Ayer mismo paseaba por mi antiguo barrio
y me acordé de ellas. Eran cuatro hermanas, todas ellas chicas. Verónica, Julia,
Clara y Marina.
Salvo Julia, que eran de cabello castaño
oscuro y ojos marrones, las chicas tenían el
cabello dorado y los ojos azules, con lo que algunos hacían bromas a las
espaldas de Julia de que su padre era otro. Bromas que no se entonaban con
malicia, todo hay que decirlo. Lo que pasaba con esa gente es que desconocían
la existencia de los alelos, con lo que no sabían que la genética tenía estas
pequeñas situaciones.
De carácter si eran estas cuatro niñas
muy dispares. Verónica, la mayor, era ciertamente reservada pero de una ternura
inusual, Julia era muy seca y tajante con la gente, Clara era la alegría
personificada, con un simple hola
levantaba el ánimo a cualquiera y Marina… Marina era tímida, pero hasta que se
aclimataba a un entorno, entonces hablaba por los codos.
La madre era una mujer que se notaba que
en su juventud fue una verdadera belleza. No tenía más oficio que dedicarse a
la educación de sus hijas. Me agradaba oírla hablar y ver cómo, cuándo se reía,
su cabellera de color rubio cobrizo, se mecía como la cola de un vestido de
novia al andar. Era una mujer muy positiva.
Puede uno pensar que para el padre de
estas niñas, un hombre que yo vi un par de veces a lo sumo y que me recordaba
ciertamente a Charles Chaplin en Monsieur
Verdoux, tener cuatro niñas y ningún niño era una faena, puesto que, según
se oye por ahí, un padre debe ser el guardián de sus hijas. Para nada esto
casaba con aquel hombre. Era una persona sosegada y ciertamente diplomática, a
la que creo que yo no le caía en gracia, pero no hablo de mí, sino de Verónica,
Julia, Clara y Marina.
Si uno pasaba en primavera o en verano
por delante de aquella casa, cuando las ventanas estaban abiertas de par en par,
podía oír un violín. Sí, un violín. Verónica practicaba mucho con
ese instrumento y sus padres siempre desearon que fuera una gran violinista. Algunas
veces lo que se oía era el violín acompañado por un piano, que luego supe que
tocaba magistralmente el padre, y otras veces el violín dormía y había un
armonioso equilibrio formado por el piano y las voces de las cuatro niñas
cantando alguna canción. Increíble.
Estas cuatro niñas rara vez se
relacionaban con los niños que jugaban al futbol y gritaba coche al llegar alguno de los vecinos del trabajo o de donde fuera. Tampoco se relacionaban con las chismosas
niñas que maquinaban alguna travesura que dejase en evidencia otros. No. No se
relacionaban con nadie de ese estilo. Alguna vez, en las noches de verano, se
veía a Verónica pasear en compañía de su hermana Julia.
-Ya están las dos señoritas que se creen
mejores que los demás dando sus paseos.-Criticaba con malicia Cristina.
-Siempre van juntas, nunca se relacionan
con nosotras.-apuntaba Beatriz.
Pero a ellas estas y otras cosas no les
importaban. Y no hicieron ningún tipo de comentario cuando, varios años después,
Cristina echó tripa, supongo que de comer muchos bollos, y sus padres la
llevaron con sus abuelos a Valencia. No volvimos a ver a Cristina.
Por su parte, Clara alguna tarde se iba con un
caza mariposas al descampado que estaba a pocos metros de las vías del tren,
pero nada más… ¡Ah, sí! ¡Espera, que sí! ¡Que recuerdo ahora que Marina si
jugaba con una amiguita que tenía! Solo una amiguita, no con otra más.
No les hacía falta nadie más, puesto que
algunas veces, en su patio delantero, jugaban las tres mayores con espadas de
madera a ser terribles bucaneras. Era divertido verlas jugar así, pues si como
cuarteto de voz eran increíbles, como actrices eran aún mejores.
Entonces era cuando Verónica ya no era reservada, ni Julia seca, ni Marina tímida… todas eran esa alegría que tenía Clara. Eran
felices como eran.
Lo gracioso en todo aquello era que
seguían siendo un misterio para mí y para todos.
Me di cuenta que esos padres tenían una
bendición y que no sabía yo hasta qué punto podía ser así. Que niñas tan sanas
y auténticas vivían felices y muchos de los que sí estábamos por la labor de
unirnos a las masas de gente, éramos tal menos afortunado que esas cuatro
muchachas, tres rubias y de ojos azules y una no.
Los años pasaron muy deprisa, demasiado,
y me enteré que Verónica estaba en Londres, de segundo violín de una orquesta,
que Julia trabaja en una empresa como relaciones públicas, que Clara había
montado su propia tienda de complemento y que Marina… Marina aún tenía que
decidir qué hacer, que era la más jovencita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario