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martes, 28 de marzo de 2017

Amo de mi castillo

Cae esta tarde de marzo con añadida diligencia
Más la tímida luz que solicita mi sorda audiencia
hace que recuerde que la inocencia del lugar
vestirá tu bello cuerpo y tus pasos al llegar

Me muero por verte sonreír en este rincón
Serás bienvenida a esta casa tuya, corazón
Será alto el precio de esperar tu figura
Feroz huella que me marca y me fulgura

Me hablarás del jadeo del viejo pavimento
Y de cómo y cuándo te fue tan y tan lento
tu día lejos de este hogar y cuatro paredes
y las formas de olvidar sucias maldades

Dan las ocho de la lenta tarde de espera
Contándote cómo puse, como prometiera,
lavadoras y me duché con los juramentos
para poder abandonar el olor de lamentos

Bailaba el agua a lo que debía ser y no parece
Amo de mi castillo en el aire que se desvanece
Es pequeña y humilde esta ilusión de esplendor
donde el polvo de hadas duerme a mí alrededor

Nadie osó jamás pararse a pensar en este hecho
Nadie preguntó nunca sí bajo el prestado techo
extraño lo que no tuve y que ya no conquiste

que es saber que ese hogar al que llegas existe  

viernes, 30 de diciembre de 2016

EL IDIOTA QUE SE PUSO A ESCRIBIR ESTO

QUERIDA TÚ:

No espero que esta carta te llegue, puesto que ni te la estoy mandando en verdad. Es un vomito en un papel. Eso es.

Hace mucho que no sé nada de ti y la verdad es que eso es así porque pusiste muros alrededor de lo que es tu propia vida, tu ciudad de esmeraldas.

Yo por mi parte, aquí estoy. Me sigo preguntando muchas cosas, no como antes. No con un tono de deseo de ser aceptado por alguien que ya ni conozco. Es así. Antes te conocí un poco, solo un poco y ahora somos las sombras de dos extraños.

Quise por todos los medios enamorarme de ti y logre enemistarme contigo. Enemistarme no por mi parte, porque ya ves tú… no te deseo mal alguno, ni propio ni ajeno. Enemistados porque es lo que pensaste que podía salvarte de mí y de mis sobrecargados actos de cariño. Sí, fui cargante y ahora soy lo que hoy soy.

No me extraña el hecho de que nos hubiéramos visto en algún lugar. Yo no paro quieto de un punto a otro de Madrid explorando, viendo, conociendo. Seguro que o bien me has visto y me has evitado y yo no te he visto porque estaba en mi proceso eterno de reconstruirme después de los golpes recibidos por eso o aquello, o bien ni te has percatado que debajo de esa gorra de color verde amarronado (Pongamos que ese color existe), no me has reconocido. En ambos casos, mejor es, pues lo violento que sería darme cuenta de tu presencia sería como perderme en dos aguas: la del yo pasado que deseaba hablar siempre que podía contigo, y la del yo actual que no desea mucho de nadie porque no desea mucho de sí mismo.

Sé bastante bien (o lo quiero creer así) que tuviste hartazgo de mí y no te culpo. Era muy cargante siempre y a todas horas y más contigo que venías de paso. No hice bien nada en lo que se refería a tratarte adecuadamente. Sí te apoyé, sí creí en ti, pero ya eso lo pueden hacer y lo hacen otros.

Me hubiera gustado que las cosas no hubieran terminado así, te lo juro. Que hubiera sido menos inteligente y más listo, que hoy vieras lo que estoy creando y fueras mi fan incondicional con tus propias condiciones al respecto, como sólo tú sabes hacerlo.

¿Y por qué te escribo esto? Porque no te lo puedo hacer llegar y no quiero que ahora, en este momento en que no hay ni un puto puente de cristal que pueda atravesar, lo leas y pienses que otra vez he regresado a ser tu incordio de costumbre.

He cimentado muchas cosas en mentiras burdas y satisfactorias para un ego de juguete que era el que tengo, pero bueno, hecho lo hecho, echemos las redes y veamos que sale de todo esta verborrea escrita que se asemeja cada vez más a cuando uno prueba un bolígrafo nuevo para saber cómo escribe o uno viejo para ver si escribe algo más.

En esta soledad en la que me estoy recomponiendo me doy cuenta que el horizonte que mirábamos era este y no otro. Que sí, que te he dedicado páginas y páginas de amor, alegría, sueños y fantasías, ¿pero para qué? Era un Quijote sin caballo ni lanza. Esto es lo que yo era y ni así logré enfrentar a los molinos de tu indiferencia, porque ni los vi ni los esperaba.

En fin… divago y no quiero.

Sólo quiero que esto conste en el acta de mis gestos perdidos y me sienta mañana un nuevo hombre, cosa que entre nosotros, no es cierto ni lo será. Sólo decirte, para acabar, que tenías razón, no conmigo, conmigo no acertaste ya que una vez me dijiste que no era tan especial y eso, a las pruebas me remito, es un hecho que, para bien y para mal, lo soy.
Tenías razón, querida mía, en que de algún modo somos y seremos el día y la noche pero si Dios o la Fortuna, nos hacen cruzarnos en algún momento, deseo de corazón que no me veas como antes ni yo como después, porque si ahora somos extraños, de la extrañeza puede surgir un conocimiento moderado, pero de lo otro, de lo otro poco surge ni resurge.

Tuyo siempre:


El idiota que se puso a escribir esto.  

miércoles, 29 de junio de 2016

Aquel lugar que llaman Conciencia.

Tu silueta está fundida en la oscuridad del balcón de noche, con un perfil fino recortado por las furtivas luces de alguna casa y el resplandor de la llama de tu cigarrillo. Sientes una tristeza grande.

Ahora no puedes dejar de pensar en que tenías deudas pendientes con Ana, con esa ex novia que te hizo perder el norte en tu adolescencia, con la que habías hecho el amor en cada rincón de la casa de tus padres. Era muy tierno y sensual a su manera. Por eso cuando la volviste a ver, años después, decidiste remediar como acabaron las cosas. Ella te dejó por un cantante de un grupo amateur de música rock y acabasteis muy mal.
Era mejor perjudicar tu presente por arreglar un pasado al que solo querías regresar tú, no Ana. Dejaste a tu novia en casa y te decidiste a acompañar a Ana a su casa solo por el egoísta regocijo de pedirle perdón, pero Ana ya no era Ana. No era tú Ana.

Esa noche al volver a casa, tu novia te dijo que tú dormías en el sofá. Nunca la viste tan enfadada. Pensaste que era una rabieta estúpida que se arreglaría con un ramo de flores y un peluche. Nunca tuviste mucha clase, pero ¿Qué esperaban? Tú siempre viste eso de la familia, de la lealtad a los hermanos y a los padres como algo cercano a una secta y así, delante de la prima de tu novia, le soltaste eso a tu mejor amigo.

-Deberías desprenderte de esa secta que te chupa el seso, Álvaro.

Cecilia, la prima de tu novia, miró a tu amigo con una mezcla de compasión y lástima y a ti, aunque no te diste cuenta, con odio y asco. No entendías porque, desde ese día, Cecilia fue más distante contigo y nadie se molestó en explicártelo.

Exhalas el humo de tu cigarro y notas un extraño picor en la garganta. Intentas reprimir ese recuerdo que muchas veces te vuelve a visitar. Lara. Lara era la mujer de tu vida. Lara cometió el insultante atrevimiento de casarse con un joven informático francés. Aun te duele eso. No porque se casase, sino porque no se casó contigo, que hubieras dado todo por ella. De eso se aprovechó Claudia, la hermana de Lara. La llevabas a todos sitios y le prestabas dinero porque ella fuera tu alcahueta y creías ciegamente que Lara volvería a ti, pensando que esa estúpida filosofía sobre la lealtad familiar que tenías y que hacía que te ganases el odio y el desprecio, germinaría en Claudia. Pero no. ¡Qué sandez! ¿Qué era la familia, los lazos de sangre, frente a tus sentimientos?

Y ya puestos, ¿Dónde estaban los sentimientos de las diversas chicas a las que prometiste fidelidad para poder saciar tus instintos físicos? ¿Dónde quedan las artimañas para ligar que leíste en una revista? Pues donde deben estar, en tu historial personal, mordiéndote el trasero como un sabueso sin dientes. Tú lo hacías porque estaba en tu naturaleza. Siempre te quisiste asemejar a un lobo, a un depredador, a un cazador… y lo eras. Pero para combatir a los lobos la gente usó cepos. Cepos que cuando tú los veías, huías. ¡Ah, qué malos cazadores son los demás! Solo buscan una presa y cuando la tienen no la sueltan en busca de otra como tú hacías.

De pronto recuerdas a Blanca, esa chica con la que saliste solo cuatro meses y que tú, por todos los medios, querías que te presentase a sus padres y ella se negaba. Se negaba porque presentarte a sus padres significaba algo distinto al miedo al compromiso que tú concluiste. Era porque nadie mete a un lobo en un corral, ni presenta a alguien como tú a sus padres y familiares. Las sectas tienen normas bastante estrictas ¿No lo sabías? Al final Blanca te dejó por un neo nazi, o eso es lo que te dices y les dices a quien se molesta a oírte. No era un neo nazi, era un chico formal y que nunca se quiso comparar con un depredador con mala fama.

¡Ah, la fama! La tuya era de un conquistador, de un hombre que deseaba tocar cuantos más palos mejor y nunca te paraste en ninguno el tiempo suficiente para llamarte aprendiz de… Otros objetivos, otras presas, otros palos que tocar. Quisiste ser músico porque Ana amó a uno, quisiste ser poeta, porque el actual marido francés de Lara escribía poesía, querías ser actor, porque… porque alguien en algún momento lo quiso ser. Olvidaste que uno en la vida debe ser maestro de algo y no puede ser eternamente aprendiz momentáneo de todo, pero claro, no entendiste de qué iba eso de la constancia.

Oyes un perro ladrar a lo lejos y apuras tu cigarrillo. ¿Dónde se torció la cosa? Todos debían adorarte, pero es todo lo contrario. Eras simpático, pero cometiste el terrible error de olvidarte del nombre de la gente que mostraba un repentino interés en ti. Ellos no son tú, claro. Tú puedes llamar a la familia secta, catalogar a las chicas por el culo y las tetas que tienen y como has encontrado a Santiago que actúa como tú…

-¡Mira que culos!
-Yo el otro día soñé que me lo montaba con la vecina de mi bloque, la del 2ºE.
-No me extraña, está que se rompe por los cuatro costados. Como en el País Vasco, que las tías están buenísimas. Estuve los ocho días de un salido…
-¿Qué tal tu novia, Santiago?
-¡Joder, que corta rollos eres, Álvaro!

 Sí, es así como un hombre sano actúa, los demás están errados. Santiago y tú, por lo tanto, sois unos tipos que sabéis disfrutar de la vida.

Y sin embargo, Ana ya no está, ni Lara, ni Blanca… ni ya puestos la vecina del 2ºE. Tu novia sí, o mejor dicho, aún está, pero no sabes ni quieres saber hasta cuándo, porque eso te agobia y te hace pensar en todos tus verdaderos fallos. ¿Importa mucho? No la quieres pero eso solo lo ves tú, los demás no poseen esa intuición que les dice que las cosas no fluyen como deben, pero claro, nadie pensaría eso de un hombre sano como tú.


Notas un escalofrío y decides meterte ya en casa. No sabes porque pero sientes una tristeza grande. ¿O solamente es que estás cansado? No te vas a parar a averiguarlo.                      

miércoles, 13 de enero de 2016

EL INMORTAL



El secreto de la inmortalidad, es vivir una vida digna de ser recordada.- San Agustín.

Mucha gente me ha pedido que les cuente mi historia. Muchos no la creen, otros… no dejan de asombrase.

Nací en 1543, el mismo año que Francis Drake, el 13 de enero, en la Villa de Madrid. Mi infancia no tuvo nada de especial. Crecí sin ambiciones, contento con lo que tenía. Entonces, a los dieciséis años ayudando a techar la casa de mis padres, me caí y quedé empalado con una guadaña. Los médicos y curanderos no esperaban que sobreviviera a mis heridas. Yo no era consciente de sus esfuerzos por salvarme. Mi mente estaba perdida en un laberinto de sensaciones desconocidas, de recuerdos ajenos a los míos, temía estar descendiendo al Infierno. Entonces, una luz dorada disipó el velo de la muerte. En su centro, percibí vagamente una mujer de belleza imposible. Extendió su mano y su contacto me llenó de un vigor renovador. De pronto, desperté. Ya no tenía fiebre. Muchos tomaron mi supervivencia por un milagro.

En 1571, con veintiocho años, me alisté para luchar en la llamada Batalla de Lepanto. Durante el siglo XVI los otomanos habían conquistado los territorios que formaron en el pasado parte del Imperio romano de Oriente. La Europa protestante, en cierta forma, los consideraba un útil aliado contra la Reforma católica. Francia, por su parte, estaba atrapada entre la dinastía Habsburgo que gobernaba en Austria y la que lo hacía en España y los Países Bajos. El Imperio otomano estaba aún en expansión gracias a la base de Tolón, ofrecida por el rey de Francia, e incluso estaba en condiciones de amenazar a España y a Malta.

Allí conocí a Miguel Cervantes y Saavedra.

Mucha gente, con sorna o enserio, me preguntan sí Miguel se parecía a ese típico cuadro de Jáuregui , sí le hacía justicia… y no. Miguel de Cervantes era un hombre ancho de hombros,  frente ancha, cabello castaño oscuro, ojos grises y grandes, bajo esas cejas angulosas, nariz aguileña, barba recortada, labios finos y rosados, inquieto, callado casi siempre, con un sentido del humor muy agudo… era un hombre que yo sabía apreciar.

Por eso lamento mucho que por mi culpa fue manco, que se interpreta mal, pues la mano izquierda no le fue cortada, sino que se le anquilosó al perder el movimiento de ella cuando un trozo de plomo que iba dirigido a mí, pero mi suerte hizo que yo no sufriera mal alguno y a él se le seccionó un nervio, estando tullido de la mano izquierda.

Por suerte, la victoria fue para la Liga Santa al mando de don Juan de Austria sobre la flota del Imperio otomano y, tras meses en un hospital, Miguel se recuperó y en 1572 reanudo su vida militar, tomando parte en las expediciones navales de Navarino, Corfú, Bizerta y Túnez. En todas ellas bajo el mando del capitán Manuel Ponce de León y en el aguerrido tercio del famoso Lope de Figueroa. Yo le acompañé a Navarino y fue allí donde mi vida cambió.

¿Recordáis esa leyenda sobre la fuente de la eterna vida que se le atribuye a Ponce de León? Pues era verdad. Yo entonces creía que el ángel de mi sueño me guardaba. Quizá esa sensación me hizo ciego a otros ojos mortales. Me hice imprudente y me separé del resto. Durante horas vagué sin rumbo y encontré unas grutas donde había un extraño foso de aguas plateadas. No entendí nunca que hizo que me sumergiera en esas aguas, pero lo hice… y salí curiosamente revitalizado.

No conté a ninguno de mis compañeros aquel episodio pero decidí retirarme de la vida militar y, movido por Miguel, me animé a escribir. Ya tenía treinta y tres años y no logré mucho con mis escritos. Nada que se deba recordar con cierto orgullo, así que entré como ayudante de un impresor y me enamoré de la hija de mi patrón, Jimena Álvarez. Era preciosa. Ojos azules, cabellos castaños claros, sonrisa grande… Nuestro matrimonio duró solo seis años, al morir ella al nacer nuestra hija, Inés.

Así que, en 1582, tras recibir la noticia de que Miguel había sido liberado de su cautiverio en Argel y había regresado a Madrid, me contó sus planes de escribir teatro.

Eso fue antes de Lope de Vega. La historia siempre pone a Lope como un genio, y lo era. Triunfó en el teatro y se lo merecía, pero no conocí a nadie que fuera tan necio y cruel teniendo los laureles y el éxito en los corrales que Lope tuvo, pero prefería rodearse de gente que le lamía las calzas, como ese tipo cojitranco y mal humorado de Quevedo. Que sí, que Quevedo hoy se ve como un grande, pero siempre me pareció un personajillo repulsivo, pese a ser una de las mentes más agiles de las letras.

Ya en 1604, con mis sesenta y un años (aunque aparentase apenas treinta), aconsejé a Miguel que esa novelita ejemplar sobre un loco que se creía caballero andante podría dar más de sí. Sí, igual que destrocé la vida y la mano de Cervantes, hice que su nombre fuera recordado. Yo quise a ese hombre porque era un buen amigo… hasta su muerte en 1616. Mi hija Inés ya por entonces ya se había casado con un camarero de la Reina y me había dado dos nietos hermosos. Nadie dependía de mí y, harto de la tiranía en las letras de Lope y sus acólitos, me marché a Inglaterra.

En 1626, con ochenta y tres años, instalado en Essex, había ganado una fortuna como traductor de muchas de las obras de Miguel, que sabía muchas de memoria y pude vivir tranquilo con mi segunda mujer, Marian. Tuve un hijo, William, y una hija, Glorianna. Por desgracia, aunque gozaba del aspecto y de la salud de un hombre de treinta años, era muy duro recibir la noticia de que mi hija Inés murió en 1632 y Marian en 1654… Ya en 1658, con ciento quince años, mis ganas de vivir fueron casi nulas pero pese a ello, seguí viviendo e intentando llenar mi vida.

En 1688, habiendo recibido la noticia de la muerte de Pedro Calderón de la Barca, joven escritor que parecía mucho más inteligente que Lope y sus acólitos, empecé a comprender que el mundo de las letras que conocí moría y me dediqué a otras artes y saberes. Justo me llegó esta revelación al tiempo que surgió la Revolución Gloriosa, que trajo el derrocamiento de Jacobo II por una unión de Parlamentarios y el Estatúder holandés Guillermo de Orange. Entonces tomé el nombre de John Locke… y sí, los retratos eran falsos, yo no era nada parecido a el horrible cuadro de  Godfrey Kneller, pero sí… fue filosofó y médico, eso no es mentira.

¡Qué feliz fui pudiendo escribir tantas cosas que la gente, por fin, con más de ciento cincuenta años de vida, valorase! John Locke murió como tal en 1704, y opté por ser Alexander Essex y como tal, conocí a un escritor satírico irlandés de nombre Jonathan Swift. Acababa de publicar The Battle of the Books y mi tercera esposa, Virginia, y yo adorábamos la compañía de ese hombre y su mujer-niña, Esther Johnson. ¡Cómo lloramos ambos cuando esa pequeña y frágil criatura murió en 1716! Creo que aquello, la muerte de Esther, llevó a Jonathan a la locura…

Cuando alcancé los doscientos años, en 1743, aparentaba ya los treinta y cinco…. Y mis hijos y mujeres o eran polvo o viejos seniles. Deseaba dejar atrás ese siglo donde los franceses habían abrazado la cultura y decapitado la coherencia y la humanidad con eso que llamaron Revolución.

Y lo dejé. En 1800, con doscientos cincuenta y siete años, había dejado atrás mi identidad de William Withering y deseaba nuevos retos… el 16 de mayo de 1804, Inglaterra declaró la guerra a Francia… y me di cuenta que la guerra me recordaba mucho a mis tiempos en Lepanto… Me sumí en una melancolía terrible y decidí dedicar mi inmortalidad a descubrir lo que otros no supieron… y por ello decidí dedicarme a la química con el nombre de Humphry Davy. Fue un buen año aquel 1807. En octubre descubrí el potasio y el sodio. Con doscientos sesentas y cuatro años, no estaba nada mal eso… Así que en eso estuve hasta 1829, cuando me cansé de la química y quise volver a las letras y me hice profesor de literatura en Oxford, donde conocería a gente como Lewis Carroll u Oscar Wilde.

De Carroll recuerdo bien su timidez y su mirada… era turbia. No miraba con claridad. Era como si su cabeza estuviera calculando cada movimiento de los demás. Me fascinaba. Más de doscientos cincuenta años y ese apocado y tartamudo hombre de cabello oscuro, me fascinaba.

De Wilde… ¡Era como una luciérnaga! Era vivaz, alegre, divertido, ocurrente… el alma de la fiesta. No recuerdo bien como le conté la verdad sobre mí, pero dijo que eso le sirvió para una historia: The picture of Dorian Gray. ¡Era un pícaro! Lástima como murió…

Ya en el siglo XX, me codeaba con gente como Conan Doyle o J.M Barrie… pero no fue hasta que conocí a un pequeño chico de los recados de nombre Charles, que entendí ese siglo nuevo. Ese muchacho tan despierto más tarde seguiría mi consejo. Abrazar la desgracia para hacer éxito. Ahí nació Charlot. Ahí nació Charles Chaplin como genio del nuevo arte del cine. Y sí, yo lo veía como un arte.

Harto ya de Inglaterra, en 1923 me trasladé a Argentina y decidí vivir en Buenos Aires como un jubilado más. Tenía ya los trescientos cincuenta años pese a aparentar la cuarentena.

Frecuenté la compañía de gente como Hugo Pratt. Ese hombre sí parecía un inmortal sin serlo. Su vida parecía tan rica como la mía cuando hablamos en 1950 y trabajó de editor para la editorial Abril. Ya entonces le rondaba la idea de crear un personaje como Corto Maltés. Yo le dije que en la vida uno debía lanzarse y vivir, pues solo había una vida… y la mía era muy larga, lo sé.

Después de eso… creo que los siguientes cincuenta años fueron muy monótonos… y casi lo prefiero. Uno no mide el tiempo igual de joven que de mayor. Hoy cumplo cuatrocientos setenta y tres años… y sigo aquí, esperando a ver que me depara la vida...

miércoles, 23 de diciembre de 2015

¡LÁNZATE!


Querida Gloria, Clara, Maite, Inés, Lorena, Joana, Marina, Helena, Lola y Laura tú:

No me conoces, pero quiero pensar que yo algo te conozco, pero a decir verdad, conforme pasa el tiempo, menos conozco a nadie.

Puede que te preguntes porque te escribo justo a ti… Y es que he visto tu foto varias veces en el día de hoy y he pensado que tal vez tú me fueras a entender un poco, aunque, cada vez que he escrito una carta a alguien no he recibido la respuesta deseada… y hay veces que ninguna respuesta posible.

Hoy he sido víctima de esa sensación que sé que es pasajera. Es como una especie de fiebre que nace como una alegría desmedida, un ímpetu de felicidad, un sentimiento de poder desbordado, de creatividad brutal, de planes, de ideas, de potenciales modos de demostrarme y demostrar a los demás que valgo algo.

Luego se me pasa… en unas horas a decir verdad y empiezan a venir los fantasmas de navidades pasadas a susurrarme cosas.

No vales ni para dar por culo.
No llegarás a esas cosas pues son absurdas.
¡Eres un caradura! ¡Te aprovechas del trabajo de los demás compañeros!

Y desde dentro grito NO. No. Esto no me pasaría si alguien me dijera una sola palabra: Lánzate.

Aquí puede que te encuentres perdida y ese, en el fondo, es uno de los diversos motivos por los que creo que la gente no me llega a entender cuando reciben cartas mías y ya va siendo hora de hacer caso a ese grito. Me debo lanzar. Primero a decirte a ti quien soy.

Una vez fui el futuro de un país que aplaudía el descaro y la genialidad. Nací en 1983 y me críe con hombres disfrazados de mujeres, de creaciones e ideas estrambóticas, con que la realidad era solo una voluta de humo que mis tíos cuando venían de visita a nuestra casa echaban al fumar y al reírse. Yo una vez fui el futuro… y ahora mírame.

Reconozco que hay momentos, años de mi vida que no recuerdo nada más que como una película de esas que pasan por la televisión y ves sin mucho interés. Recuerdo que, desde niño, no era un alumno muy aplicado. Tenía carencias. No era rápido ni con los pies no con las manos, no era hábil y de pronto mis padres hablaban sobre mí cuando traía un dictado con un montón de correcciones en rojo y palabras descorazonadoras que presagiaban lo que pudo ser.  

-Ay, Jose… el niño tiene sus límites.
-No, lo que pasa es que le mimamos demasiado. Si fueras más dura con él. Si no le mimases tanto.

¿Cómo no hacerlo? Era el futuro. El futuro debe ser siempre cuidado.

Al final, enfadados todos porque no tuviera algún tipo de retraso, me exigieron el doble de lo que podía y sabía. Los malos hábitos no se van.

Tal vez las lagunas en mis recuerdos sean un modo de protegerme, como cuando alguien fallecido desaparece, sin quererlo, de los recuerdos que has compartido con esa persona.

El futuro… entonces de niño, el futuro era tener éxito, ser feliz, tener hijos… y no tengo ya nada de eso y voy a cumplir un año más. El futuro. Me rio yo de eso.

 Pero en este viaje hasta aquí, he hecho muchas cosas. Tú seguramente más, muchas más y más reseñables. Cuando uno es torpe, o con problemas de coordinación, pues se basta con poco.

Siempre me gustó el mito de Ícaro. Lo conoces, ¿Verdad? Pues hay gente, yo entre ellos, que lo veía como una lección de humildad: uno vuela hasta donde puede y debe. Pero no. No. La moraleja no es esa. La moraleja es Chaval, no vueles o te quemarás. Volar. Ícaro voló y se rompió todos los huesos en la caída, pero lo logró. Voló. ¿Es por eso que tengo miedo? Una vez me rompieron todos los huesos. No. Una vez no. Muchas. Los huesos y el corazón.

Dicen que los huesos, una vez rotos, se sanan pero los músculos se llegan a entumecer un poco. Con el corazón, ay, es otra cosa. Hace unos pocos años se me hizo una masa de sangre y dolor. Un dolor como una punzada sorda y que te cambia. Ese día, Dios, ¡Qué orgulloso estaría mi padre! Ese día solo lloré una vez y con permiso.

La mujer que más amé. La mujer del chubasquero rojo, la mujer que hacía que la realidad fuera un invento de los mayores, también se rompió. Una y otra vez. Una y otra vez… hasta que no se pudo romper más. Ese día no lloré. La vi convertida en un trozo amarillento de carne, con la lengua fuera como un perro apaleado… y no lloré.

Leí unas palabras y me atropellé, pero… no lloré. Mis hermanos estaban asombrados, puede que asustados, pero estaba frío. Inerte ante los envites de ese día. Ni el nudo de la corbata me molestaba. Solo ante su ataúd, cuando deposité un beso en su helada frente… pude pedir permiso.

-Voy a llorar. Llevo esperando este momento y espero que me lo permitáis.
-Hazlo. No pidas permiso.

Y lloré. Lloré sin poder desfogarme. No como esa vez que lloré de rodillas en la nieve ¿Sabes qué es eso? No lo creo. Lloré… y no tenía motivo real. Y cuando lo tenía… no pude.

Pero, como te dije, me rompieron los huesos muchas veces y con ellos, algunas veces, el alma. No pude recuperarme mucho de eso. Aun hoy renqueo y me doy cuenta que de mí se hizo una mentira. Solamente sé que veré pasar el cadáver de mis enemigos ante mi puerta y entonces, como cuando deposité ese beso en la frente de la mujer que era mi todo, pediré permiso para alegrarme… pero no me lograré desfogar.

¿Es eso? ¿Es el miedo a caer, a que se me vuelvan a romper los huesos y el alma, lo que me impide lanzarme? ¿Es, por otro lado, que no hay nadie que sepa fehacientemente que me ayudará a levantarme y me diga, con la misma sonrisa que he visto hoy en una de tus fotos, No salió como pensamos. Lo volverás a intentar mañana? ¿Qué es?

Porque, posiblemente, pido entelequias, pero creo que es tan humano como intentar volar. Querer llegar a cotas donde antes no estuvieron… pero me da miedo la caída. Sé que es un riesgo que se debe correr… y es duro. Me llevo cayendo mucho…

¿Conoces esa historia de un escritor que le dijo a su mujer que estaba cansado de hacer lo que otros esperaban de él y que su mujer le dijo ¿Vas a dejar que los demás decidan? ¡Lánzate!?  Por hacer caso a su mujer, el mundo cambió y nacieron el primer comic de héroes que marcaría un antes y un después: Fantastic Four. Sí, los mismos de esas terribles y absurdas películas. Ese hombre era Stan Lee.

Tal vez es sólo eso. Necesito alguien a quien contarle todo lo que pienso y siento…

-¡Quiero hacer una nueva novela en donde...!
-¡Lánzate!
-He pensado en escribir y dibujar un comic de…
-¡Lánzate!

Aunque… no te conté algo más. Te dije que pasa cuando uno se sana los huesos pero cuando a uno le licuan el corazón, ese corazón se recubre de un callo extraño, de una coraza, de una armadura. Tanto dolor puede volver loco a alguien ¿Sabes? Aquí estoy, aparentando ser normal cuando desearía gritar al mundo que yo era el futuro, que yo pude volar,  que no es una pose ser como soy, tan despegado, tan frío, tan indiferente, tan tosco, tan crítico,  pues tengo miedo a que me rompan otra vez el corazón pese a que esa coraza callosa está ahí… y, quizás por eso, renuncié a escribir un tiempo porque me creía incapaz de poder escribir con coherencia y algo de acierto… y casi pierdo esto. La capacidad, la fuerza y el arrojo de escribir. Que, como dije una vez, no seré el mejor, pero si el más trabajador. Pero tengo miedo y no tengo ese empuje. Ese empuje de un ¡Lánzate! dicho con el cariño justo y necesario, con la sonrisa, con el cariño, sin pedirme que sea así o asá. Sé bien quien no me dará eso. De ellos no espero nada, pero he cerrado la puerta a muchos para decirme eso. Para decirme ese ¡Lánzate! que necesito que me digan cuando me vean.

¿Pido un imposible? Porque, entre nosotros, odio sentirme muchas veces como lo hago y cuando hoy vi tu foto, ahí, sonriente pensé, necio de mí, Es preciosa. Ojala pudiera conocerla y demostrarle de lo que soy capaz. Y entonces aparece ese miedo, esos fantasmas que te dije. Todo lo que oí sobre mi persona y mis capacidades. Siempre estoy equivocado, pensando que mañana… mañana algo hará que todo cambie… y los cambios son lentos. Solo los necios creen que los cambios son instantáneos.

Y ahora me paro a pensar que no sé porque te escribí a ti todo esto. Lo necesitaba. Eso lo sé. Lo necesitaba.

Aun así, gracias. Gracias por tu tiempo.

Recibe mi cariño, aunque no te conozca bien:

GAA

Querido tú:

¡Lánzate!


miércoles, 18 de noviembre de 2015

EL HÉROE

“Malo, bueno o mediano, escribiré de hoy en adelante lo que me gusta”
Orlando, Virginia Woolf

A quien me lee ahora mismo
Capítulo 1: Un hombre


Volvamos a esos días felices en los que había héroes.

Bette Davids, Actriz estadounidense.

Hubo una vez un hombre que quiso marcar un antes y un después. Un hombre que era capaz de discutir con los dioses y debilitar a los demonios. Un hombre que era único en todos sentidos y maneras, y ante todo, en el corazón y en el alma.

Pero ese hombre hoy es un desconocido, como el mundo lo era actualmente para él. Perdió muchas cosas en su camino, entre ellas la esperanza. Aunque eso se abordará con más calma, pero, ¿Importa mucho si se mira un poco tras el telón de esta curiosa opereta?

El caso es que, ese hombre había pensado muchas veces en los buenos tiempos, que no estaban tan lejanos como creía. La ciudad le parecía entonces llena de magia, como si estuviera atestada de maravillas y posibilidades, no solamente de gente que iba de allí a allá sin detenerse ni mirar si tropezaban o no con los demás. Su vida parecía ser perfecta, pues él se veía inteligente y capaz. Podía ser el hombre perfecto y no se iba a conformar con menos…

Y cerca de todo hombre que se precie, siempre había una mujer, aunque suene a tópico, que lo es. Una mujer que estaba mucho antes de que él se plantease ser el hombre que deseaba ser. Antes de aquellos montones de teorías sobre el accidente. Ese accidente lo marcó todo. Una furgoneta, un joven despistado, un renacimiento… El caso es que allí estaba. Fue un héroe desde ese mismo momento. No todos sobreviven a un accidente casi sin secuelas…

No se detuvo después de salvarse. Se podía decir que esa fue su primera proeza. Si así fuera, la segunda hubiera sigo seguir adelante.

Nunca olvidó el preciso minuto en que llegó ese instante, cuando la miró a los ojos y ella le pidió que no se fuera. Él no lo hizo.

-¿Por qué haces lo que haces?
-No lo sé… es lo que se espera de mí, lo que sale de mí, lo que deseo de mí.

Anteriormente, responder a esas preguntas era tan sencillo, pese a que, algunas veces, todo pareciera tan enorme y tan confuso. Ella le dijo que eso también les sucedía a los demás.

-Imagino que… necesitas que alguien te ayude, que alguien responda tus preguntas, que alguien te muestre cómo…

Esa noche pasaron horas hablando.

Después de esa noche… todo parecía tan luminoso.

Es posible que en este apartado esperases que te hablase de planetas moribundos, de jóvenes marginados con un poder y una responsabilidad mayor de lo que sería deseable para ellos, de tragedias, muertes, luchas de índole maniqueo y demás cosas de ese estilo. No te culparía, pero creo que era Mark Waid quien decía… Espera, voy a mirar que decía… justo aquí tengo ese libro… No, no era Waid, si no C. Stephen Layman… ¡Aja!… 280… 286… 290… ¡Aquí es!… A la mayoría nos encantaría sorprender a nuestros amigos, cazar a unos cuantos tipos malos, convertir este mundo en algo un poco más seguro y, de paso, hacernos famosos, pero es fácil que una reacción apresurada tienda a ser superficial.  Es decir, es divertido, en todo esto, lo superficial de ser un héroe, pero, si miramos tras el telón, tras la máscara si lo preferís, es con el fin de saber lo que otros no saben… pero bueno, tiempo al tiempo. Vuelvo a lo que estaba contando ¿Os parece?

El caso es que… ambos eran un gran equipo. Un gran equipo… y algo más, pero nunca hablaban de lo que ambos sentían.

-Estaba pensando… que me gustas y creo que lo sabes, pero vivo una vida nada normal, una vida peligrosa. La persona con la que decida vivir debe aceptarlo. Debe afrontar eso.

En los ojos de él había un cierto brillo y ella comprendió que no era rechazo, sino un reto. Un modo de demostrar lo que valía. Para ella… eso era lo decía aquel brillo…

Pero eran otros tiempos. Eran el final de los noventa. Era una época que parecía no tener fin. Ni los triunfos, ni los egos… Él aun recordaba como ella reía y saltaba en la cama diciendo, con un gesto travieso, que también podía volar. Recordaba lo bien que le quedaban las trenzas, su risa y como su pequeña nariz roncaba tras la sexta carcajada.

La voz de ella se quebró un poco al preguntarle qué se sentía al volar. Él se ofreció a mostrárselo.

-¿Lista?
-Lista.
-Tú no mires abajo…

Empezaron a levitar. Ella, cada vez con más miedo y más fuerza, se abrazaba más a la cintura de él… hasta que el miedo se evaporó, tal vez en el cuarto vuelo que realizaron, y reía con cierta timidez, con cierta ilusión de niña pequeña antes de abrir los regalos de Navidad.

Y ahora, él se tenía que conformar con andar entre la gente, esquivarla, soportar algún empujón, algún gruñido de molestia. Los triunfos, los saltos, los gestos traviesos, las trenzas bien hechas… todo eso había acabado. No así los egos, que se enquistaron y engendraron algo que él denominó mala educación.

Siempre se creyó en las soluciones fáciles. La gente no se diferencia mucho de la de los buenos tiempos, cuando gritaban pidiendo ayuda y alguien acudía al rescate. La única diferencia, si de verdad se le puede llamar así, era que ahora ya no se grita ni se pide, se exige. Eso era lo que concluyó él hacía meses.

¿Era por qué antes estaba ella? ¿Ella le salvaba a él, aunque no gritase pidiendo que se quedase y solo le abrazase diciéndole Mañana el mundo seguirá allí?

Antes parecía fácil. Antes bastaba con bailar a varios metros del suelo. Literalmente. Antes bastaba con llevar un traje ridículo y hacer lo correcto.

Antes era esa tarde de inicios del siglo veintiuno. Aquella tarde de diciembre de dos mil, con el cielo encapotado de blanco nuclear y esa sonrisa que ya entonces era tenue. El cabello suelto. La risa ausente… y sus pasos, los pasos de aquellos pies menudos y de apariencia tierna, resonando entre esa multitud que él recordaba como si fuera de cartón piedra, como si la hubieran pintado en las fachadas de los rascacielos, en las baldosas de las calles, en la tarde de color polvo. Ella se perdía y él… él no gritaba que le salvasen. El ego seguía ahí. El ego y el orgullo de opereta que no dejaban decir lo que muchos esperarían. Si fuera él otro, la hubiera abrazado y dicho lo que sentía y hasta puede que lo que pensaba.

Pero él no era otro y esos eran otros tiempos… Y estos son estos.

        
Capítulo 2: Una vida

Un hombre aislado se siente débil, y lo es.

Concepción Arenal, Escritora y socióloga española.


Despertó tarde aquella mañana. Tarde para ser él, pues  solía madrugar. Eran ya las diez de la mañana y sí, eso era tarde para él.

Le despertó el ruido de una obra en un local cercano, de los albañiles gritándose, de la radio enmudecida por la distancia y por las paredes a medio derruir.

-Una obra.-Pensó.-Otra vez el mundo cambiando a mi alrededor.

Lo que más odiaba era que las cosas cambiasen, ya fuera a mejor o a peor. Tal vez era por eso que luchaba porque su Status quo siguiera como estaba. Era un acto de cobardía, si se quiere pensar de ese modo… y ahí, sí, ahí entraría Mark Waid, que hablaba de que Superman hacía lo que creía porque los demás le tuvieran en consideración y se sintiera valido e integrado, así como por un sentimiento egoísta pues, y cito aquí:

Sin duda, Superman ayuda a lo que están en peligro porque siente que es su obligación moral superior y, sin duda, lo hace porque sus instintos naturales y la educación recibida en el Medio Oeste lo empujan a realizar actos de moralidad, pero junto con este altruismo genuino hay un importante y sano elemento de conciencia de sí mismo y una capacidad envidiable y sorprendente, por su parte, de equilibrar las necesidades internas propias con las necesidades ajenas, y ello de un modo que beneficia a todo el mundo.

¿Se ve lo que decía? Pues nuestro héroe, porque lo es, también “peca” de ese mal. Tal vez no parezca tan altruista como lo sería Superman, pero tampoco pretendía serlo.

La verdad es que, cuando salió de casa, vio a aquella mujer delgada y vestida con chándal descolorido que, con pose extrañamente marcial-Brazos a la espalda, los puños apoyados en los riñones, la cabeza alta.-, contemplaba los bloques de edificios de esa urbanización que estaba despertando a un nuevo día. Era el almirante, la guardesa, la reina de todo eso, pues eso era su buque, su finca, su universo… Si supiera que había más vida tras las verjas verdes de aquella urbanización… pero ella era feliz con aquello. No obstante, esto no va de esa mujer delgada y con chándal. Ella no importa en lo que estoy contando. Sin embargo, él la observó y no pudo evitar tener una sensación agridulce ante aquella escena cotidiana y preguntarse si por esa gente deseaba mantener las cosas como estaban.

En su caminar, pensó en sus rivales… en los que calzaban zapatillas de deporte y los que vestían mallas.

¿Quién era en verdad el enemigo? Porque hoy día, pensamos en Gengis Kan y podemos pensar en el unificador de las tribus nómadas del norte de Mongolia, fundando el primer Imperio mongol, que, según algunos, fue el imperio contiguo más extenso de la Historia. Pero… ¿Y qué pensarían de él los campesinos de China que contemplaron las oleadas de guerreros que pretendían conquistarlos? ¿Conquistarlos? ¿A ellos que se dedicaban a sus quehaceres? ¿Por qué?

-Hola, que venimos en nombre de Chinghis Jaan (que así conocían a Gengis Kan) desde Mongolia para conquistar todo esto.
-Pues pásese usted más tarde, que estamos recogiendo el arroz y se nos va a pasar si no lo hacemos a su tiempo, haga el favor.

O ya puestos, ¿Y si preguntásemos a Jamukha cómo veía a Gengis Kan? Porque, seamos sinceros, aun habiendo sido considerado un traidor a Gengis Kan en las luchas contra los pueblos Tártaros, a Jamukha, según la Historia Secreta de los Mongoles, se le ofreció una renovación de hermandad, pero Jamukha pidió una muerte noble, sin derramamiento de sangre.

Y era posible que, en alguna casa de la antigua Polonia, se acordasen con cariño del bueno de Jamukha, cuyo único error posible era el de ser menos efectivo en la construcción de alianzas.

Es complejo esto… pues todos alguna vez somos amigos y otras veces enemigos, incluso los mejores amigos se convierten en peores enemigos sin quererlo ni pretenderlo… y otras veces, sí lo pretenden y sí lo quieren.

Podréis imaginar que este hombre tenía su galería de villanos, por así decirlo, surgida de las envidias, de los celos, de los odios, de los miles y miles de defectos que desees poner en la mesa de juego.

Es más, hoy día, en la sombra, alguno de sus enemigos estará maldiciéndole al igual que algún campesino chino o algún partidario de Jamukha lo hizo sobre Chinghis Jaan.

Pero tampoco eso importa mucho, puesto que el odio solo afecta a una persona y es al que lo siente pues nuestro héroe no va a estar duchándose un día y notar entre sus costillas una punzada hecha del odio de un pobre enemigo que no llegó a cumplir su terrible venganza, al igual que es un error pensar que ninguno de nuestros rivales, en las diversas parcelas de la vida, ha sentido lo mismo que hemos sentido nosotros alguna veces.

¿Y cómo es que hemos llegado a hablar de mongoles, chinos y traiciones?  Para ensalzar al rival, al enemigo, al antagonista, al contrincante, al competidor… y darle su lugar. Su lugar es que… no hay ya lucha. Es un invento eso de las rivalidades, pues hasta las buenas personas hacen cosas que no están bien. Así, la gente, para justificar algunos de sus actos, que no son tan malos ni tan buenos como algunos pueden creer, hace diferencias y distinciones. O eres de tacón alto o de tacón bajo, de los que cascan el huevo por la parte ancha o por la estrecha, y dentro de estos, o eres de los que se comen primero la clara o primero la yema. Distinguir entre unos u otros por el simple hecho de no afrontar que, como este héroe, somos seres con pies de barro, que de eso, además, dijeron antaño que estamos hecho. De barro y no de diamantes, cobre u oro.

Pues todo eso quedó en otros tiempos para nuestro héroe. La única rivalidad que le quedaba era la de él consigo mismo y con sus diversos demonios y prejuicios.

¿Dónde estaría hoy ella?

Eso le importaba más que si aquel amigo, que luego no lo fue, iba diciendo de él que era mala persona o había perdido el poco juicio que tenía, o si el llamado Doctor Funesto seguía entre rejas o urdía un temible plan contra la ciudad tras seis años sin saberse nada de él.

¿Seguiría saltando sobre las camas? ¿Seguiría con aquella risa que a la sexta carcajada hacía que su nariz roncase? ¿Seguiría diciéndole a alguien Mañana el mundo seguirá allí? ¿Seguiría acordándose de él?

Tantas preguntas que hacerse… pero no creía que encontrase respuesta a ninguna. Ni de ella, ni de mucha gente. Cuando ella se perdió entre la multitud, parecía que muchos otros también lo hicieran… y no había respuestas de ningún tipo. Ni a las llamadas, ni a las preguntas.

Hasta aquí, uno puede pensar ¡Qué nostálgico es todo esto! No, es la vida. Son los ciclos. Es el no aceptar que los ríos dan a la mar, pero que las nieves serán otros ríos mañana, sin embargo no es mañana, es hoy cuando se tiene sed. Porque es fácil decir Tú lo que necesitas es hablar de lo que sientes con alguien de confianza y no encontrar a ese alguien. La frustración da paso a la dejadez y la dejadez a la soledad…

Había una canción que decía miento menos, pero antes me querían más. Pues por ahí va todo.

Las calles otra vez escupían ruidos, luces, música prefabricada y escogida con un fin. Cada vez que oía la música de las tiendas de ropa, se acordaba la de veces que había montado y desmontado aquellos aparatos RM5. Eran simple y llanamente ordenadores pero solo tenían una función: cargar y reproducir la música que previamente escogían. Aun se acordaba de cómo montar y desmontar aquellas maquinas… como también se acordaba de cómo era volar… Todo eso, los RM5 y el querer volar, era poco después de perderse ella entre la multitud, poco después de mandar su vida de héroe a vivir en un armario y oler a apolillado, a antiguo, a polvo y a madera, y poco después dejar de ver el gusto a ponerse una máscara y hacer chistes ante los momentos de tensión, como un modo de reírse ante el peligro, pues es bien sabido que es en los peores momentos cuando es fácil que brote la risa, pese a que muchas veces no es algo sencillo de lograr.

Entonces… la vio. No a ella. No. Esto no va de reencuentros tras años, de volver a empezar donde lo dejamos. No. De eso ya se habló tantas veces… Se encontró con una gran foto de ella en un escaparate de una gran superficie dedicada al ocio en general. Un libro. Había escrito un libro. Siempre tuvo talento, se decía él mientras apretaba instintivamente los dientes tras la sorpresa, tras sentir como si su estómago cayese a sus pies. Aún conservaba algunos poemas de ella, aunque no sabía bien dónde y muchas veces se prometió buscarlos, aunque luego se ponía a pensar en otras cosas y se olvidaba.

CUANDO SEAS UN HÉROE
La gran sensación de la temporada.

Eso rezaba el texto que acompañaba la foto de ella y la de la portada del libro, que parecía hecho a tinta, simulando la cara de asombro de una chica, de cabello ondulado y ojos pardos, al mirar al cielo.

Oyó el murmullo a su alrededor y comprendió, tras volver de sus reflexiones y sensaciones varias, el motivo de ese ruido y esas miradas entre burlescas y extrañas. Estaba levitando. Sus pies estaban a diez centímetros del suelo. Algunos lo tomaron como un reclamo publicitario para vender más libros, otros se preguntaban como lo hacía y una señora, pensando que era un truco de un artista callejero, tiró cuarenta céntimos en dos monedas de veinte. 

Esto último, lejos de ser algo que cause una sonrisa, le recordó a nuestro héroe lo que una vez le dijo a un artista callejero, vecino suyo, que iba a tomar un autobús disfrazado de Michael Jackson.

-Un héroe y un artista callejero no se diferencian mucho. Los dos van disfrazados, a nadie le importa quién ni como lo hace, solo quieren que les saquen de su monotonía.

Cerró los ojos y se siguió elevando. Más, más y más,  hasta que se perdió entre los altos edificios.

Capítulo 3: Un final

Debemos vivir con los finales que nos dan

Carmen Martín Gaite, escritora española.


El ocaso se iba acercando y los tonos violetas y naranjas en ese momento eran únicos, según decían muchos que parecían entender de eso.

La noticia de un hombre volador en el centro de la ciudad había corrido como un secreto que se contaba entre cafés y encuentros de conocidos.

-¡Qué bien que nos vemos, chica! Porque de verdad que… ¿Te has enterado de ese hombre que voló esta mañana? Volar como un pájaro, pero sin mover los brazos, que eso es un punto a tener muy en cuenta.
-Pues eso me suena a un estado de éxtasis, como Santa Nuria. ¡No me mires así, mujer, que parece que te dijera una majadería! Hay cosas que la lógica no puede explicar ¿es o no es?   

-…Mi hermano dijo que su mujer lo vio, ahí, enfrente de un escaparate de… que yo ya ves, ni me lo creo ni me lo dejo de creer, pero era para verlo cuanto menos.
-¡No seas simple! ¡Seguro que es un truco para vender más libros de esa chavalita! ¿Qué no? Si es que ya no se lee como antes. Antes al lector se le trataba con mayor dignidad y se le daba de leer cosas interesantes. ¿Te acuerdas cuando de niños leíamos el Pulgarcito? Ahora los niños de hoy van todo embobados con los aparatos esos… ¿Ese móvil es nuevo?

Y, efectivamente, las ventas de Cuando seas un héroe aumentaron en aquel día en el doble de ejemplares que hacía dos semanas… Pero ella solo se paraba a pensar en esa noticia del vuelo de un hombre. Había visto el vídeo que su amiga le había enviado. Lo había visto unas veinte o veintidós veces y en todas, como es normal, reconoció a aquel hombre volador… y no fue la única, pues mucha gente ató cabos y dedujo que ese hombre era el héroe que llevaba más de diez años desaparecido.

La tarde dio paso a la noche. Un perro, a lo lejos, ladraba y en las calles ya no quedaba mucha gente. Ella se pasó horas escribiendo y su pareja, porque tenía pareja, le dijo que si se venía con él a la cama, que era ya tarde.

-Aún no. Debo terminar este capítulo. La editorial desea una segunda novela y más con lo que ha sucedido hoy…
-Bien, pues te espero en la cama. No te quedes hasta muy tarde, por favor.
-Descuida.

Allí estaba ella, buscando un buen principio para su nuevo capítulo.

Empezó como un trabajo más, lo reconozco… No, muy visto…
¿Por dónde empezar? Llegados a este punto se impone un gran dilema… Ya… ¡Diles algo que no sepan ya!
Esta es una historia de amor. No entre un hombre y una mujer. Sino entre un hombre y una ciudad… Ay… no sé… algo falla…
En mis sueños, vuelo. Planeo libre y serena. Riéndome de la gravedad… No. No. No… ¿Qué me pasa?

Oyó un golpe en la terraza. Un golpe hueco y tenue, como cuando un gato salta de una rama a un tejado.

Se levantó de su silla y abrió la puerta que daba a la terraza. Allí estaba él. Tenía el cabello revuelto y ese brillo en los ojos. Su abrigo largo, oscuro, abierto y algo ajado casi le recordó al movimiento de una capa. 

-Hola. Menuda has montado hoy.
-Ya… Algo he oído.
-¿Cómo me has encontrado?
-Si tienes que preguntarme eso, es que no me conoces bien.-Sonrió con cierta inocencia.
-Cierto. ¿Quieres pasar?
-Mejor no… Creo que no me gustaría ver esas fotos de la mesilla del salón tan cerca.
-Ah…
-¿Eres feliz?
-Sí, mucho.
-Eso es lo que de verdad me importa.

Si él hubiera sido otro… hubiera notado ese latido, ese gesto, esa mirada esquiva… hubiera entregado su mano para que ella la tomase… hubiera decidido llevarla, como antes, a volar…

Pero él no era otro…

-Me da a mí que no viniste a ver cómo me encuentro.
-No. Esta mañana tenía muchas preguntas que hacerte… pero tras el incidente, tras ver que habías escrito un libro, tuve tiempo para reflexionar mucho.
-¿No sabías que había escrito un libro? Lleva cuatro meses en la calle. Tienes sentidos increíbles, poderes asombrosos…
-Tal vez quisiera ser ciego a algunas cosas y, entre otras cosas, por eso no te vine a ver antes.

Ella lo entendió. Miedo. Lo malinterpretó. El brillo… no era un reto, era miedo. Miedo de un mundo que él no terminaba de comprender, que aún no podía comprender. Quería que alguien le ayudase. Que lo apreciasen y amasen. Que le enseñasen.

-Vine a decirte que… no supe explicarme… No pude explicártelo.
-¿El qué?
-Que… que si alguna vez había alguien serías tú… pero ya no sé nada… No sé si quiero esto. He perdido mucho y no me he dado por vencido. Era fácil rendirse ¿Sabes? Y se supone que nos dicen que el bien prevalece… Pero ni siquiera sé que es el bien…
-A eso no sé yo si tengo una respuesta… no una que sirva para ti.
-¿Cuándo todo se fue a la mierda?  La gente… no sé… antes me sentía útil… y podía sentirme vivo… y podía entender hasta el funcionamiento de cada cosa en el mundo…
-Y el mundo ha cambiado.
-No… se supone que era como tú decías… Mañana el mundo seguirá allí.
-Y sigue… pero debe seguir con o sin nosotros. Es ley de vida. Siempre temí que cargases con una responsabilidad que no es tuya… y no… no puedes cargar con el dolor de los demás. Aprendí eso cuando me alejé de ti. Me fui de tu lado porque yo también me sentía como tú. No sabía el papel que debía desempeñar en el mundo.
-Sé que no ayuda mucho ahora, pero… Te quiero mucho. Siempre te quise y nunca te di las gracias como merecías.
-Son nuestros actos quienes hablan a los demás. Aun así, de nada.
-¿Recuerdas el chiste que me contabas cuando estaba triste?
-Ah, sí… ¿Qué hace un pájaro de ochenta kilos en una rama?... PIO-PIO.

Él sonrió con cierta amargura, formándose así una sonrisa cercana a esas de las estatuas etruscas que uno puede ver en los museos. Una sonrisa sin mucho más que un intento de parecer digno y alegre sin lograr del todo ambas cosas. Dos grandes lágrimas resbalaron con discreción por sus mejillas. Deslizó su mano en el amplio bolsillo interior de su abrigo y sujetó con ambas manos el libro de ella.

-¿Me… me lo firmarías?
-Claro… pero, entre nosotros, no es tan bueno como la gente llega a creer.
-No importa.

Ella entró en casa un momento, con el libro que él le entregó y, tomando un bolígrafo negro de punta fina, escribió una dedicatoria, para luego regresar y dárselo. Él leyó por encima aquella caligrafía que tantas veces extrañó.

Con mi eterno cariño que solamente  puede tener alguien que intenta alejarse de lo injusto de lo que es vivir.
No olvides que el verdadero héroe no salva vidas, las mejora y las da mayor valor.

-Gracias… Ahora creo que es momento de despedirme.
-¿Despedirte?
-Sí. Volveré a empezar de cero, o al menos, todo lo de cero que se pueda.
-De ser así… te deseo lo mejor.
-Y yo a ti.
-¿A dónde irás?
-No lo sé… y eso es lo divertido ¿No?
-Claro.-Asintió y volvió esa sonrisa que él recordaba.

Se alzó cada vez más en el cielo nocturno. Y… desapareció. Ella se quedó mirando el cielo un buen rato y regresó adentro. Se acostó en silencio y abrazó a su pareja.

El caso es que las cosas no mejoraron inmediatamente pero sí con el tiempo.

Dos meses después de aquella charla en la terraza, nadie se acordaba de aquel hombre que levitó en pleno centro de la ciudad, sin embargo, sí se habló de que Una especie de borrón oscuro había detenido un atraco a un banco, rescatando a seis rehenes y atando con la manguera de incendios del edificio a los tres atracadores.

Ella, al leer la noticia, se reía con cierta mesura y comentó muy bajito algo sobre las cebras y sus rayas, cosa que su pareja no entendió ni quiso tampoco entender porque sabía que ella, muchas veces, pensaba en voz alta. 

Y si ella hubiera sido otra, pensaría que hoy en día, se inventaban nuevos pasos, pero el baile siempre nos atrapaba. Se tienen rituales, creencias, rarezas… que, en muchos casos, son insignificantes, aunque había casos en los que no lo eran tanto. Es importante eso bailar y levitar, pues muchas veces se nos dice categóricamente que no podemos volar, pero nadie nos habla de la importancia de levitar. Bailar y lograr levitar todos los días, pues es importante eso de intentar mantener el equilibrio pese a lo difícil que es tener nuestro lugar…


Pero ella no era otra…