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miércoles, 23 de diciembre de 2015

¡LÁNZATE!


Querida Gloria, Clara, Maite, Inés, Lorena, Joana, Marina, Helena, Lola y Laura tú:

No me conoces, pero quiero pensar que yo algo te conozco, pero a decir verdad, conforme pasa el tiempo, menos conozco a nadie.

Puede que te preguntes porque te escribo justo a ti… Y es que he visto tu foto varias veces en el día de hoy y he pensado que tal vez tú me fueras a entender un poco, aunque, cada vez que he escrito una carta a alguien no he recibido la respuesta deseada… y hay veces que ninguna respuesta posible.

Hoy he sido víctima de esa sensación que sé que es pasajera. Es como una especie de fiebre que nace como una alegría desmedida, un ímpetu de felicidad, un sentimiento de poder desbordado, de creatividad brutal, de planes, de ideas, de potenciales modos de demostrarme y demostrar a los demás que valgo algo.

Luego se me pasa… en unas horas a decir verdad y empiezan a venir los fantasmas de navidades pasadas a susurrarme cosas.

No vales ni para dar por culo.
No llegarás a esas cosas pues son absurdas.
¡Eres un caradura! ¡Te aprovechas del trabajo de los demás compañeros!

Y desde dentro grito NO. No. Esto no me pasaría si alguien me dijera una sola palabra: Lánzate.

Aquí puede que te encuentres perdida y ese, en el fondo, es uno de los diversos motivos por los que creo que la gente no me llega a entender cuando reciben cartas mías y ya va siendo hora de hacer caso a ese grito. Me debo lanzar. Primero a decirte a ti quien soy.

Una vez fui el futuro de un país que aplaudía el descaro y la genialidad. Nací en 1983 y me críe con hombres disfrazados de mujeres, de creaciones e ideas estrambóticas, con que la realidad era solo una voluta de humo que mis tíos cuando venían de visita a nuestra casa echaban al fumar y al reírse. Yo una vez fui el futuro… y ahora mírame.

Reconozco que hay momentos, años de mi vida que no recuerdo nada más que como una película de esas que pasan por la televisión y ves sin mucho interés. Recuerdo que, desde niño, no era un alumno muy aplicado. Tenía carencias. No era rápido ni con los pies no con las manos, no era hábil y de pronto mis padres hablaban sobre mí cuando traía un dictado con un montón de correcciones en rojo y palabras descorazonadoras que presagiaban lo que pudo ser.  

-Ay, Jose… el niño tiene sus límites.
-No, lo que pasa es que le mimamos demasiado. Si fueras más dura con él. Si no le mimases tanto.

¿Cómo no hacerlo? Era el futuro. El futuro debe ser siempre cuidado.

Al final, enfadados todos porque no tuviera algún tipo de retraso, me exigieron el doble de lo que podía y sabía. Los malos hábitos no se van.

Tal vez las lagunas en mis recuerdos sean un modo de protegerme, como cuando alguien fallecido desaparece, sin quererlo, de los recuerdos que has compartido con esa persona.

El futuro… entonces de niño, el futuro era tener éxito, ser feliz, tener hijos… y no tengo ya nada de eso y voy a cumplir un año más. El futuro. Me rio yo de eso.

 Pero en este viaje hasta aquí, he hecho muchas cosas. Tú seguramente más, muchas más y más reseñables. Cuando uno es torpe, o con problemas de coordinación, pues se basta con poco.

Siempre me gustó el mito de Ícaro. Lo conoces, ¿Verdad? Pues hay gente, yo entre ellos, que lo veía como una lección de humildad: uno vuela hasta donde puede y debe. Pero no. No. La moraleja no es esa. La moraleja es Chaval, no vueles o te quemarás. Volar. Ícaro voló y se rompió todos los huesos en la caída, pero lo logró. Voló. ¿Es por eso que tengo miedo? Una vez me rompieron todos los huesos. No. Una vez no. Muchas. Los huesos y el corazón.

Dicen que los huesos, una vez rotos, se sanan pero los músculos se llegan a entumecer un poco. Con el corazón, ay, es otra cosa. Hace unos pocos años se me hizo una masa de sangre y dolor. Un dolor como una punzada sorda y que te cambia. Ese día, Dios, ¡Qué orgulloso estaría mi padre! Ese día solo lloré una vez y con permiso.

La mujer que más amé. La mujer del chubasquero rojo, la mujer que hacía que la realidad fuera un invento de los mayores, también se rompió. Una y otra vez. Una y otra vez… hasta que no se pudo romper más. Ese día no lloré. La vi convertida en un trozo amarillento de carne, con la lengua fuera como un perro apaleado… y no lloré.

Leí unas palabras y me atropellé, pero… no lloré. Mis hermanos estaban asombrados, puede que asustados, pero estaba frío. Inerte ante los envites de ese día. Ni el nudo de la corbata me molestaba. Solo ante su ataúd, cuando deposité un beso en su helada frente… pude pedir permiso.

-Voy a llorar. Llevo esperando este momento y espero que me lo permitáis.
-Hazlo. No pidas permiso.

Y lloré. Lloré sin poder desfogarme. No como esa vez que lloré de rodillas en la nieve ¿Sabes qué es eso? No lo creo. Lloré… y no tenía motivo real. Y cuando lo tenía… no pude.

Pero, como te dije, me rompieron los huesos muchas veces y con ellos, algunas veces, el alma. No pude recuperarme mucho de eso. Aun hoy renqueo y me doy cuenta que de mí se hizo una mentira. Solamente sé que veré pasar el cadáver de mis enemigos ante mi puerta y entonces, como cuando deposité ese beso en la frente de la mujer que era mi todo, pediré permiso para alegrarme… pero no me lograré desfogar.

¿Es eso? ¿Es el miedo a caer, a que se me vuelvan a romper los huesos y el alma, lo que me impide lanzarme? ¿Es, por otro lado, que no hay nadie que sepa fehacientemente que me ayudará a levantarme y me diga, con la misma sonrisa que he visto hoy en una de tus fotos, No salió como pensamos. Lo volverás a intentar mañana? ¿Qué es?

Porque, posiblemente, pido entelequias, pero creo que es tan humano como intentar volar. Querer llegar a cotas donde antes no estuvieron… pero me da miedo la caída. Sé que es un riesgo que se debe correr… y es duro. Me llevo cayendo mucho…

¿Conoces esa historia de un escritor que le dijo a su mujer que estaba cansado de hacer lo que otros esperaban de él y que su mujer le dijo ¿Vas a dejar que los demás decidan? ¡Lánzate!?  Por hacer caso a su mujer, el mundo cambió y nacieron el primer comic de héroes que marcaría un antes y un después: Fantastic Four. Sí, los mismos de esas terribles y absurdas películas. Ese hombre era Stan Lee.

Tal vez es sólo eso. Necesito alguien a quien contarle todo lo que pienso y siento…

-¡Quiero hacer una nueva novela en donde...!
-¡Lánzate!
-He pensado en escribir y dibujar un comic de…
-¡Lánzate!

Aunque… no te conté algo más. Te dije que pasa cuando uno se sana los huesos pero cuando a uno le licuan el corazón, ese corazón se recubre de un callo extraño, de una coraza, de una armadura. Tanto dolor puede volver loco a alguien ¿Sabes? Aquí estoy, aparentando ser normal cuando desearía gritar al mundo que yo era el futuro, que yo pude volar,  que no es una pose ser como soy, tan despegado, tan frío, tan indiferente, tan tosco, tan crítico,  pues tengo miedo a que me rompan otra vez el corazón pese a que esa coraza callosa está ahí… y, quizás por eso, renuncié a escribir un tiempo porque me creía incapaz de poder escribir con coherencia y algo de acierto… y casi pierdo esto. La capacidad, la fuerza y el arrojo de escribir. Que, como dije una vez, no seré el mejor, pero si el más trabajador. Pero tengo miedo y no tengo ese empuje. Ese empuje de un ¡Lánzate! dicho con el cariño justo y necesario, con la sonrisa, con el cariño, sin pedirme que sea así o asá. Sé bien quien no me dará eso. De ellos no espero nada, pero he cerrado la puerta a muchos para decirme eso. Para decirme ese ¡Lánzate! que necesito que me digan cuando me vean.

¿Pido un imposible? Porque, entre nosotros, odio sentirme muchas veces como lo hago y cuando hoy vi tu foto, ahí, sonriente pensé, necio de mí, Es preciosa. Ojala pudiera conocerla y demostrarle de lo que soy capaz. Y entonces aparece ese miedo, esos fantasmas que te dije. Todo lo que oí sobre mi persona y mis capacidades. Siempre estoy equivocado, pensando que mañana… mañana algo hará que todo cambie… y los cambios son lentos. Solo los necios creen que los cambios son instantáneos.

Y ahora me paro a pensar que no sé porque te escribí a ti todo esto. Lo necesitaba. Eso lo sé. Lo necesitaba.

Aun así, gracias. Gracias por tu tiempo.

Recibe mi cariño, aunque no te conozca bien:

GAA

Querido tú:

¡Lánzate!


miércoles, 1 de julio de 2015

Verónica

VERÓNICA

Hoy es su cumpleaños. Hoy es el cumpleaños de Verónica.

Ahora mismo está difuso como la conocí. Yo tendría unos dieciocho o diecinueve años. Yo era un iluso y ella una… no sé lo que era. Han pasado unos trece años - ¡Qué mal número, por Dios!- y cada vez me importa menos, pero hoy es su cumpleaños. Solo a ella se le hubiera ocurrido nacer en Julio
Tenía el cabello negro más magnífico que he visto en mi vida y una sonrisa que me cautivó. Me pasaba las noches hablando con ella, y cuando no era así, habla de ella.  

Ahora pienso que tal vez la agobiase, me tomé licencias con ella, me equivoqué antes de enfilarme hacia un pequeño acierto y eso no va a cambiar.

Me pude dar por vencido. Había muchas señales que me lo indicaban. Huye. Salta y tira del paracaídas, pero ella fue como Circe y yo como Odiseo, salvo que nadie esperaba mi regreso.

-Ven, que toca que te folle.
-¿Eh?
-Sí, coño, hoy te voy a hacer un hombre.
-Para un momento, Verónica. ¿Te crees que me voy a acostar contigo tras cómo me has tratado en estos meses?

Esos ojos color café parecían hervir.

-¿Quieres o no?
-Sí, pero…
-Pues te vienes conmigo.

Ahí mi paracaídas solo fue una mochila llena de platos, cubiertos, un mantel… como esos dibujos animados de toda la vida, pero nadie soltaba carcajadas ante mi descenso.

-Creo que te puedo aprender a querer.-Me confesó unos días después de su arrebato.- A fin de cuentas, tú dices que no pasa nada por quererse y decirse lo que se siente. Ser libres para decir lo que queramos.

Y como no, me dejé engañar por las palabras bien adornadas, pues las llamadas sin responder a su móvil se multiplicaron, sus ausencias eran algo típico, y los paseos hasta su portal eran un trayecto cotidiano. Hasta aquel día que me soltó las diez palabras que equivalían a llegar al suelo y esparcirme en mil partes.

-Creo que me he enamorado de una compañera de mi clase.
-¿Bromeas?
-No, yo con el amor no bromeo.

No, claro, pero con mis sentimientos sí. ¡Valiente cobarde estaba hecha!

-Pero… ¿Es por qué no te gustó hacerlo conmigo?
-¡Ay, Dios! ¡Qué egocéntrico eres! No eres tan especial como te crees.

Va a ser verdad es que me decían: Te va que te den caña. Me atraían las chicas bordes, malvadas, con un punto de mujer fatal de andar por casa… ¡pobre muchacho con tan mal autoestima!

Y un día llegó el silencio.

Es irónico pero yo siempre preferí esa canción que decía:

Vámonos de una vez,
puede que sea el último tren.
Como Tintín, como Phileas Fogg,
una vuelta al mundo, tal vez dos.
Un gran viaje que nos haga aún más grandes,
una aventura inolvidable.[1]

Mientras Verónica cantaba claramente:

No va volver a pasarnos esto 
No quiero ya más de lo mismo 
Y tú eres más de lo que puedo aguantar 
No vas a volver a sentirte único 
Algo especial algo importante 
Búscate alguien que te pueda aguantar[2] 

Pero al final me dejó por un maldito informático. ¡Es de chiste! Soy de chiste.

Se marchó de mi vida antes de que el antiguo régimen de amistades de mi época de adolescencia se marchase o les despidiera sin finiquito, con cobardía, con hartazgo. Pasarían años para que comprendiera lo que era estar al otro lado, en el lado de Verónica y aprendes al final que todo termina por pasar y pocos se quedan, pero esa es otra melodía.

Hoy cumplirá treinta años y he pasado unos cinco o seis años persiguiendo su recuerdo, como Alicia perseguía al Conejo blanco, pero, al final uno debe despertar y dejarse de conejos y setas, de sueños, de maldecir la libertad que te da el curarse de algunas fiebres que te dejaban delirando y diciendo tonterías.  

Maldito calor que se me pega en los recuerdos. Malditos recuerdos que me calientan.







 



[1] Gran turismo de La Habitación Roja incluida en el álbum Nuevos tiempos.
[2] El eje del mal de La Habitación Roja incluida en el mismo álbum. 

miércoles, 24 de junio de 2015

Un discurso perdido

Este viaje que hoy termina, nos ha permitido ser testigos de muchas cosas.

Cuando el Cid Campeador Con sus ojos  muy grandemente llorando, en silencio por ser un curtido guerrero que no debía mostrar su debilidad,  tornaba la cabeza, nosotros estuvimos allí.

Cuando Lázaro daba noticia de su vida y de los amos a los que tuvo que servir, nosotros estuvimos allí.

Cuando Jorge Manrique se animó a tomar la pluma para escribir Recuerde el alma dormida,/ avive el seso e despierte/contemplando/cómo se passa la vida,/cómo se viene la muerte/tan callando, nosotros estuvimos allí.

Cuando Fray Bartolomé de las Casas pensó siquiera en la situación de los Indios y que de este hecho debía quedar constancia, nosotros estuvimos allí.

Cuando en el Corral del Príncipe se estrenaron las obras de Lope de Vega y la gente se reunía para ver lo que el fénix de los ingenios les tenía preparado, nosotros estuvimos allí.

Cuando Cervantes ideó, sin saberlo, la obra que marcaría un antes y un después en las letras castellanas, nosotros estuvimos allí.

Cuando Feijoo reflexionó sobre la España y el siglo que le tocaban vivir, nosotros estuvimos allí.

Cuando Pérez Galdós leyó la novela que su amigo Leopoldo García-Alas le envió para que le diera su opinión, nosotros estuvimos allí.

Cuando todo esto y muchas otras cosas sucedieron, todos nosotros estuvimos allí. Y estuvimos juntos.

Pero el final de este trayecto ha llegado.

Me encantaría mencionar a cada uno de vosotros, pero el tiempo que me han otorgado es un tiempo prestado, como lo son todos. Muchos habéis sido aliados y rivales en diversos momentos de estos cuatro años que ha durado este viaje y, seáis de unos o de los otros, tenéis mi aprecio por haber estado ahí, pues soy lo que hoy soy gracias a vosotros, y en definitiva vosotros sois hoy lo que sois porque cada uno ha desempeñado un papel en vuestras vidas.

Cuando llegué a esta universidad era un aprendiz y ahora… soy dos aprendices.

El primero aprendió que si cuatro niños se comen tres bollos, o uno de ellos se queda sin bollo o los cuatro se han comido en total doce, que la g es una consonante oclusiva velar sonora y que la literatura es todo aquello que los lectores, en su conjunto, determinan como tal. Estas cosas y otras fueron las que ese aprendiz asimiló.

El otro aprendiz supo quién era en verdad, tras años de estar perdido. Aprendió a miraros, como ahora yo lo hago, y ver al próximo Ignacio Bosque, al próximo Dámaso Alonso, al próximo Goytisolo, al próximo Adolfo Marshillach, o tal vez  estemos aquí ante los nuevos nombres que harán que este país pueda tener esperanza, alejándonos de la selva y de la jauría. También ve a aquellos que han soñado con algo que les aleja de este sendero y a los que respeto y quiero por eso mismo, porque saben que existen otros caminos donde pueden ser felices y dar a conocerse como son a través de distintas manifestaciones del arte, de los sentidos, de la cotidianidad que se puede rasgar como un papel.

 Han sido años duros dentro y fuera de estos muros. Años de barricadas de fuego. Años de cuervos negros que nos graznaban furiosos. Años de incomprensión, de miedo, de ausencias y de pérdidas. En este camino hemos perdido mucho y hemos ganado bastante, hemos llorado en los hombros de los que nos han querido escuchar, hemos reído ante lo absurda que han sido nuestras vidas muchas veces, hemos reflexionado sobre nuestro papel como individuos en este mundo que se nos abre ante nuestros ojos y en el que, en mayor o menor medida, vamos a estar a la deriva, pero como dice una canción, hay esperanza en la deriva. 

Hace años, alguien escribió el siguiente poema:

He visto como crece tu mirada
Abriéndose camino al horizonte.
Oía tantas veces tus palabras
Que he levantado claustro para su onda.
Hoy me paro y contemplo tu carrera:
Veloz, henchida de aire,
anhelante, gozosa,
única.


Eso han sido estos cuatro años. Se abren camino al horizonte, un horizonte en el que se nos espera y que esperamos, pues muchas de nuestras palabras se oirán en los claustros que hoy han empezado a edificarse con este último gesto de nuestra carrera, de nuestro caminar. Y aquí congregados, mi pecho se llena de gozo, porque puedo deciros hoy lo que llevo tiempo queriendo decir. Por fin puedo gritaros:


Buenos días, jóvenes filólogos. 

miércoles, 9 de julio de 2014

Las estaciones, el pasado y otras cosas sin lugar a cuento


-¿Qué es lo que recuerdas?
-Un cuarto a oscuras y una respiración ahogada… una respiración que nunca antes oí.

-¿Eso es lo primero que recuerdas?

-No… Hay más.

-Bien, proyéctate allí. Es hora de empezar.

-Listo cuando tú digas.

Primavera de 1991.  
-Eres un idiota y un niñito de mamá.-Insultaba aquel niño escuálido, de cabello castaño claro en forma de tazón a otro niño, este de cabello castaño más oscuro, peinado con raya y con ojos de mirada triste pero luminosa.
-¡No te metas con mi mamá!
-¿Por qué? ¿Eh? ¡Es la verdad! ¡No me caes bien porque eres un llorón y todos los saben!

-Santiago siempre fue un pequeño cabrón. No, nunca le caí especialmente bien. Por culpa de él, mi madre dejó de  acompañarme al autobús de la ruta al colegio. Allí no estaba mucho mejor. Jugaba solo. Siempre lo estaba, o al menos lo estaba cuando mi único amigo dejó de ir al cole y se cambió a otro. Me consideraban retrasado. ¿No es extraño? Solo era un niño ciertamente mimado, tímido y poco habilidoso. Eso significaba ser tonto para los demás, pero era inteligente.

-No todos somos hábiles en todo.

-Pero aun entonces, era feliz. Mira, a pocos metros, ¿La ves?

-No, ¿Tú sí?

-Sí, mira quien me vigila. Le dije que la gente se reía de mí, que no quería que me acompañase y mírala. Escondida vigilándome.

-Te quería mucho. Pero. ¿Por qué aquí?

-Porque quería ver que tenía razón. Allí estaba. Tardaría años en saberlo y sería porque me lo confesó ella.

-Bien. ¿Y ahora?

-Ahora quiero hacer algo importante.

Verano de 1995.
 -¿Un hospital?

-Sí, el de Cristo Rey.

-Es de madrugada. ¿Por qué aquí?

-Ahora lo verás.

Un niño permanecía en su cama. Era el niño que insultaba el otro. Ha crecido un poco. La luz le golpea y le ve. Una silueta a contraluz. Un hombre con barba recortada y escaso cabello oscuro.

-¿Quién eres?
-Casi no lo cuentas.
-¿Es un médico?
-No exactamente. Al parecer no era tu hora. Tienes que vivir y hacer grandes cosas. Ahora, deberías dormir.
-Sí… debería. Estoy cansado.

Cuando volvió a mirar a la puerta del cuarto, ya no estaba.

Invierno de 2004.
-¿Madrid otra vez?

-Callao. Mira a esos dos.

-Increíble… ¿Ese no…?

-Sí. La chica es guapa ¿no?

-Bueno… no está nada mal.

Ella era una chica de cabello negro, manos de violinista, ilusión loca… él el mayor bobo enamorado. Ese cabello castaño oscuro, ese gesto de tristeza falsa… aunque tal vez no lo era tanto ya.

Era feliz.

-Me debo ir. No quiero llegar tarde al trabajo.
-No, eso no lo puedes permitir. Me gustó verte.
-Y a mí. Espero que le guste ese DVD a tu madre.
-Seguro que sí.

Ella se perdía entre la multitud.

-Venga, bobo, te mueres por abrazarla y darle un beso en la mejilla. Hazlo.

Un empujón y se encontró dándole un beso y un abrazo en la mejilla. Se disculpó tras pedirle ella que por favor la soltase.

-Se fue molesta, pero no me importa. Seguro que la próxima vez que nos veamos ni se acuerda.
-En algo si tienes razón. No se acordará porque se irá olvidando de ti.
-¿Eh? ¿Pero…?

Cuando volvió a mirar a su espalda, aquel que le  empujó y le habló ya no estaba.

Otoño de 2011.
-Esto es una casa.

-Sí. Quería despedirme de ella.

Él se sentó en el sofá junto a aquella mujer rubia que veía la televisión con sus gafas de ver de lejos. Tenía una manta a sus pies. Cuando él se sentó cerca de ella, como de costumbre, ni le miró.

-¿Qué ves, mamá?
-Bones.
-Sí has visto ya este capítulo mil veces.
-No lo recuerdo.
-Da lo mismo. Te quiero.
-Ya. Y yo a ti… ¿Estás llorando?
-¿Eh? Sí, puede ser. Es que ya sabes, tengo mis días tontos.
-Pues reponte, hombre.
-Lo haré.
-¿Te importa traerme un par de galletas?
-No, no, claro que no…
-Gracias, hijo.

Le dio un beso en la mejilla a la mujer y se levantó del sofá.

Cuando el muchacho de cabello castaño oscuro, con esa fina perilla, apareció por salón, oyó hablar a su madre y  el que se sentó a darle un beso a la mujer ya no estaba.

-¿Decías algo, mami?
-Sí, que me traigas dos galletas ¿es que no me oíste ya?
-No, pero te las traigo.

-No lo entiendo aun… ¿Se puede saber que has logrado cambiar recordando y reviviendo esos momentos de tu pasado?

-Nada. Solo hice lo correcto.

-¿Lo correcto? Tenías la oportunidad de cambiarlo todo.

-¿Y de qué serviría? La imperfección ya es por si perfecta.

-Nunca te entenderé.

-Ni yo, ni yo…

domingo, 26 de enero de 2014

El impostor



"Dicen que soy un gran escritor. Agradezco esa curiosa opinión, pero no la comparto. El día de mañana, algunos lúcidos la refutaran fácilmente y me tildarán de impostor o chapucero o de ambas cosas a la vez."
- Jorge Luis Borges, escritor argentino

"La mentira más común es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo. Engañar a los demás es un defecto relativamente vano."
- Friedrich Nietzsche, filósofo alemán  

 Lo que debería hacer es dormirme. Estoy cansado. El caso es que debería dormir, estoy cansado pero no logro dejar de dar vueltas a la almohada. La abrazo, la sobo, la aprieto, la pongo bajo mi costado derecho. Nada. Solo me resta pensar en cosas y tarde o temprano me quedaré frito. Recordar, crear historias en mi cabeza...

Hay veces que un recuerdo es como esas entradas de cine que dejas durante años en la cartera. La tinta ya es solo un fantasma de lo que allí estaba, dejando un trozo de papel que una vez fue un buen momento de nuestras asiduas vidas ociosas. Sabemos que estuvo allí, pero no sabemos bien que era exactamente lo que allí había. ¿Vi la última de ese director que expone tanta violencia? ¿Aquella de esa actriz que idolatro tanto y que debe decidirse entre uno u otro pretendiente? ¿De veras se fue sin siquiera decirme adiós? ¿Tantos años de aguantarnos y se ha ido? ¿Ella y cuantas? ¿Por qué lloro si lo tengo superado?

Guardaba su foto en aquel cajón, en la mesa de estudio, bajo un montón de hojas con apuntes sobre historias que no he llegado a terminar y a dar forma. La quité del marco en el que antes la puse. Yo con mi gran S de Superman en esa camiseta que ahora ya solo es un trapo para limpiar el polvo. La abrazaba y ella, con su cabello oscuro, negro como la oscuridad donde ahora me tumbo a intentar dormirme, con esa pequeña naricilla, con esos ojos de pupila llena de vida, me sonríe con cierto sarcasmo, como lo hacía ella.

¿De verdad la vi hoy caminando por la calle de la mano de un chico y  no me reconoció? ¿Tanto he cambiado desde ese Me encanta tu nombre?

Tal vez el problema es que nunca he dejado de ser lo que se esperaba de mí. Si me levantase de esta cama mañana sería lo que los demás desean que sea.

El lunes seré un hombre viajado, que tiene millones de fotos haciendo cosas interesantes con su pareja en Nueva York, en Venecia, en Praga, en Francia, en Inglaterra…

El martes seré un informático que vive en el extrarradio, o tal vez en Lavapiés, que se consuela de su vida sabiendo que hay quien está peor.

El miércoles seré un ilustrador que hace tiempo que pierde horas de sueño para ganar cuatro duros y pagar el alquiler de su pequeño piso que comparte con una novia que le ignora siempre que le es necesario.

El jueves seré el más leído y más estudioso de los jóvenes eruditos, que usa los sentimientos que tiene como marca páginas de frases interesantes y con aliento de ser profusas.

El viernes finalmente me dejarán ser ella. No tenerla, no vivir con ella, no regalarle un gato, no irme de viaje con ella. Ser ella y no por un deseo freudiano de homosexualidad reprimida, si no como gesto absoluto de amor, de empatía, de comprensión única. Mi cuerpo cambiará místicamente, sin romperse ni mancharse y seré ella. Mi perilla se irá, mi cabello se tornará más oscuro y copioso, mis labios serán más finos, mi voz más delicada, mi madurez e inteligencia emocional más notable…

Seré ella hasta el domingo cuando me levante y sea yo. No más mascaras. Yo, el tipo que tiene un montón de ropa sucia en el suelo, un vaso en su mesa de estudio con restos de coca cola en el fondo, junto a bolígrafos, lápices, gomas, un papel con la frase se me resiste el monologo interior. Trabajarlo más.

Seré yo, el que la única vez que viajó a otro continente fue en la niñez, a Estados Unidos para no aprender casi nada. El que solo con pensar en arreglar un problema en su Pc se pone histérico, el que dibuja con trazos inconstantes figuras poco reales y que creé que las capas son para cuando a uno le cortan el pelo. El que ha leído a muchos menos autores de los que se creen los demás y no ha pretendido entender muchos de los símbolos, figuras ni profundidades por respeto a que yo no soy ellos. Tal vez lo sea un sábado impar. Sí, el próximo sábado tal vez sea Cervantes, el siguiente Bécquer, al otro Jonathan Swift, el siguiente a ese Alas Clarín, al mes que sigue Lewis Carroll…

Mi vida y mis relaciones entonces serían como una obrita que alguien se molestará en ojear y en releer aquel párrafo que reza:

 Tal vez sí vi que en el colegio anterior no se me enseñó a los nueve años a multiplicar ni a dividir, a ser alguien con una evolución perfectamente coherente para mi edad, época, país, mundo y momento histórico pues yo era el niño cuyos algodones en los que me tenían hasta la fecha están ya sucios y no lo entenderán esto los que vivieron los cambios de vida como si se abriera una ventana para que el aire moviera sus alas sin hacer esfuerzo.

Y ese alguien asentirá despacio y anotará esa idea para él, para el futuro, para ejemplificar lo que es la cobardía en los tiempos que no se vivieron en directo.   

Un resquicio de luz da silueta a mi cuarto. ¿Me dormí? ¿Cuándo? ¿En qué pregunta o en que reflexión?

Suelto un quejido de desgana al despertarme, me destapo y rompo mi crisálida de sabanas revueltas y mantas arrugadas con mayor agilidad que antes. Un impulso y ya me siento en la cama. Me froto la cara y noto la piel suave. Un estiramiento, me pongo de pie y me deshago las coletas en las que recogí mi cabello oscuro para dormir. Un día más en la vida. Hoy es viernes y por tanto, no puede ser un mal día del todo.