Mostrando entradas con la etiqueta vida. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta vida. Mostrar todas las entradas

viernes, 14 de abril de 2017

AMALGAMA

Amalgama.
Del b. lat. amalgama.

1. f. Unión o mezcla de cosas de naturaleza contraria o distinta.

2. f. Quím. Aleación de mercurio con otro u otros metales, como oro, plata, etc., generalmente sólida o casi líquida.


Comisaría de Policía DE CHARMARTÍN, Madrid, ABRIL DE 1996

Orlando no tenía una vida sencilla. Era algo que se veía a la legua. Con sólo trece años era carterista, ladrón de poca monta que había dado algún golpe en joyerías, todo un perla como se dice comúnmente. Tenía cierto encanto innato y algo más…

Pero ahí estaba, con varios moratones, con un algodón en la nariz y esposado en aquella sala de interrogatorios. Nunca entendió como dejaron a aquel hombre entrar en esa sala. Era un hombre de cabello castaño oscuro, ojos pardos, mentón romano y bien vestido. No era un policía. Algo le decía que no.

-Hola. En menudo lío te has metido.

Orlando no dijo nada. Sólo observaba a aquel hombre que portaba una sonrisa fraternal.

-Te llamas Orlando ¿No es así?
-Sí…
-¿Tienes padres? ¿Hermanos?
-No…
-Así que te cuidas tú sólo.
-Tengo amigos.
-Cómplices.
-Llámelos como le salga del cu…
-¡Cuida tu lenguaje, jovencito!
-¿O qué? ¿Me dará unos azotes? ¿Me lavará la boca con jabón?
-¿Desde cuándo los tienes?

Orlando no respondió.

-Sabes bien de lo que te hablo. No creo que un chaval de trece años pueda escapar de la policía tan rápido… ni romper tres costillas a un agente así como así. Por lo tanto, te lo voy a preguntar otra vez: ¿Desde cuándo los tienes?
-Desde hace ocho meses…-Respondió tras unos minutos en absoluto silencio
-Y no los comprendes ¿Cierto? Claro que no. Muy pocos los comprenden.
-¡Yo puedo comprender más cosas de las que piensa usted!
-¿De verdad? Por eso tienes moratones y golpes por todo el cuerpo.
-Esto me lo hicieron los puñeteros pitufos de mierda.
-¡Ya te dije que controles tu lengua!
-¡No me sale de los huevos!

Aquel hombre le propinó un bofetón a Orlando que le dejó enrojecida la cara.

-Escúchame bien. Para el resto eres un maldito ladrón, un joven delincuente que acabará sus días en un correccional o en la cárcel. ¿Quieres eso, chico listo? ¿Eso buscas?
-Tal vez es lo que merezco.
-¿Y desaprovechar tu potencial?
-A nadie le importa eso.
-A mí sí, pero si deseas ser alguien, debes prepararte.
-¿Qué es usted? ¿Una especie de mecenas de los niños de la calle?
-Soy tu esperanza de ser algo más, Orlando. De poder hacer algo mejor con lo que se te ha dado.
-¿Y cómo sabe que me interesa su propuesta?    
-Porque veo el miedo en tus ojos.
-¿Qué pasa? ¿Qué no le funciona el pito para engendrar hijos?
-No es eso. Tengo una hija de doce años y hace poco me he casado.
-Enhorabuena. Perdóneme, pero me he dejado mi vajilla de plata para regalar en mi casa de campo.

El hombre rompió a reír.

-¿Te interesa entonces?
-¿Qué me adopte? No sé…
-Es eso o el correccional.

Orlando miró sus muñecas esposadas y asintió.

-Si me puede ayudar a entender mis poderes, sí…
-Perfecto. Me llamo Rodrigo Calatayud.

UNIVERSIDAD M. CAMARERO, MADRID, JUNIO DE 2009

-Enhorabuena, muchacho.-Rodrigo Calatayud estrechó entre sus brazos a Orlando por su reciente graduación en la universidad.-Estoy tan orgulloso de ti…
-Gracias, señor. Todo se lo debo a usted.

Clara se acercó a él. Era una chica de unos veinticuatro, de cabello castaño oscuro y ondulado y ojos pardos.

-Pecosa.-La abrazó.
-Doctora pecosa, para ti.
-¡Huy, sí! ¡Que se nos doctora la niña hermosa! No podía ser menos que su papaíto.
-Juntos haréis grandes cosas.-Indicó Rodrigo.-Mientras tanto, lo mejor es que celebremos este momento.

Sandra, la esposa de Rodrigo, sonrió al verlos acercarse a donde ella y Sofía, una niña de 11 años, les esperaban. Sofía corrió hacia Orlando.

-¡Estás muy guapo con ese traje!
-Gracias, Sofí.
-Ah, ¿Y yo no estoy guapo?-Sonrió Rodrigo.
-Tú llevas traje muchas veces, él no.
-No, él lleva esas horribles camisetas con superhéroes musculados y tías siliconadas.-Apuntó Clara.
-Y las cazadoras raídas.-añadió Sofía.
-Tampoco te olvides de los pantalones…
-Vale, ya sé que no soy un tipo elegante, pero soy muy atractivo.

Clara soltó una carcajada.

-¿Lo dudas?

Sandra también abrazó a Orlando para luego felicitarle.

-No es tan importante terminar una carrera con veintiséis años.
-Para nosotros es más que eso.-el señor Calatayud posó su mano en el hombro de su ahijado.-Es el momento en el que tú y Clara por fin estáis a punto de lograr algo muy digno por esta ciudad.
-Ni que la fuéramos a salvar de todo mal…
-Tiempo al tiempo.-Sonrió Clara.

Orlando recordó entonces la suerte que tuvo. Tenía una familia. Una de verdad. Que le apoyaba, que le quería, que le respaldaba. Haber crecido con Clara y con Sofía era en sí un regalo.

Aún recordaba cuando conoció a Clara…

-¿De verdad eras de los malos?
-¿De los malos?
-Sí, de los que atracan, roban, pegan a la gente…

Esa niña de pecas y trenzas le observaba con esos ojos pardos, llenos de miedo.

-Pues ya no lo deberás hacer. Voy a ser tu hermana y te voy a ayudar a ser buen chico…. Si quieres, claro.

Orlando pensaba que aquellas palabras eran ridículas y cursis, pero evitó ofender a esa niña.

-Gracias.
-Tengo Boomers de manzana acida ¿Quieres?
-Sí. Me encantan.

Y esa tarde se graduó… hacía una vida de aquello. De los chicles de manzana acida, de acceder a jugar a cosas absurdas con Clara, de aprender a no decir tacos y a usar bien sus poderes, de velar por Clara y de Sofía, quien dio sus primeros pasos al intentar llegar a él…

Era parte de aquello.

-¿Qué piensas?-Preguntó Clara cuando se acercó al balcón de la casa familiar donde estaba Orlando apoyado en la balaustrada.
-En que le debo mucho a tu padre, a Sandra… a ti.
-A mí no me debes nada, Orlando. Lo hice porque quería y porque me caías bien. Siempre con el ceño fruncido, taciturno y preocupado de no soltar una palabrota.
-Y ya me ves…
-Ya te veo. Eres otro.
-Sí, otro al que se le viene una encima…
-No seas tan negativo. Esto puede ser cojonudo.

Orlando no pudo evitar reírse al oír a Clara decir aquello.

HOGAR DE LOS CALATAYUD, MADRID, SEPTIEMBRE DE 2010

-Pude haberlo evitado.-Se lamentó Orlando.

Llevaba cuatro meses siendo un héroe. Siendo el Aviador. Salvando gente. Deteniendo a criminales… y dejó que unos atracadores pegasen tres tiros a Rodrigo. No estaba. No le pudo salvar, pero no paraba de decírselo. Debió haberlo evitado.

Clara no habló en todo el día. Sólo respondía con monosílabos y lloraba en silencio. Héctor, su novio, no se separaba de ella, pero allí, a solas, sentada en un sofá tras enterrar a su padre, Clara oyó las palabras de Orlando y no dijo nada… solo negó.

-No. No pudiste evitarlo.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque no puedes salvar a todos, Orlando. Por eso.
-Pero debí…
-¡No!-Rugió.- ¡No te atrevas a decirlo otra vez!
-Clara…

Clara se abrazó a Orlando y lloró. Lloró amargamente.

-Le dije que me presionaba mucho, que yo no era él… y ahora está muerto. Si le hubiera dicho que valoraba tanto lo que hacía por mí…
-Ya lo sabía. Sabía que lo querías y él te adoraba. Eras su debilidad. Tú y Sofía. Atraparemos a esos indeseables.
-Cuando lo hagas… quiero que sufran.
-Pecosa, no te dejes llevar por la rabia.
-Quiero que sufran, Orlando. Y mucho.

Justo en esa habitación donde estaban, apareció de modo temeroso una chica negra de unos veinticinco años, de pelo rizado y negro, ojos color café y aspecto alegre, pese a que en ese momento parecía verdaderamente triste.

-Perdonad que os moleste, pero…
-No pasa nada.-Esbozó una sonrisa Orlando.- ¿Qué pasa?
-Pues… eh… bueno… yo… eh… lo primero, daros el pésame. Vuestro padre era un gran hombre, el mejor y… eh… lo segundo que… que… en fin, con la muerte de mi jefe, del señor Calatayud, pues…

Clara parecía atravesar con la mirada a la pobre chica.

-Eh… que… Quiero ayudaros. Quiero formar parte del equipo Aviador. Os voy a ayudar en todo. De verdad. Cien por cien leal y de fiar.
-Por mí bien.-Accedió Orlando.

Clara sólo asintió. Antes le hubiera dado las gracias y hubiera sonreído, pero desde aquel día, sonreía muy poco. Se murió la sonrisa y el atrevimiento entonces.

Algún lugar de Madrid, enero de 2011

Orlando, con su traje de Aviador, sujetaba por el cuello a aquel hombre que había estado meses persiguiendo. Jerónimo Aldanza. Un hombre de cincuenta y seis años, de cabello castaño oscuro, ojos azules tras esas lentes redondas… El hombre que ordenó que asesinaran a Rodrigo Calatayud.  

-¿Y ahora qué? ¿Me vas a matar?
-Es tentador.
-¡Hazlo!-Ordenó Clara por el comunicador.- ¡Me prometiste que sufriría!
-Pobre muchacho huérfano. Matarme no va a devolver a tu padre adoptivo. Sí… lo sé todo. Sé más de lo que crees. Tu alma se perdería si me matases y si me mandas a prisión, todos lo sabrán. Sabrán quién eres y no podrás proteger a quienes quieres.
-Eres un maniaco.
-¿De verdad? ¿Y me lo dice un tipo disfrazado de piloto antiguo? Yo soy un mal necesario.

Orlando observó a aquel individuo. Meses buscándolo. Meses y ahora… podía vengar a su padre adoptivo. Podría darle su merecido a ese hombre que sólo deseaba castigar al padre de Clara y Sofía por no acceder a sus exigencias. No colaborar con él para crear algo que Orlando ni quiso ni supo entender.

-Te equivocas conmigo.-Dijo al fin soltando a Jerónimo.-No me importas.
-¿¡Qué!? ¡No, Orlando! ¡Debes…!-Protestó Clara.
-No vas a arrastrarme a mí ni a los que me importan a tu juego. Matarte no es justicia. Quédate afónico diciendo quién soy… no eres nada para mí.

Jerónimo no dijo nada, pero su rostro se descompuso al oír a Orlando.

-¡Soy tu mayor antagonista! ¡Te he vencido! ¡Soy Jerónimo Aldanza! ¡El mayor genio criminal!
-Menuda mierda de antagonista eres. Nadie te recordará. Yo no te recordaré. Mi padre adoptivo se sacrificó por protegerme. Eso sí es digno de recordar.

Jerónimo tomó una pistola y apuntó a Orlando.

-¡No te atrevas a ridiculizarme! ¡Rodrigo también lo hizo! ¡Por eso lo tuve que matar!

Orlando mantuvo la mirada a su rival y escupió en el suelo antes de salir  del despacho de Aldanza. No tardó en oír un disparo. Había matado las esperanzas de un hombre y ese era el único crimen del que pensaba responder.

-Ahí tienes tu venganza, pecosa… ¿Mereció la pena?

Clara no respondió.

Parroquia San Antonio de Cuatro Caminos, MADRID, Marzo DE 2011

-Hacía mucho que no te veía por aquí.-Dijo a modo de saludo aquel cura menudo de sesenta y dos años, de cabello gris, ojos verdes y nariz chata al ver a Orlando, allí, de pie, observando el recinto que visitó alguna vez de niño.
-He estado muy lejos de Dios. No me extrañaría que no fuera su hijo predilecto, padre Orfeo.
-El Amor no es envidioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor.-Respondió el cura.-Tal vez te vendría bien hablar con alguien que pueda entenderte.
-Sí, me vendría de lujo, sobretodo porque he perdido mi fe en mí mismo.
-¿Y cómo es posible eso, hijo mío?
-Pude salvar a la persona que más hizo por mí en este mundo y no lo logré. Mis actos trajeron daño a los que me importan.
-Me temo que si no te perdonas tú primero, nadie más podrá. Recuerda que el débil nunca puede perdonar. El perdón es el atributo de los fuertes.
-¿Eso es de San Juan?
-No. Gandhi.
-¿Y si fue yo un débil?
-¿Alguien cómo tú débil? No, Orlando. No lo eres. Has logrado tantas cosas, que me extraña que el chico que intentó robar el cepillo de esta casa tantas veces no pueda ver al buen hombre que hoy es. Tienes una familia, gente que igual que tú ha perdido algo muy valioso. Necesitan tu amor tanto como tú necesitas el suyo. No les abandones. Respeta lo que has logrado y lo que haces por los demás.
-Gracias, padre.
-Sabes que mi puerta está abierta siempre que necesites hablar.

Orlando suspiró y echó un último vistazo al Cristo que había allí antes de retirarse.

A la noche le dolía la cabeza de tanto pensar, pero tenía muy claras ciertas cosas. Clara y él apenas hablaban de lo que sucedió con Aldanza, pero igual que le prometió a ella que haría sufrir al culpable, prometió otra cosa más importante a Sandra y a Sofía: Les diría quién lo hizo y le demostraría que ellos eran mejores.

-Ahora ya se acabó.-Confesó Sandra al recibir la noticia.
-Así es…
-Gracias, Orlando. Gracias por cumplir tu palabra. Rodrigo estaría muy orgulloso de ti. Yo lo estoy.
-¿Estarás bien? -Preguntó Sofía.

Orlando no respondió, simplemente le depositó un suave beso en la frente.

Pero con Clara no fue tan sencillo… tal vez porque ella se sentía culpable por pedir venganza, tal vez porque al tener lo que en cierto modo esperaba, descubrió que la herida seguía abierta. Le importaba. Era muchas cosas para Orlando. Muchas y muy transcendentales en su vida.

Así que no era de extrañar que alguien diera unos suaves golpes al cristal de la ventana que daba al salón del piso de Clara. Esta no tardó en abrir y ahí estaba él. Orlando llevaba en su mano derecha una bolsa de papel con comida que traía de uno de los lugares favoritos de Clara.

-Hola, ¿Sale Clara a cenar?
-¿Qué haces aquí?
-Ya lo dije: Cenar contigo.
-No estoy de humor…

Él descendió y abrazó a su hermana adoptiva.

-Orlando, ¿Qué se supone que haces ahora?
-Pegar los trocitos que tienes rotos, como hacías tú conmigo de niños.
-No, por favor… no me hagas esto…
-A mí tampoco me agradaba, pero luego te acostumbras.
-Eres idiota.-Sonrió ella tras caérsele dos grandes lágrimas de sus ojos.
-Por eso estás tú en mi vida, para velar por mí.
-No soy muy de fiar.

-Nadie lo es siempre, Clara. Nadie. No importa lo demás, sólo el aquí y el ahora, así que vamos a cenar y después, veremos que nos depara la Fortuna.  



miércoles, 27 de abril de 2016

La caja de cartón



-¿Qué sentido tiene la Vida? ¿Qué es de verdad la Vida?

-¿Para qué sirve una caja de cartón?

-No te entiendo…

-Una caja de cartón sirve para guardar cosas, con un cometido. Una mudanza, ordenar un cuarto, etc. Pero mira a los niños las usan para todo: Cascos espaciales, coches, bases secretas para sus figuras de acción, casas de sus muñecas… La caja de cartón funciona para lo que nosotros queramos. Claro que tiene sus límites: no puedes meterla en el agua, pues se deshace, no puede llevar mucho peso, no se debe comer…

La vida es eso.

Uno puede ser convencional y seguir lo marcado para una vida: Crecer, estudiar, trabajar en una oficina, tener una mujer, hijos, una casa… Si te vale con eso, bien. Tu caja guardará tus cosas.

Uno puede intentar desmarcarse de los demás y ser lo que le plazca: Actor, misionero, domesticador de perros, programador de videojuegos, escritor, médico, etc. Tu caja puede recrear ese casco espacial, esos coches, esa base o casa, etc.

Aunque los límites están. Uno no puede decidir que vivirá donde no está cómodo. Sería como meter esa caja en el agua, convirtiéndose en una pasta de cartón. No se puede vivir por los demás, porque entonces el peso de nuestra caja hará que se rompa.

Hoy día te van a decir mucho que la caja no sirve para ser casco espacial, coche o cama para tu gato. Esos te lo dirán porque creen que su caja funciona para lo que ellos han determinado. No les hagas caso. Tu vida, tu caja de cartón, es la tuya. Píntala de colores, ponle pegatinas, úsala hoy para guardar cosas y mañana como una carita sonriente para adornar tu cuarto o, si eres muy hábil, como marco de fotos, ¡para lo que se te ocurra! Es tu caja, no la de otros. Y si mañana puedes volverla a usar para guardar cosas, bien. Es tuya. No mía.

La Vida es como esa caja de cartón. No sabrás usarla como quieras o esperan otros, se terminará rompiendo y gastando, y, hasta que eso pase, es tu deber usarla. Es tu derecho equivocarte y acertar cuando la uses.



lunes, 29 de febrero de 2016

Silencio


Si quieres que un secreto se sepa, escríbelo. Nadie lo sabrá jamás.

Álvaro González, escritor español.

Todo gran amor no es posible sin pena.

Proverbio italiano


Hoy también se ha vuelto a ir. Esta vez no me dijo nada de que se marchaba, y eso que lo acordamos al poco de empezar a vivir juntos en este piso.

-Yo necesito irme. Evadirme y no deseo que me preguntes nada.
-Está bien… solo te pido que me digas que te vas. No deseo preocuparme.
-Lo intentaré.

Cuando regresa, se acerca a mí y sin decir nada, o me besa en la mejilla o se me queda mirando, como un extraño y yo observo sus ojos pardos. Su padre era japonés, su madre creo que era mejicana. Era muy exótica a mi juicio, y la mujer más inteligente que conozco. Fue en un viaje a México cuando la conocí y pasaron meses, creo yo, hasta que nos dijimos que lo nuestro no podía ser solo una mera amistad. No era raro en mí pensar eso, puesto que era proclive al enamoramiento, que no significa para nada ser mujeriego.
Pero fue ella la que me besó y quien me contó algunas cosas de su vida, antes incluso de que yo lo hiciera. En las mujeres que me había cruzado, ninguna era así. Era yo quien se abría en canal ante ellas. Pero… Paola era Paola.

Así, en uno de sus ataques de sinceridad, me relató que hizo algo terrible. Casi asesina a un compañero de trabajo, allá, en México. Carlota, una amiga suya, me explicó muy bien todo, Pero Paola no podía. Solamente se centraba en que era malvada, que casi mata a ese hombre, que no pudo controlarse.

Según Paola:

-¿Sabes cuándo el Demonio te indica que debes defenderte? No creo en Dios. No puede haber creado gente como yo. Ya lo decía mi madre y su esposo. Yo debo estar escuchando al Demonio, porque dejé en coma a ese tipo. Lo dejé medio muerto y fue cuando mi madre y todos me dijeron que era una mala persona. Y abracé esa idea. Soy mala… pero no… no contigo. Perdóname si te asusté.
-No, tranquila…

Según Carlota:

-Claro que lo hizo… Pero el otro era un pinche cabrón Intentó forzarla en la oficina. La empujó hasta los baños y por suerte, entró un compañero y no hubo más… pero ella… Paola tenía rabia. No quería ser más una víctima. Usó el café de él… bueno, te imaginas el resto. Y claro, ¿Denunciar en este país? Imposible. Hubieran dicho que algo habría hecho ella, ya sabes…

Nunca le dije a Paola lo que Carlota me explicó… no creí que la ayudase remover aquello, pero algo me dijo que ella intuía que yo supe la verdad.  

Por eso, tal vez, no le ponía barreras a que se fuera y no me dijera nada más. Era un silencio necesario.

-¿Otra vez se fue? ¡Tío, de verdad!
-Volverá. Siempre regresa. Es así.
-¡Ponle claras las cosas! Esta tía no te quiere. Es muy rara y no lo quieres ver. ¡Tu madre te hubiera dicho lo mismo que te digo yo!

Mi madre… Al poco de morir mi madre, apareció Paola. Mi madre me hubiera dicho otra cosa a lo que Roberto argumentaba.

-¿Eres feliz?
-Sí, mamá.
-Pues entonces, adelante.

Mi madre… ¡Qué mal lo pasó! Me prometí escribir su vida. Me compré un cuaderno para ello y, en la cama de su hospital, un domingo, sonreí y mostré el cuaderno.

-Estoy listo para que me cuentes tu vida, mamá. Así pues… ¿empezamos?
-Yo… estoy muy cansada, hijo. No tengo ganas.

Mi madre…

Observé a Roberto. Era el amigo más antiguo que tenía. Desde los ocho años que nos conocíamos… Conocía a todas sus novias y algunas me agradaban… Tenía una filosofía muy extraña de las relaciones que, imagino, fue ampliando y mutando, pero supongo que alguien que tiene frases como cuando dicen que no, es que sí, debe entender las relaciones como algo muy retorcido y poco sano.

Acababa de tener un hijo con su pareja porque era lo que los demás esperaban de él…. Y él, pese a ser tan grande, tan aparentemente feliz siempre… teme la soledad y abraza el espejismo que ha creado con Carmen. No sé bien quién me dijo que cuando uno se pasa la vida haciendo bromas e intentando agradar a todos, algo oculta. Algo no funciona bien en su vida. Roberto puede ser un ejemplo claro si me importase una santa mierda lo que dijera. Sus consejos hace tiempo que no tienen una utilidad en mi día a día.

-¿Has visto el culo de esa?
-No. La verdad es que no…
-Ese es tu problema. Es por eso que las tías te toman el pelo.

Sí, mi problema con Paola está en no decir que una mujer tiene una buena delantera o si me la follaría o no… Es de cajón, vamos.

-Yo no quiero tener hijos.-Me dijo una vez Paola.- ¿Quién soy yo para dar ejemplo a nadie? Tendría niños malcriados. Es una responsabilidad que no quiero tener. ¿Te molesta eso?
-No. Puede que con el tiempo…
-Con el tiempo pensaré lo mismo. El tiempo es una variante sobrevalorada.

Así que lo más posible es que fuéramos solo ella y yo, lo cual no me parece tan mal… pero tener una hija… no sé, me ilusionaba eso…

-Yo puedo ser toda la niña que desees. ¿Me hago coletas? Quieres eso. No me importa. Por ti, lo que quieras. Eres tan bueno conmigo…  
-¿Y no eres tú buena conmigo?

Entonces… silencio. Me mira con cierta extrañeza, a mi juicio, y me habla de los últimos estudios de cálculo que leyó. Eso me alejaba un poco de ella…. Eso y que al decirla que la quería, me diera las gracias, pero entendía que siempre quiere cambiar de tema cuando el foco de una conversación se pone sobre ella. En Morelia hacía igual, cuando me pidió que nos fuéramos lo más lejos de su madre y de su pareja, de sus hermanastros… de ese ambiente.

Al poco de mudarnos al piso, hicimos una especie de recorrido por todos los restaurantes de comida japonesa de la ciudad. Por suerte, yo era de esos que les agrada el Sushi, porque ya conocía yo gente que lo odiaba con todo su ser, que ya ves…

Era muy tierno que Paola hablase a los camareros en japonés… parecía una niña tímida y sonreía ampliamente… pero también lo hacía cuando fuimos hace tres semanas a un restaurante chino y el camarero la miraba como si eso formase parte de una broma que no alcanzaba a entender.

-Cariño, es chino, no japonés…
-Oh… Pues debería aprender japonés…
-Bastante tener yo con aprender español, señorita.-Replicó el camarero soltando una risa amigable.

Y suena el teléfono.

-Sí, Dígame 
-¿Es usted el marido de Paola Mariko Morales?
-Eh… Sí soy su pareja, pero no su ma…
-Le llamo de la comisaría.

Al parecer, Paola se sintió agredida por un comentario de esos que tanto le gusta usar a gente como Roberto y actuó de un modo desmedido, según dijo el policía que me acompañó hasta la habitación donde estaba Paola.

Tenía la mirada perdida y cuando se dio cuenta de mi presencia, me abrazó. El hombre no presentó cargos puesto que, ¡Casualidades de la vida!, era un ratero de tres al cuarto que la policía conocía muy bien.

No hubo un regreso a casa más tenso que aquel.

-¿Estás enfadado conmigo?-Preguntó tras llegar, junto conmigo, al salón de la casa.
-No…
-Ya te dije que soy mala persona y…
-Paola… No. No eres mala persona, sólo que… no te entiendo algunas veces.
-Ya, me lo dices mucho cuando hablo de cálculo y de…
-No. No te entiendo cuando te vas, cuando te obligas a decirte que eres mala…
-¡Lo soy!
-No lo eres. Tienes miedo.
-¿De ti?
-De todos.

Silencio.

-Estoy cansada. Me voy a la cama ¿Te importa?
-¿Por qué te torturas así?
-¡Porque es lo que muchos esperan! ¡Esperan que caiga y tengan que recogerme del suelo! ¡Por eso! ¿¡Eso es lo que deseas oír!? ¡No soporto que la gente sea condescendiente conmigo! ¡No soporto que no seas capaz de enfadarte conmigo! ¡Soy mala para ti!
-¿¡Quieres que me enfade contigo porque un gilipollas te intentó violar!? ¡No lo hare! ¡Te adoro! ¿Entiendes eso? ¡Te-Adoro!

El gesto de Paola era el de alguien que acabase de descubrirse una profunda herida tras un accidente.

Se fue del salón y oí como la puerta del dormitorio se cerraba y después… silencio.

Me quedé dormido en el sofá. No recuerdo bien cuando fue. Al despertarme era de día y me dirigí al dormitorio. La puerta estaba abierta y la cama hecha. Paola no estaba. La busqué en las demás habitaciones y vi un sobre en la mesa de té de nuestro salón de la que antes no me di cuenta. Lo abrí.

Te desgajas alma mía
Sobre un foso de torpeza
Oquedad sin compañía
Un sagrario de tristeza

¿Cómo vuelvo a edificarte?
Si eres polvo y finos granos
Y por más quiera juntarte
Te me escapas de las manos

Y tú, llanto traicionero
Que a mis ojos te caucionas
Si te alojo pasajero
Sin aviso me abandonas

¿Cómo impido este tormento?
¿Cómo suspendo la aflicción?
Si me quedo sin aliento
Al tener roto el corazón

Y el amor que tanto afano
Y que no existe en un lugar
A mi mente hago el engaño
Y no le dejo de soñar

Sin fortuna y abatida
O un anhelo que obtener
Sin su amor vago perdida
Y me sustento del ayer

Del fracaso que es mi vida
Que entre versos veo abjurar
Fragmentada, adolorida
La quisiera terminar…

Y así se volvió a ir... y no regresó. Se llevó su ropa, un par de libros y poco más. Se fue, seguramente, en plena madrugada y pese a que la busqué, no la encontré. No quiso que la encontrase esta vez. Posiblemente vuelva, pero nunca se sabe con Paola.

-Lo bueno es que ya por fin eres libre.-Señaló Roberto con un gesto burlón.

Yo preferí guardar silencio.

-¡Va! ¡Anímate! Seguro que esto te sirve para aprender. ¿Qué sueles decir tú? Que lo que sucede, conviene.

¿Por qué sigo viendo a este idiota? ¿Qué tiene que ver conmigo? Somos dos extraños. Parece que sepa más de Paola que de este tipo que prefiere esconderse de sus temores tras una máscara de falsa felicidad… y pocas veces lo logra.

Llego a casa y noto que todas las puertas siguen cerradas, como las dejé desde que ella no estaba. Todo está en orden, envuelto en una quietud ciega.

Hoy también espero que alguien se acerque a mí y sin decir nada me bese en la mejilla o se me quede mirando, como un extraño y yo observo sus ojos pardos.

Pero solo recibo una cosa.


Silencio.

miércoles, 13 de enero de 2016

EL INMORTAL



El secreto de la inmortalidad, es vivir una vida digna de ser recordada.- San Agustín.

Mucha gente me ha pedido que les cuente mi historia. Muchos no la creen, otros… no dejan de asombrase.

Nací en 1543, el mismo año que Francis Drake, el 13 de enero, en la Villa de Madrid. Mi infancia no tuvo nada de especial. Crecí sin ambiciones, contento con lo que tenía. Entonces, a los dieciséis años ayudando a techar la casa de mis padres, me caí y quedé empalado con una guadaña. Los médicos y curanderos no esperaban que sobreviviera a mis heridas. Yo no era consciente de sus esfuerzos por salvarme. Mi mente estaba perdida en un laberinto de sensaciones desconocidas, de recuerdos ajenos a los míos, temía estar descendiendo al Infierno. Entonces, una luz dorada disipó el velo de la muerte. En su centro, percibí vagamente una mujer de belleza imposible. Extendió su mano y su contacto me llenó de un vigor renovador. De pronto, desperté. Ya no tenía fiebre. Muchos tomaron mi supervivencia por un milagro.

En 1571, con veintiocho años, me alisté para luchar en la llamada Batalla de Lepanto. Durante el siglo XVI los otomanos habían conquistado los territorios que formaron en el pasado parte del Imperio romano de Oriente. La Europa protestante, en cierta forma, los consideraba un útil aliado contra la Reforma católica. Francia, por su parte, estaba atrapada entre la dinastía Habsburgo que gobernaba en Austria y la que lo hacía en España y los Países Bajos. El Imperio otomano estaba aún en expansión gracias a la base de Tolón, ofrecida por el rey de Francia, e incluso estaba en condiciones de amenazar a España y a Malta.

Allí conocí a Miguel Cervantes y Saavedra.

Mucha gente, con sorna o enserio, me preguntan sí Miguel se parecía a ese típico cuadro de Jáuregui , sí le hacía justicia… y no. Miguel de Cervantes era un hombre ancho de hombros,  frente ancha, cabello castaño oscuro, ojos grises y grandes, bajo esas cejas angulosas, nariz aguileña, barba recortada, labios finos y rosados, inquieto, callado casi siempre, con un sentido del humor muy agudo… era un hombre que yo sabía apreciar.

Por eso lamento mucho que por mi culpa fue manco, que se interpreta mal, pues la mano izquierda no le fue cortada, sino que se le anquilosó al perder el movimiento de ella cuando un trozo de plomo que iba dirigido a mí, pero mi suerte hizo que yo no sufriera mal alguno y a él se le seccionó un nervio, estando tullido de la mano izquierda.

Por suerte, la victoria fue para la Liga Santa al mando de don Juan de Austria sobre la flota del Imperio otomano y, tras meses en un hospital, Miguel se recuperó y en 1572 reanudo su vida militar, tomando parte en las expediciones navales de Navarino, Corfú, Bizerta y Túnez. En todas ellas bajo el mando del capitán Manuel Ponce de León y en el aguerrido tercio del famoso Lope de Figueroa. Yo le acompañé a Navarino y fue allí donde mi vida cambió.

¿Recordáis esa leyenda sobre la fuente de la eterna vida que se le atribuye a Ponce de León? Pues era verdad. Yo entonces creía que el ángel de mi sueño me guardaba. Quizá esa sensación me hizo ciego a otros ojos mortales. Me hice imprudente y me separé del resto. Durante horas vagué sin rumbo y encontré unas grutas donde había un extraño foso de aguas plateadas. No entendí nunca que hizo que me sumergiera en esas aguas, pero lo hice… y salí curiosamente revitalizado.

No conté a ninguno de mis compañeros aquel episodio pero decidí retirarme de la vida militar y, movido por Miguel, me animé a escribir. Ya tenía treinta y tres años y no logré mucho con mis escritos. Nada que se deba recordar con cierto orgullo, así que entré como ayudante de un impresor y me enamoré de la hija de mi patrón, Jimena Álvarez. Era preciosa. Ojos azules, cabellos castaños claros, sonrisa grande… Nuestro matrimonio duró solo seis años, al morir ella al nacer nuestra hija, Inés.

Así que, en 1582, tras recibir la noticia de que Miguel había sido liberado de su cautiverio en Argel y había regresado a Madrid, me contó sus planes de escribir teatro.

Eso fue antes de Lope de Vega. La historia siempre pone a Lope como un genio, y lo era. Triunfó en el teatro y se lo merecía, pero no conocí a nadie que fuera tan necio y cruel teniendo los laureles y el éxito en los corrales que Lope tuvo, pero prefería rodearse de gente que le lamía las calzas, como ese tipo cojitranco y mal humorado de Quevedo. Que sí, que Quevedo hoy se ve como un grande, pero siempre me pareció un personajillo repulsivo, pese a ser una de las mentes más agiles de las letras.

Ya en 1604, con mis sesenta y un años (aunque aparentase apenas treinta), aconsejé a Miguel que esa novelita ejemplar sobre un loco que se creía caballero andante podría dar más de sí. Sí, igual que destrocé la vida y la mano de Cervantes, hice que su nombre fuera recordado. Yo quise a ese hombre porque era un buen amigo… hasta su muerte en 1616. Mi hija Inés ya por entonces ya se había casado con un camarero de la Reina y me había dado dos nietos hermosos. Nadie dependía de mí y, harto de la tiranía en las letras de Lope y sus acólitos, me marché a Inglaterra.

En 1626, con ochenta y tres años, instalado en Essex, había ganado una fortuna como traductor de muchas de las obras de Miguel, que sabía muchas de memoria y pude vivir tranquilo con mi segunda mujer, Marian. Tuve un hijo, William, y una hija, Glorianna. Por desgracia, aunque gozaba del aspecto y de la salud de un hombre de treinta años, era muy duro recibir la noticia de que mi hija Inés murió en 1632 y Marian en 1654… Ya en 1658, con ciento quince años, mis ganas de vivir fueron casi nulas pero pese a ello, seguí viviendo e intentando llenar mi vida.

En 1688, habiendo recibido la noticia de la muerte de Pedro Calderón de la Barca, joven escritor que parecía mucho más inteligente que Lope y sus acólitos, empecé a comprender que el mundo de las letras que conocí moría y me dediqué a otras artes y saberes. Justo me llegó esta revelación al tiempo que surgió la Revolución Gloriosa, que trajo el derrocamiento de Jacobo II por una unión de Parlamentarios y el Estatúder holandés Guillermo de Orange. Entonces tomé el nombre de John Locke… y sí, los retratos eran falsos, yo no era nada parecido a el horrible cuadro de  Godfrey Kneller, pero sí… fue filosofó y médico, eso no es mentira.

¡Qué feliz fui pudiendo escribir tantas cosas que la gente, por fin, con más de ciento cincuenta años de vida, valorase! John Locke murió como tal en 1704, y opté por ser Alexander Essex y como tal, conocí a un escritor satírico irlandés de nombre Jonathan Swift. Acababa de publicar The Battle of the Books y mi tercera esposa, Virginia, y yo adorábamos la compañía de ese hombre y su mujer-niña, Esther Johnson. ¡Cómo lloramos ambos cuando esa pequeña y frágil criatura murió en 1716! Creo que aquello, la muerte de Esther, llevó a Jonathan a la locura…

Cuando alcancé los doscientos años, en 1743, aparentaba ya los treinta y cinco…. Y mis hijos y mujeres o eran polvo o viejos seniles. Deseaba dejar atrás ese siglo donde los franceses habían abrazado la cultura y decapitado la coherencia y la humanidad con eso que llamaron Revolución.

Y lo dejé. En 1800, con doscientos cincuenta y siete años, había dejado atrás mi identidad de William Withering y deseaba nuevos retos… el 16 de mayo de 1804, Inglaterra declaró la guerra a Francia… y me di cuenta que la guerra me recordaba mucho a mis tiempos en Lepanto… Me sumí en una melancolía terrible y decidí dedicar mi inmortalidad a descubrir lo que otros no supieron… y por ello decidí dedicarme a la química con el nombre de Humphry Davy. Fue un buen año aquel 1807. En octubre descubrí el potasio y el sodio. Con doscientos sesentas y cuatro años, no estaba nada mal eso… Así que en eso estuve hasta 1829, cuando me cansé de la química y quise volver a las letras y me hice profesor de literatura en Oxford, donde conocería a gente como Lewis Carroll u Oscar Wilde.

De Carroll recuerdo bien su timidez y su mirada… era turbia. No miraba con claridad. Era como si su cabeza estuviera calculando cada movimiento de los demás. Me fascinaba. Más de doscientos cincuenta años y ese apocado y tartamudo hombre de cabello oscuro, me fascinaba.

De Wilde… ¡Era como una luciérnaga! Era vivaz, alegre, divertido, ocurrente… el alma de la fiesta. No recuerdo bien como le conté la verdad sobre mí, pero dijo que eso le sirvió para una historia: The picture of Dorian Gray. ¡Era un pícaro! Lástima como murió…

Ya en el siglo XX, me codeaba con gente como Conan Doyle o J.M Barrie… pero no fue hasta que conocí a un pequeño chico de los recados de nombre Charles, que entendí ese siglo nuevo. Ese muchacho tan despierto más tarde seguiría mi consejo. Abrazar la desgracia para hacer éxito. Ahí nació Charlot. Ahí nació Charles Chaplin como genio del nuevo arte del cine. Y sí, yo lo veía como un arte.

Harto ya de Inglaterra, en 1923 me trasladé a Argentina y decidí vivir en Buenos Aires como un jubilado más. Tenía ya los trescientos cincuenta años pese a aparentar la cuarentena.

Frecuenté la compañía de gente como Hugo Pratt. Ese hombre sí parecía un inmortal sin serlo. Su vida parecía tan rica como la mía cuando hablamos en 1950 y trabajó de editor para la editorial Abril. Ya entonces le rondaba la idea de crear un personaje como Corto Maltés. Yo le dije que en la vida uno debía lanzarse y vivir, pues solo había una vida… y la mía era muy larga, lo sé.

Después de eso… creo que los siguientes cincuenta años fueron muy monótonos… y casi lo prefiero. Uno no mide el tiempo igual de joven que de mayor. Hoy cumplo cuatrocientos setenta y tres años… y sigo aquí, esperando a ver que me depara la vida...

miércoles, 23 de diciembre de 2015

¡LÁNZATE!


Querida Gloria, Clara, Maite, Inés, Lorena, Joana, Marina, Helena, Lola y Laura tú:

No me conoces, pero quiero pensar que yo algo te conozco, pero a decir verdad, conforme pasa el tiempo, menos conozco a nadie.

Puede que te preguntes porque te escribo justo a ti… Y es que he visto tu foto varias veces en el día de hoy y he pensado que tal vez tú me fueras a entender un poco, aunque, cada vez que he escrito una carta a alguien no he recibido la respuesta deseada… y hay veces que ninguna respuesta posible.

Hoy he sido víctima de esa sensación que sé que es pasajera. Es como una especie de fiebre que nace como una alegría desmedida, un ímpetu de felicidad, un sentimiento de poder desbordado, de creatividad brutal, de planes, de ideas, de potenciales modos de demostrarme y demostrar a los demás que valgo algo.

Luego se me pasa… en unas horas a decir verdad y empiezan a venir los fantasmas de navidades pasadas a susurrarme cosas.

No vales ni para dar por culo.
No llegarás a esas cosas pues son absurdas.
¡Eres un caradura! ¡Te aprovechas del trabajo de los demás compañeros!

Y desde dentro grito NO. No. Esto no me pasaría si alguien me dijera una sola palabra: Lánzate.

Aquí puede que te encuentres perdida y ese, en el fondo, es uno de los diversos motivos por los que creo que la gente no me llega a entender cuando reciben cartas mías y ya va siendo hora de hacer caso a ese grito. Me debo lanzar. Primero a decirte a ti quien soy.

Una vez fui el futuro de un país que aplaudía el descaro y la genialidad. Nací en 1983 y me críe con hombres disfrazados de mujeres, de creaciones e ideas estrambóticas, con que la realidad era solo una voluta de humo que mis tíos cuando venían de visita a nuestra casa echaban al fumar y al reírse. Yo una vez fui el futuro… y ahora mírame.

Reconozco que hay momentos, años de mi vida que no recuerdo nada más que como una película de esas que pasan por la televisión y ves sin mucho interés. Recuerdo que, desde niño, no era un alumno muy aplicado. Tenía carencias. No era rápido ni con los pies no con las manos, no era hábil y de pronto mis padres hablaban sobre mí cuando traía un dictado con un montón de correcciones en rojo y palabras descorazonadoras que presagiaban lo que pudo ser.  

-Ay, Jose… el niño tiene sus límites.
-No, lo que pasa es que le mimamos demasiado. Si fueras más dura con él. Si no le mimases tanto.

¿Cómo no hacerlo? Era el futuro. El futuro debe ser siempre cuidado.

Al final, enfadados todos porque no tuviera algún tipo de retraso, me exigieron el doble de lo que podía y sabía. Los malos hábitos no se van.

Tal vez las lagunas en mis recuerdos sean un modo de protegerme, como cuando alguien fallecido desaparece, sin quererlo, de los recuerdos que has compartido con esa persona.

El futuro… entonces de niño, el futuro era tener éxito, ser feliz, tener hijos… y no tengo ya nada de eso y voy a cumplir un año más. El futuro. Me rio yo de eso.

 Pero en este viaje hasta aquí, he hecho muchas cosas. Tú seguramente más, muchas más y más reseñables. Cuando uno es torpe, o con problemas de coordinación, pues se basta con poco.

Siempre me gustó el mito de Ícaro. Lo conoces, ¿Verdad? Pues hay gente, yo entre ellos, que lo veía como una lección de humildad: uno vuela hasta donde puede y debe. Pero no. No. La moraleja no es esa. La moraleja es Chaval, no vueles o te quemarás. Volar. Ícaro voló y se rompió todos los huesos en la caída, pero lo logró. Voló. ¿Es por eso que tengo miedo? Una vez me rompieron todos los huesos. No. Una vez no. Muchas. Los huesos y el corazón.

Dicen que los huesos, una vez rotos, se sanan pero los músculos se llegan a entumecer un poco. Con el corazón, ay, es otra cosa. Hace unos pocos años se me hizo una masa de sangre y dolor. Un dolor como una punzada sorda y que te cambia. Ese día, Dios, ¡Qué orgulloso estaría mi padre! Ese día solo lloré una vez y con permiso.

La mujer que más amé. La mujer del chubasquero rojo, la mujer que hacía que la realidad fuera un invento de los mayores, también se rompió. Una y otra vez. Una y otra vez… hasta que no se pudo romper más. Ese día no lloré. La vi convertida en un trozo amarillento de carne, con la lengua fuera como un perro apaleado… y no lloré.

Leí unas palabras y me atropellé, pero… no lloré. Mis hermanos estaban asombrados, puede que asustados, pero estaba frío. Inerte ante los envites de ese día. Ni el nudo de la corbata me molestaba. Solo ante su ataúd, cuando deposité un beso en su helada frente… pude pedir permiso.

-Voy a llorar. Llevo esperando este momento y espero que me lo permitáis.
-Hazlo. No pidas permiso.

Y lloré. Lloré sin poder desfogarme. No como esa vez que lloré de rodillas en la nieve ¿Sabes qué es eso? No lo creo. Lloré… y no tenía motivo real. Y cuando lo tenía… no pude.

Pero, como te dije, me rompieron los huesos muchas veces y con ellos, algunas veces, el alma. No pude recuperarme mucho de eso. Aun hoy renqueo y me doy cuenta que de mí se hizo una mentira. Solamente sé que veré pasar el cadáver de mis enemigos ante mi puerta y entonces, como cuando deposité ese beso en la frente de la mujer que era mi todo, pediré permiso para alegrarme… pero no me lograré desfogar.

¿Es eso? ¿Es el miedo a caer, a que se me vuelvan a romper los huesos y el alma, lo que me impide lanzarme? ¿Es, por otro lado, que no hay nadie que sepa fehacientemente que me ayudará a levantarme y me diga, con la misma sonrisa que he visto hoy en una de tus fotos, No salió como pensamos. Lo volverás a intentar mañana? ¿Qué es?

Porque, posiblemente, pido entelequias, pero creo que es tan humano como intentar volar. Querer llegar a cotas donde antes no estuvieron… pero me da miedo la caída. Sé que es un riesgo que se debe correr… y es duro. Me llevo cayendo mucho…

¿Conoces esa historia de un escritor que le dijo a su mujer que estaba cansado de hacer lo que otros esperaban de él y que su mujer le dijo ¿Vas a dejar que los demás decidan? ¡Lánzate!?  Por hacer caso a su mujer, el mundo cambió y nacieron el primer comic de héroes que marcaría un antes y un después: Fantastic Four. Sí, los mismos de esas terribles y absurdas películas. Ese hombre era Stan Lee.

Tal vez es sólo eso. Necesito alguien a quien contarle todo lo que pienso y siento…

-¡Quiero hacer una nueva novela en donde...!
-¡Lánzate!
-He pensado en escribir y dibujar un comic de…
-¡Lánzate!

Aunque… no te conté algo más. Te dije que pasa cuando uno se sana los huesos pero cuando a uno le licuan el corazón, ese corazón se recubre de un callo extraño, de una coraza, de una armadura. Tanto dolor puede volver loco a alguien ¿Sabes? Aquí estoy, aparentando ser normal cuando desearía gritar al mundo que yo era el futuro, que yo pude volar,  que no es una pose ser como soy, tan despegado, tan frío, tan indiferente, tan tosco, tan crítico,  pues tengo miedo a que me rompan otra vez el corazón pese a que esa coraza callosa está ahí… y, quizás por eso, renuncié a escribir un tiempo porque me creía incapaz de poder escribir con coherencia y algo de acierto… y casi pierdo esto. La capacidad, la fuerza y el arrojo de escribir. Que, como dije una vez, no seré el mejor, pero si el más trabajador. Pero tengo miedo y no tengo ese empuje. Ese empuje de un ¡Lánzate! dicho con el cariño justo y necesario, con la sonrisa, con el cariño, sin pedirme que sea así o asá. Sé bien quien no me dará eso. De ellos no espero nada, pero he cerrado la puerta a muchos para decirme eso. Para decirme ese ¡Lánzate! que necesito que me digan cuando me vean.

¿Pido un imposible? Porque, entre nosotros, odio sentirme muchas veces como lo hago y cuando hoy vi tu foto, ahí, sonriente pensé, necio de mí, Es preciosa. Ojala pudiera conocerla y demostrarle de lo que soy capaz. Y entonces aparece ese miedo, esos fantasmas que te dije. Todo lo que oí sobre mi persona y mis capacidades. Siempre estoy equivocado, pensando que mañana… mañana algo hará que todo cambie… y los cambios son lentos. Solo los necios creen que los cambios son instantáneos.

Y ahora me paro a pensar que no sé porque te escribí a ti todo esto. Lo necesitaba. Eso lo sé. Lo necesitaba.

Aun así, gracias. Gracias por tu tiempo.

Recibe mi cariño, aunque no te conozca bien:

GAA

Querido tú:

¡Lánzate!