les dices a quien se molesta a oírte. No era un neo nazi, era un chico formal y que nunca se quiso comparar con un depredador con mala fama.

¡Ah, la fama! La tuya era de un conquistador, de un hombre que deseaba tocar cuantos más palos mejor y nunca te paraste en ninguno el tiempo suficiente para llamarte aprendiz de… Otros objetivos, otras presas, otros palos que tocar. Quisiste ser músico porque Ana amó a uno, quisiste ser poeta, porque el actual marido francés de Lara escribía poesía, querías ser actor, porque… porque alguien en algún momento lo quiso ser. Olvidaste que uno en la vida debe ser maestro de algo y no puede ser eternamente aprendiz momentáneo de todo, pero claro, no entendiste de qué iba eso de la constancia.

Oyes un perro ladrar a lo lejos y apuras tu cigarrillo. ¿Dónde se torció la cosa? Todos debían adorarte, pero es todo lo contrario. Eras simpático, pero cometiste el terrible error de olvidarte del nombre de la gente que mostraba un repentino interés en ti. Ellos no son tú, claro. Tú puedes llamar a la familia secta, catalogar a las chicas por el culo y las tetas que tienen y como has encontrado a Santiago que actúa como tú…

-¡Mira que culos!
-Yo el otro día soñé que me lo montaba con la vecina de mi bloque, la del 2ºE.
-No me extraña, está que se rompe por los cuatro costados. Como en el País Vasco, que las tías están buenísimas. Estuve los ocho días de un salido…
-¿Qué tal tu novia, Santiago?
-¡Joder, que corta rollos eres, Álvaro!

 Sí, es así como un hombre sano actúa, los demás están errados. Santiago y tú, por lo tanto, sois unos tipos que sabéis disfrutar de la vida.

Y sin embargo, Ana ya no está, ni Lara, ni Blanca… ni ya puestos la vecina del 2ºE. Tu novia sí, o mejor dicho, aún está, pero no sabes ni quieres saber hasta cuándo, porque eso te agobia y te hace pensar en todos tus verdaderos fallos. ¿Importa mucho? No la quieres pero eso solo lo ves tú, los demás no poseen esa intuición que les dice que las cosas no fluyen como deben, pero claro, nadie pensaría eso de un hombre sano como tú.


Notas un escalofrío y decides meterte ya en casa. No sabes porque pero sientes una tristeza grande. ¿O solamente es que estás cansado? No te vas a parar a averiguarlo.                      

lunes, 29 de febrero de 2016

Silencio


Si quieres que un secreto se sepa, escríbelo. Nadie lo sabrá jamás.

Álvaro González, escritor español.

Todo gran amor no es posible sin pena.

Proverbio italiano


Hoy también se ha vuelto a ir. Esta vez no me dijo nada de que se marchaba, y eso que lo acordamos al poco de empezar a vivir juntos en este piso.

-Yo necesito irme. Evadirme y no deseo que me preguntes nada.
-Está bien… solo te pido que me digas que te vas. No deseo preocuparme.
-Lo intentaré.

Cuando regresa, se acerca a mí y sin decir nada, o me besa en la mejilla o se me queda mirando, como un extraño y yo observo sus ojos pardos. Su padre era japonés, su madre creo que era mejicana. Era muy exótica a mi juicio, y la mujer más inteligente que conozco. Fue en un viaje a México cuando la conocí y pasaron meses, creo yo, hasta que nos dijimos que lo nuestro no podía ser solo una mera amistad. No era raro en mí pensar eso, puesto que era proclive al enamoramiento, que no significa para nada ser mujeriego.
Pero fue ella la que me besó y quien me contó algunas cosas de su vida, antes incluso de que yo lo hiciera. En las mujeres que me había cruzado, ninguna era así. Era yo quien se abría en canal ante ellas. Pero… Paola era Paola.

Así, en uno de sus ataques de sinceridad, me relató que hizo algo terrible. Casi asesina a un compañero de trabajo, allá, en México. Carlota, una amiga suya, me explicó muy bien todo, Pero Paola no podía. Solamente se centraba en que era malvada, que casi mata a ese hombre, que no pudo controlarse.

Según Paola:

-¿Sabes cuándo el Demonio te indica que debes defenderte? No creo en Dios. No puede haber creado gente como yo. Ya lo decía mi madre y su esposo. Yo debo estar escuchando al Demonio, porque dejé en coma a ese tipo. Lo dejé medio muerto y fue cuando mi madre y todos me dijeron que era una mala persona. Y abracé esa idea. Soy mala… pero no… no contigo. Perdóname si te asusté.
-No, tranquila…

Según Carlota:

-Claro que lo hizo… Pero el otro era un pinche cabrón Intentó forzarla en la oficina. La empujó hasta los baños y por suerte, entró un compañero y no hubo más… pero ella… Paola tenía rabia. No quería ser más una víctima. Usó el café de él… bueno, te imaginas el resto. Y claro, ¿Denunciar en este país? Imposible. Hubieran dicho que algo habría hecho ella, ya sabes…

Nunca le dije a Paola lo que Carlota me explicó… no creí que la ayudase remover aquello, pero algo me dijo que ella intuía que yo supe la verdad.  

Por eso, tal vez, no le ponía barreras a que se fuera y no me dijera nada más. Era un silencio necesario.

-¿Otra vez se fue? ¡Tío, de verdad!
-Volverá. Siempre regresa. Es así.
-¡Ponle claras las cosas! Esta tía no te quiere. Es muy rara y no lo quieres ver. ¡Tu madre te hubiera dicho lo mismo que te digo yo!

Mi madre… Al poco de morir mi madre, apareció Paola. Mi madre me hubiera dicho otra cosa a lo que Roberto argumentaba.

-¿Eres feliz?
-Sí, mamá.
-Pues entonces, adelante.

Mi madre… ¡Qué mal lo pasó! Me prometí escribir su vida. Me compré un cuaderno para ello y, en la cama de su hospital, un domingo, sonreí y mostré el cuaderno.

-Estoy listo para que me cuentes tu vida, mamá. Así pues… ¿empezamos?
-Yo… estoy muy cansada, hijo. No tengo ganas.

Mi madre…

Observé a Roberto. Era el amigo más antiguo que tenía. Desde los ocho años que nos conocíamos… Conocía a todas sus novias y algunas me agradaban… Tenía una filosofía muy extraña de las relaciones que, imagino, fue ampliando y mutando, pero supongo que alguien que tiene frases como cuando dicen que no, es que sí, debe entender las relaciones como algo muy retorcido y poco sano.

Acababa de tener un hijo con su pareja porque era lo que los demás esperaban de él…. Y él, pese a ser tan grande, tan aparentemente feliz siempre… teme la soledad y abraza el espejismo que ha creado con Carmen. No sé bien quién me dijo que cuando uno se pasa la vida haciendo bromas e intentando agradar a todos, algo oculta. Algo no funciona bien en su vida. Roberto puede ser un ejemplo claro si me importase una santa mierda lo que dijera. Sus consejos hace tiempo que no tienen una utilidad en mi día a día.

-¿Has visto el culo de esa?
-No. La verdad es que no…
-Ese es tu problema. Es por eso que las tías te toman el pelo.

Sí, mi problema con Paola está en no decir que una mujer tiene una buena delantera o si me la follaría o no… Es de cajón, vamos.

-Yo no quiero tener hijos.-Me dijo una vez Paola.- ¿Quién soy yo para dar ejemplo a nadie? Tendría niños malcriados. Es una responsabilidad que no quiero tener. ¿Te molesta eso?
-No. Puede que con el tiempo…
-Con el tiempo pensaré lo mismo. El tiempo es una variante sobrevalorada.

Así que lo más posible es que fuéramos solo ella y yo, lo cual no me parece tan mal… pero tener una hija… no sé, me ilusionaba eso…

-Yo puedo ser toda la niña que desees. ¿Me hago coletas? Quieres eso. No me importa. Por ti, lo que quieras. Eres tan bueno conmigo…  
-¿Y no eres tú buena conmigo?

Entonces… silencio. Me mira con cierta extrañeza, a mi juicio, y me habla de los últimos estudios de cálculo que leyó. Eso me alejaba un poco de ella…. Eso y que al decirla que la quería, me diera las gracias, pero entendía que siempre quiere cambiar de tema cuando el foco de una conversación se pone sobre ella. En Morelia hacía igual, cuando me pidió que nos fuéramos lo más lejos de su madre y de su pareja, de sus hermanastros… de ese ambiente.

Al poco de mudarnos al piso, hicimos una especie de recorrido por todos los restaurantes de comida japonesa de la ciudad. Por suerte, yo era de esos que les agrada el Sushi, porque ya conocía yo gente que lo odiaba con todo su ser, que ya ves…

Era muy tierno que Paola hablase a los camareros en japonés… parecía una niña tímida y sonreía ampliamente… pero también lo hacía cuando fuimos hace tres semanas a un restaurante chino y el camarero la miraba como si eso formase parte de una broma que no alcanzaba a entender.

-Cariño, es chino, no japonés…
-Oh… Pues debería aprender japonés…
-Bastante tener yo con aprender español, señorita.-Replicó el camarero soltando una risa amigable.

Y suena el teléfono.

-Sí, Dígame 
-¿Es usted el marido de Paola Mariko Morales?
-Eh… Sí soy su pareja, pero no su ma…
-Le llamo de la comisaría.

Al parecer, Paola se sintió agredida por un comentario de esos que tanto le gusta usar a gente como Roberto y actuó de un modo desmedido, según dijo el policía que me acompañó hasta la habitación donde estaba Paola.

Tenía la mirada perdida y cuando se dio cuenta de mi presencia, me abrazó. El hombre no presentó cargos puesto que, ¡Casualidades de la vida!, era un ratero de tres al cuarto que la policía conocía muy bien.

No hubo un regreso a casa más tenso que aquel.

-¿Estás enfadado conmigo?-Preguntó tras llegar, junto conmigo, al salón de la casa.
-No…
-Ya te dije que soy mala persona y…
-Paola… No. No eres mala persona, sólo que… no te entiendo algunas veces.
-Ya, me lo dices mucho cuando hablo de cálculo y de…
-No. No te entiendo cuando te vas, cuando te obligas a decirte que eres mala…
-¡Lo soy!
-No lo eres. Tienes miedo.
-¿De ti?
-De todos.

Silencio.

-Estoy cansada. Me voy a la cama ¿Te importa?
-¿Por qué te torturas así?
-¡Porque es lo que muchos esperan! ¡Esperan que caiga y tengan que recogerme del suelo! ¡Por eso! ¿¡Eso es lo que deseas oír!? ¡No soporto que la gente sea condescendiente conmigo! ¡No soporto que no seas capaz de enfadarte conmigo! ¡Soy mala para ti!
-¿¡Quieres que me enfade contigo porque un gilipollas te intentó violar!? ¡No lo hare! ¡Te adoro! ¿Entiendes eso? ¡Te-Adoro!

El gesto de Paola era el de alguien que acabase de descubrirse una profunda herida tras un accidente.

Se fue del salón y oí como la puerta del dormitorio se cerraba y después… silencio.

Me quedé dormido en el sofá. No recuerdo bien cuando fue. Al despertarme era de día y me dirigí al dormitorio. La puerta estaba abierta y la cama hecha. Paola no estaba. La busqué en las demás habitaciones y vi un sobre en la mesa de té de nuestro salón de la que antes no me di cuenta. Lo abrí.

Te desgajas alma mía
Sobre un foso de torpeza
Oquedad sin compañía
Un sagrario de tristeza

¿Cómo vuelvo a edificarte?
Si eres polvo y finos granos
Y por más quiera juntarte
Te me escapas de las manos

Y tú, llanto traicionero
Que a mis ojos te caucionas
Si te alojo pasajero
Sin aviso me abandonas

¿Cómo impido este tormento?
¿Cómo suspendo la aflicción?
Si me quedo sin aliento
Al tener roto el corazón

Y el amor que tanto afano
Y que no existe en un lugar
A mi mente hago el engaño
Y no le dejo de soñar

Sin fortuna y abatida
O un anhelo que obtener
Sin su amor vago perdida
Y me sustento del ayer

Del fracaso que es mi vida
Que entre versos veo abjurar
Fragmentada, adolorida
La quisiera terminar…

Y así se volvió a ir... y no regresó. Se llevó su ropa, un par de libros y poco más. Se fue, seguramente, en plena madrugada y pese a que la busqué, no la encontré. No quiso que la encontrase esta vez. Posiblemente vuelva, pero nunca se sabe con Paola.

-Lo bueno es que ya por fin eres libre.-Señaló Roberto con un gesto burlón.

Yo preferí guardar silencio.

-¡Va! ¡Anímate! Seguro que esto te sirve para aprender. ¿Qué sueles decir tú? Que lo que sucede, conviene.

¿Por qué sigo viendo a este idiota? ¿Qué tiene que ver conmigo? Somos dos extraños. Parece que sepa más de Paola que de este tipo que prefiere esconderse de sus temores tras una máscara de falsa felicidad… y pocas veces lo logra.

Llego a casa y noto que todas las puertas siguen cerradas, como las dejé desde que ella no estaba. Todo está en orden, envuelto en una quietud ciega.

Hoy también espero que alguien se acerque a mí y sin decir nada me bese en la mejilla o se me quede mirando, como un extraño y yo observo sus ojos pardos.

Pero solo recibo una cosa.


Silencio.

sábado, 30 de enero de 2016

La cena

Ada se asomó a su ventana. Anocheció hace más de dos horas y oyó como una moto de reparto de algún lugar zumbaba mientras recorría su trayecto.

Se quitó su albornoz- acababa de ducharse.-se puso su vestido de noche negro, se calzó los zapatos y salió de su cuarto con paso pausado.

-Lidia, me voy ya.-Anunció a su compañera de piso, quien leía Los Incursores en el sofá, con las piernas recogidas y la mano apoyada en su mejilla.
-¿mmm?
-Que me voy.-Repitió Ada.
-Ah, bien.- Levantó la vista y sonrío.-Estás muy guapa con eso.
-Me lo creería no lo dijeras con ese tono.
-Es que yo no entiendo eso de regalar una cena. Vamos, en mi cumpleaños no me regales cosas así, por favor te lo pido.
-¡Mira que eres petarda!-Exclamo Ada tras reírse.
-Antes prefiero un huevo Kínder.
-Muy bien. No me esperes despierta. Te quiero.
-Y yo, y yo…

Ada tomó el ascensor. Lidia y ella vivían en un quinto y bajar con sus zapatos era algo que no deseaba hacer.

Llegó a la calle y notó una leve brisa. Llamó a un taxi y una vez dentro, le dio al taxista (un tipo espigado, de cabello castaño, rizado y sucio) la dirección del lugar donde había quedado con Gabriel. Llevaban viéndose los últimos cuatro años y uno podría pensar que eso era una relación de noviazgo, pero siempre dejaron claro que no eran novios, que eran amigos especiales. Por esto mismo, Lidia los llamaba “los no-novios”.

-Ha llamado tu no-novio, que le llames para lo de mañana.
-Se llama Gabriel, ya lo sabes.
-¿Pero a qué si te digo no-novio sabes que hablo de él y no de otro Gabriel?
-Ninguna de las dos conoce otro Gabriel.
-No-novio.-Repetía solemne Lidia.

Tras un par de improperios y una o dos preguntas rápidas del taxista, Ada llegó al lugar. Moore.

Entró y allí estaba él, sentado en una mesa, leyendo la carta. La saludó al verla, se levantó y le dio un beso tierno en los labios.

-¿Llevas mucho esperando?-Preguntó ella al sentar.
-No. Hace unos veinte minutos que cerré la tienda y vine hará como unos seis.

Gabriel era dependiente de una tienda de comics. Bueno, en verdad era socio junto con otro amigo. Es así como conoció a Ada. Por culpa de Lidia. Todo, bueno o malo, era siempre culpa de Lidia. Eso decían los tres. Y con los tres, hablamos de Ada, Gabriel y Lidia.

-No sé qué hago yo aquí…-Confesó Ada al entrar en la tienda por primera vez con Lidia.
-Te he convencido.
-Ya, lo sé, pero digo que… yo no entiendo este sitio.
-Adita, por favor, no hablamos de un Sex Shop… Este sitio es más luminoso, por lo menos.
-Hola, Lidia.-Saludó Gabriel a una de sus clientes habituales.
-Hola, tipo de los tebeos. Te traigo una nueva víctima. Víctima, tipo de los tebeos. Tipo de los tebeos, víctima.
-Me llamo Gabriel.
-Yo Ada.
-¿Tu primera vez?
-¿eh?
-Quiero decir… Que está es tu primera visita a una tienda de comics.
-Ah, sí. Yo era más de Zipi y Zape cuando era niña.
-He intentado explicarle un montón de veces lo de Batman y sus Robins pero nada. No sale de las películas de Christian Bale.
-Me gustó mucho el Joker de esas películas.-Comentó Ada.
-¡Huy, eso es lo peor que le puedes decir a Gabriel! Odia ese Joker.
-¿Por qué?

Y de ahí en adelante…

-Debías ver a todos preguntándome porque llevaba chaqueta y corbata…
-Ay, pobre… te hubiera esperado si el problema era cambiarse de ropa.
-No, no. Está bien.

Gabriel observó su tenedor y llamó a un camarero.

-¿Sí?
-Este tenedor está sucio. ¿Me podría traer otro?
-¿Sucio?
-Sí, como de huevo o no sé bien que.
-Lo siento, señor. Enseguida se lo cambio.

-Un descuido.-Sonrió Ada.
-Seguramente. En fin… ¿Qué tal todo?
-Bien, todo bien.
-Estás muy guapa.
-¿No te parece estúpido esto?
-¿El vestido? No, te queda genial.
-Digo que… Lidia piensa que es estúpido regalar una cena.
-Lidia cree que es estúpido que los humanos no tengamos pies de palmípedo.
-Sí, pero está empezando a convencerme… lo cual me preocupa.
-Ada, me encanta esto, de verdad.
-Gracias. ¿Qué vas a pedir?
-Pues no lo tengo muy…

Un camarero corpulento, de cabello oscuro, se acercó a la mesa.

-Perdonen, pero soy el jefe de camareros. Me han indicado que su tenedor estaba sucio ¿No es así?
-Eh… sí, así es.
-Le pido disculpas.
-No importa, de verdad.
-Para mí si es importante. Esto es intolerable ¿saben? Estos detalles hacen que un cliente regrese o no a nuestro restaurante. Encontraré al responsable de esto y tomaré medidas.
-No, por favor. No deseo causar problemas.
-No los causa, señor. Hablaré con el dueño sobre ello.
-Pero…

El hombre se marchó con cómicamente marcial.

-¿Tú has visto eso?
-Y no me lo creo.-Respondió Ada sin dejar de mirar como ese hombre entraba a la cocina y vociferaba al poco.-Pero, oye, tal vez debiera comprarte algo, además de esto.
-No. ¿Por qué?
-No sé… puede que pienses que no te valoro lo suficiente y no es así.
-Ya lo sé, lo sé, pero no debes preocuparte tú por eso, de verdad que todo…

Un hombre trajeado, con la cabeza rapada y una barbita fina y oscura, apareció.

-Buenas noches, señor. Buenas noches, señorita. Soy el propietario del restaurante. Me han informado de lo sucedido. ¿Me permiten que me siente?
-Sí, es su restaurante.-Indicó Ada.

El hombre se sentó.

-Lo primero, lamento profundamente el incidente del tenedor.
-Oiga, no es tan importante, de verdad que no lo es.-El tono de Gabriel era de extrañeza e incomodidad ante el asunto.-Fue un descuido. Lo entendemos.
-Lo agradezco, pero no puedo excusar algo así. Es una deshonra para mí. He estado durante años intentando que mi restaurante sea uno de los mejores.

Ada no pudo aguantar una risita nerviosa ante las palabras de aquel hombre.

-Verán…-La actitud del dueño del restaurante era la de un hombre que iba a desvelar un gran secreto.-No es solo el restaurante. Atravieso una racha muy mala. Yo y todos, en verdad. El cocinero está en trámites de separación de su esposa. Veinte años de matrimonio… imagínense. No crean que no ponemos esfuerzo en nuestro trabajo. Tengo los mejores hombres y mujeres que encontré. Son buenas personas.

Gabriel no sabía ni que decir.

-Por supuesto, todo lo que pidan corre a cuenta de la casa.
-Gracias…

El dueño se levantó sonriente y regresó a sus quehaceres.  
-Mira, yo he perdido el apetito.
-Y yo. ¿Vamos a tu casa?
-Pero Lidia está…
-Ambos nos morimos por contarle esto.
-Es cierto.

Se sintieron aliviados al salir de aquel local. De camino a casa de Ada, vieron a un adolescente sujetando por las axilas a otro.

-Voy bien. Voy muy bien…
-Yo por si acaso no te suelto.
-No seas ridículo, tío.

-Y pensar que esto no es lo más raro de esta noche.-Bromeó Gabriel.

Cuando llegaron, Lidia estaba cenando en el salón.

-Hola, no-novios ¿Y vuestra increíble cena?

¡Lo que se rio Lidia ante el relato de lo sucedido mientras los tres cenaban juntos! Hizo bromas sobre eso durante días.

Ada prometió a Gabriel que le compensaría por lo del restaurante, que, por cierto, fue noticia días después pero eso no viene al caso.


Y la noche no quedó en silencio en la ciudad.